Los niños alrededor de Ana María Matute

Por Alexis Álvarez Lara[1]

 

“A veces la infancia es más larga que la vida,
persiste más.”
Ana María Matute.

 

En Los niños tontos, alejada de la literatura infantil, Ana María Matute aborda temas como la muerte, la soledad, la pérdida de la inocencia y la crueldad del mundo a través de los sentidos y en la propia piel de los niños, protagonistas de los veintiún relatos breves que conforman el libro.

En apariencia inacabados, con finales abruptos y elipsis demasiado prolongadas, los cuentos podrían resultar incómodos para el lector, sin tomar en cuenta las sensaciones que puede despertar la historia misma, pero es justamente eso, el cálculo de la escritora, el saber callar a tiempo, lo que hace que el lector se involucre. Consciente de la fuerza del silencio como espacio para cederle a la tinta, al papel y la imaginación un campo libre a la interpretación.

La naturaleza, el hambre, el dolor, la muerte y el tiempo no discriminan, no hacen diferencias entre niños y hombres, atacan por igual.

El árbol, el incendio, el mar y la sed y el niño son los relatos donde la naturaleza juega un papel antagónico, simboliza la muerte. Para el niño, los árboles, el fuego y el mar representan una esperanza, la última ilusión, una manera de continuar viviendo. Son los adultos los que le aportan el tono trágico.

A veces confundimos la inocencia con ingenuidad. En sus pequeñas proporciones, demuestran la gran condición humana; pueden ser soñadores y en ocasiones despertar la ternura, pero también  tornarse violentos y crueles en respuesta a los estímulos que la misma realidad les envía. Los niños no son tontos por una falta de capacidad intelectual, sino que la autora usa esta palabra, y otras como sucios y feos, a manera de eufemismo para nombrar a los niños diferentes, marginados.

“Nunca me he desprendido de la infancia, y eso se paga caro. La inocencia es un lujo que uno no se puede permitir y del que te quieren despertar a bofetadas”

Los niños viven entre la realidad de sus limitaciones y su fantasía sin límites. Al rebasar esas fronteras, los resultados pueden ser fatales. A pesar de tratarse de  historias de infancia, en pocas de ellas se ven rasgos de una idealización como se presenta en otras literaturas. Ana María Matute usa elementos de una niñez feliz: juguetes, atracciones de feria, animales, el contacto con la naturaleza, la interacción con otros niños, contrariamente, para evocar emociones tristes.

“La infancia es el periodo más largo de la vida”.

Tal como la frase de Ana María Matute, parece que los niños protagonistas de El año que no llegó y El tiovivo se enfrentan a la renuncia de la infancia y encuentran una muerte feliz. La infancia perpetua, la no edad.

“Los niños en mi obra son crueles porque la vida misma y la naturaleza son crueles.”

La crueldad en los cuentos no es gratuita, son las circunstancias las que se vuelven crueles, pero Matute no se regodea, ni goza con esta crueldad, solo la presenta y no tiene miramientos en que los niños sean las víctimas y, en ocasiones, quienes la ejerzan sobre sus pares. El hijo de la lavandera y Corderito pascual son los retratos de esta crueldad, siempre a partir de las diferencia, uno por ser demasiado flaco y con la cabeza grande y el otro por ser gordo, siendo su única compañía el cordero que simboliza la bondad y la inocencia que se pierde de manera abrupta en un final trágico.

“El niño está siempre solo, es quizás, el ser más solo de la creación.”

A la hora de hablar sobre la infancia, de alguna forma sus personajes infantiles son un retrato, una crítica  de la educación en la España de sus primeros años, durante la Guerra Civil, cuando la escritora tenía once años al momento del inicio del levantamiento armado. No es casualidad que en la mayoría de los cuentos los padres estén ausentes; en algunos solo aparece la madre y en los menos, quizá solo en El niño que encontró un violín en el granero y en El niño de los hornos, se deja ver una familia nuclear, conformada por los dos padres, hermanos y demás miembros. Lo que contrasta con más de la mitad de los relatos, once en total, donde la soledad pesa, se puede palpar. Es un personaje más que, paradójicamente, es la única compañía del protagonista.

