De padres y escorpiones o la lengua de la serpiente

Aproximaciones críticas a “Siempre juntos” (2008) de Rodrigo Rey Rosa

 Por Francisco Tinajero[1]

En 1878 Federico Nietzsche predecía que el devenir de la filosofía debía tener la condición sine qua non de un sentido histórico[2]; así diagnosticaba el Pecado original de los filósofos: “lo que el filósofo enuncia respecto del [humano] es un testimonio acerca del [humano] mismo en relación a un espacio de tiempo muy limitado. […] todo ha evolucionado; no existen hechos eternos ni verdades absolutas[3]” (419-420). Este hecho ha demostrado su validez en los diversos campos de las humanidades y las artes. La literatura no es la excepción porque tiene la necesidad ontológica de actualizarse (formal, temática y estilísticamente) por los retos epistemológicos surgidos del caos de la época contemporánea. Así pues, aunque el eje temático de las obras artísticas presente las mismas[4] preocupaciones fundamentales, la forma de abordaje y análisis crítico de la realidad variará según las condiciones sociales concretas de cada etapa del desarrollo de la humanidad.

Desde el comienzo de la historia humana el cuestionamiento en torno al origen de la vida ha mantenido en vigilia a lxs pensadorxs, quienes hallaron consuelo en explicaciones de índole metafísica y dieron lugar al surgimiento de las religiones del mundo. No obstante, de la puesta en crisis de estos razonamientos se siguieron aquellos que versaban sobre las relaciones entre seres de la misma naturaleza: el origen de la familia. A partir de ese momento se manifestaron inquietudes acerca del comportamiento heterónomo. Entonces, al efectuarse en un núcleo en constante movimiento y, por ende, conflictivo, los vínculos familiares y las leyes que los rigen han representado un punto de confluencia en las teorizaciones antropológicas, filosóficas e históricas, así como en las creaciones artísticas.

Dentro de este último rubro es que se adscribe la narración “Siempre juntos” (2008) de Rodrigo Rey Rosa. Fiel a su estilo, sea en un zoológico (“Otro zoo”, 2008), las transitadas calles de Nueva York (“La niña que no tuve”, 1999) o en apenas unos metros de una casa en medio de un paraje caluroso (“Siempre juntos”, 2008), una víbora repta entre los párrafos del escritor guatemalteco. La mención del animal bífido no es gratuita: los relatos de Rey Rosa no representan la mordida de la Taipán, sino de la Mulga (o para mayor sintonía nominal: Rey Marrón, King Brown); si bien no es mortal, sí es punzante y paralizadora; produce en el lector la sentencia de Daniela Bojórquez[5]: “Leía que uno no muere por estar enfermo, uno muere por estar vivo. […] lo realmente extraordinario es seguir vivo” (17). La mamba que zigzaguea en los cuentos de Rey Rosa se llama Tiempo, pero dada la ambigüedad del término, se concreta en Miedo y trae pequeñas dosis de absurdo en los colmillos.

Las vértebras de la serpiente de “Siempre juntos” están constituidas por la compleja relación entre padres e hijxs: un enlace siempre problemático y jerárquico[6], cuya estructura es posible observar a partir del posicionamiento físico de los personajes: a) Humanos: además de ser bestializados en conjunto (véanse las descripciones de las acciones en las que toman parte[7]), los adultos se desplazan y conviven caóticamente entre ellos, mientras que con la niña, en reposo, pasividad, plano picado, de manera vertical; y b) Animales: el escorpión joven está en posición superior con respecto al más longevo. He aquí el verdadero meollo del texto, el ataque de King Brown: la alteración del sistema jerárquico que es la familia, cuya dinámica cada vez se muestra más caduca. Es una coexistencia dificultosa en la que el progenitor se ve suplantado por el hijo. Para Rey Rosa la alteración de este sistema social es irresoluble y radical, un conflicto que puede zanjarse[8] solo por la muerte de uno de los miembros (en “Siempre juntos” es el padre, pero en “Otro zoo” es la hija): “No volverá” pensaba el escorpión en lo alto, contento porque al fin tendría un lugar sólo para él.” (11).

