La luz que nunca ha de apagarse

Por Gavo Montalvo

Hace bastante tiempo sentí la necesidad de hablar libremente sobre la majestuosa película Luz de luna, o Moonlight en su título original. La película está escrita y dirigida por Barry Jenkins. Interpretada increíblemente por Alex Hibbert, Ashton Sanders y Trevante Rhodes en los papeles principales, cada uno en una época distinta de la vida del personaje principal, interpretando el mismo papel.

La tesis de la película es clara y concisa, y la vemos reflejada en una de las primeras escenas: el personaje que interpreta Mahershala Ali le dice a Alex Hibbert (que interpreta al personaje principal en su época de niñez) que no debe dejar que nadie le diga quién debe ser, y que en algún momento va a tener que decidir quién quiere ser.

Así, el tema principal es el descubrimiento de la identidad como persona con el transcurso de los años, con el paso de la de la niñez a la adolescencia, y de la adolescencia a la adultez. Al hablar de la identidad también hablamos de la identidad sexual, el descubrimiento de la orientación, el conocimiento de sí mismo. Por consiguiente, se espera el conflicto que tiene el personaje en su adultez al reencontrarse con la persona que lo marcó sentimentalmente (un amigo que conoce desde niño) y él único hombre que lo ha tocado, no sólo físicamente sino interiormente.

Después de ese encuentro que ambos tuvieron en la adolescencia, el protagonista queda marcado y lucha con el dilema que ha tenido sobre su identidad sexual. Vemos que por esa razón ha formado una especie de coraza o caparazón, que refleja en su físico, pues está hecho un hombre fornido y al parecer impenetrable, hasta que se vuelve a abrir con su amigo de infancia, y le confiesa que lo que pasó y vivió junto a él dejó una profunda e insospechadamente significativa huella en su alma.

Respecto al amigo de la infancia, vemos que él está feliz con el oficio que está ejerciendo y donde se encuentra, en resumen, con la persona que es en ese momento. Por fin ha decidido ser la persona que quiere ser, a pesar de no ser mucho desde una perspectiva privilegiada o superficial. Mientras que el personaje principal está envuelto en algo que no es y que no quiere ser. Aparte de haber crecido con una madre que abusa de las sustancias ilícitas, en un barrio donde los cárteles de la droga tienen el poder y la última palabra; ha estado negándose a sí mismo, a lo que debió ser y el camino que debió elegir. Para terminar, convirtiéndose en un traficante y en el hombre rudo e implacable que parece ser.

Sin duda, la escena final es bellísima. Luego de una conversación entre ambos, se quedan un corto tiempo en un silencio que dice mucho. Inmediatamente pasamos a una escena de poca luz, que hace alusión a que muchas veces desde la oscuridad vemos las cosas con más claridad. El personaje principal se recuesta en el hombro mientras es acariciado por el único hombre que lo conoce verdaderamente, el hombre que lo hace ser quien en verdad es. Lo esencial de esta escena es este hombre que parecía tan recio, tan imponente, dejándose llevar a donde todo lo malo parece no existir. Y es en ese momento donde al cerrar los ojos logra ver a su niño interno, que aún está ahí y que siempre ha estado, y que siempre estará, por más que uno lo niegue o lo oculte.

Nada puede ser más bello que el mensaje principal de esta escena; somos quienes somos en verdad con la persona que nos marca, más allá de su género o sexo, es el alma quien ha conectado. Que en el lugar donde te sientes amado, donde te sientes vivo, donde no tienes que usurpar un rostro más que el tuyo, donde logras ver a tu niño interno; ahí es, justo ahí.

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