Por María de Jesús López Salazar*
El concepto de imaginario, sin adjetivación alguna y en el sentido definido por Gilbert Durand como “la estructura interna de relación de imágenes” (Durand, 1960 cit. por Vela Valldecabres, 2005:73),[1] ha adquirido presencia en las ciencias sociales. Diferentes autores e investigaciones empíricas utilizan este concepto para resaltar el carácter construido de la realidad social (Fuentes Gómez y Rosado Lugo, 2008), es decir, que todo grupo social actúa a partir de instituciones que son creadas por los integrantes del propio grupo social y que tienen la capacidad de prescribir el interactuar de las personas (Berger y Luckmann, 2003). De esta manera, instituciones como lo urbano, entendido como “un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias” (Delgado, 1999:23), pueden ser comprendidas como órdenes simbólicos que normalizan la vida cotidiana, hasta llegar a ser supuestos como reales y legítimos por los grupos sociales que se asientan en áreas testigo de las ciudades (Duhau y Giglia, 2008).
Así, el concepto de imaginario enfatiza que no existen dinámicas naturales en las sociedades. Las personas perciben necesidades y luego luchan por su institucionalización o, en palabras de Berger y Luckmann (2003), por una “tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores” (p. 74).
Durante el siglo XX diferentes disciplinas científicas emplearon el concepto de imaginario para investigar problemas diversos: Sigmund Freud, Jean Piaget, Carl Gustav Jung y Jacques Lacan en la psicología; Gaston Bachelard, Ernst Cassirer y Cornelius Castoriadis en la filosofía; Georges Duby y Jacques Le Goff en historia; Gilbert Durand y Jean Duvignaud en la antropología; y Serge Moscovici y Denise Jodelet desde la psicología social —por mencionar a algunos—; de esta forma, realizaron importantes contribuciones para explicar fenómenos sociales partiendo del análisis del imaginario (Fuentes Gómez y Rosado Lugo, 2008).
Debido a la diversidad de los fenómenos abordados y a la naturaleza de cada disciplina científica, la conceptualización del imaginario no ha sido la misma; no obstante, cada una de estas conceptualizaciones ha reconocido la relevancia del concepto en cuanto herramienta analítica pertinente para sus propósitos (Fuentes Gómez y Rosado Lugo, 2008).
En los estudios de la ciudad y lo urbano acudir al empleo del imaginario llevó más tiempo en comparación con las disciplinas antes mencionadas. Así, autores europeos como Richard Fauqué o Raymond Ledrut acudieron a la noción de imaginario para explicar los vínculos entre la configuración social de las ciudades, sus prácticas socio-espaciales y las representaciones individuales sobre la misma ciudad (Delgado, 2015). Empero, no obstante que los estudios citados develaron la relevancia del imaginario, poco pudieron hacer para que se mantuviera el interés investigativo sobre el tema y su expresión urbícola (Analco Martínez, 2016).
Hasta la década de 1980 existió intransigencia hacia las investigaciones sobre los imaginarios urbanos debido a “la perspectiva que ha concebido el espacio como un producto social, manteniendo un importante énfasis en lo material” (Lindón, 2012:592). Es una visión que entiende a las ciudades, por tanto, como productos sociales e históricos que tienen “límites físicos y virtuales, así sean porosos, que demarcan fronteras entre lo urbano y lo rural; y tienen bordes que separan distintas entidades político-administrativas. Se trata de límites que no sólo separan el campo de la ciudad y a distintos niveles de gobierno con atribuciones sobre el territorio” (Delgadillo Polanco, 2016:146).
De este modo, se comprende que lo propuesto por Fauqué y Ledrut no fuera atrayente para otros autores en su momento y no promoviera investigaciones acerca de las representaciones de los urbícolas respecto de lo urbano. Sin embargo, durante la década de 1990, campos disciplinarios como la geografía, la antropología y la psicología social realizaron investigaciones para estudiar el espacio urbano desde otros enfoques, incluyendo al imaginario urbano, sobre todo en Latinoamérica (Mckelligan, Treviño y Bolos; 2004). En este sentido Alicia Lindón menciona que:
Por cauces diferentes a las comentadas tendencias de cuño materialista y locacional, en las últimas tres décadas se han desarrollado teorías geográficas acerca del espacio y de la espacialidad que han realizado un lento deslizamiento desde la concepción del espacio como un producto social, hacia concepciones como la del espacio vivido, experimentado y más recientemente, construido socialmente. En todos los casos, detrás de este deslizamiento ha estado (y sigue estando) presente la preocupación que Godelier (1989) planteara tan lúcidamente: “la realidad no sólo es lo material, sino también lo ideal que está intrínsecamente unido a lo material” (Lindón, 2012:596).
