De Tango, Gardel y la risa

II

Superior al silencio

Por Leonardo Finkelstein

“Al que le gusta Bach y no le gusta Gardel, a ese, no le gusta Bach.”

 -Anthony Quinn-

 

Gardel es el tango hecho canción. A Contursi debemos la idea, a Gardel la forma, la perfección. En el Olimpo del Tango han surgido otros cantantes con un piso de calidad muy alto: el “Polaco” Goyeneche (sucesor de Carlitos en el corazón del pueblo, puesto que hace tiempo que corre por ahí la sentencia “el Polaco es Gardel”), el uruguayo Julio Sosa, y Edmundo Rivero apodado con toda justicia “El Feo”, ya que quizás se trate del hombre más feo de todos los tiempos. La devoción popular también mistifica a 3 fueyistas: Eduardo Arolas cuya desenfrenada pasión lo llevaba a exprimir los bandoneones, sin afanes histriónicos, hasta destrozarlos en plena actuación; la leyenda asegura que murió en París por robarse a una moza que tenía la doble nacionalidad; al italiano Juan Maglio “Pacho”; al “Gordo Sagrado” Aníbal “Pichuco” Troilo, al amadísimo (hasta la santificación) don Osvaldo Pugliese, y a otro coloso: Juan D’Arienzo, ambos directores de orquesta; al violinista Ernesto Ponzio, un tipo peligroso; y a su más rotundo poeta: Dis­cé­polo, el “Narigón Sublime”, a un bailarín “El Cachafaz” que murió bailando en Mar de Plata, y tantos otros que mencionar no me permite mi obesa ignorancia.

Para todo rioplatense (palabra que designa la nacionalidad argentino-urugua­ya) que le haya prestado oídos, Carlos Gardel es una deidad todopoderosa.

Evaristo Carriego (poeta telúrico celebrado por Borges) se le acercó una vez y le dijo: lo felicito, usted es superior al silencio.

En el cementerio de la Chacarita en Buenos Aires, es un ritual de adoración colocarle un cigarrillo encendido entre los dedos de su estatua de bronce y quedarse a “fumar un pucho y charlar con el Maestro”.

No puedo evitar felicitarlo en voz alta al final de algún tangazo, cuando me llega al co­razón volando por el atajo o me sorprende con alguna renovada brujería. Gardel es nuestra abuela, nuestra madre, nuestra novia, nuestro padre, el nonno, el tío, nuestro hijo, nuestro amigo y nuestro hermano. Es toda la gente que amamos reunidas en una sola. Quizás el hecho de que haya sufrido una muerte irreal y espantosa, en el cenit de su carrera, a los 44 años y aparentando 33, alimenta una sensa­ción de rebeldía ante el destino, y a fin de infundirle el toque de inmortalidad, sus adoradores le han entregado una partícula del alma que él sabe devolverles aumentada y embellecida. Por eso cuando contemplan alguna fotografía se enorgullecen de lo guapo y sonriente que está, y alardean de su estampa, con ese refinado no sé qué de conde Drácula, de su pinta y su sonrisa ladeada y sincera como si fuese la propia, y decir de alguien que “es Gardel” es el mayor elogio que pueden hacerle los criollos de estas tierras, que rastrean su identidad —con raíces de barco— a través de la potencia de sus mitos. Un aspecto quizás poco conocido de la personalidad de Gardel es que era un bromista indomable que hasta se daba el lujo de meter insertos personales o bromas privadas dirigidas a algún amigo dentro de las mismas grabaciones. Sus modulaciones y locuras son muy divertidas. Carlitos también sabe hacernos reír. Borges, que no se hallaba entre sus admiradores, contaba que si un amigo necesitaba dinero, Gardel se sacaba un puñado de billetes del bolsillo y se lo entregaba sin contarlo. Su generosidad, resultado de una niñez humilde, se traducía en amor por el prójimo. Es famosa la anécdota con el ciruja que vino a manguearlo cuando Carlitos volvía de una de tantas tardes negras en el hipódromo, como no tenía un cobre partido se sacó el abrigo y se lo entregó, era una capa preciosa y el ciruja se fue volando de felicidad.

