Un vals con la muerte: el Cine de Oro y la ranchera

Un film de Compañía CroMagnon

Por Natalia Bocanegra

 

Primera llamada: Me he de comer esa tuna

Coloquio ficcional: sobre la ranchera y el género es un proyecto multidisciplinario que rastrea la genealogía del arquetipo del macho en el Cine de Oro y el vínculo del género ranchera con la performer queer Wicha Pancha, artista que parodia este género en los 80´ en el ambiente under de la Ciudad de México.

CroMagnon es una compañía de teatro y performance dedicada específicamente a tratar temas de género. Ahora están, por segunda temporada, en la cartelera del Teatro La Capilla. El Coloquio Ficcional echa mano de la formalidad de los encuentros académicos para inmiscuirnos en disparatadas interpretaciones sobre este cine que aún atraviesa nuestro imaginario, lo hacen de una forma irónica y divertida donde logran adaptarse a la perfección a las plataformas digitales donde desarrollamos la vida durante la pandemia, pues transmiten por Zoom.

Nos guste o no, la ranchera forma parte de nuestro ADN cultural. Hace apenas dos generaciones configuró la educación sentimental de nuestros abuelos y, por consiguiente, de nuestros padres. Ser mujer y sufrir o ser hombre y ser un borracho melodramático venían en la misma Cajita Infeliz. Incluso si revisamos la programación semanal de la televisión abierta o privada, habrá un listado de películas del Cine de Oro educando aún a millones de mexicanos. ¿Cómo vamos a cambiar el machismo si para muchos todavía no hay acceso a otra narrativa?

Visto de lejos pareciera que a nuestra generación no llegó del todo el eco del Cine de Oro y quizá a las generaciones más jóvenes les resulta un armatoste arcaico. Pero si miramos mejor hay mucho de esto que se replica sin ser, por lo menos, cuestionado. Y no es que de este cine nazca el machismo, viene de siglos antes. Por eso es importante repensar y reconstruir y qué mejor que en coloquios ficcionales.

¿Qué nos ha sido prohibido imaginar?

 

Intermedio: una variedad de charros machines y no tan machines

En una ranchera nos canta Jorge Negrete: “me he de comer esa tuna”, poco falta para que cante: “por la buena o por la mala, con todo y cáscara y espinas”. Las películas del Cine de Oro abundan en escenas de hombres peleando, emborrachándose y siendo parranderos, mientras que las mujeres alternan entre adorarlos y padecer sus agresiones. Ellos son los protagonistas de las historias, ellas aparecen siempre como personajes secundarios. Algo parecido pasa en el Coloquio como guiño de una realidad atroz.

Nos guste o no, los valores de la ranchera y del Cine de Oro están en nuestra médula, por eso vale la pena repensarlos. Tan sólo hay que ver a Juan Gabriel vestido de charro cuando su música ya se separa bastante de este género. Ser un macho vestido de ranchero aún es un valor agregado en el imaginario colectivo, ser un hombre homosexual vestido de charro también lo es. Y tristemente ser un macho, en muchos contextos, también lo es. La cosa es parecerse al arquetipo del macho mexicano. Ahí está el mérito.

Es algo que está en el tuétano de nuestra cultura, no resulta exclusivo de un sector. El machismo no distingue edad, sexo, raza, religión, clase social ni orientación sexual. Por eso el Coloquio Ficcional debería transmitirse en cadena nacional por radio y televisión. Detrás de muchísimos hogares se encuentran los corazones machistas que irrigan sangre a todas las arterias del país.

 

¿Qué nos ha sido prohibido imaginar?

 

Segunda llamada: ni truenan ni echan humo

El Coloquio Ficcional va al meollo: la formación de un estilo de “héroe” ni siquiera es una invención mexicana, sino un panfleto yankee para aborregar masas en un contexto donde se creaba un nuevo orden durante la segunda guerra mundial. La fórmula infalible de matracas, machines y caballos fue la precampaña del neoliberalismo. Mientras entretenían a la sociedad mexicana con estos filmes se hacía una exportación masiva de materias primas y comenzaba la construcción de bases militares en Cuba, Perú, El Salvador, Costa Rica, Paraguay, Honduras, Colombia, etcétera. México era y es una pieza importante, y Estados Unidos supo cómo usarlo a su favor.

Basta con echar una mirada a cualquier escena aleatoria dentro del género para encontrar una apología del machismo: “vengo de tierra de hombres”, “tarde o temprano habrás de ser mía”. No puede faltar la escena de hombres peleando con machetes mientras usan metáforas como “esa es mi gallina”. Este imaginario está vivo y a flor de piel: hace poco vi a dos hombres pelear con machetes en la provincia mexicana. Encima, este cine construye una identidad fragmentaria donde no caben los indígenas sino al margen, pensemos en Macario.

Muchas películas del Cine de Oro están insertas en un contexto revolucionario, donde no sólo las mujeres eran agredidas, sino que no se respetaban los derechos humanos de nadie. El machismo sólo es posible en la barbarie y dentro de otro sistema de violencias mayor.

No puedo dejar de pensar en la continuación del Cine de Oro: el cine de ficheras, con auge en los 70´y 80 ́, donde la mujer es, muchas veces, una prostituta que avienta una moneda al aire porque vale más la pena la muerte que la sumisión. Estas son las representaciones de la mujer en el cine mexicano hasta ese momento y esta es nuestra educación sentimental.

 

Tercera llamada: La venganza de la charra negra

–¿Ha escuchado hablar sobre Wicha Pancha?-

–Ah, caray… ¿La performer que encerraron cinco años en Lecumberri y quizá otros tantos en el manicomio de Santa Catarina?

–Ándele, esa mera.-

Aquí arde la zarza. Un fuego que no se consume. Un charrx con bolas de fuego.

Wicha interrumpe los monólogos del Coloquio Ficcional, hasta que se manifiesta con un performance que recrea lo que podemos imaginar pasaba en los ambientes ochenteros. Negro sobre rojo. Rojo sobre negro. Un cuarto a oscuras con varias almas en pena y quizá algún otro ya sin alma. ¿Era sangre lo que se veía en los performance? ¿Eran perros los que ladraban? ¿Era un performance o un ritual?

Wicha hacía música electrónica digna del mejor bar under de cualquier macrociudad. Me recordó a la fermentación emotiva de las letras del Muertho de Tijuana. De Wicha sólo quedó un huacal con una bata, algunas fotos, un par de libretas y una agenda telefónica con dibujos de caguamas. Sobre su final hay varias teorías.

El Coloquio Ficcional no se agota en la obra de teatro. También hicieron un documental en tres capítulos: Wicha La Mala, que se puede ver ahora en la página de Teatro UNAM. Únicamente quedan dos funciones los siguientes dos sábados de febrero.

 

¿Qué nos ha sido prohibido imaginar?

 

 

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