¿Quiénes forman a los docentes universitarios?

Por Gabriel De la Luz López

 La formación del docente universitario es un proceso permanente de orden profesional y personal que denota nuevas y continuas exigencias intelectuales, disciplinares, virtudes y competencias en orden para desarrollar procesos pedagógicos y educativos de transformación social. Se puede señalar, por tanto, que hay una gran diferencia entre los cursos de capacitación docente que algunos centros universitarios ofrecen de forma aislada y disciplinaria, y una estructurada formación pedagógica para los docentes universitarios. Inicialmente, se puede saber cómo los centros universitarios se han convertido en academias que tienen como preocupación esencial formar en aras de la excelencia en el ámbito científico, por lo cual, más que la formación pedagógica de sus docentes, interesa la formación disciplinar.

De ahí que la institucionalidad universitaria y las políticas públicas respecto a la educación superior permiten percibir una serie de situaciones que desvirtúan la labor pedagógica y formativa de los docentes en los centros universitarios. Se puede señalar, entre otras, dificultades tales como: se ha distanciado la labor investigativa de la labor docente, por lo que las actividades pedagógicas terminan careciendo de estatus formativo; la misma gestión de procesos o programas de formación para los docentes se ha considerado más como un valor agregado de la labor institucional que como una prioridad estructural de la vida universitaria; el docente se considera más como un sujeto laboral por lo que los centros universitarios procuran ocupar al máximo su tiempo sin dejar espacio a la reflexión y formación pedagógica de carácter personal; el interés administrativo de las instituciones universitarias más que en la formación pedagógica y humana de la comunidad escolar y en la excelencia educativa, se centra sobre todo en la gestión de asuntos relacionados con la certificación o acreditación de calidad desde entidades o estamentos externos; las crisis económicas y financieras han llevado a que algunas universidades orienten su mayor atención a la obtención de recursos convirtiéndose en centros económicos de mercado (Villalobos y Melo, 2008, 20).

 

Naturalmente, profundizar en el conocimiento de la identidad y funciones de los denominados formadores de formadores es un tema central. Aun partiendo de considerar que formador de formadores es todo aquel docente que trabaja en una institución de educación superior dedicada a la formación del docente, esta delimitación inicial y general adquiere diversos matices cuando se analizan más detalladamente las particularidades de la formación de docentes.

Más allá de esta identificación inicial sobre los formadores de formadores, surgen preguntas importantes relativas a la delimitación de sus prácticas, funciones y trabajo que conforman su marco profesional: ¿cómo se caracteriza el trabajo del formador de docentes?, ¿qué tipo de experiencias y prácticas han definido su quehacer?, ¿qué formación ha recibido?, ¿cuáles son sus necesidades en la preparación de docentes?, ¿qué competencias tiene para formar al docente en el siglo XXI? Esto facilita reflexionar, también, sobre las características profesionales que debería cumplir quien pueda ser calificado como formador de formadores y cuáles son las demandas y conocimientos propios de su actuación.

Para ilustrar mejor, la formación de formadores, como espacio de capacitación de sujetos ya formados y capacitados, requiere de la aplicación de estrategias diferenciadas de la formación de personas en periodo escolar o en iniciación formativa. Según Norberto Fernández (2010, 123), frente a estos contextos y desafíos deben modificarse sustancialmente los criterios de pertinencia académica y las competencias que la educación y la universidad proponen para la formación.

Además, la formación de formadores suele estar asociada generalmente con la preparación de docentes de los distintos niveles educativos. Sin embargo, siendo éste un campo preferente en la formación continua, no se limita exclusivamente a ella. Muchas organizaciones y empresas, ya desde hace un tiempo, encuentran en la formación de formadores espacios de interacción y crecimiento institucional, así como escenarios que facilitan la motivación y aprendizaje de los agentes que componen dichos organismos. En este sentido, la necesidad de contar con equipos de formadores y de coordinación en capacitación aparece a la hora de la planificación organizativa de cualquier organismo, tanto educativo, como no educativo.

