Nación, nacionalismo y plurinacionalidad en Chile

Por Jorge Yáñez Lagos[1]

En Chile, consecutivamente al resultado electoral del plebiscito constitucional de septiembre de 2022, el divulgador Pedro Cayuqueo señaló en una entrevista televisiva en CNN Chile que: «la plurinacionalidad quedó un poco golpeada como idea, pero hay que insistir en ello en el futuro. En la batalla cultural hay que continuar promoviendo esta idea»[2]. En paralelo, el político Eduardo Artés cuestionó la noción de «nación única e indivisible» en la propuesta constitucional de 2023, porque desde su visión un Estado también puede ser plurinacional, dando como ejemplo histórico a la República Federal de Yugoslavia[3].

Pese al aborrecimiento que generó el vocablo «plurinacionalidad», las intenciones de Pedro Cayuqueo —entre otros(as)— no se detendrán en promover un Estado abigarrado o plurinacional en Chile. Por lo mismo, a pesar del rechazo contundente a la propuesta constitucional de 2022, igualmente se hace necesario comprender las nociones de nación y plurinacionalidad.

En un inicio, el reconocido abogado y diplomático José Rodríguez Elizondo define que «el Estado es la nación jurídicamente organizada»[4]. De esto se desprende que, el nacimiento del Estado moderno se produjo en Europa occidental y corresponde a condiciones estructurales y culturales particulares. De esta forma, el Estado surge de un proceso largo de modernización política y que se impuso de manera progresiva, con el propósito de resolver la crisis de la sociedad feudal (Roth Deubel, 2002).

En este contexto, para el historiador británico Eric Hobsbawm (2012), la nación como entidad política y social primaria pertenece exclusivamente a un período concreto y reciente desde el punto de vista histórico. Específicamente, «la construcción de naciones» era el contenido esencial de la evolución del siglo XIX, debido a que el número de estados-nación al principio del siglo XIX era reducido.

En efecto, la nación “es una entidad social sólo en la medida en que se refiere a cierta clase de estado territorial moderno, el «estado-nación», y de nada sirve hablar de nación y de nacionalidad excepto en la medida en que ambas se refieren a él” (Hobsbawm, 2012, pág. 18). En tal contexto, Hobsbawm manifiesta una ecuación entre los conceptos de 1) nación, 2) estado y 3) pueblo. Así pues, la nación se vincula al territorio; y, en consecuencia, se expresa que los estados eran esencialmente territoriales. En conjunto, el factor central en esta ecuación para los gobiernos era el Estado.

Claramente, la definición de «estado-nación» de Eric Hobsbawm se concierne íntimamente con «la nación jurídicamente organizada» de José Rodríguez Elizondo. Sin embargo, en las partes del mundo ausentes de un pasado feudal, la importación del modelo de Estado occidental fue la obra política de élites nuevas que buscaron alcanzar objetivos propios, muchas veces inspirados en la emancipación. En particular, la historia de los procesos de independencia de los Estados latinoamericanos es esencialmente una construcción estatal elitista (Badie, 1992 citado en Roth Deubel, 2002).

Por ejemplo, según el historiador chileno Mario Góngora, “la idea cardinal del Chile republicano es, históricamente considerado, que es el Estado el que ha ido configurando y afirmando la nacionalidad chilena a través de los siglos XIX y XX; y que la finalidad del Estado es el bien común en todas sus dimensiones” (Góngora, 2011, pág. 296). Por lo tanto, la visión gongoriana establece que la nación y la nacionalidad chilena han sido formadas por un Estado que ha sido antecesor. Ahora bien, Góngora reconoce que durante la Colonia también se desarrolló un sentimiento regional criollo, un amor a la «patria»; no obstante, el Estado de Chile a lo largo del siglo XIX fue lo que permitió el salto cualitativo del regionalismo a la conciencia nacional.

Circunscribiéndose a lo dicho, “el Estado chileno de la época de la Independencia abarcaba en verdad todas las nociones peculiares del Estado tradicional europeo, pero expresadas en el lenguaje de la Ilustración” (Góngora, 2011, pág. 73). En tal sentido, Hobsbawm arguye que la característica básica de la nación moderna y todo lo relacionado con ella es su modernidad. A partir de la novedad histórica del moderno concepto de «la nación», durante el siglo XIX el significado primario era eminentemente político. En la edad de las revoluciones, en su expresión francesa, el concepto de nación fue «una e indivisible». Todo esto significaba que, una nación estaba destinada a formar sólo un estado y que constituye un conjunto indivisible. La nación sería considerada como el cúmulo de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un Estado, que era su expresión política (Hobsbawm, 2012). Por descontado, según Hobsbawm, para la nación desde el punto de vista popular-revolucionario, no era en ningún sentido esencial la etnicidad, la lengua y cosas parecidas, aunque estas cosas también podían ser indicio de pertenencia colectiva. Empero, lo que caracterizaba a la nación-pueblo era el interés común frente a los intereses particulares.

El 11 de marzo de 1882, Ernest Renan dictó una famosa conferencia titulada Qu´est ce que c´est une nation? («¿Qué es una nación?»). En dicha conferencia, parecía que no todos los estados coincidirían con naciones, ni viceversa. Por una parte, Renan plantea la famosa pregunta: «¿Por qué Holanda es una nación, mientras que Hannover y el Gran Ducado de Parma no lo son?». Frente a esta pregunta, se plantean una serie de problemas analíticos. Desde el discurso teórico liberal y marxista se hacía que fuese difícil considerar la «nación» intelectualmente (Hobsbawm, 2012).

A saber, autores como Eric Hobsbawm en Naciones y nacionalismo desde 1780 y Benedict Anderson en Comunidades Imaginadas, han comprendido la nación como una construcción y como una realidad simbólica e imaginaria. La noción de constructor supone una idea no esencialista de nación. Las naciones modernas son inventos históricos (Krebs, 2018).

Pese a todo lo dicho, el concepto de estado-nación adquiere un sentido histórico como una función específica en el proceso de desarrollo capitalista del siglo XIX. Previamente, Adam Smith en su obra La riqueza de las naciones utiliza el concepto de nación sólo como un estado territorial. Pero, el desarrollo de la moderna economía mundial estuvo íntegramente vinculada a las «economías nacionales» de varios estados territoriales desarrollados. Por ello, los gobiernos trataban las economías nacionales como conjuntos que debían desarrollarse a través del esfuerzo y la política del Estado. En palabras simples, la nación implícitamente también significaba economía nacional y su fomento sistemático por el Estado, por lo cual en el siglo XIX quería decir proteccionismo (Hobsbawm, 2012).

En este sentido, bajo el concepto liberal de nación surge el «principio del umbral». Dicha noción establecía que la nación tenía que ser del tamaño suficiente para formar una unidad de desarrollo que fuese viable. De manera que la autodeterminación para las naciones sólo era aplicable a las naciones que se consideraban viables cultural y económicamente. Sin duda, entre 1830 a 1880, el desarrollo de las naciones era una fase de la evolución o el progreso desde el grupo pequeño hacia el grupo mayor, de la familia a la tribu y la región; y, finalmente a la nación. Por descontado, la «edificación de naciones» por central que fuese para la historia del siglo XIX, sólo era aplicable a algunas naciones (Hobsbawm, 2012).

Por otro lado, el problema que se observa en la nación moderna ya sea como estado o conjunto de personas a aspiran a formar tal estado, difiere en tamaño, escala, naturaleza de las comunidades reales con las cuales se han identificado los seres humanos a lo largo de la mayor parte de la historia. Parafraseando a Benedict Anderson se diría que es una «comunidad imaginada» (Hobsbawm, 2012). Bajo esta perspectiva, Eric Hobsbawm desecha los criterios lingüísticos, étnicos y religiosos como elementos que definen la compleja nación moderna.

Más allá de las mencionadas complejidades analíticas, igualmente hay consenso en que la nación constituye una entidad histórica. Las naciones nacen, se desarrollan y pueden desaparecer. Algunos autores estiman que los orígenes de las naciones europeas se remontan a la Edad Media (fin del feudalismo). Pero las naciones surgieron a partir de la Revolución Francesa y de la emancipación de las colonias inglesas, españolas y portuguesas en América. A raíz de esto, Ernest Renan en su famosa conferencia no definía a la nación por hablar el mismo idioma, por pertenecer al mismo grupo étnico o por profesar la misma religión, sino por tener una voluntad común. Una nación tiene un pasado común y quiere continuar su vida común en el futuro (Krebs, 2018).

