Por María de Jesús López Salazar[1]
En el presente artículo se atiende el tema de las actitudes y los comportamientos. Para abordar el comportamiento –que posibilita a los humanos interaccionar– se vuelve importante abordar el impacto que las diferentes actitudes tienen sobre éste, ya que como expresa Viktor E. Frankl (1991: 113-114): “Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros”.[2]
Las actitudes suelen entenderse de diferentes formas, entre ellas, la manera como se reacciona ante las cosas, la forma en que se ve la vida, la manera de enfrentar determinadas situaciones; aunque, en este escrito se entiende la actitud tal cual como la ha conceptualizado María Teresa Esquivias Serrano (citada por Estrada Corona, 2012:3), es decir: “la forma de proceder y actuar de una persona”; o, en otras palabras, las maneras de actuar y desenvolverse de las personas, que es lo que –entre otras cuestiones– incide en el comportamiento humano y la posibilidad de definir situaciones sociales.
Cuando un individuo llega a la presencia de otros, estos tratan por lo común de adquirir información acerca de él o de poner en juego la que ya poseen. Les interesará su status socioeconómico general, su concepto de sí mismo, la actitud que tiene hacia ellos, su competencia, su integridad, etc. Aunque parte de esta información parece ser buscada casi como un fin en sí, hay por lo general razones muy prácticas para adquirirla. La información acerca del individuo ayuda a definir la situación, permitiendo a los otros saber de antemano lo que él espera de ellos y lo que ellos pueden esperar de él. Así informados, los otros sabrán cómo actuar a fin de obtener de él una respuesta determinada (Goffman, 2001:13).[3]
Por otra parte, es importante tener en cuenta que el ambiente en que se desarrollan las personas incide en las actitudes que las mismas lleguen a adoptar, pues muchas de las actitudes de los seres humanos son adquiridas en nuestros ambientes inmediatos de crecimiento y socializaciones primaria y secundaria. Dicha socialización fue conceptualizada por Berger y Luckmann como una inducción amplia y coherente de los individuos en el mundo objetivo de una sociedad o en un sector específico de ésta. “La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez; por medio de ella se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria es cualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad” (Berger y Luckmann, 2003:164).
De esta forma, la actitud también se comprende como el modo de reaccionar de las personas durante su existir de manera racional y emocional ante distintas situaciones; o, en otras palabras, la interpretación que las personas dan sobre su vida y la de los demás; agregando que, como afirma Plutchik (1987), los rasgos de la personalidad son reflejo de la presencia de estados emocionales mixtos.
Considerando lo hasta aquí dicho, es que la que aquí escribe se propone esgrimir un conjunto de reflexiones acerca de la conceptuación de las actitudes y sus elementos, así como de un conjunto de razonamientos acerca de las mismas, con el objetivo de discernir la manera en que las actitudes de las personas se relacionan con su comportamiento, lo que se presenta como una conclusión abierta de tal articulación.[4]
Las actitudes intervienen el comportamiento de las personas
Como ya fue dicho, la actitud se entiende en este documento como “la forma de proceder y actuar de una persona” (Esquivias Serrano citada por Estrada Corona, 2012:3). La actitud, en este sentido, forma parte de la identidad de las personas y –consecuentemente– las diferencia y las distingue de otras, pues forma parte de los denominados atributos identificadores de la personalidad (Giménez, 1997), dado que, como parte de la distinguibilidad, las personas se diferencian por una determinada configuración de atributos considerados como aspectos de su identidad. Estos aspectos son una serie de atributos físicos, actitudes, capacidades, etc.; los cuales son relativos a la imagen propia, constituida por un entorno social (Giménez, 1997). Según Gilberto Giménez (1997), los atributos derivan de la percepción que tenemos de las personas en los procesos de interacción social. Dichas particularidades manifiestan un carácter selectivo y estructurado. Los atributos, entre ellos las actitudes, aunque ayudan para distinguir a un individuo de otro, son una construcción social.
