La fragilidad histórica de la propuesta plurinacional de constitución chilena
Por Jorge Eduardo Yáñez Lagos[1]
Introducción.
El día domingo 04 de septiembre de 2022, en Chile se realizó un plebiscito cuyo resultado mostró que un 61,8% de chilenos y chilenas (que participaron electoralmente) rechazaron la propuesta redactada por la Convención Constitucional. En este contexto, el presente artículo intentará entregar modestamente algunas herramientas históricas para una comprensión pertinente del reciente plebiscito constitucional, a partir del ensayo “El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica” del historiador chileno Alfredo Jocelyn-Holt (2014).
A primera vista, Jocelyn-Holt (2014) supone la necesidad de “pensar la historia” considerando la evidencia histórica, por lo cual, en Chile el actual siglo XXI no se entiende sin comprender los siglos XX y XIX. Así pues, “Erich Hobsbawm, quien célebremente calificó al siglo XX como un «siglo corto» (a «short century»), estimaba que no se podía hacer su historia sin remitirse al siglo XIX” (Jocelyn-Holt, 2014, pág. 31).
Asimismo, la historiografía oficial trata de explicar la singularidad de Chile en América Latina durante el siglo XIX, y específicamente a partir de 1830, como un país exitoso en organizarse a sí mismo en forma temprana como un estado-nación civilizador. A partir de eso, cuando el ministro Diego Portales escribió el 16 de julio de 1832 “el orden social en Chile se mantiene por el peso de la noche”, la historiografía tradicional ha intentado explicar la histórica figura de Portales como el principal artífice del orden. De este modo, el contexto chileno ha imaginado la idea de un orden portaliano procedente del peso de la noche (Jocelyn-Holt, 2014).
Contexto.
A la luz de la historia reciente, la anterior tesis es claramente difícil de aceptar. De hecho, en los primeros treinta años de la Constitución Política de 1833, Chile estuvo casi la mitad del tiempo sometido a regímenes de emergencia, lo cual hizo que el orden constitucional operara en un sentido a lo más nominal. Incluso, durante el siglo XIX por lo menos estallaron dos guerras civiles menores, la guerra contra la Confederación Perú-boliviana, la guerra del Pacífico, la Revolución de 1891 y la principal figura política —Portales— fue asesinada (Jocelyn-Holt, 2014).
El período histórico en que le toca actuar a Portales se enmarca con la llamada “crisis del racionalismo” en la Europa de los años 1780-1790, el impacto de la Revolución francesa y de Napoleón. No obstante, no hay que olvidar que Portales también vivió la época de la Independencia de Chile, cuyo fenómeno histórico introdujo la idea de nacionalidad (Jocelyn-Holt, 2014). En este aspecto, resultará sustancial entender la idea de nación chilena como la principal evidencia histórica inherente a la derrota de la opción “Apruebo” en el plebiscito constitucional realizado el 04 de septiembre de 2022.
Sin embargo, inicialmente, también se hace necesario aclarar la idea del peso de la noche que, desde luego, es una constatación original de Portales. La obra ministerial de Portales se reconoce principalmente en la redacción de la Constitución de 1833 —carta magna que se mantuvo en vigencia con varias reformas hasta 1925. Por otro lado, Portales revela un fuerte escepticismo ante los diferentes poderes; y, al mismo tiempo, se caracteriza por un pragmatismo sin mayor orientación política o ideológica (Jocelyn-Holt, 2014). Bajo este perfil biográfico e histórico, se puede concebir el peso de la noche de Portales.
Para Alfredo Jocelyn-Holt (2014), Portales desconfiaba del orden institucional legal; y, más bien, aludía a una especie de autoritarismo social como base del orden político y social. De manera que, en su reconocido pasaje señala:
“El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a oscuras y sin poder contener a los díscolos más que con medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado a ser útiles […][2]”
Desde este ángulo, el orden social entendido como el peso de la noche funciona porque el orden propiamente tal, el liberal-clásico, no existe o carece de “hombres” que lo puedan hacer posible. Entonces, el peso de la noche —la tendencia de la masa al reposo— no es otra cosa que la constatación histórica de la ineficiencia del orden sistémico institucional ilustrado; y, en consecuencia, la inercia de la masa al reposo es lo que mantiene el orden social. De la misma forma, también resulta un acierto aludir a la “noche”, puesto que nada ni nadie gobierna la noche, salvo el paréntesis que proporciona la inercia. Todo esto significa, que esta verificación de Portales se plantea en estricta función de la eficacia o utilidad política (Jocelyn-Holt, 2014).