Algunos de los factores que ayudan a entender la aceptación expedita de la adopción del concepto de imaginario en América Latina a finales del siglo XX remiten a que los aportes teóricos de la economía, la arquitectura, la sociología y el urbanismo fueron insuficientes e insatisfactorios para comprender aspectos relacionados con las migraciones, las nuevas fases de la desigualdad, el surgimiento de identidades urbanas y la desterritorialización/reterritorialización de diversas prácticas socioculturales.
La anterior situación produjo una coyuntura en América Latina que permitió la exploración y el planteamiento de miradas transdisciplinarias e innovadoras para atender la complejidad de los problemas urbanos de la región, pues si bien estos presentaban elementos similares a las de las metrópolis de Europa y Estados Unidos, para nada eran semejantes, dado que manifestaban particularidades que resultaban propias de su composición sociocultural y de sus procesos históricos, así como de sus dimensiones espaciales, densidad poblacional, crisis económicas y altos niveles de desempleo.
De este modo, durante la década de 1990, los estudiosos latinoamericanos, influidos por los enfoques fenomenológicos y constructivistas, recobraron elementos de la psicología de la percepción, la semiología, la estética y la antropología, para comprender y explicar el fenómeno urbano (Fuentes Gómez y Morales, 2007; Fuentes Gómez y Rosado Lugo, 2008; Valencia y Elejabarrieta, 2007). Esta nueva perspectiva resulta relevante porque les reconoce importancia sustancial a los actores urbanos al conceptualizarlos como agentes sociales dotados de recursos, habilidades y capacidades para transformar los espacios que utilizan (Bonnewitz, 2003).
En tal contexto, el espacio urbano comenzará a estudiarse como un sujeto que está articulado con alguien;[2] por lo tanto, se tiene que tomar en cuenta la visión de quienes hacen uso de dicho espacio (Lamy, 2006:220). Este posicionamiento, atento a los imaginarios de los actores urbanos, contribuirá a formular preguntas que tiempo atrás no se visibilizan en los estudios de la ciudad y lo urbano en América Latina; por ejemplo, ¿qué y cómo perciben los agentes su entorno urbano?, ¿qué evocan ciertos sitios y espacios de la ciudad? Así, por ejemplo, Reguillo (1997:4) señalará que “al hacer el relato de la ciudad en situación de interacción discursiva, esta deja de ser lugar de habitación, con calles y plazas, con habitantes y servicios, y es antropomorfizada, se convierte en un actor capaz de «hacer cosas»”.
Es así como se establecen las bases para la investigación de los imaginarios acerca de la ciudad y lo urbano. Entre los primeros investigadores que propusieron, pusieron en práctica y promovieron el concepto de imaginario en la región latinoamericana se encuentra Armando Silva, quien desarrolló su propuesta en 1986 con el libro Graffiti: una ciudad imaginada y la consolidó con Imaginarios urbanos en Bogotá y São Paulo. Cultura y comunicación urbana en América Latina —publicado originalmente en 1992—. En este último texto, Silva consigue captar, partiendo de una antropología del deseo ciudadano, los modos del ser urbano y postula la creación de un nuevo urbanismo, mismo que se basa en tensiones sociales y psicológicas, así como en sus proyecciones sobre el uso y el recuerdo — que no memoria— de las urbes.
La investigación de Armando Silva (1986, 1992) propone un andamiaje conceptual y metodológico para especificar y demarcar la ciudad imaginada, así como para estudiar a los ciudadanos como constructores de realidades urbanas.
Al comenzar el siglo XXI las investigaciones sobre imaginarios urbanos han generado una importante línea de investigación que permite comprender varios fenómenos sociales de las ciudades presentes, teniendo en cuenta que:
(…) las ciudades tienen dos lecturas: la primera se refiere a su configuración física, es decir, a las calles, edificios, parques, plazas y todo lo construido; la segunda lectura se relaciona con el concepto de ciudadanía, el cual se refiere a la posibilidad de que los individuos dentro de un entorno urbano puedan ejercer sus derechos, exigir los servicios públicos y encontrar una simetría entre sus obligaciones y los beneficios que obtienen a través de ellas (Ortíz Struck, 2014: s/p.).
Como señalan Fuentes Gómez y Morales (2007), en definitiva, las investigaciones sobre imaginarios urbanos se construyen partiendo de complejos procesos en los cuales intervienen las experiencias, la memoria, los medios de comunicación, la percepción, las narrativas, las representaciones, la imaginación, la sensibilidad estética y los recuerdos de las personas.
Referencias
Analco Martínez, Aída (2016). “La vida urbana” [mimeo], México.
Berger, Peter L. y Luckmann, Thomas (2003). La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires.
Bonnewitz, Patrice (2003). “El homo sociologicus bourdieusiano. Un agente social” en Primeras lecciones sobre la sociología de Pierre Bourdieu, Nueva Visión, Buenos Aires, pp. 63-76.
