¿Si tus amigos se avientan a un pozo…?

Por Ernesto Del Toro[1]

Es casi seguro que si alguna vez escuchamos la frase “¿Si tus amigos se avientan a un pozo, tú también te avientas?, provenía de un adulto reprendiendo a algún joven por haber hecho algo malo, junto con un grupo de amigos (amigas o amigues), además, suponía un comportamiento que no había aprendido en casa.

Se les olvidaba que el joven al haber hecho eso que se supone no hacía, prácticamente ya se había aventado a un pozo. Porque, como muchos de nuestros padres, no estaban enterados de la llamada “conducta social” (1), que dista mucho de nuestra conducta individual. Por ende, no entendían por qué lo habíamos hecho. Y de seguro, nosotros tampoco lo entendíamos. Lo que sucede es que se ponen en juego mecanismos de socialización, sobre todo en edades tempranas, así como las propias dinámicas del grupo

Pero, no son todos los actos ni todos los escenarios, ni todas las personas, las que influyen en nuestra conducta. Entonces, ¿qué es lo que provoca esta conducta social? La respuesta, para efectos de este trabajo, es la facilitación social (2).

Además de todo lo que implica en una edad temprana la socialización y la propia dinámica de los grupos, estos ya no son necesarios para influir. Un joven puede actuar de cierta manera para poder pertenecer a un grupo, como parte del ritual de socialización entre iguales, así como un adulto puede participar en un reto de internet como “La chona challenge” —acto peligroso y que fue causa de accidentes—, un reto que nadie le hizo pero que decidió aceptar.

Para hablar un poco de este fenómeno —el de lo que hacemos en grupo—, en los siguientes apartados describiré de manera breve, algunos ejemplos para poder esclarecer la influencia que tiene el grupo social, ya sea real, virtual o imaginaria (3), en nuestro autoconcepto y comportamiento, así como algunas de sus causas y consecuencias.

 

Únicos y repetibles.

Todo el tiempo escuchamos que somos únicos e irrepetibles, ese mensaje con sus variantes está por todos lados.  Aunque eso suena a una frase que diría nuestra madre o algún orador motivacional (coach, le llaman actualmente), al menos es parcialmente cierta; o, en caso de que fuese completamente cierta, no es como lo pensamos. Somos únicos pero repetibles: No hay nadie más como yo, sin embargo, sí hay otros con mis gustos, ideas, pensamientos, prejuicios, e incluso, hasta con las mismas obsesiones. Si lo que digo no les convence, piensen en su gusto más perverso, búsquenlo en Google y se darán cuenta de la comunidad que se congrega.

Consideramos nuestros gustos personales como lo más íntimo que experimentamos. Porque, incluso, si a alguna amistad le gusta la misma serie televisiva que a nosotros, puede que su gusto no sea por las mismas cosas que nos atraen, o que su personaje favorito no sea el mismo que el nuestro, aun cuando el nivel de disfrute pueda ser equiparable.

Una playera de BTS, de Bad Bunny, de Metallica o de Nirvana, no significa nada en una multitud de playeras de BTS o de Bad Bunny, de Metallica o de Nirvana. Pero significa mucho para quien la porta: Es una declaración de gustos; o hasta de principios y convicciones ideológicas, o de que estaba barata en el tianguis.

Porque estamos usando la misma playera, mas no somos iguales. No importa si el artista nos otorga un “nombramiento” como fans, ya sea Armys, o little monsters, o believers; “nadie ama a Junkook como yo lo amo”. Es decir, mi amor es el mejor de todos. Pero visto desde una mirada externa, eso no es perceptible: todos somos iguales.

Lo mismo ocurre en un estadio de fútbol: Todos somos la porra y somos hermanos de quien trae la misma playera que nosotros. Juntos le gritamos al árbitro o al portero del equipo contrario. Al arbitro cuando marca una falta que no nos parece, y al portero cuando está por despejar el balón. Eso concluye cuando se sale del estadio. Porque uno solo por su cuenta no le va a gritar al árbitro o al portero si los ve por la calle. En primera, porque nos podrían partir la cara; en segunda, porque no está haciendo un despeje de balón, o sea que no está cumpliendo su rol dentro del equipo cuando está fuera de la cancha.

Esta especie de cambio de conducta no es exclusiva de la edad. Por ejemplo, cuando en la secundaria algún compañero hacía algo malo, ya fuera afectar el mobiliario, romper una silla o una mesa, escribir algo obsceno acerca de algún maestro en el pizarrón, surgía en nosotros una especie de “colectivismo” y la consigna grupal era: “Fuimos todos”. Sin embargo, había un caso en el que esta consigna no aplicaba, y era cuando en un grupo de amigos se compartía una revista para adultos, en ese caso, las cosas eran al revés: Si te la encuentran (en tu casa) es tuya. El grupo nos cobija, fuera de ahí, estamos por nuestra cuenta.