Además de la soledad está presente una necesidad de amor y aceptación. En El escaparate de la pastelería más allá del hambre que es patente y el anhelo hacia el calor de un hogar reflejado en la imagen del niño mirando a través del escaparate; la carencia no es solo la de un plato de comida. El niño tiene hambre de amor, de una compañía que recibe, de nueva cuenta, de un animal. El jorobado es la narración de un niño que asume su enfermedad y que se enfrenta al rechazo de su propio padre que se niega a mostrarlo al mundo privándolo de interactuar con otros niños.

En  El otro niño, el protagonista busca la compañía de otros niños aunque no haga lo mismo que los demás y se le vea como a un extraño. Quizá este relato sea una crítica a los niños víctimas del nacionalcatolicismo, ideología del franquismo.

Ambientados en un espacio rural, de campo, están presentes la naturaleza, los oficios de los adultos, niños sin padres, huérfanos. En Polvo de carbón, El negrito de los ojos azules y La niña fea los protagonistas son rechazados por el color de su piel, por su condición de diferentes al resto. También encuentran en la naturaleza cobijo y la compasión que le negaron los adultos y los otros niños. La tierra representa el abrazo que se les niega y de manera más atroz, el agua, en otras circunstancias, símbolo de vida, toma un papel en donde se vuelve sinónimo de purificación y de muerte.

 “El niño no es un proyecto del hombre que será, sino del hombre, si acaso, en lo que queda de aquel niño, y no para mejorarlo.”

La transición de niño a hombre está presente en algunos relatos. La pérdida abrupta de la inocencia, al verse sin más remedio a renunciar a ser niño sin preocupaciones y al amparo de alguien más.  No tiene más opción que enfrentarse al mundo crudo de los adultos antes de tiempo. En  El niño que era amigo del demonio se muestra la compasión infantil por el marginado, en este caso el diablo. En algún momento se hace un paralelismo entre los judíos y el demonio en su calidad de perseguidos. El niño acepta sus propios fantasmas y no  accede al mundo culpígeno de los adultos que al saberse crueles y malos se asumen condenados al infierno.  

El niño que se le murió el amigo y La niña que no estaba en ninguna parte son los únicos dos relatos en los que se presentan a los niños convertidos en adultos. En el primer caso se nota la transición durante el duelo por la pérdida de su amigo. Los juguetes representan al niño, luego en un movimiento elíptico se muestra el rechazo hacia estos y vemos al niño siendo hombre dejando atrás los pantalones cortos y dando lugar a los trajes.

En el segundo caso es más claro el crecimiento. Hay elementos que nos van refiriendo el paso del tiempo, el final de algo, por ejemplo: Flores marchitas, alcanfor, naftalina, cenizas y el invierno. Así, en ambos textos se muestra la perdida de la inocencia.

Dos de los relatos muestran la lucha entre el hombre y la naturaleza. Son El niño que no sabía jugar y El niño del cazador. El sometimiento del fuerte sobre el débil. Hay una crueldad y una violencia poco usual en los niños que en los cuentos se entiende como algo natural, algo inevitable. Los juguetes y juegos de niños carecen de sentido, son testigos de una infancia que ya no está. Ha cedido ante la violencia del mundo.

“La infancia nos marca de una forma tremenda y yo he intentado mantener la niña que fui.”

La oscuridad acompaña a Ana María Matute, no solo en Los niños tontos, sino a lo largo de su obra, a pesar de eso, se empeña en buscarle siempre un espacio a la luz, que es la imaginación tomando vuelo.

 

 

 

[1] Alexis Álvarez Lara (Mérida, 1992). Cursa la carrera de Creación Literaria en el Centro Estatal de Bellas Artes y forma parte, como mediador, del Programa Nacional de Salas de Lectura. Obtuvo el Premio estatal Tiempos de Escritura, categoría Minificción (2020). Textos suyos han sido publicados en revistas y suplementos digitales; la plaquette Incidentes (2019) de la colección escritores de Hipogeo y en la Antología Tiempos de escritura (2021). Desde 2018 es integrante de Hipogeo taller de cuento y ha tomado cursos en el Centro Experimentación Literaria y el INBAL.

 

 

Publicado en Literatura y etiquetado , , .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *