La experiencia futbolística

Tragedia, violencia y fanatismo en el fútbol

 

Por Saúl Pérez Sandoval[1]

Son múltiples los escritores que a lo largo de su vida hablaron maravillas del fútbol, Albert Camus, en su relato titulado Lo que le debo al fútbol[2], señalaba que «después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Eduardo Galeano, con su libro El fútbol a sol y sombra, y Juan Villoro, con Dios es redondo, hablaron grandes cosas del fútbol y de esa experiencia visual que les producía un gran placer, aunque Villoro habla de la religión en que se puede llegar a convertirse el fútbol para sus aficionados; y Galeano sobre la parte más oscura que oculta ese deporte, el fútbol como un negocio lucrativo. A diferencia de otros como Borges que, en las múltiples entrevistas que le realizaban, siempre que podía expresaba una repulsión al mismo. «El fútbol es popular porque la estupidez es popular» decía. Y así nos podremos encontrar diversas opiniones respecto al mismo en cualquier ámbito. Habrá quienes lo aman y quienes lo odian, o les sea algo indiferente.

En general, podemos decir que cualquier deporte es, sin lugar a dudas, una experiencia extraordinaria, ya que cada uno mantiene sus propias reglas y dinámicas, pero es muy diferente la experiencia de jugarlo a solo verlo. Jugarlo es algo que todo niño busca, ya que el juego es algo distintivo en la infancia y es una forma que les permite simbolizar a través de la experiencia del jugar. Saber que de niños solo se necesitaba de dos piedras para armar la portería y con una botella comenzaba el partido era un movimiento extraordinario, se podía soñar con ser Ronaldinho, Zidane, Buffon, Maldini o alguna estrella del momento. Aquel juego era una experiencia lúdica, colectiva y estratégica para poder llegar a ganar los partidos. Una vez que se terminaba el juego, se recogían las piedras y cada uno regresaba a su salón o a su casa con una sonrisa interna por haber pasado un rato con los amigos y salir por un momento del estrés cotidiano.

La dosis se repetía cada que se podía y cuando no, era un suceso trágico, ya que se tenía que jugar simplemente usando la imaginación o en los sueños para lidiar con ese deseo inmanente.

Estas experiencias se viven en México y en otros países de Latinoamérica, principalmente, dónde el fútbol se vuelve el máximo deporte, y al crecer se va buscando una identidad con el mismo; lo más seguro es que se opte por el equipo de alguno de los padres, pero, en ocasiones, la referencia al equipo se encuentra fuera del círculo familiar.

En mi paso por el fútbol, de aficionado y jugador en canchas, puedo decir que es un deporte que tiene una serie de valores como el compañerismo, que se ve reflejado al confiar en los otros; la amistad, que se genera en el deporte; y el respeto por el rival. Aunque sabemos que no siempre sucede así, ya que no falta quienes ensucian este deporte (y cualquier otro). El fútbol también requiere de una gran habilidad y destreza con los pies, a parte de la coordinación que se necesita con todo el cuerpo. Cómo se lamentaba Galeano al no tener dicha habilidad: «Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy mal porque siempre fui un «pata dura» terrible. La pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor no correspondido” (Galeano, 2006, p.5).

Una experiencia que me dejó ver en qué convierten muchos el fútbol sucedió hace unos años, en un campo llanero del Deportivo Xochimilco. Era un partido ordinario, como es el ritual que se sigue previo al juego, el director del equipo, como quien dirige una orquesta, puso las credenciales en el suelo y ordenó el once titular, yo estaba de defensa lateral derecho, una posición en la que me siento muy cómodo. Salimos al partido, yo con ligero nerviosismo, siempre es mayor la responsabilidad para el defensa de no dejar pasar a ningún jugador o balón; todo iba bien, el marcador seguía en ceros, pero de repente un balón me llegó directamente, lo estaba esperando en mi posición, y al momento de elevarse siento un empujón por la espalda, esto hizo que me cayera unos centímetros adelante y perdiera la oportunidad de controlar el balón. El árbitro marcó falta a nuestro favor y el jugador que la cometió comenzó a gritarle al árbitro, en ese momento veo cómo un compañero de mi equipo lo encara y se comienza a armar una batalla en donde, cubiertos por sus equipos, comenzaron a empujarse unos a otros. Yo solamente me senté a observar, pensando en qué se ha convertido el fútbol, un deporte que nos lleva de la pasión al fanatismo desenfrenado. Cuando terminó el conflicto, varios de mis compañeros me hicieron burla, argumentando que tenía miedo y más burlas características sobre la masculinidad que se ha construido desde hace siglos en torno al sujeto mexicano. Esto no me afectó, pero fue el punto de partida decisivo para pensar si valía la pena seguir en equipos que se iban a pelear cada 8 días, que posiblemente tenían vidas conflictivas, y como bien lo diría Freud, tenían un malestar por la cultura y sus imposiciones, por lo que buscaban el momento para actuar como en el Serengueti, con el instinto a flor de piel, olvidándose del motivo principal por el que iban, que era jugar fútbol.

