El odio contra las que marchan

 Relaciones de poder en La calle amenazadas por la protesta de mujeres

Por Alejandro Granados Ojeda[1]

 

«Qué tiemble el Estado, los cielos, las calles
Qué tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas»
—Vivir Quintana

Introducción

El presente texto es un esfuerzo por dilucidar los factores de cambio en la calle como institución a raíz de las protestas de mujeres que se han dado desde el 2020 a la fecha. Se analiza la protesta como un medio para hacer escuchar las demandas de las mujeres, entre las que resaltan las más jóvenes como encauzantes del proceso emancipador. Se hace una diferenciación entre los métodos de protesta que emplean las manifestantes y las violencias patriarcales perpetradas sistemáticamente. Además, se resalta la habilidad con que el movimiento ha logrado colocarse en el ojo público en distintos medios.

Para tal objetivo, nos servimos del andamiaje teórico erigido por Raewyn Connell, con su análisis de las masculinidades, así como de su visión de la calle como Institución; Nattie Golubov aporta el concepto de Interseccionalidad que empleamos para explicar el acopio de los posibles beneficios obtenidos por otros grupos desde una visión no impositiva; además de terceras que en el camino nos proveyeron de aportes sustanciales para la construcción del ensayo.

 

Quid del asunto

Las manifestaciones masivas realizadas por mujeres politizadas han producido un amplio abanico de respuestas en la población mexicana (y de todo el mundo) entre las que predominó por mucho tiempo el rechazo indolente y cómplice. El discurso que enarbolan los quejosos alude casi siempre a la molestia de que las mujeres que protestan se salgan del redil, contraviniendo las reglas de la calle como Institución. La perorata con que muestran su descontento está plagada de arcaísmos: estructurada por ordenamientos de género de los cuales no siempre son conscientes, pero que suscriben.

Frente a ello, cabe resaltar que las marchas tienen varios propósitos: primero, el de hacer manifiesta su inconformidad ante la gravedad del aumento de las múltiples violencias que buscan mantener el sometimiento de las mujeres sin importar el rango etario de pertenencia, o clase social. Segundo, poner sobre la mesa el tema, tanto en los medios masivos, como en la conversación privada. Tercero, exigir respuesta/acción de las autoridades competentes, que se han mostrado como todo lo contrario, con una incompetencia contumaz. Pero el más importante, modificar el ordenamiento social desigual que implica peligro para las mujereres por su sola existencia.

 

La Institución de la calle

La toma de las calles representa una conquista en sí misma para el movimiento que pretende la eliminación de las violencias contra las mujeres, en tanto que es un espacio que por mucho tiempo les había sido vedado mediante un régimen de género particularmente notorio y violento que les supeditaba a los hombres estando en su interior. Al ser la calle “un medio definido con relaciones sociales particulares” (Connell, 1987, p. 132), resulta en la superposición de injusticias —económica, cultural y social— lo cual ha derivado en un círculo vicioso de subordinación que se retroalimenta de manera dialéctica precisando soluciones en distintas esferas (Fraser, 2007, pp. 6–7).

Así mismo, sostiene Raewyn Connell (1987), que la calle es (o había sido) una zona de ocupación de los hombres. Monopolizada durante gran parte de la historia por y para los hombres por vía de la fuerza, después de adjudicarles a las mujeres una naturaleza hogareña, enclaustrándolas, la institución de la calle ahora ha sido reclamada por las mujeres, y con gran éxito.

Llegó el momento en que la toma de conciencia histórica de la situación de marginación en que se encontraban las mujeres aglutinó grandes contingentes de manera explosiva:

“La intensidad de los reclamos ha emergido a partir de entender una nueva forma del ser mujer en este siglo, en la que para las jóvenes se ha llegado a un límite donde existe un hartazgo insoportable ante los agravios históricos que han padecido las mujeres, donde la ‘normalización’ de la sujeción y la violencia contra ellas de todas las generaciones es ya insostenible” (Álvarez Enríquez, 2020, p. 158).

En este punto, habremos de remarcar que las calles son una Institución en sí misma, constituida por “las mismas estructuras de relaciones de género que la familia y el estado. Tiene una división del trabajo, una estructura de poder y una estructura de investidura”, además de obedecer “a la estructura de las relaciones de género en el exterior” (Connell, 1987, p. 134).

