El mayor limitante en la expresión de nuestra personalidad

 

Por Erick Pavell Galeana Mayo[1]

“Deconstruirse es un acto infinito”

Lo conocido como “ser hombre” —igual que tantas cosas— es una construcción social que ha variado a lo largo del tiempo y el espacio, aunque las similitudes compartidas son diversas. Desde épocas antiguas se ha creído que un hombre debe ser fuerte, valiente, protector, heterosexual —haciendo mención de pocas de tantas aptitudes— y estas atribuciones han perdurado hasta nuestros días distorsionando el significado de las palabras. Un claro ejemplo ha sido la confusión de atribuir únicamente la fortaleza física a lo contemplado como “fuerte”, ignorando los demás elementos de fuerza, como lo es —la luz en la oscuridad ante las desgracias— la resiliencia. Cuando crecemos nos enseñan, corrigen e indican cómo debemos ser y en quién no debemos convertirnos; es indudable, “ser hombre” (y su proceso de adoctrinamiento) ha predestinado gran parte de nuestras vidas.

Empero, las masculinidades que existen son la hegemónica, subordinada y alterna. De acuerdo con un informe sobre masculinidades emitido por la CNDH: “los integrantes de la masculinidad hegemónica se caracterizan por ser importantes, independientes, autónomos, atractivos, productivos, heterosexuales, y a nivel familiar, proveedores y con un amplio control sobre sus emociones”[2], mientras tanto, el machismo y micromachismo se explican por separado. En desacuerdo con parte de lo expresado por la CNDH —desde una perspectiva subjetiva— la masculinidad hegemónica es congénere de machismo y de su afín, el micromachismo; hay pensamientos, conductas y acciones erróneas —propias de la hegemonía— que perpetuamos, que se hallan tan arraigadas en nuestra cotidianidad, por lo que resulta complicado identificar, asimilar, aceptar y cambiar. Luis Bonino, opinando sobre machismo y micromachismo, sostiene que “muchos de estos comportamientos no suponen intencionalidad, mala voluntad ni  planificación deliberada, sino que son dispositivos mentales, corporales y actitudinales incorporados y automatizados en el proceso de “hacerse hombres”. Otros en cambio sí son conscientes, pero todos forman parte de las habilidades masculinas desarrolladas para ubicarse en un lugar preferencial de dominio y control que mantenga y reafirme los lugares que la cultura tradicional asigna a mujeres y varones”[3]. Retroalimentando a Luis Bonino, la masculinidad hegemónica oprime, enseña e indica lo correcto e incorrecto en el hombre; por presión de quienes nos rodean —y por la necesidad de aprobación de los mayores— nos adueñamos de conductas y pensamientos erróneos, después, al no cuestionar lo aprendido —sin percatarnos— procedemos a oprimir por comodidad ante privilegios, al moldear una personalidad violenta, o al no percibir los problemas que nacen de nuestra hombría y del intento constante de mostrar qué tan hombres podemos ser. Por igual, un hombre hegemónico no posee control sobre sus emociones, en su lugar, las reprime durante la infancia y pubertad, imposibilitándosele a largo plazo la demostración de los sentimientos. La heterosexualidad intrínseca en el hombre, desde la hegemonía masculina, mana del régimen heteronormativo; de aquí —y de la misoginia[4]— brota la homofobia, tras rechazar lo estipulado fuera de los límites de la normalidad, del desprecio a lo relacionado con lo femenino. Como resultado, los hombres homosexuales han sido objeto de burla u opresión; por ende, la homofobia se expresa inconscientemente —colocando sobre la mesa uno de tantos ejemplos— al considerar menos hombre a un varón homosexual, a un hombre transexual y, conscientemente, se han llegado a producir agresiones verbales y físicas, que concluyen —en el peor de los casos— en privaciones de la vida. En pocas palabras, quien posee la masculinidad hegemónica mantiene ímpetu social, económico y laboral (dentro de su contexto), repudia lo femenino y, en consecuencia, denota misoginia y homofobia. Repudiar, en palabras del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, equivale a rechazar una cosa de forma taxativa o tajante, especialmente por razones morales; por tal motivo, la misoginia se manifiesta en acciones, actitudes o comentarios que menosprecian a la mujer —mencionando uno de tantos ejemplos— como lo es ver pornografía; las páginas pornográficas cosifican a la mujer, estereotipan cuerpos, refuerzan el falocentrismo[5], reproducen videos de violaciones reales y, al verlos, moralmente nos convierte en cómplices de actos ilícitos. Al mismo tiempo, la pornografía —así como la prostitución— se originan en la ideología sobre el placer sexual dependiente del falo (pene), cuando en realidad, tanto hombres como mujeres somos seres sintientes y parte del placer que ignoramos se encuentra en la sencillez del tacto, besos, caricias.

