Cultivando al público filosófico en la era de la pandemia del COVID-19: una revisión de la democracia deweyiana a través de la práctica filosófica

Yosuke Horikoshi (Japón) es investigador de la Sociedad Japonesa para la Promoción de la Ciencia y de la Universidad de Tokio en Japón. Es un promotor de la práctica filosófica en el país y tiene algunas publicaciones al respecto (horikosh@ip.u-tokyo.ac.jp).

Yosuke Horikoshi, un activo promotor de la práctica filosófica en el Japón, nos cuenta aquí su experiencia de trabajo con los cafés filosóficos en este país en los tiempos de Pandemia. Distinto de la forma de entenderlo más tradicional, el concepto de “público” de John Dewey habla de una relación basada en intereses comunes, en donde las personas tienen la capacidad de juzgar la influencia del conocimiento y los temas de actualidad, desarrollando un intercambio democrático y basado en el entendimiento de las diferencias. En su texto, nos muestra cómo en la sociedad del Japón actual, el COVID-19 ha destruido parte del entramado social que se da cuando las personas comienzan un estudio o un trabajo. Basado en su experiencia de cientos de aplicaciones de cafés filosóficos en la Pandemia, nos lleva por interesantes conceptos de ese autor norteamericano, comparándolos con la realidad propia del Japón y del mundo hoy en esta época de crisis y cambios.

David Sumiacher

 

Enviado el: 27 de noviembre de 2020

En tiempos en que la realidad parece que nos excede la filosofía es un medio para transformar quienes somos

 

Cultivando al público filosófico en la era de la pandemia del COVID-19: una revisión de la democracia deweyiana a través de la práctica filosófica[1]

La filosofía nos ha dado el poder de reflexionar, cambiar y resistir respecto a las fuerzas que existen en el mundo y en nosotros mismos. Pero, ¿qué pasa en la era del COVID-19? ¿Sigue siendo eficaz durante este desastre y cómo podría serlo?

Una de las cosas interesantes de la filosofía es que podemos obtener conocimientos filosóficos mediante la lectura de los grandes clásicos. Esto parece ser lo que la gente normalmente imagina cuando se trata de esta disciplina. Sin embargo, hay otra forma de filosofar en nuestra vida diaria: la práctica filosófica. Hoy en día existen varios tipos de prácticas filosóficas en todo el mundo, incluidos los cafés filosóficos, la filosofía para y con niños, los diálogos neo-socráticos, el asesoramiento filosófico y la consultoría filosófica[2].

A pesar de esta variedad, en esencia, estas prácticas son similares en el sentido de que las llevan a cabo más de dos personas que discuten las cosas mediante el diálogo filosófico y la investigación. Se supone que los temas que conforman estas prácticas son preguntas que no podemos responder fácilmente, pero que tampoco podemos dejar de pensar: “¿cuál es el significado de la vida?”; “¿Por qué tenemos que trabajar?”; “¿Qué es lo correcto?”. Este tipo de proyectos ahora se llevan a cabo en todas partes, como en cafés, escuelas, empresas u hospitales; y de varias maneras, dependiendo del propósito.

Si bien los resultados de las prácticas filosóficas varían de persona a persona, me gustaría centrarme en los aspectos sociales de estas prácticas en este artículo, particularmente en el poder de las prácticas filosóficas para crear “público”.

Una gran cantidad de escuelas, empresas e instituciones de todo el mundo se ven ahora obligadas a trabajar desde casa utilizando Internet. Esto nos priva de la comunicación esencial cara a cara, por lo que los practicantes de la filosofía ya no pueden trabajar como solían hacerlo. Sin embargo, un resultado notable de la crisis del COVID-19 es que ha obligado a los profesionales a encontrar una forma de realizar su práctica filosófica en línea.