Delgadillo Polanco, Víctor (2016). “La Merced. Nuevas fronteras del rescate del Centro Histórico en un barrio dividido” en Coulomb, René; Esquivel Hernández, María Teresa y Ponce Sernicharo, Gabriela (coords.). Habitar la centralidad urbana (II). Prácticas y representaciones sociales frente a las transformaciones de la Ciudad Central, Instituto Belisario Domínguez – Senado de la República, México, pp. 143-182.
Delgado, Manuel (1999). El animal público. Hacia una antropología de los espacios urbanos, 4ª ed., Anagrama, Barcelona (Col. Argumentos).
——– (2015, 31 de agosto). “Ciudadano, mitodano” en El cor de les aparences. Bloc de Manuel Delgado. Disponible en http://manueldelgadoruiz.blogspot.mx/2015/08/ciudadano-mitodano.html
Duhau, Emilio y Giglia, Ángela (2008). Las reglas del desorden: habitar la metrópoli, Siglo XXI / Universidad Autónoma Metropolitana – Azcapotzalco, México (Col. Arquitectura y urbanismo).
Durand, Gilbert (1981). Las estructuras antropológicas de lo imaginario. Introducción a la arquetipología general, Taurus, Madrid.
Fuentes Gómez, José y Morales, Jorge (2007). “El proyecto Imaginarios Urbanos y algunos contactos académicos” en Silva, Armando (dir.). Imaginarios urbanos en América Latina: urbanismos ciudadanos, Fundación Antoni Tapies, Barcelona, pp. 97-99.
——– y Rosado Lugo, Magnolia (2008, enero-diciembre). “La construcción social del miedo y la conformación de imaginarios urbanos maléficos” en Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, Año 29, Núm. 64- 65, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, México, pp. 93-115.
Lamy, Brigitte (2006, enero-abril). “Sociología urbana o sociología de lo urbano” en Estudios Demográficos y Urbanos, Vol. 21, Núm. 1, El Colegio de México, México, pp. 211-225.
Lindón, Alicia (2012). “La concurrencia de lo espacial con lo social” en Leyva, Gustavo y De la Garza Toledo, Enrique (eds.). Tratado de metodología de las ciencias sociales: perspectivas actuales, Fondo de Cultura Económica / Universidad Autónoma Metropolitana, México, pp. 586-622.
Mckelligan, Ma. Teresa; Treviño, Ana Helena y Bolos, Silvia (2004, otoño- invierno). “Representación social de la Ciudad de México” en Andamios. Revista de Investigación Social, Núm. 1, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, pp. 145-160.
Ortíz Struck, Arturo (2014, 1 de septiembre). “El espejismo de la vivienda mínima” en Nexos, Nexos, México. Disponible en http://www.nexos.com.mx/?p=22315 Pérez A., Miguel y Roca V., Andrea (2009, mayo). “Representaciones sociales de la inseguridad urbanas en niños de Peñalolén: ¿qué ocurre en contextos donde la distancia geográfica de la segregación disminuye?” en Revista Mad, Núm. 20, Departamento de Antropología – Universidad de Chile, Chile, pp. 90-109.
Reguillo, Rossana (1997). “El oráculo en la ciudad: creencias prácticas y geografías simbólicas. ¿Una agenda comunicativa?” en Diálogos de la comunicación, Núm. 49, Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social, Perú, pp. 33-42.
Silva, Armando (1986). Graffiti: una ciudad imaginada, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
——– (1992). Imaginarios urbanos. Bogotá y São Paulo. Cultura y comunicación urbana en América Latina, Tercer Mundo Editores, Bogotá.
Valencia, José F. y Elejabarrieta, Francisco J. (2007). “Aportes sobre la explicación y el enfoque de las representaciones sociales” en Rodríguez Salazar, Tania y García Curiel, María de Lourdes (coord.). Representaciones sociales. Teoría e investigación, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, pp. 89-136.
Vela Valldecabres, Daniel (2005). Del simbolismo a la hermenéutica. Paul Ricœur (1950-1985), Consejo Superior de Investigaciones Científicas – Instituto de la Lengua Española, Madrid.
* Estudiante del Posgrado en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Licenciada en Ciencia Política y Administración Urbana por la UACM.
[1] Cabe advertir que la definición mínima de imaginario sin adjetivo alguno es diferente de la de imaginación, entendida por el propio Durand como “la facultad de lo posible” (Durand, 1981:18), o sea, “la facultad por la que sale a la luz o se deja ver el imaginario” (Durand, 1960 cit. por Vela Valldecabres, 2005:73).
[2] Se entiende por articulación “una conexión o vínculo, que no se da necesariamente en todos los casos, como una ley o un hecho de vida, pero que requiere condiciones concretas de existencia para aparecer de alguna manera” (Hall, 1998:30).