En estos dos escenarios, el grupo funciona como elemento facilitador que hace más probable que el individuo pierda el control de sus pasiones, situación que es menos probable si estuviera solo.

 

Multitudes, reales, virtuales e imaginarias.

Actualmente, el espacio social ya no se restringe a un lugar físico en donde la gente —permítanme una redundancia— se congrega físicamente, sino que también las redes sociales son espacios sociales en donde los grupos se organizan, a veces de manera espontánea. Han dejado de ser masas irreflexivas, para convertirse en parte activa de la discusión social. La ausencia física de los otros exacerba a veces el intelecto, otras veces, las emociones. Una ventaja, es que podemos ser unos groseros, sin el riesgo de que nadie nos agreda físicamente, al menos no en ese momento.

Sigmund Bauman, en sus últimas declaraciones, señaló que “no se necesitaban habilidades sociales para pertenecer a una red social”. Si bien eso es cierto, no significa que los individuos no tengan habilidades sociales en el mundo real; sólo que parecen suspenderse o modificarse en internet, porque es más fácil decirle a un diputado que es un inepto en un post, que decírselo en su cara. La multitud real, virtual o imaginaria, influye en nuestra conducta, ya sea que nos impida realizar ciertos actos o que nos libere de las limitaciones de las buenas costumbres e incluso, de ciertos valores. Por ejemplo, un niño puede decir groserías en el salón de clases o en el patio escolar, aunque sabe que en casa no debe hacerlo, porque en casa su familia se lo prohíbe.

La masa, la multitud… el grupo social, influye en nosotros, estén presentes o no. Basta con recordar la expresión —algo en desuso— de un “gusto culposo”. Si algo nos gusta, no tiene por qué hacernos sentir culpa. Ese elemento de culpa viene de lo que imaginamos que van a pensar los otros. Por eso, escuchamos el reguetón bajito, en la privacidad de nuestros audífonos. No porque nos importe lo que los demás vayan a pensar de nosotros. Pero por si las dudas, mejor no hay que arriesgarse.

Hace años, el grupo Alaska y Dinarama cantaban: “¿A quién le importa lo que yo haga?, ¿A quién le importa lo que yo diga? (Yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré…) No obstante, aunque se haga algo —o se publique algo en redes— sin pensar en el “qué dirán”, sí se lleva a cabo pensando en las consecuencias. En esas consecuencias van adscritos los demás. En todo caso, sí nos importa lo que piensen de nosotros dentro de nuestro grupo social, por el contrario, no nos importa lo que piensen los que no son como nosotros, aunque nuestras circunstancias les insulten.  

 

No soy yo, son ustedes

Al mezclarnos con el grupo social, se experimenta una especie de “despersonalización”, es decir, nos convertimos momentáneamente en algo que no somos —o que, sí somos, pero nos esforzamos en ocultarlo—. Nos comportamos como no lo hacíamos en público, o puede que aparezcan conductas inéditas en nosotros. Un ejemplo, sería el tristemente célebre “all cops are bastards” (todos los policías son unos bastardos), cuando se habla de los cuerpos policiales y la brutalidad desmedida con la que a veces actúan.

Hay voces que defienden al policía, al individuo policía, sea hombre o mujer, describiéndole como una buena persona, amable con la comunidad, buen padre o madre. Entonces: Si son tan buenos, ¿por qué son tan violentos con el uniforme puesto?

Una posible respuesta la brindó Hannah Arendt definiendo como “La banalidad del mal” (4)  la conducta de los individuos que, obedeciendo órdenes, son capaces de cometer actos violentos. En el caso de la policía, es una colectividad agrediendo y sometiendo a otros, es solo parte de su trabajo (5).

Al portar el uniforme, deja de ser un individuo para convertirse en otro: en un Sujeto social. Todos los sujetos que son policías son iguales. Juntos o separados son La policía. Ahora, sujeto social es otro termino para referirnos a un estereotipo. Muchos países, grupos sociales u oficios, han pasado por un proceso de estereotipación, que se ha difundido y perpetuado. Es la simplificación de ciertos rasgos y la exageración de otros, que se quedan instaurados en el pensamiento colectivo. Al respecto, Maritza montero refiere “Otros consideran que los estereotipos son una elaboración distorsionada de la verdad, es decir, que a partir de una verdad casuística, se hace una generalización falsa.” (6) .