El veneno de la víbora es el Tiempo[9], es lo que amenaza la estructura. En la narración tiene cara de miles de pequeñas mandíbulas de hormigas que corroen la piel del padre, del viejo escorpión, las arrugas en la frente. Cada mordida es un día, un mes o un año que implica movilidad inexorable en la jerarquía familiar: “Las primeras que lograron pasar entre el cartón y el borde del vaso fueron muertas por las tenazas y los aguijonazos del señor de la octava casa, pero en pocos minutos había demasiadas, y avanzaban en formación de medialuna sobre el viejo escorpión.” (11). A este respecto cabe recordar que J.L. Borges parafraseó a Spinoza en “Borges y yo” (1960) para enfatizar la naturaleza contradictoria de las cosas y él mismo. Para el caso de análisis aquí tratado es posible aplicarlo a la organización (la familia) que pretende seguir jerárquica e inamovible, pero que va en discordancia con la dinámica humana, cambiante y heterogénea: “Spinoza entendió que todos los seres quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra, el escorpión un escorpión y el padre un padre[10].” (20).

La lengua bífida conmina entrelíneas de “Siempre juntos” y en ella radica una de las mayores virtudes de los relatos de Rey Rosa pues brinda una doble perspectiva acerca de un mismo tema. Por un lado, la del hijo que aparece pasivo ante el hecho fatídico y se caracteriza por el mutismo, pero con la potencia de cambiar el devenir familiar con un simple llanto (“La niñita, que había sido llevada a uno de los dormitorios, dio un alarido, y las mujeres se levantaron de la mesa para ir en su auxilio.” (10)) o un descenso por el adobe; por el otro, la del padre. Sobre la de este último es que cae la focalización del relato. Se captan los acontecimientos desde la mirada del miembro más antiguo del núcleo familiar, Saturno devorando a su hijo: ojos abiertos en toda su extensión porque la serpiente se posiciona verticalmente y exhibe los colmillos; el Tiempo ha pasado y lxs hijxs han crecido.         

Los sucesos en los que los escorpiones y su imagen espejo bestializada tienen lugar ponen en evidencia que el funcionamiento de la estructura familiar tradicional (vertical) está caduco ya que, de una forma u otra, deriva en sufrimiento emocional y físico por parte de los miembros de la misma; logra aquello de lo que huye: el distanciamiento parcial o total entre padres e hijxs. Por lo tanto, los relatos de Rey Rosa llaman a una reevaluación necesaria de este proceso humano y abogan por una dinámica más horizontal, en la que se prioricen las capacidades ontológicas y epistemológicas de cada integrante de la familia. He aquí la actualidad de la obra.

 

 

   

Bibliografía.

Bojórquez, Daniela. “La ficción del paranoico” en Óptica sanguínea. Tumbona. CONACULTA. 2014.

Borges, Jorge Luis. “Borges y yo” en El Hacedor. Ediciones Ñepuis. S/A.

Nietzsche, Federico. Humano, demasiado humano. Editores Mexicanos Unidos. 2017.

Rey Rosa, Rodrigo. “Siempre juntos” en Siempre juntos y otros cuentos. Almadía. 2008.    

 

 

 

[1] Francisco Tinajero (CDMX,1999). Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Ha colaborado en la revista Diablo Negro con un par de textos sobre cine. Mis intereses particulares son la literatura latinoamericana contemporánea, la estética y el cine.

[2] En Humano, demasiado humano. Editores Mexicanos Unidos. 2017.

[3] Cursivas del texto original.

[4] Nunca nada es exactamente igual a su antecesor.

[5] En “La ficción del paranoico” en Óptica sanguínea. Tumbona. CONACULTA. 2014.

[6] Es importante recordar el momento exacto en que el escorpión viejo cae del techo de la casa: “Acababan de tener una de esas riñas sin sentido pero inevitables en las vidas compartidas. Le había dicho al otro que si en realidad no apreciaba lo que él hacía, que podía ir a buscarse un techo propio en otra parte, que el techo donde estaban lo había descubierto él.” (8). Es decir, tenían una pelea usual entre padres e hijxs. 

[7] Algunos ejemplos al respecto: “Cuando aquellos seres temerosos terminaran de ingerir sus alimentos y el líquido que solían beber hasta muy entrada la noche, cuando dejaran de echar por bocas y narices aquel humo que los ponía más torpes de lo que eran” (8); “Acumular tontería sobre tontería, ésa era la esencia de su conversación. […] El más apestoso de los hombres levantó de pronto a la niñita, que sin duda, era hija suya; los pies de ambos exhalaban el mismo olor intenso.” (9).

[8] Es una abertura definitiva y profunda.

[9] El de los 1001 disfraces.

[10] Las cursivas son mías.

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