Es válido afirmar que la práctica de formar a quienes tendrán la responsabilidad de formar debe contar con un diseño complejo y con un conjunto de herramientas que potencien el conocimiento, el diálogo y la comprensión. Las organizaciones que pretendan un mejoramiento deberán elaborar planes de preparación que sean relevantes y alcanzables a sus realidades. En consecuencia, además de la capacitación en un tema específico, se requiere atender el contexto de la formación y su perspectiva histórica. En términos de Francesc Imbernón (2010, 198), “la formación debe actuar sobre las personas y los contextos […] para generar innovaciones en el ámbito institucional”.

Por ello, la formación de formadores supone el abordaje de aspectos complejos, tanto por la diversidad de sus objetivos de trabajo, como de los efectos y las dimensiones que pretende lograr a través de sus prácticas. La actualización y el perfeccionamiento en la formación permiten el crecimiento individual, de los propios sujetos en formación, y organizacional. Es decir, las instituciones contarán con mayores posibilidades de crecimiento profesional en la medida que cuenten con estrategias que faciliten conocer, aprehender y aplicar tanto los procedimientos adecuados, como la información relevante y el conocimiento actualizado.

Así, el formador de formadores debe colaborar en que los sujetos en formación logren planificar, desarrollar procesos innovadores y evaluar sus actividades y tareas de enseñanza – aprendizaje, de manera responsable y profesional. En este escenario, uno de los aspectos claves que permiten que los sujetos y los organismos se encuentren actualizados y formados respecto de sus quehaceres instrumentales, técnicos y profesionales, es la implementación de los cursos de formación de formadores.

Paralelamente, pensar el marco actual en el cual se lleva adelante la tarea de la formación de formadores, implica analizarlo como un proceso que deberá estar en permanente actualización en cuanto a los mecanismos y estrategias que permitan desarrollar con fluidez y eficacia cuestiones consideradas como fundamentales. Conforme a la postura de Javier Torres (2011, 105), algunos de estos aspectos son:

1) La capacidad de definir y saber expresar los objetivos de la formación en cuestión. Lo que implica, además de un ejercicio pedagógico académico, aspectos vinculados a la psicología de la educación, al manejo de grupos de estudios y al diseño de materiales de apoyo.

2) El despliegue de la destreza de formar y capacitar a otras personas en escenarios de cambio.

3) La habilidad de transferir los conocimientos por medio de intervenciones teórico – prácticas precisas, sustentadas en el dominio de diferentes formas de intervención y enseñanza, materiales relevantes, utilización de las tecnologías para la búsqueda y promoción del conocimiento, métodos que potencien el diálogo y un comportamiento ético – responsable.

4) La generación de respuestas frente a problemas y situaciones experimentales, que faciliten un aprendizaje a través de la interacción y la adaptación a los diferentes entornos organizacionales.

5) La mejora de la dinámica comunicacional, como eslabón fundamental para la discusión del proceso de formación de formadores.

6) El saber reconocer en la enseñanza a grupos de sujetos, respetando sus derechos, individualidades e intereses personales, sin perder las oportunidades pedagógicas que facilita el aprendizaje colectivo.

7) El conocimiento para realizar evaluaciones de las propias prácticas de formación, a través de la adquisición de herramientas de investigación de base evaluativa orientadas a su mejora e innovación.

8) La capacitación en investigación científica y la reflexión permanente sobre los avances en el campo de la formación de formadores.

9) Una formación relevante, pertinente y valiosa para afrontar los retos de la cambiante sociedad.

En suma, el formador de formadores debe desarrollar una tarea profesional que facilite la planificación, los procesos de enseñanza-aprendizaje y la evaluación de las actividades desarrolladas. El que ejerce la enseñanza debe convertirse en un sujeto que “crea y orquesta ambientes de aprendizajes complejos” (Marcelo y Vaillant, 2001,10). Los cursos de formación deben orientar las tareas técnico – profesionales de las personas hacia la mejora de sus propias competencias laborales – profesionales; así como el alcance de resultados exitosos de gestión, en un marco de articulación intrainstitucional, interinstitucional y con el entorno social. Se trata de que el sujeto en formación pueda lograr utilizar los conocimientos adquiridos con el fin de aplicarlos en el campo de la acción real.