Desde hace centurias atrás, la hegemonía masculina ha preponderado en los alrededores del mundo siendo la principal limitante en la plena expresión de la personalidad que nos condena a la infelicidad taciturna, tan silenciosa que no nos percatamos de ella; su existencia, históricamente, ha afectado con severidad cada recoveco en la vida de las mujeres y, de una manera diferente, nos ha afectado a los hombres. A pesar de esto, mencionar que hemos sido afectados por nuestra propia violencia cotidiana puede interpretarse como un discurso del masculinismo tradicional —movimiento que se ha victimizado ante nuestra propia violencia— por ello enfatizo que es imprescindible realizar consciencia en que así como hemos sido oprimidos durante el “proceso de hombría”, nos hemos convertido en opresores natos, y de nosotros depende coartar esta triada, reaprendiendo y resintiendo la masculinidad; enseñando a nuevas generaciones que un hombre es, sin distinciones ni más, y dejando de reproducir la perpetua enseñanza hegemónica.

Por otro lado, los hombres que poseen la masculinidad subordinada —a lo largo del tiempo— han sido minoría; se caracterizan por demostrar sus sentimientos y emociones; carecen de fortaleza física y, comúnmente, de una vida con dominio en su entorno social, económico y laboral; aun así, la homofobia, la misoginia, el machismo y micromachismo no están completamente exentos en esta masculinidad. En contrate, la última, la masculinidad alterna, es de la que todos nos debemos apropiar, meramente, por bienestar mental y emocional. Integrarse a la masculinidad alterna conlleva un merito perpetuo que consiste en cuestionar cada recoveco de nuestras vidas, desde la manera de expresarnos, hasta la manera de dirigirnos a las y los demás; desde nuestros derechos, hasta los privilegios que ignoramos; desde lo que nos dijeron que debemos hacer, hasta quiénes realmente queremos ser; todo esto, para desenvolvernos en armonía: sin complejos en algunos, sentimientos reprimidos o frustración en otros, porque debemos tener en cuenta que en la hombría hay niveles notorios y, también, insignificantes.

En resumidas palabras, es necesario deconstruir no sólo la masculinidad sino todo lo aprendido, pero ¿qué es la deconstrucción? En el actual mundo contemporáneo esta palabra ha tomado un significado distinto al original; “deconstruir” es una palabra latina, proveniente del vocablo francés «deconstruire» que significa «deshacer»; empleada por el filosofó francés Jacques Derrida en su teoría literaria de «deconstrucción» que consiste en analizar cada párrafo, frase y concepto de una obra literaria hasta percatarse de su verdadero mensaje.[6] Es una paradoja, pero hoy deconstruir elude a desmontar cada ideología, creencia, costumbre y volverla a armar manteniendo una ética y moral altruista. Este término no sólo es utilizado en la masculinidad, sino en diversos temas.

Para finalizar, a continuación, muestro cinco preguntas de una encuesta realizada a 68 hombres, la mayoría de entre 20 y 25 años, y algunas respuestas, experiencias de compañeros, que solventan la explicación de la construcción social de “ser hombre”.

Procura plantearte una respuesta tras cada pregunta, antes de leer las aquí vertidas.

1. Desde infantes nos suelen enseñar la manera correcta de ser hombre; estas enseñanzas surgen directa e indirectamente. Aprendemos a ser hombres en nuestros hogares, por medio de nuestra familia que realiza comentarios como: «un hombre no llora». En otros sitios, como la escuela, nos enseñan a ser hombres por medio de comentarios despectivos o burlas al vernos poseer algún pensamiento o conducta que se cree es femenina, como podría ser demostrar sensibilidad. A ti, ¿de qué manera te enseñaron a ser hombre dentro de tu hogar y fuera de él?

Respuestas

“Desde que tengo memoria, mi abuelo siempre quiso hacer que yo fuera más masculino a punta de golpes y regaños en público; cuando era pequeño, él pensaba que por llorar me volvería menos masculino”. Daniel, 20 años.

“De niño no crecí con mi padre, pero sí alrededor de tíos que ejecutaban el papel del hombre machista por medio de mantener a la mujer en la casa cocinando y llena de hijos. También, crecí alrededor del uso de armas y consumo de alcohol en el círculo hombreal, esto daba paso hacia el abuso doméstico contra la mujer e hijos, reforzado porque el hombre trabajaba y los mantenía […]. Alejandro, 43.

“Recordando los momentos críticos de mi vida, hay un poco de violencia física y verbal. —Un hombre debe mandar en casa por ser hombre y, un hombre no debe llorar —me decían […]”. Christian, 22 años.