De este modo, las relaciones complejas y no meramente antagónicas entre orden y desorden, son caras de un mismo fenómeno no suficientemente decantado. Desde la Conquista española hasta nuestros días, Chile ha estado marcado por un orden fundado en la frustración. Por eso, la famosa cita de Portales está enfocada en que la tranquilidad pública está garantizada por la barbarie misma que predomina en la sociedad. De esta manera, se impone un orden en forma, un simulacro de orden, pero, nada que sustancialmente podamos llamar orden (Jocelyn-Holt, 2014).
A modo de ejemplo, Manuel de Salas confesaba en 1815 estar horrorizado con el “desorden” que inundó a Chile. Pese a esto, desde la caída de O’Higgins en 1823 se impuso un equilibrio cívico-militar que permitió compartir el gobierno a las únicas dos fuerzas políticas: la élite tradicional y los militares. En este marco, en Chile no se dio una anarquía. Empero, en la década de 1880, en los círculos de la élite se oían voces que auspiciaban mejoras sociales, lo que se denominó la “cuestión social”. A continuación, la Guerra Civil de 1891 arrastró entre 10.000 a 15.000 muertos. Al mismo tiempo, a inicios del siglo XX sucedieron con una periodicidad asombrosa y preocupante una serie de estallidos sociales y represiones: Valparaíso en 1903, Santiago en 1905, Antofagasta en 1906 y Santa María de Iquique en 1907 (Jocelyn-Holt, 2014).
En este sentido, se puede constatar que la visión portaliana de orden social está condicionada por el colapso inicial del orden imperial español en América. Por consiguiente, el orden social de Portales es un orden parcialmente colapsado o trizado, pero, aún no aniquilado. De modo que, Portales no preside restauración alguna o recuperación del orden perdido, sino que, conserva lo que aún no se ha dañado. Desde esta perspectiva, se plantea reducir la angustia social producida en épocas de “revoluciones”, determinando lo que había que conservar y lo que había que cambiar (Jocelyn-Holt, 2014).
A partir de esta distinción, el historiador chileno de la Generación del Centenario (1910), Francisco Antonio Encina, descubre lo que cabría llamar la mecánica del cambio de ciclo, que emana en un “desajuste” entre pueblo e institucionalidad. Por esta razón, Encina describía hace justo un siglo, una dialéctica entre ambos (pueblo e institucionalidad), generando el movimiento del cambio que va desde una situación ordenada, pasando por la crisis, hasta un nuevo orden, en el cual la tensión disminuye (Herrera, 2014).
En la crisis de su tiempo, Encina proyecta una tensión entre el pueblo (su modo de ser) y la organización institucional. A saber, esta dialéctica no sólo genera caos, sino que el malestar y el descontento quedan conjurados. Así, Herrera (2014) acierta en que el problema de adecuación del pueblo chileno en un estadio determinado de su devenir histórico y el tipo de organización institucional, también se constituye en una cuestión política. Sin embargo, Herrera asigna responsabilidad a la capacidad de las élites de notar el momento evolutivo del momento popular y no aplicarle simplemente fórmulas etéreas o demasiado exóticas.
De esto se desprende que Hugo Herrera (2014) establece con asertividad una analogía entre la llamada “crisis moral” del Centenario (1910) y la situación actual, en algunas de sus causas particulares, que a veces no son muy distintas. En consecuencia, también se podría manifestar como señaló el escritor estadounidense Mark Twain: “la historia no se repite, pero, rima”.
