Bienvenidos al campo de narcisos

Por Hugo Enrique Valdez González [1]

Este es tercer reporte desde el inicio de nuestro viaje. Evito llenar la memoria de la computadora con las tragedias cotidianas y los desperfectos que surgen. Estamos en una nave carguero, incapaz de soportar tantas vidas, los desperfectos y desesperación llenarían las bitácoras virtuales en poco tiempo.

No fue diseñada para esto. No hay personal para modificarla y aunque tuviéramos todo lo necesario, nos falta un muelle donde realizar el trabajo. Sabiendo eso, seguimos soportando gracias a las cámaras criogénicas y a los soportes de vida que sustenta la mermada población que sobrevivió.

Ayer… Ayer dejamos el tercer punto de interés. Según la antigua base de datos, oculta entre los archivos de inventario, ahí estaba el Edén, la colonia humana dedicada a la belleza y a la eterna juventud.

Los libros de historia relatan que era el hogar de diseñadores de moda, artistas, modelos y demás personas que se habían dedicado a la preservación y modificación de la belleza.

Multimillonarios casi en su totalidad, su área científica se concentró en la modificación genética y el mejoramiento de la calidad de vida. Por lo menos así lo presentaban en su propaganda holográfica que se enviaba a las demás colonias.

Claro que todo lo vimos en los registros de los archivos digitales del banco de información de nuestro hogar. Hace centenas de años que dejamos de recibir algo de ellos. Digamos que, hasta hace unas horas, todo lo que teníamos eran registros a manera de mitos y leyendas sobre el Edén.

Llegamos después de un viaje de setenta años. Al entrar en su sistema solar, el protocolo estipula que se debe pedir autorización para penetrar en el planeta más lejano y reportar el movimiento de entrada que tenga la nave visitante. En cuanto salimos del hiperespacio, empezamos con las directrices establecidas, pero no obtuvimos respuesta.

En teoría, todos siguen el mismo patrón de comportamiento, tanto militares como la política colonial, así que debía haber una luna del enorme gaseoso que tuviera un puesto de avanzada. En el décimo satélite del planeta protector, estaban los restos. Sin oxígeno y una pila de huesos que flotaban en diferentes lugares del puesto, algunos dentro de trajes de exploración, ese lugar había muerto hace más tiempo del que nos tomó llegar.

El escalofrío de encontrar otra colonia muerta se hizo presente y muchos de los ya desesperados tripulantes volvían a sus camarotes solo para mirar el techo y esperar las malas noticias.

No reporté que los demás puestos estaban en las mismas condiciones ni que pudimos ver los restos de satélites, naves y estaciones espaciales en las lunas y planetas que dejábamos atrás. Arribamos al hogar de los Edenianos una semana después y la vista no fue nada agradable.

Desconozco el color del planeta, pero dudo que fuera de aguas verdes, con tierra negra y un cielo que pareciese que carcomería todo lo que intentara atravesar la delgada capa.

Aterrizar no era buena idea, así que decidimos irnos cuanto antes, pero apenas revisaba los posibles destinos, recibimos un mensaje de auxilio de una estación espacial que todavía orbitaba la colonia.

Al parecer fue pintada con oro o algún metal que se le asemeja. No fue difícil de encontrar por el cegador destello, pero anclar fue un tormento. En sí, hicimos todo con sensor, con miedo de dañar los anclajes o el casco del crucero. Una vez enganchados y conectados a la estación, entramos con nuestros trajes de protección.

Según el análisis de la nave, había oxigeno y energía en el lugar. No obstante, es mejor ser precavidos, más al ver que las instalaciones estaban en casi un total descuido.

La maquinaria estaba oxidada, polvo en casi todos los recintos y faltaba luz en algunos sectores. Había desperdicio de comida y una sección de cultivos que se mantenía en funcionamiento, aunque a duras penas.

Todo indicaba que pocas personas mantenían en funcionamiento el lugar. Esperanzados, nos encaminamos al centro de mando. Al ver las compuertas abiertas junto con un tendedero hecho con tiras de ropa vieja, supimos que habíamos encontrado a otro ser humano.

Pero cuando entramos y corrimos hacia la única silla funcional, frente al monitor holográfico, nuestra emoción desapareció. En ese lugar, había una anciana de unos setenta años, que nos miraba con unos hermosos y cansados ojos azules.

En su juventud debió ser bellísima, tanto para quitar el aliento a cada hombre del mundo. Su altura debió de ser de un metro con ochenta, piernas largas y un cuerpo fino, provisto de tentaciones y elegancia envidiable.

–Bienvenidos –nos dijo con una sonrisa–. ¿Desde dónde me visitan? –Le dije el nombre de nuestra colonia–. ¿Cuánto les tomó llegar aquí? –Al decirle, soltó un resoplo y se llevó su mano a su boca–. Demasiado tiempo para llegar a un callejón sin salida.

No es algo que quisiera escuchar, menos frente al grupo de personas que no dudaran en decir lo que escucharon.

–Bueno… les ofrecería algo de comer, pero lo único que tengo son verduras y pasta nutritiva. Algo que podrán comer en su largo viaje hacia otro lugar mejor –se levantó con dificultad, tomó un bastón y caminó hacia el monitor holográfico–. Afrodita, reproduce video promocional –se vuelve hacia nosotros–. Les ofrezco esto como una recompensa por su largo viaje.

El video mostraba una sociedad con una belleza envidiable. Hombres, mujeres, niños, bebés, incluso los animales eran hermosos o majestuosos. Los edificios, casas, autos y todo aquello que provenía de esas metrópolis nos quitaba el aliento y nos provocaba algo de celos.

La voz, seductora, relajante e inspiradora, nos hipnotizaba hasta que vimos cómo era el planeta en su resplandor: agua azul, tierra verde, marrón y blanca; destellos que permanecían incluso en el día más brillante.

Al terminar, la anciana nos sonríe y suspira.

–Ese era el Edén, hace cuatrocientos años. –La miramos y ella toce sonriendo–. Tengo más de setecientos años. La ingeniería genética, las vitaminas creadas por nuestros científicos y los remedios para alargar nuestra vida fueron de utilidad. –Vuelve a su asiento–. Veamos… –cierra los ojos–. Afrodita, nuestros últimos años por favor.

El holograma mostraba a una mujer que… bueno, no podía existir más que en los sueños de un ególatra que buscaba una mujer digna de él. La divinidad estaba en un balcón, mirando cómo miles de soldados marchaban. Luego, las imágenes cambiaron a capturas, ejecuciones y campos de concentración.

–Aquí es donde fui elegida como presidenta y mi política fue: “Muerte a los feos y a los que atentan contra el buen gusto y la moda”. Cacé a cada individuo que rompía mis ridículas leyes.  Aquellos que no podían pagar ciertas cosas, los que se accidentaban y quedaban con alguna marca, incluso la más pequeña. La mitad de la población fue… aniquilada y los nacimientos controlados.

“En sí, en doscientos años, la población, el conocimiento y la tecnología se vino abajo. Nunca me di cuenta, hasta que decidí alejarme de todo lo feo, en esta estación. Como una estrella que es inalcanzable para el resto.

“Hacía transmisiones desde aquí, para alentar a las personas inmortales gracias a la medicina y a todo lo que habíamos creado. El caso es que… un día no hubo transmisión y tuve que mirar por el holoproyector lo que sucedía allá abajo.

“Hubo varias explosiones en diferentes puntos del mundo. Luego cientos de horas de silencio, sin ver mis programas, recomendaciones ni otras cosas. Estuve aislada por más de treinta días.