“Que no debo llorar porque soy hombre. Que tampoco debo usar el color rosa porque es de niñas. También que bailar es cosa de mujeres”. Román, 24 años.

“En casa me gritaban que no fuera niña al hablar y caminar; en la escuela se burlaban de mí por ser afeminado y por mi manera de hablar”. Mario, 22 años.

“Desde los colores (azul) y la forma de vestir. En mi familia siempre se manejó la frase «cuando tengas a tu esposa e hijos» donde predestinaban mi situación en cuanto a género y hasta sexualidad. «Sea hombrecito/machito» en situaciones difíciles. A veces las tareas de casa sólo eran cargadas hacia mi madre, aunque he propiciado para que mi padre y yo mismo podamos cambiar las cosas y así trabajarnos a nosotros mismos a su vez”. Christopher, 20 años.

“En la escuela me tachaban de niña o de homosexual e incluso me decían que sólo las niñas lloran, que los hombres debemos ser fuertes y sin sentimientos”. Eberardo, 19 años.

“Las enseñanzas que he tenido han sido indirectas, como: «un hombre tiene que mantener a la mujer, hacer los trabajos más pesados, tener que dar ejemplo a sus hijos». Fuera de casa es aún más vago y vulgar la enseñanza de ser un hombre. Jesús, 20 años.

2. Durante tu infancia, ¿alguna vez dejaste de hacer algo (sin importar que sea) por miedo al que dirán, al regaño o burla de tus amigos, familiares y conocidos?

Respuestas.

“Dejé de escribir cartas a mis amigos por miedo a que pensaran mal”. Eberardo, 19 años.

“El vestirme como quería, era un niño sin sentido de importancia en la vestimenta, una vez recuerdo haberme puesto un vestido, una zapatilla y peinarme, con la inocencia que tenía resultaba chistoso. Fue terrible cuando escuché a un familiar decir «que eso es de putos» y que me iba a «recontra matar» si volvía a vestir como niña”. Christian, 22 años.

“Mostrar sentimientos hacia otros hombres, todo esto porque una vez lo hice y recibí la madriza de mi vida por parte de mi padre”. Mario, 22 años.

“Sí. En la niñez llorar me representaba una vulnerabilidad a los ojos de la demás gente, cuasi «boys don’t cry». Tanto reprimí ese acto en mí que quizás perdí cierto sentido de sensibilidad que me pone en situaciones difíciles. Es decir, por ejemplo, en fallecimientos de gente cercana o hechos dolorosos no puedo desahogarme de manera prudente por la dificultad de siquiera lagrimear”. Christopher, 20 años.

3. ¿Alguna vez te has privado de hacer algo sólo porque es «de mujer»? Ya sea llorar, usar cosméticos, cocinar, bailar, barrer, usar ombliguera? Si hay algo más de lo que te hayas privado de hacer porque es «de mujer» escríbelo abajo. También, escribe ¿qué sentiste al privarte de eso? 

Respuestas.

“Tuve que dejar de llorar cuando me sentía triste y reprimí mis emociones al máximo, dando como resultado la depresión”. Eberardo, 19 años.

“En una ocasión, traté de moderar mi actitud y no hacer evidente mi homosexualidad para no ser rechazado en un empleo; impartí un taller para niños, hice esto para que los padres no pensarán que les acosaría a sus hijos”. Román, 24 años.

“Me sigo limitando en cuanto al maquillaje y ciertos accesorios de moda que son considerados femeninos por miedo a mis padres (ya que aún vivo con ellos), también por la opinión de tíos, abuelos y primos; estos últimos quizá no por los comentarios directos, sino por la situación incomoda que se le puede generar a mis padres. También me limito por miedo a la agresión física de mi hermano mayor que es homofóbico y machista”. Luis, 23 años.

*En cada pregunta, las respuestas antes leídas reflejan la construcción social de la masculinidad hegemónica, la manera en que moldeamos la expresión de nuestras emociones, sentimientos y conductas; evidencia lo culturalmente arraigado que se ha hallado el desprecio inconsciente hacia las mujeres, ergo, hacia lo femenino, al grado de ser objeto de burla o de opresión; somos oprimidos, convirtiéndonos en opresores, para después enseñar lo propio e impropio; de aquí una interrogante importante: ¿cómo seriamos de haber elegido quien ser? De no haber reprimido algo por ser impropio de nuestro sexo.

4 y 5. La pregunta número 4 es: “para ti, ¿qué es ser valiente?”, la número 5 es: “¿hay algo que te gustaría cambiar de “ser hombre”?”. Las respuestas a ambas preguntas se hallan juntas, porque ser valiente implica aceptar que hay algo mal en lo culturalmente estructurado y conocido como “ser hombre”.