Por ejemplo, este noviembre, según el «Calendario de cafés filosóficos», se celebraron más de 50 cafés filosóficos en línea en Japón[3]. Aunque los cafés filosóficos son una de las prácticas filosóficas más populares hasta ahora, en ningún otro momento se han realizado tantos cafés en línea desde que la práctica comenzó a extenderse por todo Japón en la década de 2010[4]. Es obvio que algunas personas necesitan desesperadamente una oportunidad para pensar las cosas con otras, no solo porque carecen de otros medios de comunicación íntima, sino también para reflexionar más sobre sí mismas.

He estado dirigiendo cafés filosóficos en línea de forma mensual desde abril, cuando el COVID-19 comenzó a extenderse ampliamente en Japón[5]. Si bien la capacidad está limitada a alrededor de 20 personas como máximo para llevar a cabo el diálogo correctamente, entre 40 y 60 personas se postulan frecuentemente para participar. Teniendo en cuenta esta situación, decidí realizar estos cafés con más frecuencia de lo que inicialmente anticipé, especialmente para las personas que recién empiezan a ser parte de la sociedad, porque supuse que este grupo de personas sería más vulnerable ya que carecían de varias experiencias que podrían obtener si no fuera por el COVID-19.

Primero, comencé a organizar cafés para estudiantes de bachillerato y de primer año de universidad. Casi todos los estudiantes japoneses participantes informaron que no podían estudiar ni hacer amigos en la escuela después de ser admitidos. Ni siquiera se les permitió entrar a los Campus durante más de medio año. Los medios de comunicación transmitieron esta situación cuando estos estudiantes tenían depresión e informaron que algunos de ellos estaban pensando en abandonar o dejar de aprender debido a la percepción de falta de oportunidades que esperaban tener en la universidad[6]. Por lo tanto, mis colegas y yo nos turnamos para facilitar un café filosófico en línea en el Institute of Global Concern en la Universidad de Sophia todos los meses, para que los estudiantes pudieran seguir aprendiendo y se conectaran con sus compañeros[7].

En segundo lugar, un banco me pidió que dirigiera un café filosófico para sus empleados nuevos, especialmente para aquellos que acababan de terminar sus estudios y nunca habían trabajado antes. Las personas ni siquiera habían conocido a sus compañeros aunque había pasado un año desde que habían sido contratados. Al participar en el café filosófico, discutiendo preguntas como «¿en qué estamos trabajando?», llegaron a darse cuenta de lo que realmente querían ahora y en el futuro, cosa que no habían tenido la oportunidad de pensar ni de hablar con sus compañeros hasta entonces.

Al llevar a cabo estas prácticas filosóficas, me di cuenta de que existe una cierta necesidad de que las personas tengan la oportunidad de hablar sobre sí mismas y de tomar perspectivas de los demás. Y debido a que las prácticas tienen lugar filosóficamente, se entiende que nadie tiene una respuesta absoluta a una pregunta abierta y que cualquiera puede participar en la discusión incluso si no comparten el mismo origen cultural o demográfico. Por lo tanto, pueden hablar libre y francamente sobre sus propias experiencias y comprometerse con la investigación. Las sesiones que celebré parecieron funcionar bien de esta manera con base a las respuestas positivas que recibí de los participantes.

Por otro lado, comencé a darme cuenta de que las prácticas filosóficas no solo son un medio para cuidar y llevarse bien con los demás durante la pandemia de COVID-19, sino, también, un medio para cultivar “el público” mediante estas prácticas en línea.

Desafortunadamente, no habíamos usado mucho software de comunicación por video cuando realizábamos eventos o reuniones en Japón antes del COVID-19, y no fue necesariamente fácil para los participantes locales y las personas que se sienten incómodas hablando en presencia de otros acceder a los cafés filosóficos. Sin embargo, la situación nos obligó a adaptarnos rápidamente a esta comunicación, y ahora podemos incluir participantes anónimos que participan usando solo sus voces. Personas de áreas locales e incluso quienes viven en el extranjero, por lo que ahora se incorporan muchas más perspectivas que antes a los diálogos. Como resultado, hemos terminado celebrando más de 100 cafés de filosofía al mes hasta ahora, tanto en línea como presencialmente. Esto no solo ayuda a promover las interacciones entre la gente en el hogar, sino que también hace que los participantes tomen conciencia de cuál es el problema, qué es lo que realmente quieren y qué deben hacer.