A través de la comprensión de Encina, Hugo Herrera (2014) detecta la existencia de una asimetría entre “ideas y sentimientos tradicionales” realmente encarnados en el pueblo, e ideas abstractas no encarnadas en él. Por ejemplo, con respecto al reciente plebiscito, la plurinacionalidad planteada en la transversalidad de la propuesta constitucional no se conectó con el sentimiento popular-nacional. Dicho de otro modo, la declaración de “naciones” indígenas al interior de Chile con sus respectivas autonomías territoriales, autogobiernos, reconociendo sus jurisdicciones (sistemas de justicias indígenas) y autoridades —argumentando desde la idea de Herrera— produjo un “desajuste” entre la propuesta plurinacional planteada por la élite de la Convención Constitucional y el pueblo de Chile.
Retomando al historiador Alfredo Jocelyn-Holt (2014), él señala que retrayéndonos al siglo XVIII se pueden identificar elementos de un protonacionalismo que más tarde deviene en una concepción liberal-republicana de nación. De esta manera, este protonacionalismo fue propio de la historia de la idea de nación chilena, permitiendo al Estado canalizar fuerzas emotivas y espirituales latentes en las fuerzas colectivas alternativas y no estatales. Por lo tanto, este nacionalismo sirvió de seudorreligión cívica y permitió la movilización popular desde el Estado administrativo.
En este contexto, durante el siglo XIX, se visualiza el éxito obtenido por nacionalismo en Chile como resultado del carácter relativamente compacto del territorio, la ausencia de fuerzas regionales que conspiraran en contra de la centralización, la homogeneidad racial, una Iglesia Católica relativamente débil y una sorprendentemente sumisa población de la hacienda en el mundo agrario (Jocelyn-Holt, 2014).
Siguiendo esta línea argumentativa, el marco rural que proporciona la hacienda —desde el siglo XVII hasta la reforma agraria en la década de 1960— posibilitó que Chile se estructurara socialmente en un orden de carácter señorial. Sin negar el legado indígena, el agro posibilitó el mestizaje y el consiguiente sincretismo cultural. De ahí que la homogeneidad racial procedente desde principios del siglo XIX también ha sido un factor que ha contribuido al orden social. Por ende, la sociedad chilena no se constituye en una sociedad dual como ocurre en muchas sociedades hispanoamericanas. De hecho, entre chilenos y chilenas no se han dado distancias lingüísticas insalvables; y, tampoco ha habido focos de resistencia cultural fundados en las grandes civilizaciones prehispánicas. En otras palabras, el mundo mapuche siempre ha sido un tanto marginal en Chile (Jocelyn-Holt, 2014).
En vista a lo anteriormente, el orden jerárquico de la hacienda facilitó el mestizaje chileno; de la misma manera, proporcionó el nacionalismo entendido como un proyecto identitario y participativo. Por ello, el clásico planteamiento que hace Portales acerca del peso de la noche es que en Chile el orden social no se asegura mediante ordenamientos de carácter legal-institucional, sino por la sumisión fáctica tradicional de la masa. El peso de la noche constata la inexistencia de un orden pensado en términos legales, en contraste, ofrece un cuasi-orden sobre la base de la mera tradición e inercia (Jocelyn-Holt, 2014).
De manera que más allá de las intenciones de los impulsores de la plurinacionalidad en Chile, evidentemente, esta noción política no armoniza con la realidad histórica del país. Como señaló el historiador chileno de etnia mapuche, Fernando Pairican, la “plurinacionalidad significa […] reformular la arquitectura de un Estado para crear uno plural”. Sin embargo, Pairican no se ha percatado de lo siguiente: en Chile, en sus 200 años de historia como integrantes de una sola nación —un Estado nación en singular impuesto como Estado en forma mediante la ocurrencia de Portales—, resultó ser el peso de la noche lo que liquidó la propuesta constitucional en su componente plurinacional. Como diría el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, José Rodríguez Elizondo, “en Chile, donde la densidad demográfica de los originarios es comparativamente mínima, la plurinacionalidad emerge como una rareza mayor”[3].
Reflexiones finales.
