Jugo de durazno: revival de la onda en Díganle adiós al ratón (2021) de Zauriel

Por Francisco José Casado Pérez[1]

Toda época marca las distintas esferas que componen la vida, siendo el arte un claro ejemplo de ello, pero en lo que respecta al lenguaje escrito, eso es otro boleto. En literatura, la técnica y el estilo no están exentos de estar siempre bajo el ojo avizor que idealiza formas y temas para defender su pertenencia y continuidad. Cuando Pasto verde de Parménides García Saldaña salió como una de las seis primeras novelas del primer y único Premio Martín Luis Guzmán de novela, su estilo desenfrenado, próximo a la influencia americana de los 60’s sobre la liberación sexual, la contracultura y el ánimo contestatario al clima político internacional (Vietnam) y nacional (Olimpiadas y Movimiento del 68) complementó el hito literario de la Onda que ya venía en desarrollo con José Agustín y Gustavo Sainz. Rasgo que una vez entrada la siguiente época se diluiría en otras formas y géneros.

La literatura mexicana dejó de ser la misma, hecho que por trágico que pudiera sonar, no lo es y no debería ser visto así, a pesar del tradicionalismo característico de la cultura mexicana, barroca, barroca, que tiende de pronto a volver sus pasos gracias a una nostalgia atípica que descoloca lejos del pasado al mismo tiempo que desfasa del presente el estar del lector/escritor. Ejemplo de ello es tanto Zauriel como Axel, protagonista y voz narrativa de Díganle adiós al ratón, 2021, novela publicada por la Colección Tierra Adentro del Fondo de Cultura Económica.

Desde la propia portada, obra de Nicholas Forero, puede asumirse que allí podría uno encontrar la respuesta a la pregunta de qué pasaría si juntáramos Trainspotting (1996) y Requiem for a dream (2000) con Picardía mexicana (1978) y Santo contra las momias de Guanajuato (1972); sin embargo, una vez dentro, tal preconcepción se pierde entre las texturas emocionales que Axel deja entrever en su perfil de la onda, que más onda es del chale: resistencia contra su propia máscara, similar a la que hace cincuenta años habría sido achacada a un desorden psiquiátrico, pero ahora, con mayor visibilidad y normalización, ese problema es incluso nombrado entre depresión y ansiedad, provocadas por un asedio del tiempo convulso (siempre presente) en la realidad Mexicana.

En un híbrido entre diario y cuento corto, Axel relata paso a paso, sin ningún tipo de relleno, las peripecias de haberse independizado en una zona que de buenas a primeras, y afortunadamente, no es la Ciudad de México, pero que no deja de tener fuerte influencia en su día a día; entre referencias pop y populares, hasta en los métodos de robo en el transporte público; los abusos de autoridad, inclusive el acoso sin importar que fuera entre hombres y las condiciones de vivir con un salario mínimo: la precaria vivienda de los cuartos de azotea, los barrios marginales y el crimen organizado.

No obstante, también goza de ciertas amenidades del tiempo actual, tal como la accesibilidad tecnológica y las virtudes del internet; ¿quién diría que fuera tan sencillo recibir LSD por paquetería hasta la puerta de tu casa? Pero, sobre todo, cabe destacar una sutil pero contundente presencia de diferentes gradaciones de la calidad humana, que expresa el propio Axel y, de pronto, algunos del resto de personajes que se atraviesan por su camino. Uno de ellos es Doña Marta, que a pesar de ser un tanto reservada, distante e, incluso, pretenciosa por su calidad de arrendataria del protagonista, al imponerse y regalar a Darion, gato de Axel, abre el panorama con cierta empatía, pero que no propicia cambio alguno en su propia forma de ser.

Lo sé por sus canciones. Lo sé por los estados de desamor que publica en Whatsapp. Lo sé porque a veces, la escucho sollozar mientras recoge.

Yo ya no extraño (creo).

Bailo, fumo, me meto pendejada y media. Pero ya no añoro a alguien que no va a llegar. ¿Para qué?

Ya no dedico canciones

Ya nada

Ya chale. (Zauriel, 2021: 32-33)

Hablando de Darion, el gato compañero de Axel, en las ocasiones que aparece, tampoco surte efectos contundentes como necesario antagonista ideológico del protagonista. Aunque al principio pudo llegar a ser el motivo, la cuerda de vida de Axel, para su rehabilitación física y emocional de paciente psiquiátrico diagnosticado con Trastorno Límite de Personalidad (TLP), deprimido, con tendencias suicidas provocadas por ataques de ansiedad, no cambia nada, al contrario, lo impensable pasa. En el mundo del protagonista, a diferencia del protagonista de En azúcar de sandía (1968) de Richard Brautigan, los tigres también habrán de desaparecer paulatinamente.