Dicho todo esto, el origen y descendencia común de los que supuestamente se derivan de un grupo étnico, vale decir, el «parentesco» y la «sangre» ocupan un lugar central en el nacionalismo étnico. Sin embargo, la población de los grandes estados-nación territoriales es demasiado heterogénea para reivindicar una etnicidad común. Por el contrario, se cuentan rarísimos ejemplos de estados históricos que se componen de una población en términos étnicos casi o totalmente homogénea (China, Corea y Japón). Por lo mismo, un método genético para abordar la etnicidad no sirve, dado que la base crucial de un grupo étnico como forma de organización social y política es cultural en lugar de biológica. De ahí que, la etnicidad no tiene relación histórica con lo que constituye lo esencial de la nación moderna, a saber: la formación de un estado-nación, o, para el caso, cualquier estado. Resulta más importante la identificación del «pueblo» con determinada organización política, más que las barreras étnicas y lingüísticas. El ejemplo más evidente lo conforma el nacionalismo suizo de carácter multiétnico. Por estas razones, las diferencias étnicas más evidentes han desempeñado un papel bastante pequeño en el origen del nacionalismo moderno (Hobsbawm, 2012).

Según Hobsbawm, los indígenas de América Latina desde la época de la conquista española han tenido un profundo sentido de la diferencia étnica con la población blanca y mestiza, pero hasta el momento no ha dado génesis a un movimiento nacionalista. Raramente ha inspirado siquiera sentimientos panindígenas entre los indígenas, en contraste a los intelectuales indigenistas. De hecho, Alejandro Flores Galindo en Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes realiza un excelente análisis sobre los movimientos indígenas y sus partidarios:

  1. los movimientos indígenas contra los mestizos eran principalmente sociales;
  2. los movimientos indígenas no tenían implicaciones «nacionales», aunque sólo fuera porque hasta después de la Segunda Guerra Mundial los propios indígenas de los Andes no sabían que vivían en el Perú;
  3. los intelectuales indigenistas del período no sabían virtualmente nada acerca de los indígenas.

De algún modo, en las repúblicas latinoamericanas el nacionalismo fue considerado como un «chiste ruritano», o asimilado al indigenismo, el descubrimiento cultural y tradiciones indígenas apropiadas, hasta que ciertos grupos en los decenios de 1930 y 1940 parecieron mostrar simpatía por el fascismo europeo (Hobsbawm, 2012). A partir de esto se entiende que en la presentación de un libro del líder de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), Héctor Llaitul, un lienzo proclamara «una sola sangre», entendiendo que a una nación indígena se pertenece según la etnia. Dicha visión se trata de una concepción excluyente y esencialista de la nación. Al mismo tiempo, el grupo Weichan Auka Mapu (WAM), escindido de la Coordinadora Arauco Malleco, considera «enemigo a cualquier no mapuche que viva en el territorio ancestral». 

Pese a todo esto, Mario Góngora (2011) recuerda que los indígenas de Chile desde 1640 van a sufrir un creciente mestizaje biológico y cultural, logrando conformarse en el siglo XVIII en la capa «popular» de Chile. Inversamente, la utopía plurinacional a través del planteamiento táctico de la autodeterminación de los «pueblos originarios» tiene implicancias geopolíticas para Chile. Álvaro García Linera, ideólogo de Evo Morales y principal asesor de la Convención Constitucional entre 2021-2022, en su libro Comunidad, socialismo y Estado plurinacional explica que el camino al socialismo implica un escenario de «guerra social total» y su objetivo pasa por liquidar el Estado-nación soberano. Alternadamente, para García Linera, «en el Estado Plurinacional los indígenas son la fuerza motriz de la construcción del Estado» (Rodríguez Elizondo, 2022).