En todo caso, se alude a las actitudes que las personas adoptan frente a distintas personas, ideas, acontecimientos y contextos, aunque teniendo en cuenta que “las actitudes, creencias y emociones «verdaderas» o «reales» del individuo pueden ser descubiertas solo de manera indirecta, a través de sus confesiones o de lo que parece ser conducta expresiva involuntaria” (Goffman, 2001:14).[5] Por consiguiente, las actitudes que asumen las personas las definen primeramente a éstas, después en cuanto a las relaciones sociales que desarrollan con otros seres humanos y posteriormente con su entorno social, configurándose una narrativa biográfica e historia de vida. Como parte de la distinguibilidad, las personas tienen una biografía e historia de vida distinta a la de los demás miembros de una comunidad. La historia de vida desarrolla una serie de relaciones íntimas que la persona vivencia a lo largo de su vida, dando importancia a la interacción del ambiente.
Regresando al aspecto central de este texto, vale la pena señalar que las actitudes han sido objeto de investigación a lo largo del tiempo. “Parece que fueron William I. Thomas y Florian Znaniecki, con un voluminoso estudio llevado a cabo entre 1918 y 1920 sobre las diferencias de conducta en la vida cotidiana de campesinos polacos que vivían en Polonia y en Estados Unidos, quienes introdujeron y elaboraron el concepto de actitud en la psicología social” (Pallí Monguilod y Martínez Martínez, 2004:188). Para Thomas y Znaniecki (citados por Pallí Monguilod y Martínez Martínez, 2004), las actitudes poseen una dimensión mental y subjetiva, dado que son procesos de la conciencia individual; empero, no dejan de tener a la par un sustento social, dado que también son consideradas como la formación en las personas de valores definidos socialmente respecto de objetos sociales.
Por su parte, Antonak y Livneth (1988 citados por Esquivias Serrano en Estrada Corona, 2012:4; y por Aguillón Ramírez, Berrún Castañon y Peña Moreno, 2015) advierten que hay una serie de consideraciones o razonamientos que se tienen que tomar en cuenta cuando se estudian las actitudes, en este caso la influencia de las actitudes en el comportamiento humano:
- Las actitudes se aprenden por medio de la experiencia y la interacción. Interacción que la que aquí escribe entiende a la manera definida por Goffman (2001:27): “la interacción total que tiene lugar en cualquier ocasión en que un conjunto dado de individuos se encuentra en presencia mutua continua”.
- Las actitudes son complejas. Para quien esto escribe dicha complejidad remite a “interacciones internas (y no cualesquiera de ellas, sino las de carácter no-lineal) entre las partes (que entonces ya no son ‘partes’, sino que constituyen ‘componentes’ de algo que las trasciende)” (Sotolongo Codina y Delgado Díaz, 2006:69).[6]
- Las actitudes poseen una estabilidad relativa, dada por su resistencia a ser cambiadas. “El concepto de estabilidad relativa marca el grado de estabilidad de un sistema realimentado” (Valdivia Miranda, 2012:188).
- Las actitudes establecen un objeto social concreto como referencia, pudiendo ser estas referencias personas, situaciones, acontecimientos, ideas, entre otros elementos.
- Las actitudes pueden cambiar en su calidad y cantidad, alcanzando diversos grados de intensidad y direccionalidad. Esta calidad de las actitudes se puede apreciar como procesamiento,[7] contenido[8] y resultado (Morlino, 2007).[9]
- Finalmente, las actitudes son “manifestaciones del comportamiento que guarda la predisposición a desenvolverse de cierta forma cuando la persona está frente al referente hacia el cual proyecta esa actitud” (Esquivias Serrano citada por Estrada Corona, 2012:4).