Respuestas.

“Salir a la calle mostrándote como eres tú, sin tener miedo al qué dirán, sin tener miedo a experimentar cosas nuevas, romper estereotipos estúpidos. Para mí eso es ser valiente”. Arturo, 20 años.

“No es la ausencia de miedo, es la capacidad de hacer las cosas aunque tengamos miedo”. Anónimo.

“Aceptarse a uno mismo, ser capaz de mantener nuestras convicciones a pesar de lo que otros digan. Respetar a los otros, actuar según las convicciones, ser capaz de reconocer errores y rectificar”. Luis, 23 años.

“Que dejemos los estereotipos a un lado, seamos libres de ser como queramos sin que te digan «sé un hombre”. Arturo, 20 años.

“Todo, odio tener que «ser hombre» por culpa de la sociedad; me parece estúpido, un hombre es y ya, sin necesidad de reglas”. Mario, 22 años.

“Dejar de asociar al hombre con lo fuerte, protector, proveedor. Quitar el estereotipo de hombre alto, fuerte físicamente, encargado de los trabajos duros. Permitir abiertamente la expresión de emociones, que se permita ser frágil. Eliminar la creencia de que hay un cierto tipo de comportamiento, vestimenta o incluso de tono de voz de un hombre”. Luis, 23 años.

“La mentalidad que nos inculcaron desde niños”. Alejandro, 43.

“Todo. El mundo mejoraría si las etiquetas se erradicaran. El mundo ideal es donde todas y todos seamos «seres humanos», no más, sin distinción de género, raza, etc. Es evidente que sólo han hecho daño a las sociedades”. Christopher, 20 años.

A manera de cierre, la deconstrucción, no sólo de la masculinidad, sino de todo, es un acto valiente; contradice lo conocido como normal, se opone a lo aceptado por la sociedad y, por supuesto, en el transcurso perpetuo —porque la deconstrucción no tiene fin— se deja atrás a una persona diferente. La recompensa es la contribución de la disminución paulatina de violencia en contra de las mujeres, influye en la abolición del “especismo”, y por supuesto, de la violencia que ejercemos contra otros hombres, procurando nuestra salud emocional y la de nuevas generaciones.

Es necesario comprender que un hombre puede ser emocional, vulnerable, gustar de otros chicos, vestir como le plazca, carecer de pene —y muchas cosas más— y nada de esto lo convierte en menos hombre.

El cambio debe ser colectivo y cultural, y tú ¿eres valiente?.

  1. Erick Pavell Galeana Mayo, 20 años. Originario de Acapulco, Gro. Estudiante en la Facultad de Derecho Acapulco, propia de la UAGro. Corrector ortográfico en Iguales Revista. Agente de cambio en la Red Mundial de Jóvenes Políticos de Guerrero. He cursado el diplomado “Rediseñamiento de masculinidades” impartido por la UAGro en coadyuvancia con la UAM. Tomé el curso masivo abierto en línea: “Ortografía esencial” impulsado por la Universidad del Claustro de Sor Juana. También, he tomado el curso-taller “Legislación y políticas de educación inclusiva” impartido por la RMJPGro junto con la RMJPHND. He impartido la conferencia “México y la crisis económica antes, durante y después del COVID” en el proyecto Red Talk de la RMJPGro. He colaborado en poesía con “Revista Literaria Ibídem” y con “Periódico Poético”. También, he colaborado en ensayo, sobre educación inclusiva con “El Faro, Luz y Ciencia”.
  2. Comisión Nacional de Derechos Humanos en México, jul/2018, “Respeta a las diferentes masculinidades: porque hay muchas formas de ser hombre”, www.cndh.org.mx.
  3. Mario Nieto, “¿Quieres saber qué es un micromachismo?”, entrevista a Luis Bonino, Casa de la América.
  4. “Palabra que se refiere al odio, rechazo, adversión y desprecio de los hombres hacia las mujeres y, en general, hacia todo lo relacionado con lo femenino”. Victoria A. Ferrer Pérez y Esperanza Bosch Fiol, 2000, “Violencia de género y misoginia: reflexiones psicosociales sobre un posible factor explicativo”, Papeles del psicólogo, vol. (75).
  5. “El falocentrismo es la ideología de que el falo, u órgano sexual masculino, es el elemento central en la organización del mundo social. El falocentrismo ha sido analizado en la crítica literaria, el psicoanálisis y la psicología, la lingüística, la medicina y el cuidado de la salud, y la filosofía” wikipedia.org.
  6. Peter Krieger (2004), La deconstrucción de Jacques Derrida (Instituto de Investigaciones Estéticas), www.scielo.org.mx.

 

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