Teniendo en cuenta lo anterior, señalaremos que la violencia es un elemento constitutivo que no podemos soslayar en dicha Institución; si bien se busca desmantelar el sentido de las relaciones que se dan al interior, no se puede interactuar permaneciendo ajenas a su dinámica, dando lugar a que en las manifestaciones:

“Algunas mujeres en grupos acotados asisten a la marcha vestidas de negro y encapuchadas, con los rostros cubiertos y empuñando palos, objetos punzocortantes y gases lacrimógenos golpean vidrieras, puertas, puestos callejeros y monumentos que encuentran a su paso. Es […] manifiesto su ánimo violento y su incompatibilidad con las «buenas formas» y el «comportamiento cívico»” (Álvarez Enríquez, 2020, p. 161).

Esta llamada “violencia” en cuanto a la protesta en las calles ha sido un requerimiento esencial para consolidar la lucha en el espacio público donde es parte del repertorio (que incluso podríamos llamar: socialmente aceptado) de esa Institución: “La noción de institución clásicamente significa costumbre, rutina y repetición” (Connell, 1987, p. 140). De ese modo,

“La presencia femenina en las calles, sus métodos de acción directa —pintas, destrozos de obra pública y monumentos, sus cánticos, gritos, vestimenta—, son estrategias que tienen como finalidad mostrar rabia y enfado; y ello, a su vez, fractura la idealización que se tiene acerca de cómo las mujeres no deben presentarse en el espacio público” (Cerva Cerna, 2020, p. 187).

Teniendo en cuenta que el objetivo es modificar la dinámica de acción al interior de la calle, donde el orden de género mandata que las mujeres deben ser objetos pasivas de las violencias patriarcales, no podían presentarse de otro modo que echándolo por tierra de un modo contundente.

Sin embargo, existe un apunte que cambia la perspectiva de las cosas drásticamente: la violencia —Negación de los derechos justos— la sufren las víctimas de distintas opresiones patriarcales; pero en lo tocante al así llamado “bloque negro”, únicamente se ha valido del uso adecuado del repertorio de acción en su lucha, que al englobarse en la defensa de inocentes, no es violencia, sino uso legítimo de la fuerza (Dussel, 2020).

Rechazamos, por tanto, tal calificativo a cualquier acción emprendida con justicia y valentía por las encapuchadas. Para dejarlo claro:

“Si me ves de negro y muy radical, y si quemo y rompo y hago un pinche despadre en esta ciudad, ¿Cuál es su pinche problema? […] Si estoy que me carga la chingada, tengo todo el derecho a quemar y a romper. No le voy a pedir permiso a nadie porque yo estoy rompiendo por mi hija, y la que quiera romper que rompa, la que quiera quemar, que queme y la que no, ¡Qué no nos estorbe!” (Zamudio, 2020).

En ese sentido, cualquier producto de la acción directa deberá ser entendido igual de válido que la propaganda dejada por otros grupos del movimiento, como las pintas o los stickers, como los panfletos o la diamantina. Además, es menester apuntar que esta apropiación colectiva del uso legítimo de la fuerza se ha conformado como un elemento nodal en la reconfiguración en las relaciones de género asentadas en un sistema de dominación carente de legitimidad (Connell, 2003, p. 126).

Este proceso de cambio es benéfico, pues los progresos sociales pueden ser aprovechados por sectores que han sido marginados en dicha Institución, como los homosexuales —entre otros—, que en ciertos territorios han de cesar demostraciones afectuosas en razón de que podría resultar peligroso hacerlo (Connell, 1987, p. 134).

Vale la pena aclarar que no sería un aprovechamiento oportunista, sino que desde una translocalidad consciente, tiene lugar una reelaboración del lazo entre distintos grupos con base en la experiencia compartida de una opresión diferenciada en un mismo espacio (Golubov, 2016).

