Notas sobre la alquimia en La manzana en la oscuridad de Clarice Lispector

Por Ximena Cobos Cruz

Acercarnos a la obra de Clarice Lispector suele ser lanzarnos a un mar de significaciones, de misterios que hay que desentrañar ante la complejidad de su narrativa. Así, a La manzana en la oscuridad, novela que ganó el premio Carmem Dolores Barbosa como mejor libro en 1961​, podemos adentrarnos por el camino de la alquimia. 

Ésta es pues una invitación a leer la cuarta novela de Lispector a través de una interpretación que nos ayude a trazar la experiencia mística, no es un análisis a profundidad de la obra, sino una serie de notas que buscan reconocer la transformación como una clave esencial en la novela. 

Lo que todo hombre tiene que hacer una vez en su vida es destruirla

Así como en la primera etapa del proceso alquímico, representada por el color negro y relacionada con el descenso, es en la oscuridad donde se inicia la transformación, la extracción de la materia, Martim, el protagonista de La manzana en la oscuridad, va anulando sus sentidos para reconocerse sin la determinación o interferencia de estos. El personaje ha de volver a su estado más primitivo y ser la tierra para poder avanzar en el conocimiento. 

A lo largo de la novela, Martim va de la luz a la oscuridad, reconociéndose hombre de distintos modos; reconociendo la naturaleza de las cosas al igual que a sí mismo y su condición. Todo para llegar al gran conocimiento de Dios. Una vez que se ha vuelto a la tierra, que ha perdido la lengua del hombre, que intenta explicar a las piedras sin esa lengua ahora ausente, es posible que se reconozca y se sepa cuerpo, carne y sentidos, paradójicamente a través de la anulación de los mismos es que adquiere conciencia. Al mismo tiempo, reconoce lo que es el hombre como materia; hombre en lo individual, en sí mismo, y hombre en lo universal. 

Ya en la hacienda, antes cegado por la luz, avanza una vez más hasta recuperar su comodidad en el espacio oscuro, pero vivo, donde hay plantas y ratas. En ese estadio está pegado al suelo, a la tierra, el sitio más bajo en que permanece. Empero, su tránsito continúa hasta descubrir seres más complejos, hasta alzar la mirada y despegarse un poco del suelo. 

Allí hallará a las vacas y su entorno en medio del corral sin abandonar la oscuridad que se vuelve maestra, el estado propicio para el descubrimiento. No obstante, lo animal y primitivo, conocer a las vacas, reconocerlas en su aroma, en su cuerpo, estando en la oscuridad todavía, es una prueba que supera, permitiéndole avanzar hacia el místico conocimiento de la manzana en la oscuridad. Todo lo prepara para ese fin.

Antes, Martim ha de llegar al conocimiento del hombre emocional, recuperar y usar las palabras, manipular la lengua. Pero para reconocerse hombre más allá de lo primigenio que es el cuerpo y pasar a las emociones, necesita de las personas, y éstas se encuentran en la hacienda. Aquí ha de saberse hombre por medio del contacto con Victoria. Saberse hombre le permite reconocerla como persona y como mujer también a ella.

No obstante, la novela de Clarice, con su profundo planteamiento de descomposición y recomposición del hombre, con la obtención de un conocimiento o revelación de lo divino, no puede ser un absoluto, sino tan sólo una fracción del proceso hacia esa obtención del conocimiento total que la alquimia perseguía. 

Ninguna obra literaria es un absoluto, de hecho. Es por eso que la manzana en lo oscuro se afirma como una novela iniciática que permite tanto a quien lee, como a la escritora y al personaje, ser parte de un proceso de descubrimiento desde distintas posiciones espaciotemporales, según el papel que se juegue el saber quedará marcado. Así como los alquimistas no transformaban sólo los metales en oro —si alguna vez lo hicieron—, sino que transformaban su alma, la novela nos otorga la oportunidad de un descubrimiento de la propia humanidad que nos constituye. 

De esta manera, la obra de Lispector nos recordará que para llegar a la divinidad, al conocimiento de la verdad sobre uno mismo, hay que pasar primero por todos los estados de la materia. Hay que separarse de la luz, anular los sentidos y reconocerse a sí mismo en el estado más puro; expandirse en lo horizontal y reconocer la humanidad completa, para lograr ascender hacia lo divino, donde aunque se vuelva a enfrentar a la oscuridad, el conocimiento adquirido no se pierde, es por eso que se reconoce una manzana aún sin mirarla, sólo sintiendo, oliendo o siendo en ella.

 

 

 

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