“Sin más que hacer. Me dediqué a mis secciones de belleza, pero llegó un punto en el que ni eso era suficiente para satisfacer mi ser. Entonces miré hacia el planeta, se había tornado de ese color en su mayor parte y había… –se ríe– celebraciones por el cambio.

“Seguro nació alguien más bello y acaba de cambiar mi reino. En cualquier momento iban a venir por mí para ejecutarme o para que ese ser ocupe mi lugar. Cuando pasó un trimestre, ese miedo se evaporó junto con todo lo que mi cerebro, en ese entonces, podría imaginar.

“El ocio y la rutina de un año hizo que me interesara por un poco de comunicación. Afrodita era la IA encargada del lugar, ella pudo entrar en el sistema moribundo de las estaciones y cámaras de la ciudad.

“Lo que vi antes de las explosiones es que solo quedaba un diez por ciento de la población mundial. La cual se moría de hambre, de vieja y de loca. Se miraban tanto al espejo, gastaban tanto en lo mejor que no comían ni bebían. Se hidrataban con alcohol y otras medidas que… dañaron sus órganos.

“Las autoridades seguían cazando a las abominaciones. Eso… fue lo más perturbador. Porque sí en su labor se dañaban, tomaban sus armas y se pegaban un tiro en la cabeza.

“Su cacería tocó las esferas importantes y nadie supo que habían matado al último que podía crear lo necesario para solventar su estilo de vida… nuestro estilo de vida.

Se acomodó en la silla, sonrío y la giró hacia el frente. Unas compuertas se abrieron para mostrar el borde del planeta, la estrella a lo lejos y una infinidad de basura metálica.

–Le pedí a Afrodita que se comunicará con otras colonias para que rescatara a los que quedaban. Histérica, veía cómo seguían muriendo y cómo algunas ciudades fueron consumidas por una explosión nuclear.

“Los fuegos artificiales eran las naves que intentaron escapar del desastre, pero sin el personal para controlarlas ni para construir una decente, se destruyeron antes de abandonar la orbita.  Los que quedaron murieron asfixiados por los vapores, por la radiación y por inanición o deshidratación.

“Aquí… aquí tenía todo para sobrevivir en lo que venían en mi ayuda. Eso creía y me convencí de ello. La desesperación no es algo que uno quiere en sus últimos momentos de vida. Sin embargo, el ocio nuevamente, la rutina inamovible me empujó a encontrar nuevos pasatiempos.

“Aprendí de todo. Tan rápido como el tiempo que devoró mi sentido de realidad. Éramos superiores, sí. Podíamos comprender todo sin mucha dificultad. Así que… deben saber que cuando hice algunos cálculos, me di cuenta que mis días estaban contados.

“Primero, supe que mi señal nunca llegaría a las demás colonias. Necesitaba un repetidor que mandara la señal fuera del sistema planetario. Para eso son los puestos en las lunas, los cuales hace mucho abandonamos.

“Las cosas aquí iban a funcionar hasta que la energía se acabara. Así que, si algo le ocurriera a la estación, aunque tenga el conocimiento para repararla, no tengo las manos suficientes ni las refacciones.

Nos sonrío y luego sacó una pistola.

–No queda nada con los que pueda ayudar.

No sé si fue el hecho de que también lo haría o si la sorpresa de ver eso nos inmovilizó, pero no hicimos nada.

Recogimos todo lo útil: celdas de poder, cultivos, posibles refacciones y otras cosas.

No fueron buenas noticias, pero la data y las instrucciones que ella nos dejó, tienen las coordenadas de otras colonias y una manera de darle cierto mantenimiento a nuestro transporte. Podremos llegar, aunque… ya casi no nos queda esperanza para encontrar un suspiro en este largo viaje.

 

 

[1] Hugo Enrique Valdez González (Ciudad de México, 1994). Vive en San Martín de las pirámides, una de las comunidades a los alrededores de Teotihuacán. Estudió Literatura y creación literaria e intenta llevar un poco de la literatura y el arte a su nueva comunidad.

 

 

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