Hegel, en su libro Introducción a la historia de la filosofía, hace una distinción muy radical entre los seres humanos y los animales (no humanos). «Lo que el hombre tiene de más que el animal lo posee por el pensamiento. Todo lo que es humano, lo es solamente porque el pensamiento está activo en ello (…) En tanto que se es humano, se es solamente por el pensamiento» (Hegel, 1983, p.26). Esto puede ser algo bastante contradictorio con los acontecimientos suscitados durante el 5 de marzo en el estadio La corregidora de Querétaro, ya que lo que menos abundaba en esa situación era el ser racional, simplemente se podía observar un sadismo, dónde la violencia, el fanatismo y, siguiendo a Hegel, la falta de pensamiento era lo que imperaba. Sabemos que en los estadios se puede pasar de un momento de disfrute a uno de violencia en cuestión de segundos, personas que tienen un grupo detrás que los protege adquieren la valentía para agredir a los contrarios. Como muchos pueden pensar o argumentar, esta situación es un reflejo de la violencia que se vive día a día en el país. En el ámbito escolar, laboral y familiar, como Bourdieu menciona, la dominación, y en mis palabras, la idea hegemónica en las estructuras sociales de cómo ser en la sociedad, viene desde estos grupos e instituciones primarios en el sujeto, en donde ser hombre adquiere sentido siempre y cuando se actúe de manera violenta y agresiva ante cualquier circunstancia que se le suscite en la vida y esto se “imprime en los cuerpos” (Bourdieu, 2000, p.56) y en la mente de cada sujeto. Se ha normalizado la violencia en México y en el mundo, solo se ve eso en los noticieros y en la experiencia cotidiana:

 “Lamentablemente, en la vida cotidiana nos hemos acostumbrado a tener contacto con noticias que implican situaciones de fuerte violencia, como las desapariciones forzadas, el descubrimiento de fosas clandestinas humanas, las peleas entre cárteles del narcotráfico con la consecuencia de muchas muertes, una guerra de tintes perpetuos que parece no tener fin” (Falleti, 2020, p. 14).

Es una situación lamentable en la cual se necesita tomar cartas en el asunto para que los responsables cumplan sus condenas por homicidio y agresión física, al igual que los administrativos del estadio. Ojalá que este acontecimiento tan fatal sirva de ejemplo para no otorgarles esa idea sobre lo que es el fútbol a los niños y niñas; si se quedan con esas ideas van a relacionar al deporte con el miedo o la violencia, en lugar de poder pensar que ir a un estadio es disfrutar de un partido con los amigos o la familia. Es necesario, por lo tanto, no permitir el acceso a las llamadas “barras” de fútbol, que promueven la violencia en los estadios. De igual manera, se necesita de más elementos policiacos que busquen la seguridad en todo momento y que no ayuden a los agresores, como se observó en algunos videos sobre el suceso. Un hecho lamentable y trágico para México y el fútbol, en donde tendrá que exigirse un cambio radical en la liga de fútbol mexicana.

Concluyo mencionando que el fútbol ha perdido su esencia, ya no es ese deporte de disfrute y goce que como niños muchos experimentamos, ahora es una industria controlada, y peor aún, parece una guerra, es saber que si te encuentras con alguien que tenga una camiseta opuesta a la tuya, es tu rival y lo tienes que golpear hasta matarlo (por lo menos eso nos dice está situación), una analogía de la sociedad que nos retrata el rechazo o la intolerancia a lo diferente, a la disidencia, que se puede resolver en el diálogo y enfrentamiento de ideas, no de cuerpos. El fanatismo desenfrenado, la violencia en los diferentes ámbitos, y la falta de pensamiento en la actualidad, como diría Hegel, originan este tipo de conflictos que llevan a la muerte de personas que solo iban a disfrutar de un partido de fútbol. El ser humano es cada vez más irracional y parece que muchos olvidan el diálogo y optan por usar la violencia como medio para comunicar, pierden, o nunca tuvieron, la capacidad distintiva que nos diferencia de las demás especies y que nos obliga a tener más responsabilidad en nuestros actos y decisiones, el pensamiento racional.

 

 

Bibliografía.

Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona. Editorial Anagrama.

Camus, A. (1958). Relato “Lo que le debo al fútbol”. Actuelles III, Chroniques Algériennes.

Falleti, V., Juarez, E., Delgado, R. (2020). Política y Violencia. Aproximaciones desde la psicología social. México. Editorial Terracota.

Galeano, E. (2015). El fútbol a sol y sombra. México. Editorial Siglo XXI.

Hegel, G. (1983). Introducción a la historia de la filosofía. Madrid. Editorial Sarpe.

Villoro, J. (2006). Dios es redondo. Barcelona. Editorial Anagrama

[1] Investigador y Estudiante de Psicología en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.

[2]  Este texto de Albert Camus apareció en 1958 en “Actuelles III, Chroniques Algériennes”. Después fue compartido en octubre de 1996 en la publicación cultural argentina ‘La Maga’.

 

 

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