Son muchos los abuelos que presumen de haber tenido tratos con el héroe; si bien no puede darse crédito a todas las historias, sus testimonios son una fuente preciosa, en la que entresacando de fábula, verdad, se van tornando nítidos los contornos del personaje. Hay quien jura haber estado preso con Gardel nada menos que en Ushuaia, una de las cárceles más pesadas, allá abajo donde el mundo se termina. Otros recuerdan no haber podido entrar al teatro para verlo cantar y que, al final de la función, “El Mudo” salía a la calle a cantar para la gente. Y que si algún poeta muerto de hambre le pasaba un papelucho con un tango, lo leía y si le gustaba lo cantaba y le salvaba la vida.

 Se cuenta que la Paramount con la cual había firmado un contrato para varias películas le exigía que mantuviese un peso de 75 kg (medía 1,73 y había llegado a pesar más de 110 kilos) una lucha constante para un consumado glotón como él. Estas películas guionadas por Le Pera, incluían lógicamente varias canciones que fueron precursoras del video clip. Gardel era bailarín patadura y como actor algo más que discreto, sin embargo, el gran Vittorio Gassman dijo que nunca un actor lo había conmovido tanto como la interpretación que hace Gardel de “Sus ojos se cerraron”, junto a la cama de su amada muerta.

 Al comienzo de su carrera y por más de doce años, Gardel formó un dúo con el uruguayo José “El Perro” (para sus detractores) Razzano; su repertorio se componía de canciones y estilos camperos, y actuaban disfrazados de gauchitos. El primer tango que Gardel cantó fue “Mi Noche Triste” en el teatro Esmeralda, desde entonces sus actuaciones incluyeron una mayoría de tangos, tangos que aún estaban por escribirse, puesto que era un concepto reciente que el tango verbal pudiera tener un vuelo lírico que lo desmarcara de la copla pornográfica. Y un buen día, Gardel encuentra en el periódico unos versos que se podían tanguear titulados “Por la pinta”, se puso en contacto con el joven autor y lo transformaron en “Margot”. El Mago había tocado con la punta estrellada de su varita ni más ni menos que al “Negro Cele” (Celedonio Flores), uno de los cuatro pilares del tango letrado.

Separado de Razzano y ya metido en su imparable carrera como solista, siguió despachándose unas cuantas de la pampa profunda, con su voz, que cubría todos los registros, y esa gracia para modular las palabras como si fueran de barro que desgajaba desde la original mil melodías divergentes, convirtiéndolas en obras maestras, entre las que figuran “Como Todas”, “Apure Delantero Buey”, “El Rosal”, “Gajito de Cedrón”, “Caminito Soleado”, “Para quererte nací ”, “La Pastelera”, “Hasta que ardan los candiles”, “Campanitas”, “Mala Suerte”, en el que los gauchos que aman a la misma mujer, dan un ejemplo de civilidad, en vez de agarrarse a cuchillazos, se la juegan a la taba “echamos la suerte para definir/ el alma en la taba/ con ansia pusimos/ estuve en la mala/ del juego y perdí./ Aquella derrota mato mi alegría…” y “Criollita Decí que Sí”, su última grabación.

Gardel tenía un “rapporto” especial con Barcelona (“la quiero como a mi viejita. Es romántica), no le faltaban motivos puesto que se lo pasaba de maravillas, tenía varios círculos de amigotes que lo aguardaban impacientes, aquí grabó cerca de 60 títulos (de los más de 800 que llegó a registrar) y el público de la ciudad llegó a regalarle un magnífi­co Graham Paige 1928. Gardel se hizo amigo de Charles Chaplin y de Santiago Rusiñol, uno de los popes del modernismo catalán y padrino de Pablo Picasso .

Gardel se iba de putas al barrio chino con Samitier, Piera, Zamora y Platko, jugadores del Barça de aquella época, y la directiva del club tuvo que solicitarle que hiciera el favor de no hacer tan buenas migas con los jugadores. En “Patadura”, uno de los tangos futboleros, les rinde homenaje al “patadura”, se le aconseja que ni sueñe en ser como cualquiera de éstos, tam­bién se menciona a Sastre, y que si quiere jugar hay puesto de “linesman”. Platko lo recuerda así “Nos acompañó en varias giras; tenía un valor humano excepcional, le gustaba ir al puerto de la Barceloneta y mezclarse con los trabajadores, se pasaba horas enteras cantándoles”, pero Gardel era hincha del Racing Club de Avellaneda ( según palabras del propio interesado “si sos argentino tenés que ser hincha del Racing Club”), apodado La Academia, que era el equipo de los tangueros. “Era de Racing, como tantos en el ambiente”( Julio Nudler-Tango judío). Amén del antiquísimo “Racing Club” (1909 aprox.) de Vicente “Garrote” Greco, de los primeros músicos de conservatorio que se sintió atraído por el tango y a quien se debe la inclusión del bandoneón en las orquestas, tenemos “A la Guardia Imperial” de José Colángelo, y “De Academia” de Osvaldo Fresedo. Según Celedonio Flores: “Racing tiene el privilegio de tutearse con la Gloria y la Gloria es una mina que no se tutea con cualquiera”. En alguno de sus libros Cortázar (que era del River Plate) se pregunta: “…sabrán esos muchachos que hay otra vida, más allá de los tangos y de Racing?”

