Sobre la saga que le dio corazón a la novela negra

Por Jimena Adriana Rivera Álvarez[1]

En 1994, salió a la luz The Alienist, un libro que inesperadamente se convertiría en un gran éxito, pasando seis meses en la lista de bestsellers de The New York Times y que hoy en día se le conoce como un clásico moderno en Estados Unidos. Bajo la gran casa editorial Random House, el historiador y autor Caleb Carr nos presentó una novela negra como ninguna otra, que el tiempo no ha logrado mancillar, un logro que pudo igualar con su libro sucesor, The Angel of Darkness, publicado en 1997.

Si te preguntas sobre qué van estos libros, tendré que contarte un poco sobre Nueva York a finales del siglo XIX; si bien se habla de cómo Estados Unidos atravesaba su Época Dorada, entre la riqueza y glamur de esa época, también había un gran problema de pobreza, enfermedad y desigualdad que terminaban en crear horribles catástrofes. A lo largo de The Alienist seguimos la investigación de un crimen en donde niños pobres e inmigrantes que no encontraron otra salida más que la de vender su inocencia son asesinados y mutilados a sangre fría por uno de los primeros asesinos en serie de la época. Mientras que en The Angel of Darkness nos encontramos un caso más complejo, cuyas raíces se encuentran en las formas en que la sociedad veía y formaba a las mujeres, como seres sin profundidad que podían ser una sola cosa, así que debemos probar cómo podría una mujer santa ser un demonio también.

Pero dejando de lado las tramas, quisiera hablar sobre los pequeños, pero muy importantes detalles que resaltan a estas novelas del resto de su clase. Para empezar, estos libros están llenos de nostalgia, no por alguna época “romantizada” en la que el lector no vive, sino la nostalgia de los personajes que viven en la Nueva York de 1896 y que se encuentran a nada de enfrentarse al siglo XX. Hay tantos cambios que suceden alrededor de ellos, todos están intentando crecer a la par de una ciudad, una sociedad y un mundo entero; y cómo podría no haber una gran nostalgia cuando cada novela arranca con su respectivo narrador contando todo veinte años después.

Ahora, debo decir que estas novelas no serían nada sin su singular equipo de personajes: John Moore, un periodista dandy especializado en crímenes del New York Times; Lucius y Marcus Isaacson, dos detectives con un vasto conocimiento en ideas modernas no aprobadas por América; Sara Howard, la primera mujer en lograr trabajar dentro de la policía de Nueva York; y el Doctor Laszlo Kreizler, el alienista, un psicólogo de la época, que se adentraba al nuevo mundo de la criminalística.

Sé que es extraño que uno se encariñe de sobremanera con tantos protagonistas, pero cada uno está verdaderamente bien escrito; no son solo carismáticos, también son humanos, empáticos y, sobre todo, un equipo increíble. Lo cual me lleva a uno de los mejores aspectos de la lectura, y eso es cómo el lector se siente parte de ellos una vez se empieza a hablar de crimen, teorías y psicología. Sacar tus propias conclusiones, apoyar o refutar a alguno de los personajes es una gran experiencia que sale de manera natural una vez estás inmerso en las páginas de estos libros.

Sin embargo, ¿qué tal si hablamos de los aspectos más técnicos? ¿Los recursos literarios? Esas metáforas, esos foreshadowings ligados a la naturaleza y al clima que se cierne sobre los personajes es uno de los aspectos narrativos más destacables del primer libro, e invito a todos a intentar encontrarlas todas, pues la llave está en los detalles. No creo que ninguna otra historia de crimen y castigo tenga esa atención a detalles más poéticos, eso puedo asegurarlo. Respecto al segundo libro, no, no hay tantos de esos presagios, tal vez hay menos metáforas, pero la narración tiene una belleza, una nostalgia aún mayor –incluso una melancolía– que nos regala reflexiones sobre el paso del tiempo, los cambios y la juventud que simplemente terminarán por doler, pues vemos el mundo de un niño atormentado de doce años contado por su versión igualmente atormentada de treinta y tantos.

Y si debo de resaltar algún otro aspecto importante de estos libros, pienso que debería hablar del principal protagonista, el Doctor Laszlo Kreizler, alguien bastante adelantado a su época, lo que lo convirtió en un paria de la sociedad neoyorkina de los 1800. Es descrito por varios personajes como un enigma y durante los libros vemos cómo puede llegar a ser odiado por los cambios que su perspectiva representa para el mundo o admirado por las mismas razones.

Me parece muy interesante cómo conocemos muy poco de él si consideramos su posición en la historia, pues el autor prefiere que lo veamos a través de los ojos de los que están a su alrededor, por lo que sabemos de sus principales ideales, los lugares no tan esperados donde puede llegar su brújula moral y, sobre todo, sabemos de su beligerancia, un atributo con que literalmente se le describe (lo cual se refiere a “una conducta agresiva o como de guerra”, posiblemente la mejor forma de describirlo). Pero una vez llega su turno de hablar, de que lo conozcamos como él se ve, podemos conocer un lado más oscuro y triste, de alguien que tiene dudas y fantasmas que lo acechan, pero que aun así busca siempre ayudar a los demás y aprender sobre el mundo que lo rodea para enseñarle a la sociedad sobre todas esas cosas oscuras que crean, pero que prefieren ignorar por el bien de su status quo.

Yo me encuentro constantemente describiéndolo como un “buen hombre”, siendo más específica, en realidad pienso que es “principalmente un buen hombre, pero también es más complejo que eso, no es una sola cosa”. Lo cual podría parecer que no es algo excepcional, sin embargo, que entre todo sus matices grises ser bueno resalte, ocasiona un gran contraste con su entorno, en especial cuando la historia no tiene miedo de describir las similitudes contextuales que Laszlo Kreizler llega a tener con los antagonistas; no tiene miedo de ensuciarse las manos o ser visto como una amenaza para la restrictiva sociedad en la que vive si al final puede hacer un bien. Creo sinceramente que es el personaje más interesante que los libros nos ofrecen, y que el autor lo mantenga alejado de nosotros por sus elecciones de narración es, lo que considero, una buena jugada para que, igual que las personas en la época de Laszlo, los lectores lo veamos cómo “el enigma”.

[1] Jimena Adriana Rivera Álvarez es una estudiante de Diseño Gráfico que reside en la Ciudad de México. La pasión por la escritura la ha acompañado desde que tiene memoria, creando siempre diversas historias y fuertes opiniones en su mente. Ahora con veinte años se ha decidido a dar conocer sus ideas al mundo, con la esperanza de aportar un granito de arena en la literatura, ya sea con poemas, reseñas o análisis sobre sus temas favoritos.

 

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