Si consideramos que el estereotipo es una percepción y el sujeto social un agente activo de la sociedad, entonces, en nuestro ejemplo del ciudadano que se desempeña como policía, él es la policía y actuará conforme al mandato, aun cuando el uniforme representa a una entidad externa. Del mismo modo, un manifestante en las calles representa cosas externas a él o ella. Es un sujeto social que representa una causa y tienen relación con valores y convicciones de un grupo específico. Una manifestación magisterial, estudiantil, marcha feminista o reivindicación de la diversidad sexual, al manifestarnos no somos nosotros, somos todo un movimiento.

Cuando estos dos sujetos sociales se enfrentan, es decir, los manifestantes contra la policía[2], no se enfrentan entre sí por antipatía o porque alguien los vio feo. Se enfrentan por las cosas que representan. Cuando hay enfrentamiento físico, aunque se está golpeando a una persona, la intención es golpear a lo que representa.

Esto ocurre en la calle o en un partido de fútbol. Un ejemplo de este último lugar fue el enfrentamiento que protagonizaron aficionados del Querétaro y del Atlas en mayo de este año. Pudimos ver escenas terribles de golpes entre aficionados, actos más cercanos a lo criminal que a una rivalidad deportiva. Hombres jóvenes y adultos, golpeando sin piedad a otra persona, porque representaba al equipo contrario. Por supuesto, hubo insultos previos que provocaron que portar la playera del equipo rival fuera peligroso en ese momento.

Lejos de estos espacios públicos, en la privacidad de nuestros hogares, las opiniones más personales, incluso las que consideramos muy propias e íntimas, generalmente están soportadas por entes externos a nosotros. Son representadas por instituciones u organizaciones multitudinarias que ostentan cierto poder político o social. Me refiero, sobre todo, a esas opiniones que tienen que ver con la vida de las demás personas, es decir: Una opinión en contra del aborto, por más personal que sea, tiene eco y soporte en organizaciones y agrupaciones conservadoras. Porque no sólo lo decimos nosotros, sino millones de personas alrededor del mundo.

¿Somos los malos?

Por supuesto, ser parte de un grupo tiene consecuencias positivas: Brinda un sentido de pertenencia, protección e identidad. También, nos adjudica características positivas. esto es la llamada teoría del consenso falso (7). Evaluamos nuestras opiniones y conductas como correctas, y sobreestimamos el número de personas que opinan y actúan igual que nosotros, con la noción de que nuestros actos son los apropiados.

Nosotros y los nuestros, somos los buenos. No en el sentido de bondad, sino en el sentido de valor. Las consecuencias o efectos positivos del grupo son casi siempre invisibles. Esto pudiera ser porque tienen efecto en el estado anímico del sujeto. Por otro lado, las consecuencias negativas son las más perceptibles.

Cualquiera que no se comporte como nosotros ni comparta nuestros códigos, es el sospechoso, no es digno de nuestra confianza. Esto nos exige hacer cosas, pues si pertenecemos a un grupo social, se desea de nosotros que nos comportemos como se espera en cuanto a conductas y hasta gustos. Nadie quiere convertirse en un extraño dentro de su círculo social.

 Eso acarrea una problemática, pues es una pugna constante que se manifiesta en conflictos entre barrios, entre grupos criminales, entre grupos políticos; entre los que tienen un tono de piel diferente o cierta preferencia sexual, o una creencia religiosa. Es más, hay una disputa hasta en el tipo de pronombre que te define o si hablas lenguaje no sexista o lenguaje inclusivo.

Todo tiene su base en el prejuicio, la discriminación, y la convicción de que el diferente puede ser maltratado, menospreciado, que no merece lo que tiene o que no debe de tener las mismas condiciones de vida que nosotros.

Nadie, o muy pocos, se asumen como los malos —o que se equivocan en algo—. La noción de que en lo personal somos los buenos, parece estar incrustada en nuestro ADN. La historia está llena de conflictos entre los que se creen los buenos en contra de los que puede que sean malos, pero convencidos de que son inferiores; esa es justificación suficiente. Los países se organizan para definir quiénes son los enemigos, y se encargan de hacérselo saber a la población para que estemos de acuerdo al momento de que comiencen los bombardeos.

 Algo que pretende recordarnos lo malas que son nuestras conductas y cómo estamos dañando al planeta y a nosotros mismos —por más buenos que creamos ser—, son todas esas ilustraciones que circulan por internet que pretende “retratar todo lo que está mal en la sociedad”. Mostrando a la humanidad como zombis frente a un celular, o a personas encadenadas a una toma de corriente para cargar sus celulares. O mendigando por likes. O inyectándose likes como si fueran una droga. Hay uno en específico: El de la persona que se queja con su psicoanalista porque nadie le manda mensajes ni solicitudes de amistad, ni tiene likes, que es muy acertado.