Otro aspecto que mencionar es que, en cierto modo cercano a la literatura de la Onda, Díganle adiós al ratón tampoco está exento de una raíz contestataria. Al menos indirectamente, desde una percepción íntima, en el resumen del soliloquio hecho desde su posición de consumidor, intermediario, vendedor y partícipe obligado en esta trama, que si bien parece ser una ficción, está tan cerca de lo real que pasa desapercibida, misma que Zauriel retrata de manera cruda pero sin dejar de lado su vena poética.

Las drogas que nos metemos vienen manchadas de sangre; de todos modos nos vale y seguimos drogándonos.

Hasta el aguacate pasa por el narco.

Es más probable morir en una balacera que ganar la lotería.

Nuestros sueños se venden al por mayor.

La Coca está hecha de lágrimas endulzadas.

No podemos ser héroes. (Ibíd., págs. 42-43)

No pueden escaparse los momentos amorosos en formas de la declaración de intenciones de Axel hacia las chicas que atraviesan su camino o que regresan, tal y como hace con Isabelita, por también su condición juvenil indecisa sobre su sentir-pensar hacia el protagonista. Hecho presente, aunque un poco distinto, en la relación de Axel con el fantasma de Fabián, quien lo acompaña/atormenta recalcándole a cada oportunidad la similitud entre ambos, con la excepción de que éste sí pudo cumplir con el designio de terminar con todo, no como —hace ver— un miedoso Axel.

De un tiempo para acá he sido muy malo para el cine, por todavía no atreverme a ver una función solo, por la pandemia, pero sobre todo gracias al servicio a la comunidad de algunos youtubers que hacen resúmenes de ellas, Jorge Piranello el “Te lo resumo”, por excelencia. La experiencia no es la misma, cierto, pero en estos casos que media hora es suficiente para conocer a detalle alguna película o filmografía, se agradece el esfuerzo por parte de los no tan cinéfilos. Todos ganan.

Me remito a este punto porque Díganle adiós al ratón tiene una vena cercana a la filmografía de los hermanos Cohen: el personaje perdedor y la ley de Murphy. Sin embargo, Axel no es Dude, es un poco más el Sheriff Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones); el desenlace de Axel, gracias a una (des)afortunada serie de Deus Ex Machina para terminar el libro así como también intentarlo con su vida. Del resto no hay nada, porque no importan, a pesar de algunos momentos de lucidez, nada importa, hay más de todos, solo acaba y ya. Lo que venga, quien sabe qué será. “Primero Dios mañana no despierto. Pero quien sabe. Dicen que ese wey no le concede milagros a los pendejos”. (Ibíd., p. 99)

Con la misma sentencia que inicia Díganle adiós al ratón: “Quizá haya más chales y más nombres en esta historia, pero ahorita solo eres tú y mis maneras de no pensarte tanto. (Ibíd., p. 16) Axel se dice a sí mismo que todo no pasará, que en el gran absurdo y surrealista día a día de un lugar como San Pancho, como cualquier otro de México, las cosas no mejoran. Mucho menos empeorarán; sin embargo, las risas estarán ahí; instantáneas sonrisas de esperanza, texturas que dan un gusto agridulce que hace pensar la novela tal cual un gran caramelo agridulce, parecido a la Rockaleta, con la diferencia que no toma días, sino apenas un par de horas para devorar sin necesidad de pegarle de mordidas.

A pesar de su propia sentencia, al cerrar una que otra entrada del libro es inevitable soltar un chale, honesto, directamente surgido y surtido desde la entraña, pero justo al final no hay ese chale máximo, al contrario, hay un cierto alivio que hace de la novela un gramo de esperanza que se nos roló de prueba, para engancharnos. Queda ver qué depara a Zuriel con su escritura que va y viene, tanto en los pasos de la Onda, pero desde el chale. Extraña pero placenteramente, Díganle adiós al ratón tiene un sabor a jugo de durazno que se aferra al paladar, que bien puede engañarnos, hacernos creer que todo está en la mente, que fue un invento, no ocurrió, pero que, en cierto modo, sí fue real.

 

Zauriel (2021) Díganle adiós al ratón. Colec. Tierra Adentro. México: Fondo de Cultura Económica.

 

 

 

[1] Francisco José Casado Pérez (Ciudad de México, 1990). Arquitecto por el IPN y Mtro. En Conservación y Restauración de Bienes Culturales Inmueble por la ENCRyM. Obtuvo el premio “Don’t read” 2021 por su opera prima: Para mirar los pasos (Escrúpulos Ediciones). Mención Honorífica del Premio Internacional Bruno Corona Petit de Poesía 2020 y 2022 (Venezuela); primer lugar del I Concurso Literario Eiruku Ediciones 2021 (Argentina). Forma parte de las antologías Pandemials. Una antología viral (Sangre Ediciones y el Gobierno del Estado de Chihuahua) y Ant[røp]ología del Fuego III (Ediciones Palíndromus). Ha publicado poesía, cuento, crónica, ensayo y reseñas en fanzines y revistas digitales latinoamericanos.

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