Por otra parte, las actitudes son definidas por Jack H. Curtis (1962 citado por Tovar N., 1973:303 y por Esquivias Serrano citada en Estrada Corona, 2012:4) como “los procesos unitarios básicos de la personalidad”. Las actitudes, en cuanto procesos unitarios inherentes de la personalidad, y ésta última entendida como “modo de ser [que] precisa la concreción de la personeidad” (Román Pérez, 1989:100),[10] remiten a un complejo incluyente y vinculante de esferas emocionales e intelectuales que configuran la identidad y el comportamiento de las personas, generando en dicho proceso un sentido de pertenencia. Desde la tradición sociológica se defiende que la identidad individual se construye desde lo social, definiéndola por la interacción en el grupo de pertenencia. Es lo que para Giménez (1997) implica la inclusión de la personalidad individual en una colectividad hacia la cual se experimenta un sentimiento de lealtad. Esta inclusión se realiza generalmente mediante el juego de algún rol dentro de la colectividad considerada, pero sobre todo mediante la apropiación e interiorización al menos parcial del complejo simbólico-cultural que funge como emblema de la colectividad y del cual las actitudes y los comportamientos forman parte.
Otra conceptualización de actitud es aquella que la entiende como conceptos valorativos aprendidos, relacionados con las emociones, sentimientos, ideas, pensamientos y comportamientos; siendo predisposiciones para responder frente a determinada clase de estímulos mediante cierta clase de respuestas; señalando, de esta forma, que las actitudes son una articulación de valores y creencias (Reeve, 1994). También Coll (1992 citado por Esquivias Serrano en Estrada Corona, 2012:4; y por Aguillón Ramírez, Berrún Castañon y Peña Moreno, 2015) señala que las actitudes consisten en disposiciones hacia objetos, ideas o personas, incluyendo componentes afectivos, valorativos y cognitivos, que movilizan a las personas a realizar cierto tipo de acciones.
Para este último autor, las actitudes presentan las siguientes características: a) consisten en experiencias subjetivas internalizadas, sin embargo, los factores que intervienen en su formación son, por una parte, de carácter social y, por otro lado, externos a la propia persona; b) conllevan juicios de valor acerca de las personas, los objetos y las instituciones, por ello son agradables o desagradables; c) suelen expresarse tanto por medio del lenguaje verbal como no verbal; d) se comunican bien de forma implícita y en menor medida de forma explícita; e) las actitudes que las personas suelen adoptar se generan con relación a su comportamiento social.
Así, las actitudes que asume una persona en su ambiente social son importantes,[11] dado que penetran en éste y su alcance puede influir ampliamente en los otros. Hay que recordar que la sociedad es un sistema y, por tanto, cada parte es cardinal para la totalidad, sobre todo si esa totalidad es un sistema abierto,[12] de tal suerte que mediante su actitud cualquier persona puede influir de manera positiva o negativa en las otras.
Prosiguiendo, las actitudes se relacionan con la forma o rol que se asume de manera personal, como una constante de la personalidad de una persona (Esquivias Serrano citada por Estrada Corona, 2012:4), siendo inclusive “la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias– para decidir su propio camino” (Frankl, 1991:99).[13] Gordon Willard Allport (1897-1967), pensador estadunidense que es considerado uno de los fundadores de la psicología social y quien llevó a cabo importantes investigaciones acerca de las actitudes sociales, consideraba que las actitudes remiten a “un estado de disposición mental y nerviosa, organizado mediante la experiencia, que ejerce un influjo directivo dinámico en la respuesta del individuo a toda clase de objetos y situaciones” (Allport, 1935 citado por Ayala Garrido, 2015:15). En el contexto social, se habla de valores e intereses de las personas, los cuales pueden tener cierto tiempo de continuidad; empero, se sabe que estos elementos no son estáticos, pudiendo variar a través del tiempo.
Por otro lado, de acuerdo con Esquivias Serrano (citada por Estrada Corona, 2012:5) se han identificado, primordialmente, cuatro componentes de las actitudes:
- El componente cognitivo se refiere a las representaciones mentales que las personas tienen acerca de los objetos. Este componente involucra desde procesos neuronales y perceptuales hasta cognitivos más complejos. Consiste en el pensar y el conocimiento de las actitudes. “En ocasiones puede suceder que el conocimiento que se tiene no sea real, que no se ajuste a las características propias del objeto ni a sus cualidades; sin embargo, la intensidad de las actitudes no varía, ya que la persona le ha otorgado una carga afectiva, a favor o en contra, que es muy difícil de variar” (Miguel, 2000:32).
