15 Letras de tango escritas por mujeres

 

6. Garabatos de mujer

Micaela Sastre (Buenos Aires, 1880 – Buenos Aires 1962)

Por Miguel García

Micaela Sastre fue una maestra cultísima que provenía de una familia asimismo ilustre, y autora de buen número de libros de poemas, sobre todo para niños. En su momento, no quiso firmar como suyos los tangos que escribió, pues era inaceptable que el nombre de una maestra tan insigne fuera relacionado con la palabra tango. Por ello, en algunas de sus canciones le daba todo el crédito a su hijo Rodolfo, autor de la música, o usaba el pseudónimo de Michel Tailor, juego en el que vela su nombre y lo trueca por sus equivalentes en inglés.

Esta conducta de ocultar el nombre propio a cambio de un pseudónimo neutro o masculino fue recurrente entre las autoras de la época, primeras décadas del siglo XX. Por supuesto, adoptaban el género masculino con el propósito de la congruencia, pues en sus tangos desarrollaban acciones contadas en voz de hombre. Es curioso que los tangos en voz de mujer («Loca», «Padrenuestro», «De mi barrio», «Volvé», etc.) fueron todos escritos por autores masculinos.

A finales de la década de los años 20, Carlos Gardel, en su búsqueda incesante de material tanguero cantable para llevarlo al disco, decidió interpretar dos piezas de Micaela y Rodolfo Sastre: «Refucilos» y el que tratamos aquí: «Garabatos de mujer».

 

*     *     *

 

Garabatos de tu mano

que tan sólo entiendo yo,

signos brujos, signos magos

de la alquimia del amor.

Garabatos menuditos

que acorralan mi pasión

para que no entre el olvido

ni se escape la ilusión.

     Escribime cosas lindas

que me hagan parpadear,

escribime cosas lindas

para que pueda soñar.

Si la tinta se ha corrido,

borroneas el renglón;

yo no sé si es un descuido

o una lágrima de amor.

     Garabatos, laberintos

donde pierdo la razón,

caminitos retorcidos

que marean el corazón.

Garabatos de tu mano,

con azúcar y limón;

garabatos de tu mano,

copetín de la ilusión.

 

El muchacho tiene en sus manos una carta escrita por su novia. Resalta en este tango el tema excepcional de un ingenuo amor juvenil, que contrasta con la generalidad de los tangos vocales de la misma época (finales de los 20, inicios de los 30), colmados de alcohol, traiciones, engaños, violencia, prostitutas y rufianes.

Los diminutivos denotan un estado sentimental en el que todo es ternura. El joven lee las palabras de su amada; su caligrafía es difícil de descifrar, pero él lo logra porque ya está habituado a ella: «Garabatos de tu mano / que tan sólo entiendo yo». La lectura produce en él efectos parecidos a la magia: «signos brujos, signos magos / de la alquimia del amor». Se puede conjeturar que se encuentran lejos uno del otro, por ello el pequeño documento resulta de suma importancia para mantener vigente y sólido el vínculo amoroso: «Garabatos menuditos / que acorralan mi pasión / para que no entre el olvido / ni se escape la ilusión».

El estribillo es una invitación a la escritura, una solicitud: «Escribime cosas lindas / que me hagan parpadear, / escribime cosas lindas / para que pueda soñar». Es evidente esa necesidad de experimentar sensaciones, de sentir la presencia de la amada, aunque esté tan lejos; quiere que vuele su imaginación leyendo lo que le diga ella.

Más adelante, sin refrenar esa imaginación, plantea una serie de suposiciones: la escritura es descuidada, él lo sabe; hay torpeza en los caracteres; de pronto, se encuentra con un borrón, que nos recuerda aquella copla anónima mexicana: «con ternura te escribí; / si algún borrón encontraste, / no me eches la culpa a mí: / son lágrimas que corrieron / acordándome de ti». En nuestro tango, podría tratarse solamente de un descuido más o, quizás, una lágrima que se escapó, signo de amor y devoción que le daría a él una dicha indescriptible: «Si la tinta se ha corrido, / borroneas el renglón; / yo no sé si es un descuido / o una lágrima de amor»

La última estrofa vuelve a situar nuestra atención en las letras y el efecto que le provoca leerlas: «Garabatos, laberintos / donde pierdo la razón, / caminitos retorcidos / que marean el corazón», sensaciones que se pueden comparar con un estado alterado de la consciencia. Los ojos recorren las líneas trazadas y el lector enloquece, las curvas hacen que el corazón se maree; atención: no se marea el joven, sino su corazón. Y refuerza la idea apelando no sólo al sentido de la vista, sino también al del gusto: «Garabatos de tu mano, / con azúcar y limón», agridulces, divertidos, placenteros y juguetones. Al final, todos los conceptos que se relacionaban con la infancia (garabatos, ilusión, cosas lindas, soñar, azúcar y limón) toman un rumbo hacia una madurez cercana al ámbito adulto: «garabatos de tu mano, / copetín de la ilusión». Y esa carta escrita por la novia deja de ser cosa de niños y se ha convertido en un copetín, en un trago de alcohol; ese copetín es la ilusión misma.

Tenemos noticia de tres registros discográficos de «Garabatos de mujer»: el primero de 1929, a cargo de Carlos Gardel; el segundo de 1958, por Alfredo Gobbi con su orquesta y la voz de Tito Landó; el tercero ya del siglo XXI en la voz de Carlos Souza. Proponemos en esta ocasión escuchar la versión de Gardel.

 

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