En tales circunstancias, un primer paso táctico pasa por homologar como «naciones» a las diversas comunidades que existen en cada Estado de la región. Bajo esta lógica, el plan regional de Evo Morales era configurar una «América Plurinacional» a través del proyecto Runasur, independiente de los estados nacionales vigentes. En concreto, para Morales, la plurinacionalidad consiste en garantizar la unidad de originarios milenarios y contemporáneos. Ahora bien, poco importa —desde la táctica— que dichas «naciones indígenas» no tengan homogeneidad, territorios definidos ni proyectos futuros en común. Sin embargo, el proyecto plurinacional se remonta a las naciones incrustadas que convierten a los Estados vigentes en lo que Vladimir Lenin llamaba «Estados abigarrados», a los que contenían varias naciones y definía la autodeterminación como su derecho a la separación para formar Estados nacionales independientes. De esta forma, en Chile, el proyecto constitucional de 2022 aprobaba la mutación del histórico Estado-nación unitario en un Estado plurinacional, compuesto por naciones autogobernables y con autonomías territoriales (Rodríguez Elizondo, 2022).

Para Rodríguez Elizondo (2022), el proyecto plurinacional comprometía la zona aymara de Chile, Argentina y el Perú, en paralelo táctico con el incremento de la autonomía mapuche en la zona denominada Wallmapu, que comprende territorios de Chile y Argentina. De tal modo, el proyecto de una América Latina indigenista y plurinacional, cuyas tesis principales fueron elaboradas por Álvaro García Linera, desconsidera a los Estados-nacionales soberanos.

Comparablemente, en Europa, posterior a los acuerdos de paz de Versalles se estableció el principio «wilsoniano-leninista», que pretendía crear las fronteras de los estados-nación coincidentes con la lengua y la etnia. De los viejos imperios multinacionales se trazó nuevamente el mapa político de Europa. Por tal razón, la mayoría de los nuevos estados estaban construidos sobre las ruinas de los viejos imperios, catalogados como las antiguas «prisiones de naciones» a las que sustituyeron. Checoslovaquia, Polonia, Rumania y Yugoslavia son ejemplos para el caso (Hobsbawm, 2012).

No obstante, para Eric Hobsbawm la formula «wilsoniana-leninista», clásica para la autodeterminación hasta la secesión, no puede ofrecer ninguna solución para el siglo XXI. Del mismo modo, Rodríguez Elizondo conmemora las palabras expresadas hace un siglo por José Ortega y Gasset en su España invertebrada: “la identidad de raza no trae consigo la incorporación en un organismo nacional […] es falso suponer que la unidad nacional se funda en la unidad de sangre” (Rodríguez Elizondo, 2022, pág. 196).

En cambio, como pronostica sutilmente Eric Hobsbawm para Chile, si esta forma de protonacionalismo fuera suficiente, “a estas alturas ya habría aparecido un movimiento nacional serio de los mapuches o los aimaras. Si tales movimientos apareciesen mañana, sería debido a la intervención de otros factores” (Hobsbawm, 2012, pág. 86).

 

 

 

Bibliografía.

Góngora, M. (2011). Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago: Editorial Universitaria S.A. Novena edición.

Hobsbawm, E. (2012). Naciones y nacionalismo desde 1780. CRÍTICA Editorial Planeta, S.A. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Krebs, R. (2018). Nación y conciencia nacional. Ediciones Centro de Estudios Bicentenario, Santiago de Chile.

Rodríguez Elizondo, J. (2022). Vía constitucional a la revolución: Chile entre el estallido, la plurinacionalidad y el plebiscito. AthenaLab. Santiago de Chile.

 Roth Deubel, A-N. (2002). Políticas públicas. Formulación, implementación y evaluación. Ediciones Aurora, Bogotá, D.C.

 

[1] Sociólogo de la Universidad de Playa Ancha (UPLA) de Valparaíso, Chile. Diplomado en Desarrollo, Pobreza y Territorio de Universidad Alberto Hurtado. Especialización en Análisis de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL). Cuenta con experiencia en el ámbito de las políticas públicas, relacionadas a la superación de la pobreza, la prevención al consumo de alcohol y otras drogas, consultorías concernientes al sistema de educación universitaria y análisis de datos sobre seguridad ciudadana.

[2] Disponible en sitio web desde minuto 52:18: Luz Poblete y Pedro Cayuqueo | Influyentes 2022 | Capítulo 25 (youtube.com)

[3] Disponible en sitio web desde minuto 57:45: Capítulo 125/ Temporada 3 (youtube.com)

[4] Disponible en sitio web desde minuto 10:08: José Rodríguez Elizondo y las Constituciones de América Latina | Última Mirada (youtube.com)

 

 

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