- El componente afectivo se refiere a los aspectos emocionales, incluso subjetivos, relacionados a un pensamiento u objeto. Consiste en el sentir de las actitudes.
El componente afectivo es ese sentimiento o carga afectiva que depositamos sobre un determinado objeto social; para ello precisamos de su representación cognoscitiva, es decir, debemos conocerlo para investirlo de afectividad. De esta forma ambos componentes están muy vinculados entre sí y tienden a ser coherentes, ya que a medida que aumenta nuestra afectividad hacia algo o alguien, aumenta a la vez el interés para conocerlo mejor o bien: a mayor conocimiento del objeto de nuestra actitud, mayor carga afectiva le otorgamos. La vinculación que existe entre el conocimiento y el sentimiento nos da la idea de que rara vez la relación entre el yo y el medio social es neutral, con lo que se explica que solamente con el contacto repetido con un objeto, una opinión o una creencia se afecten, por lo general, las actitudes de la persona, y por tanto sus componentes cognoscitivos y afectivos (Miguel, 2000:32-33).
- El componente conductual se refiere a la tendencia a actuar o reaccionar comportamentalmente ante las personas, situaciones o ideales de determinada manera. Consiste en el accionar de las actitudes.
Sin embargo, este componente no siempre sigue una línea congruente con el cognoscitivo y el afectivo. Así, una persona puede tener una actitud fuertemente negativa (componente afectivo) hacia otra que conoce bien (componente cognitivo) y no obstante relacionarse con ella de forma cordial en una situación dada. Ello se debe a que los componentes cognoscitivos y afectivos pertenecen a la esfera privada de la persona, mientras que la conducta es pública y está sujeta a la presión social (Miguel, 2000:33).
- El componente normativo se refiere a la manera en que se espera que se comporte una persona, teniendo presente las normas sociales establecidas frente a una situación. Consiste en el deber ser de las actitudes.
El comportamiento no se encuentra únicamente determinado por lo que a las personas les gustaría hacer, sino también por lo que deben hacer: el comportamiento muchas veces está en función de las normas sociales, las cuales han creado hábitos y estereotipos que son los que consolidan una conducta. Existe una compleja red de compromisos sociales que inciden en que la conducta sea en ocasiones incongruente con nuestros procesos cognitivos y afectivos. Asimismo, factores de personalidad hacen que algunas personas actúen más de acuerdo con los componentes cognitivos/emocionales que otras (Miguel, 2000:33).
Así pues, aparte de tener en cuenta los anteriores componentes, un repertorio de actitudes se integra de las experiencias de las personas en agrupaciones sociales, dependiendo de la cultura, comprendiéndose la noción de cultura como “el conjunto de hechos simbólicos presentes en una sociedad. O, más precisamente, como la organización social del sentido, como pautas de significados ‘históricamente transmitidos y encarnados en formas simbólicas, en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias’” (Thompson, 1998:197 citado por Giménez, 2007:30-31). Es importante mencionar que lo que motiva a una persona a integrarse en un colectivo, lo que la hace pertenecer a un determinado grupo, es la identificación con los valores y los ideales, que preponderan en el mismo, de modo tal que la persona se siente integrado en un mismo orden de valores e ideas. “El sentido de pertenencia es (…) una actitud personal de adhesión a principios (…), actitud que genera comportamientos específicos en el terreno ritual, comunitario y ético” (González Ortiz, 2004:101).