José Ortega y Gasset dijo, hace casi un siglo, en su obra “La rebelión de las masas”: “en las revoluciones intenta la abstracción sublevarse contra lo concreto; por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso. Los problemas humanos no son, como los astronómicos o los químicos, abstractos. Son problemas de máxima concreción, porque son históricos” (Ortega y Gasset, 1996, pág. 37). Circunscribiéndose a esto, la probabilidad de acierto político depende de la razón histórica. No obstante, la vía constitucional a la revolución en Chile careció completamente de conciencia histórica con su eje cardinal en la plurinacionalidad. A modo de ejemplo, la declaración de la propuesta constitucional rechazada señalaba la preexistencia de 11 “naciones” indígenas con sus respectivas tierras, territorios y recursos. Por otro lado, el polémico artículo 191 inciso número 2 enunciaba que las “naciones indígenas otorgarían el consentimiento libre, previo e informado en aquellas materias o asuntos que les afecten en sus derechos reconocidos en esta Constitución”.
Pero, todo lo anterior se caracterizó por un nivel de abstracción propio de una revolución (en lenguaje de Ortega y Gasset), debido a que no se delimitaron las tierras, territorios, recursos y el consentimiento de las denominadas “naciones” indígenas. Así pues, la vía constitucional a la revolución chilena estaba destinada al fracaso. En palabras simples, el peso de la noche hizo caer la propuesta plurinacional, entendiendo que la misma ciudadanía por inercia (la masa en reposo) rechazó el texto definitivo de cambio constitucional propuesto por la Convención. Además, se puede evidenciar en la región de la Araucanía cuyo territorio donde se concentra la mayor cantidad de chilenas y chilenos de etnia mapuche, la opción “Rechazo” obtuvo con holgura un 73,6% de las preferencias electorales.
Asimismo, como señaló José Rodríguez Elizondo, “en el Perú, José Carlos Mariátegui —reconocido teórico del marxismo indigenista— advirtió contra la tendencia a pasar del prejuicio de la inferioridad de las etnias originarias, al ingenuo misticismo del racismo inverso. Esa idealización del pasado fue definida por el historiador peruano Jorge Basadre como nostalgia del paraíso destruido”[4]. Por lo mismo, no resulta extraño que ciertos círculos intelectuales justifiquen el etnonacionalismo promovido por grupos ilícitos como la Coordinadora Arauco— Malleco (CAM) o “Resistencia Mapuche Lavkenche» en la región de la Araucanía.
Por el contrario, como expresó José Rodríguez Elizondo en una entrevista televisiva: “paguemos nuestra deuda histórica con los pueblos originarios, pero no al precio de la plurinacionalidad”. Así, resultará políticamente viable la continuación de un proceso de cambio constitucional que reconozca la multiculturalidad de Chile en sus diversas etnias, mediante un Estado unitario y Social de Derechos.
Bibliografía.
Herrera, H. (2014). La derecha en la Crisis del Bicentenario. Ediciones Universidad Diego Portales. Santiago—Chile.
Jocelyn-Holt, A. (2014). El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Penguim Random House Editorial. Santiago de Chile.
Ortega y Gasset, J. (1996). La rebelión de las masas. Ediciones Altaya, S.A. Barcelona.
Rodríguez Elizondo, J. (2022). Para una teoría de los estados abigarrados. Consultado en sitio web: https://ellibero.cl/opinion/para-una-teoria-de-los-estados-abigarrados/
[1] Sociólogo y licenciado en Sociología de la Universidad de Playa Ancha (UPLA) de nacionalidad chilena, con diplomado en Desarrollo, Pobreza y Territorio (Universidad Alberto Hurtado) y especialización en Análisis de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL). Cuenta con experiencia en el ámbito de las políticas públicas, relacionadas a la superación de la pobreza y la prevención al consumo de alcohol y otras drogas. También, posee experiencia laboral a nivel de consultoría en Colombia.
[2] Carta de 16 de julio de 1832, Epistolario de don Diego Portales, 1821-1937, editado por Ernesto de la Cruz y Guillermo Feliú Cruz, Santiago, 1937, II, pp. 228-229
[3] Véase en https://ellibero.cl/opinion/para-una-teoria-de-los-estados-abigarrados/
[4] Véase en https://ellibero.cl/opinion/para-una-teoria-de-los-estados-abigarrados/