Desde esta perspectiva, el Foro Mundial de la Educación realizado en Dakar (UNESCO, 2000, 19), informó que se debe capacitar a los docentes en pedagogías que tengan en cuenta las diversas necesidades de aprendizajes mediante múltiples estrategias pedagógicas, programas de estudio flexibles y evaluaciones continuas. Bajo estas premisas, la formación actúa como una herramienta que permite la motivación, el trabajo en equipo y el fortalecimiento de las competencias formativas. Esto implica adquirir una forma de saber hacer de manera idónea y un dominio de capacidades para desplegar en circunstancias reales extendidas en el tiempo.

En este sentido, el formador de formadores necesita comprender el quehacer educativo de la formación[1], es decir, el proceso social de construcción de conocimiento articulado en el diálogo, la reflexión y la participación activa de todos los involucrados en un proceso de enseñanza – aprendizaje. Por ello, llevar adelante prácticas de formación de formadores requiere un previo análisis situacional, la determinación de parámetros de referencia, el conocimiento del grado de formación de los sujetos involucrados y la comprensión de la situación real en la que se aplicarán.

Otro aspecto a destacar es que la planificación metodológica de la formación de formadores debe responder a la aplicación de diferentes estrategias que faciliten la consecución del objetivo de alcanzar una formación idónea de calidad, que faciliten la transferencia de conocimiento en forma continua, desde una perspectiva que motive el aprendizaje con el apoyo de herramientas eficaces. En conclusión, la formación de formadores es un fenómeno complejo y dinámico, que abarca desde la adquisición de teoría y metodologías de la enseñanza, hasta el crecimiento profesional y personal en la experiencia de la práctica. Además, requiere de una aplicación participativa, que utilice los instrumentos de investigación y evaluación, para poder conocer sus alcances e impacto definitivo, tanto en los formadores, a nivel individual, como en un aspecto colectivo en su entorno.

 

 

 

Bibliografía.

Fernández, N. (2010). Universidad, sociedad y calidad en América Latina. Situación, desafíos y estrategias para una nueva agenda. Buenos Aires

Imbernón, F. (2010). Formación e innovación en la docencia universitaria en la universidad del siglo XXI. EDUNTREF

Marcelo, C. y Vaillant, D. (2015). El ABC y D de la Formación Docente. Narcea.

 

Digitales.

Torres, J. (2011). Rincones de trabajo en el desarrollo de competencias básicas. Docencia e investigación. Revista de la Escuela Universitaria de Magisterio de Toledo. N° 21. https://ruidera.uclm.es/xmlui/bitstream/handle/10578/9011/Los%20rincones%20de%20trabajo%20en%20el%20desarrollo%20de%20competencias%20b%C3%A1sicas%20.pdf?sequence=1&isAllowed=y

UNESCO (2000). Foro Mundial sobre la Educación. Dakar. 2000. Informe final. Francia: UNESCO. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000121117_spa

Villalobos, A. y Melo, Y. (2008). La formación del profesor universitario: aportes para su discusión. Revista Visiones de la Educación. N° 13. https://biblat.unam.mx/hevila/UniversidadesMexicoDF/2008/no39/1.pdf

 

 

[1] Para Fracesc Imbernón (2010, 200), la formación debe ser un revulsivo para aprender a cuestionar lo que se ve, lo que se cree y lo que se hace, para ayudar a repensar la práctica docente desde la conciencia de la contextualización y de la complejidad del acto educativo. La formación de formadores contribuye de manera específica a la transformación de los procesos socio – histórico y culturales; siendo portadora del saber, al mismo tiempo, que favorece la innovación del conocimiento.

 

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