En tal sentido, la pertenencia a un grupo o sociedad está definida por un manejo compartido de códigos. Al ser las actitudes disposiciones a percibir, sentir, pensar y desenvolverse con relación a objetos y personas, también implican un manejo compartido de códigos, que poseen la característica de demandar necesariamente un objetivo, respecto del cual se muestran actitudes positivas o negativas. Por ello se requiere tener un objeto claramente focalizado, que genere una tendencia o reacción, sea en una u otra dirección (Esquivias Serrano citada por Estrada Corona, 2012).
Ahora bien, conviene tener presente que el cambio de actitudes no es una tarea sencilla; sin embargo, las actitudes pueden ser cambiadas, sea por decisión de la propia persona o por intervención,[14] siendo dicho cambio influido por diferentes variables. En el cambio de actitudes hay que considerar dos aspectos. Primero: “Hay algunas actitudes que son más fáciles de cambiar que otras. Hay actitudes propensas a renovarse; en cambio, las hay tan arraigadas que todo intento de cambio resultaría inútil” (Mañós, 2002:58). Segundo: “No todos los individuos responden por igual a los cambios de actitud. Hay personas que no aceptarán fácilmente modificar sus actitudes o renovarlas. Por el contrario, hay quien cambia sin más en la primera ocasión. Y entre ambos extremos existe toda una gama intermedia de casos” (Mañós, 2002:58).
Asimismo, el entorno influye de manera relevante en las actitudes de las personas. “De hecho, ¿qué sistema social no desearía poseer la capacidad de provocar cambios en las actitudes de una sociedad hacia alguno de sus objetivos políticos, económicos, etc.?” (Miguel, 2000:34). Incluso, algunos estudios han demostrado que el clima puede llegar a afectar a las personas en cuestiones de depresión, dejando apreciar por consiguiente cierto tipo de actitudes en las personas. “Los cambios bruscos de temperatura, presión y humedad pueden provocar alteraciones en el sistema nervioso y generar una mayor predisposición a sentirse deprimido” (Díaz Virzi, 2013: s/p.).
Antes de cambiar una actitud se le tiene que conocer y para ello es necesario examinarla. Las actividades se evalúan mediante diferentes métodos; empero, los métodos más empleados son las denominadas escalas, las cuales se integran de determinadas frases o afirmaciones, a partir de las cuales las personas cuestionadas indican su grado de acuerdo o desacuerdo (Esquivias Serrano citada por Estrada Corona, 2012:7). Entre las distintas escalas que hay, una de las más empleadas es la de Liker: “Escala de medición con cinco categorías de respuesta: desde ‘muy en desacuerdo’ a ‘muy de acuerdo’, lo que requiere que los encuestados indiquen un grado de acuerdo o desacuerdo con cada serie de enunciados que se relacionan con los objetos de estímulo” (Malhotra, 2004:258).[15]
Al identificar las actitudes de las personas se conoce su manera de pensar y actuar; y, en consecuencia, procurar cambiarlas si no son adecuadas, o bien no son coincidentes con el medio de las mismas personas. También se pueden llevar a cabo procesos de persuasión para el cambio de las actitudes, teniendo en cuenta que para que un mensaje sea persuasivo y consiga cambiar una actitud no deseada –y con ello el comportamiento de una persona–, primero tiene que cambiar las creencias y los pensamientos del receptor del mensaje, pues como expresara el político y pensador indio Mahatma Gandhi (citado por Sanz, 2017: s/p.): “Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”.
Cabe agregar que las actitudes al interactuar se sirven de la comunicación y esto es algo que se debe de tener presente en el posible cambio de una actitud, aprendiendo incluso a desarrollar una comunicación eficaz, eficiente y efectiva; permitiendo a las personas conocerse a sí mismas, siendo asertivas frente al entorno social en que se desenvuelven.