Cuando pienso en la situación en su conjunto, no puedo evitar recordar a John Dewey, un filósofo pragmatista estadounidense. Su obra principal sobre filosofía política El público y sus problemas fue escrita en 1927, hace casi cien años, justo después de que la gripe española se extendiera por todo el mundo y justo antes de que comenzara la Gran Depresión[8].

En su libro, Dewey afirma que la modernización ha destruido gradualmente la comunicación íntima en las comunidades locales que alguna vez habían sido parte de la tradición de las “reuniones locales” en los Estados Unidos, lo que conduce a una “nueva era de relaciones humanas”. Según Dewey, esta era “ha expandido, multiplicado, intensificado y complicado tan enormemente el alcance de las consecuencias indirectas, ha formado tan inmensos y consolidados grupos, sobre una base más impersonal que comunitaria, que el público resultante no puede identificarse y distinguirse a sí mismo” (Dewey, 1991: 126).

Su objetivo al escribir este libro era redescubrir y reorganizar a este público con el fin de activar la democracia, no solo como un modo de gobierno, sino como una forma de vida comunitaria y de investigación social, a través de una comunicación inclusiva que encierra tantas perspectivas diferentes como sea posible para resolver problemas. De esta forma, a la democracia deweyana también se le puede llamar “democracia epistémica”, como algunos han señalado[9]. Sin embargo, según el pronóstico de Dewey, el público parece haberse perdido, no completamente, pero existe ahora solo de una forma oscura.

Dewey define «The Public» como personas que comparten (o podrían compartir) intereses y las consecuencias de diversas transacciones sociales, en lugar de tener un concepto fijo y tradicional de ciudadanos o personas que viven en el mismo lugar o que tienen las mismas raíces nacionales o raciales. El público es una unidad que se ve, o podría verse, afectada por cualquier acción social, aunque los miembros a veces desconocen las consecuencias y sus propios intereses o incluso desconocen lo que realmente quieren en primer lugar.

Por lo tanto, se supone que el público debe estar al tanto de estas cosas para ser eficaz en la realización de la democracia. Algunos acusan a Dewey de sentir nostalgia por las “comunidades locales” en el viejo Estados Unidos, donde las personas eran activas en su comunidad debido a los lazos compartidos. Así, sostienen que Dewey apunta a restaurarlas para integrarlas nuevamente al público. Aunque admito que esta perspectiva es parcialmente correcta, sugeriría pensar este argumento en un contexto más contemporáneo para aplicarlo a nuestra situación actual.

Centrándonos en el hecho de que Dewey enfatiza la necesidad de una comunicación cercana, especialmente el diálogo y la cooperación efectiva, se podría decir que dicha comunicación se limitó al ámbito de una comunidad local que permitió tal comunicación a principios del siglo XX. Sin embargo, hoy en día también podemos cooperar y comunicarnos estrechamente entre nosotros en línea porque la tecnología permite interacciones vívidas a través de Internet.

Esto sin mencionar el hecho de que Dewey no asumió que la comunicación y la cooperación por sí solas fueran suficientes para organizar al público porque, según él, los miembros del público también deberían emitir opiniones públicas, basadas en conocimientos confirmados. Esto no se puede sostener hoy lo suficiente, especialmente en una era de post-verdad. Sin embargo, Dewey dice que “una cosa se conoce completamente solo cuando se publica, se comparte y se accede socialmente. El registro y la comunicación son indispensables para el conocimiento. El conocimiento encerrado en una conciencia privada es un mito, y el conocimiento de los fenómenos sociales depende peculiarmente de la divulgación, ya que sólo mediante la distribución se puede obtener o comprobar tal conocimiento” (Dewey, 1991: 176-177).