Algunos de estos trabajos son muy bellos, otros no tanto. Incomodan, puede que sí, pero no porque las escenas representadas sean las causas reales del deterioro de la vida de las personas; Incomodan porque nos retratan haciendo lo mismo que hacen millones de personas. Darnos cuenta de la pérdida de la individualidad es lo que nos asusta.

 

…tú también te avientas?

La sociedad —que no es nadie en específico, sino una idea que flota sobre nuestras cabezas— nos obliga de manera explícita e implícita a comportarnos y a hacer lo que hacen los demás. “El nuevo pantalón de moda”, “la nueva serie de Netflix, que todo mundo está viendo”, “el TikTok viral”, o hasta opinar acerca de algún tema de relevancia social. De alguna manera se espera que hagamos algo de eso que hacen los demás.

Oscilamos entre lo público y lo privado, en donde el contexto determina mucho de nuestro comportamiento, pensamientos y opiniones, nos demos cuenta o no.

Es imposible oponerse al impulso de los otros, a la influencia de la masa; masa que a veces, responde a contenidos y productos culturales creados por la industria de la moda y del entretenimiento.

Cada cosa que hicimos y que no estábamos convencidos de hacer, pero que de todos modos hicimos, porque los demás lo estaban haciendo —me atrevo a decir que todos hemos hecho algo así, pero nadie lo sabe—, es un aventarse al pozo, a ese lugar metafórico del que nuestros padres nos querían salvar.

En estos casos, u optamos por aceptarlo o nos lo guardamos para nosotros, pues pensar en nosotros mismos como un individuo anónimo, sin rostro ni pasiones internas, puede ser amenazante. Esto es de suma importancia, en una cultura en donde el individuo es la celebridad de su propia vida. Por eso, nos asimos a nuestra personalidad. Estamos convencidos de nuestra individualidad, no importa si hacemos el mismo TikTok que millones de personas ya han hecho también, faltaba nuestro aporte.

Todas las cosas que se dijeron en párrafos anteriores son reales y nos afectan, nos demos cuenta o no. Eso no le quita valor a la teoría. Pero, lejos de toda esta teoría social, somos personas que piensan y sienten cosas. Sufrimos y disfrutamos de las mismas cosas que los demás, a veces necesitamos a la gente y a veces necesitamos estar solos.

Solo nos tenemos a nosotros mismos para enfrentar la realidad, y tenemos suerte si contamos con aliados, ya sean reales, virtuales y por qué no, hasta imaginarios.

 

 

 

 

(1) Allport, F. (1924) Social Psychology. Chapter 7: The Nature and Development of Social Behavior. Visto en: https://brocku.ca/MeadProject/Allport/1924/1924_07.html

(2) Allport, F (1924) Social Psychology Chapter 11: Response to Social Stimulation in the Group. Visto en: https://brocku.ca/MeadProject/Allport/1924/1924_11.html

(3) Una audiencia imaginaria, puede influir en nuestros pensamientos, actitudes y conductas.  Honeycutt, J. (2008). Imagined interaction theory: mental representations of interpersonal communication. In J. Honeycutt (Ed.), Imagined interaction theory: Mental representations of interpersonal communication (pp. 77-88). SAGE Publications, Inc., https://dx.doi.org/10.4135/9781483329529

(4) Arendt. H. (1963) Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Editorial Lumen. S.A. Barcelona.

(5) Arendt, H. op. cit.  “…Y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era «no solo normal, sino ejemplar». (p21)

(6) Montero, M. (1991) Ideología, alienación e identidad nacional: Una aproximación psicosocial al ser venezolano. Universidad Central de Venezuela. Ediciones de la biblioteca. Venezuela.

(7) https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/002210317790049X?via%3Dihub

 

[1] Soy Ernesto Del Toro (Guadalajara, Jal. 1983). Escritor independiente y psicólogo, interesado en filosofía, sociología y psicología social. Desde el año 2012 comencé a publicar ensayos y textos breves en una página de blog, en los que analizo conductas y la situación actual de la sociedad. He publicado de manera independiente, tres libros de ensayo de corte académico: Un libro real, sobre la realidad [Ensayos sobre la experiencia de la realidad y nuestra aproximaciones a la verdad) (2017), El Eco de la cultura de masas (2019), y Caja llena de cajas [algunas consideraciones sobre la discusión social] (2021).

[2] Es necesario recalcar la honorabilidad y valentía de los policías, que arriesgan su vida todos los días, apoyando en las labores de seguridad. De igual manera, la valentía y compromiso de quienes se manifiestan. Sólo ejemplifiqué con casos en donde el actuar colectivo, transforma a las personas.

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