A la luz de estos hechos, podemos comprender la razón de que la acción directa sea una de las excusas predilectas de quienes expresan reacciones adversas ante las protestas. No es para menos, y es que están socavando el régimen de género que ha dado forma a la Institución disuadiéndoles de su ocupación por tanto tiempo. En la calle, dónde el policía era el gran poder, y los pandilleros un gran peligro (Connell, 1987, p. 133), ahora se ven repelidos. En una palabra, les están arrebatando el monopolio de la violencia:

“Tal alteración ha trastocado numerosos ámbitos de expresión, afirmación y realización usualmente inherentes al mundo masculino (en particular el heterosexual), generando en los varones desconcierto, […] y fuertes afectaciones en el ámbito de su subjetividad y en el mandato de su virilidad” (Álvarez Enríquez, 2020, p. 155).

Como resultado de esta reestructuración del ordenamiento callejero, entre los varones, tiene lugar una progresión de resentimiento, animadversión e incluso de odio hacia las mujeres que se trasmina en formas de violencia (Álvarez Enríquez, 2020, p. 155) por diferentes medios.

 

Uso de las redes sociales como tribuna

Ante el recrudecimiento de las distintas violencias perpetradas contra las mujeres, las redes sociales se presentan como una novedosa opción dentro del repertorio de herramientas para hacer política, generando “interacciones donde se producen y reafirman las identidades” (Golubov, 2016, p. 201). Las actoras, presumiblemente más jóvenes, las emplean para distintos usos relativos a la acción colectiva, sea convocatorias a marchas, conversatorios, o concientización del estado de las cosas:

“Una de las peculiaridades de las feministas de este siglo XXI, […] es que se muestran precisamente como un(a) nuevo(a) actor(a), con lenguaje, estrategias de acción, con un hábil manejo de las redes sociales y con demandas «muy propias» que definen su singularidad y, en buena medida también, su pertenencia a una nueva generación” (Álvarez Enríquez, 2020, p. 158).

La mencionada pericia en el uso de las redes sociales es manifiesta en el aprovechamiento como materia prima de cada pancarta, graffiti o frase, como propaganda en las plataformas digitales contrarrestando efectivamente —en cuanto a número y posicionamiento— el discurso misógino y antifeminista que ha propalado el gobierno y muchos otros (Cerva Cerna, 2020), que observados como grupo de interés preocupados por mantener una estructura desigual (Connell, 2003, p. 123), notan que se les viene encima.

 

A modo de cierre

La alteración de las relaciones que se establecen en las instituciones es dinámica, cambiante en el tiempo; así, la movilización de mujeres ha impulsado la erosión de prácticas opresoras dañinas para distintos grupos de la sociedad, teniendo la indignación, la rabia y el descontento como combustible.

El futuro se advierte promisorio, emancipado de relaciones patriarcales opresivas en virtud de una generación politizada que no se contenta con medias tintas, que hace suyo el motor de cambio histórico. En ese sentido, el movimiento feminista que busca la liberación se revela como una vía abierta, mientras que “la masculinidad que protesta parece ser un callejón sin salida” (Connell, 2003, p. 168).

 

 

 

Bibliografía.

 Álvarez Enríquez, L. (2020). El movimiento feminista en México en el siglo XXI: juventud, radicalidad y violencia. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 65(240), 147–175. https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.240.76388

Cerva Cerna, D. (2020). La protesta feminista en México. La misoginia en el discurso institucional y en las redes sociodigitales. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 65(240), 177–205.

Connell, R. (1987). Gender Regimes and the Gender Order (pp. 129–141).

Connell, R. (2003). Masculinidades. Universidad Nacional Autónoma de México.

Dussel, E. (2020). Siete ensayos de filosofía de la liberación: Hacia una fundamentación del giro decolonial. Trotta.

Fraser, N. (2007). ¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas en torno a la justicia en una época “postsocialista». In Iustitia Interrupta: Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista” (pp. 17–54). Siglo del hombre.

Golubov, N. (2016). Interseccionalidad. In Conceptos clave en los estudios de género (Vol. 1, pp. 197–213). Centro de Investigaciones y Estudios del Género.

Zamudio, Y. (2020). Tengo todo el derecho a quemar y romper. Desde El Margen. https://desde-elmargen.net/tengo-todo-el-derecho-a-quemar-y-romper/

 

 

[1] Es estudiante de Ciencia Política y Administración Pública en la FCPyS-UNAM, y Modelos Matemáticos en la UACM. Incursiona en la investigación academia en calidad de asistente de investigación y profesor asistente de licenciatura y posgrado.

 

 

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