Por otro lado, también afirma que “no es necesario que la mayoría tenga el conocimiento y la habilidad para llevar a cabo las investigaciones necesarias; lo que se requiere es que tengan la capacidad de juzgar la influencia del conocimiento proporcionado por otros sobre preocupaciones comunes” (Dewey, 1991: 209). De esta forma, explica este punto utilizando una metáfora impresionante: «El hombre que usa el zapato sabe mejor cómo pellizca y dónde pellizca, incluso si el zapatero experto es el mejor juez de cómo se debe remediar el problema» (Dewey, 1991: 207).

Supongo entonces que la práctica filosófica es un concepto clave para reconstruir al “público” del que habla el autor. Primero, nos proporciona preguntas abiertas sin que se permitan suposiciones implícitas. Todo conocimiento o norma debe investigarse mediante la indagación con el mayor número de participantes posible. Además, la práctica filosófica no es un debate político para defender algo o un movimiento, como una protesta, que lucha a favor o en contra de algo. Un café filosófico, por ejemplo, no es un espacio para que se exprese un grupo de personas que tienen la misma opinión, sino más bien un espacio para un grupo de personas que se hacen la pregunta «¿por qué?», retomando diferentes opiniones e intereses correspondientes a sus propias experiencias. Es natural que a veces no existan opiniones e intereses fijos antes de la investigación o incluso después.

En segundo lugar, un café filosófico no es necesariamente un espacio para tratar de resolver un problema social real buscando directamente una respuesta específica, sino más bien un espacio para formar opiniones públicas al juzgar algo de acuerdo con lo que realmente es el problema, lo que debería ser, o incluso qué conocimiento tenemos sobre ello. Su objetivo es renovar constantemente nuestras variadas percepciones e intervenir en el status quo que inconscientemente tenemos en mente, para que los participantes sean capaces de reconstruir sus propias perspectivas, juicios y conocimientos en el sentido deweyano.

Si bien es cierto que el propio Dewey no afirmó literalmente que la gente debería involucrarse en prácticas filosóficas, creo que una de las formas más efectivas de lograr la democracia como una forma de vida y restaurar al público es implementar estas prácticas filosóficas. Estas prácticas nos obligan a prestar atención al mundo interior y exterior y aclaran nuestros intereses a través del diálogo y la investigación en lugar de ceñirnos al status quo, que tendemos a asumir que seguirá siendo el mismo para siempre. De esta forma, creo que estas prácticas pueden ayudar a reorganizar al público.

  1. Traducción del inglés realizada por David Sumiacher.
  2. Cf. Marinoff, Lou. (2001). Philosophical Practice. San Diego, CA: Academic Press.
  3. https://www.135.jp/events_top/events-online/ (accesado el 11/22/2020)
  4. Cf. Kono, T., Murase, T., Terada, T., & Tsuchiya, Y. (2017). Recent Development of Philosophical Practice in Japan. In Journal of the APPA, 12(2), pp. 1935–1946.
  5. Cf. Horikoshi, Yosuke. & Kono, Tetsuya. (2020). Philosophical Practices in Japan from School to Business Consultancy. In Philosophical Practice and Counselling 10(1).
  6. https://www.nikkei.com/article/DGXMZO62832230Q0A820C2AC1000/ (Accessed:11/22/2020)
  7. https://dept.sophia.ac.jp/is/igc/index.php?l=e (Accessed:11/22/2020)
  8. John, Dewey. (1991). The Public and Its Problems: An Essay in Political Inquiry. Swallow Press.
  9. Cf. Anderson, Elizabeth. (2006). “The Epistemology of Democracy”. In Episteme 3(1-2). pp. 8-22; Bohman, James. (2009). “Epistemic Value and Deliberative Democracy”. In the Good Society, Volume18, pp. 28-34, Penn State University Press.

 

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