Una conclusión abierta: la articulación entre actitudes y comportamientos
Habiendo conceptualizado las actitudes y sus componentes –cognitivo, afectivo, conductual y normativo–, así como un conjunto de razonamientos acerca de las mismas, es posible ya discernir la manera en que las actitudes de las personas se relacionan con el comportamiento de éstas. En este sentido, las actitudes intervienen en los comportamientos de las personas, toda vez que si se encuentran con una mala o buena disposición, la misma será proyectada a su entorno y viceversa. Por consiguiente, las actitudes mantienen una fuerte articulación en el comportamiento de las personas. De esta forma es posible identificar –como también señala Esquivias Serrano (citada por Estrada Corona, 2012) patrones de comportamiento que aportan elementos para examinar objetivamente una actitud. Así, se destacan algunos factores básicos respecto del proceso de formación y modificación de las actitudes:
- El entorno social en el cual se desarrolla la persona.
- El sentido de pertenencia de la persona.
- Los valores preponderantes de las personas.
- Los rasgos de personeidad y personalidad de cada persona.
Al final, se debe tener presente que las actitudes se aprenden, se configuran y cambian al paso del tiempo, constituyendo las ideas y los valores de las personas e influyendo en sus comportamientos.
Fuentes consultadas
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[1] María de Jesús López Salazar, Egresada del Posgrado en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Licenciada en Ciencia Política y Administración Urbana por la UACM y Maestra en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y Postulante a Doctora en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
[2] Las cursivas son del original.
[3] Las cursivas son mías.
[4] Entiendo por articulación el concepto propuesto por Stuart Hall (1998:30), para quien remite “a una conexión o vínculo, que no se da necesariamente en todos los casos, como una ley o un hecho de vida, pero que requiere condiciones concretas de existencia para aparecer de alguna manera”.
[5] Las comillas son del original.
[6] Las comillas y los paréntesis son del original.
[7] Entender la calidad de la actitud como procesamiento implica que la “calidad es definida por los aspectos procedimentales establecidos asociados a cada producto” (Morlino, 2007:28), en este caso la actitud.
[8] Entender la calidad de la actitud como contenido implica que la calidad “consiste en las características estructurales de [la actitud], su diseño, los materiales, la funcionalidad del bien u otros detalles que [la] caracterizan” (Los corchetes son míos) (Morlino, 2007:28).
[9] Entender la calidad de la actitud con relación al resultado implica que la calidad “se deriva indirectamente de la satisfacción expresada por [la persona], por la demanda del [objeto] en más de una ocasión, independientemente de la forma en que fue elaborada o de sus contenidos actuales” (Los corchetes son míos) (Morlino, 2007:29).
[10] Los corchetes son míos. Siguiendo a Laín Entralgo (1968 citado por Román Pérez, 1989:99): “La personeidad es el carácter constitutivo de la persona, mientras que la personalidad nos indica el carácter operativo. Se parte de la personeidad y se adquiere la personalidad”.
[11] El concepto de ambiente se refiere “al área de sucesos y condiciones que influyen sobre el comportamiento de un sistema. En lo que a complejidad se refiere, nunca un sistema puede igualarse con el ambiente y seguir conservando su identidad como sistema. La única posibilidad de relación entre un sistema y su ambiente implica que el primero debe absorber selectivamente aspectos de éste. Sin embargo, esta estrategia tiene la desventaja de especializar la selectividad del sistema respecto a su ambiente, lo que disminuye su capacidad de reacción frente a los cambios externos. Esto último incide directamente en la aparición o desaparición de sistemas abiertos” (Arnold Cathalifaud y Osorio, 1998:4).
[12] Los sistemas abiertos tratan de “sistemas que importan y procesan elementos (energía, materia, información) de sus ambientes y ésta es una característica propia de todos los sistemas vivos. Que un sistema sea abierto significa que establece intercambios permanentes con su ambiente, intercambios que determinan su equilibrio, capacidad reproductiva o continuidad, es decir, su viabilidad (entropía negativa, teleología, morfogénesis, equifinalidad)” (Arnold Cathalifaud y Osorio, 1998:10).
[13] Las cursivas son del original.
[14] La intervención busca la unión entre teoría y praxis para transformar la realidad e, inclusive, al ser humano.
[15] Las comillas son del original.