Correspondencia azucarada

Duraznos asados inspirados en carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio

Por Diana Peña Castañeda[1]

Si en su producción literaria Juan Rulfo recreó un pueblo sombrío cuyos murmullos ensordecedores expresan el deseo de calma, en su relación epistolar con Clara Aparicio exhortó la nitidez del amor. Un sentimiento rebosado por la esperanza, del mismo modo que se extiende la gota de agua en la tierra para crear nuevas formas provocativas.

 

“¿Sabes una cosa? He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños.”

 

Por ser el amor un asunto tan irracionalmente serio, a él, entonces un veinteañero, le supo a copos de azúcar, esa que salpica el postre en el plato, la brisa de los bosques, el agua de los ríos. También a duraznos recién cosechados, grandes, frescos, de piel sedosa y carnes jugosas que le hacían exagerar el delirio, por supuesto, como resulta natural a esa edad.

 

“También he concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el izquierdo, los dos, tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de ese sabor. Bueno, la cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver. No me conformo, no; me desespero. Ayer pensé en ti, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.”

 

El amor está hecho de metáforas. Juan Rulfo lo midió en los kilómetros desde donde, quizás ciudad de México, sembró un hueso de durazno hasta donde, quizás Guadalajara, se encontraba Clara. “Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las cosas.”

 

Para esta receta la alusión es la sinfonía entre unos duraznos a las brasas y una miel de flor de Jamaica que no necesita nada más que agua y azúcar para ser bellísima y única.

 

 Receta

Tiempo de preparación: 40 minutos

Tiempo de cocción: 15 minutos

Porciones: 2

 

Ingredientes:

Dos duraznos melocotón.

Una cucharada de azúcar morena.

Tres cucharadas de mezcal o tequila o el licor de preferencia (ron, whisky, aguardiente)

Una taza de flor de Jamaica seca.

Una taza de azúcar blanca (más o menos, depende del gusto).

Una taza de agua.

 

Preparación:

 

Primero la miel de flor de Jamaica:

Llevar a punto de ebullición la flor de Jamaica con el agua.

Retirar y colar.

Agregar azúcar blanca al agua infusionada.

Llevar nuevamente al fuego muy bajo hasta que espese.

Reservar.

 

Luego los duraznos:

Lavar muy bien los duraznos y cortarlos a la mitad, retirar la semilla.

Especiar con el licor y el azúcar morena.

Disponer en una parrilla o asador hasta que la carne se sienta blanda y dorada.

 

Foto: Diana Peña

Servir los duraznos muy calientes con abundante miel de flor de Jamaica. El sabor cítrico y dulzón va muy bien en días soleados o de lluvia, después de un plato principal, como merienda o para atrever el sentimiento al impulso de la palabra, de ese que brota tan personal cuando se está rodeado de los silencios del amor.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Comunicadora Social, especialista en Comunicación Organizacional, Magister en Ciencia Política. Interés en escribir sobre la comida como elemento narrativo en la literatura y como arte simbólico de la memoria social. linkedin.com/in/dianapeñacastañeda

@la_libreria_patisserie

 

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