La resignificación en la poesía de Zel Cabrera

Por Kristie Rodríguez Pérez Abreu[1]

La poeta Zel Cabrera nos invita a cuestionarnos significados en su cuarto libro: Perras (FCE, 2019). En un contexto mexicano, en el que el lenguaje es burla y agresión disfrazado de “broma” o frases que esconden misoginia, encontrarse este ejemplar en la librería o en nuestro estante es un acto de protesta contra el machismo mexicano desde la trinchera del lenguaje y la literatura. Zel Cabrera desmitifica la idea del romántico; en sus versos se destazan con el hocico, con colmillos punzantes, las construcciones sociales que como mujeres nos imponen en un imaginario en el que “La curiosidad mató al gato, pero no a la perra./ A las perras nos mata el amor/ y el odio” (p.23). Nos educan para buscar un amor irreal, para odiarnos entre nosotras; somos rivales desde pequeñas: “El amor era la carnaza/ pero nunca la recompensa” (p.16). Además, ese odio está sembrado en nosotras mismas: odiamos nuestro cuerpo, nuestra sangre, nuestro sexo es un tabú conocido: no se nombra, no existe más que en la censura.

Mi sangre está bendita.

A oscuras bajo la mano

y toco mi vientre,

ese espacio vacío,

ese cúmulo de vísceras y sangre

que a veces palpita y a veces

guarda silencio (p.29).

La única forma de ser una perra, desde el lenguaje que utilizamos diariamente, es ser una maldita: la que quita novios, la que deja matrimonios, la que aprovecha, la arribista; sin embargo, este poemario nos entrega una perspectiva desde distintos ángulos de lo femenino y resignifica la idea que tenemos de ser una perra.

La primera parte de este poemario, Bravas, nos da imágenes de mujeres enamoradas, que esconden su sexualidad, que temen su sangre, que no pronuncian o escuchan menstruación porque es una palabra que evoca una maldición milenaria. Las perras que Zel Cabrera dibuja viven en nuestro México machista y misógino, pero las verdaderas, las que nos presenta, tratan de escapar de la ideología patriarcal que las enjaula.

PERRA ENJAULADA

Somos esas perras enjauladas,

cansadas,

domesticadas por la sangre.

Perras que a punta de rezos aprendieron a doblar las garras

y a responder

sí.

Sí a las mentiras,

a las infidelidades,

al maltrato, al desamor. (p.33).

A las mujeres se nos enseña a aguantar, a esperar al príncipe que nos salvará; nos quedamos detrás del novio infiel que se vuelve marido inútil. Somos la mujer obediente, la que acata, la que no pronuncia una mala palabra, ni siquiera al leer el título del poemario, porque es una señorita. La princesa encerrada en la torre del amor romántico está en el poemario: se le nombra desde la mentira que devela. Zel Cabrera resignifica el ser una perra: no refiere a las mujeres malditas o contrarias a lo definido como femenino; sino que denomina en versos al rasgar las ideologías incrustadas en el lenguaje.

En la segunda parte, Domésticas, los escenarios transcurren entre el catolicismo que sujeta las correas de las perras y la desdicha de los “Designios” culturales que vienen como regalo de boda:

Nos dijeron

que había que guardarse al primer amor,

por eso abrimos las piernas y los muslos

obedientes al primero que nos endulzó el oído

y nos calentó la sangre

como se calienta la parafina

en los altares.

Dijeron muchas cosas,

Las aceptamos como verdades.

Al mal paso darle prisa,

y caminamos al altar

sabiendo que ni Dios

va a perdonar tanta desdicha.

Nos hicimos esposas

sin querer hacernos nada,

fuimos madres a regañadientes” (p.47).

El ejercicio de resignificación añade a los nuevos límites semánticos ambientes verosímiles para el lector: la suegra que evalúa a la nuera, letreros en las casas “Cuidado con la perra”; infidelidades entre los padres, una madre que no saca los colmillos a pesar de tener cerca un revolver. Este acierto hace que los poemas sean todavía más cercanos. Por último, la maternidad forzada mas bendecida, el odio a una misma, a la que somos en carne y en pensamiento se desdobla en la tercera parte del poemario: Desobedientes construye mujeres que se sueltan de las correas impuestas:

CICATRICES

Tus cicatrices en la piel

son un rastro:

la vez que tu perra te rasgó la piel

del antebrazo,

las caídas de cuando

aprendiste a andar en bicicleta,

la varicela a los dieciséis años.

Tu padre dice que eres descuidada,

yo digo que eres intrépida, valiente,

que no le tienes miedo

al dolor, la muerte

o el desengaño

de aquél inútil

con un cuerpo sin alma

que dice mentiras

como si fuera cualquier cosa (p.70).

La tercera parte concluye con una invitación a la deconstrucción. La ruptura está desde las primeras páginas pero va evolucionando en cada una de las partes. Las perras aparecen Bravas y furiosas dentro de los límites impuestos. Olfatean, jalan con fuerza la correa que las sostiene, hacen ruido con la cadena que las contiene. En Domésticas pasean de un lado a otro en las ideas religiosas, en el recato que reconocen y al que ladran al primer contacto. Finalmente, Desobedientes emite la crítica sin recato “perras sin correas son nuestras palabras” (p.74).

  1. Kristie Rodríguez Pérez Abreu (Ciudad de México, 1993). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, actualmente es egresada de la Maestría en Lingüística Aplicada de la misma universidad y tallerista de creación literaria. Es congregada de la Congregación Literaria de la CDMX. Ha colaborado en espacios digitales como Revista Marabunta, La Liebre de Fuego y Revista Mood Magazine; además, ha participado en espacios como el Primer Encuentro del Arte de Pensar, la primer FENALEM (Feria Nacional de Escritoras Mexicanas) y el III CONACREL (Congreso Nacional de Creadores Literarios). Su cuento “Ese vacío” es parte de la antología Cuentos abismales de Revista consideraciones y Mil Mesetas. Es una de las 25 ganadoras del III Concurso Nacional de Cuento de Escritoras Mexicanas.

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