Los funerales gardelianos fueron organizados por Raúl Yankelevich quien se ganó las amonestaciones presidenciales del buenazo de Agustín Pedro Justo, pues el carruaje que llevaba a Gardel era tirado por ocho caballos y los destinados a los presidentes y alguna que otra de esas grises eminencias del estado, como mucho llevaban seis.

Del cielo llovieron flores de todos los tipos y de todos los colores que eran las lágrimas del pueblo. Manuel Blanco, quien años más tarde defendería con hidalguía los colores de La Academia lo recuerda así: “yo era muy pibe, debía tener 3 o 4 años y veía todo aquello, todo alfombrado de flores, todo regado de llanto y le pregunté a mi primo que me llevaba de la mano:- ¿Che, qué pasa? Y él me contestó: Racing se quedó con un hincha menos. ¡Y ahí me hice hincha de Racing!”

No es casualidad que Racing Club quiera decir “club de carreras”, porque más que el fútbol lo que Gardel amaba eran las carreras de caballos donde fre­cuentemente perdía hasta el aliento. Cuando mejoró la racha inauguró el stud: “Gardel C”, que tenía a estos caballos en su staff “Cancionero”, “La Pastora”, “Amargura”, “Theresa”, “Explotó”, “Guitarrista”, “Mocoroa” y el único que le reportó alguna satisfacción: “Lunático”, a quien, según palabras del principal interesado al final del homenaje que le hace a su amigo el jockey oriental Ireneo Leguisamo en “Leguisamo Solo”, “a Lunático lo voy a retirar a cuarteles de invierno, ¡ya se ha ganado sus garbancitos!. En la primera ver­sión de “Leguisa­mo Solo”, grabada en Barcelona y que data de 1925, más lenta y dos años anterior a la otra, al final de ésta Gardel también tiene unas palabras para su caballo, todavía en activo, vaticinando lo que ganarán en la próxima carrera él y los otros “ca­tedráticos”; que así se llamaban a sí mismos los versados en todas las asignaturas del turf. Leguisamo, noblesse oblige, devolvió este halago y un día de diciembre de 1931 le envió a Gardel, de gira por Europa, un telegrama que decía “Carlitos corrí en las 8 carreras, gané 7 y en la otra quedé segundo. Te dedico este día glorioso. Legui.” Nada mal.

Gardel viene, Gardel va.

Gardel tenía una bala alojada en el pulmón que originó miles de leyendas. La última cuenta que dicha bala, engarzada en una gruesa cadena de platino, pendula del pecho de uno de los capos del “Cartel de Medellín”, ciudad en la que muriera, dejando una energía incombustible que convirtió a la ciudad en un bastión y luego al país entero a la causa del tango, parece que el tipo ha salvado la vida no menos de 17 veces y que ni por ninguna cosa de este mundo, sería capaz de desprenderse del preciado amuleto.

S.S.S.L. en sus “Tres Estudios Gardelianos”, echa un poco de luz sobre el asunto. Las versiones del suceso son contradictorias pero una cosa queda clara: Gardel recibe el balazo por defender de una patota a su amigo, un tal Elías Alippi, empresario teatral.

En su gira por el Caribe el dictador venezolano Juan Vicente Gómez le pagó 10.000 dólares de la época por una actuación privada. El lema del gobierno de Gómez era “unión, paz y trabajo”, que el pueblo interpretaba literalmente como “unión en las cárceles, paz en los cementerios y trabajo en las carreteras.” Gardel le entregó la bolsa íntegra a la oposición.

 Carlitos, tenía un prontuario policial por practicar la estafa conocida como “el cuento del tío”, en dichas actas figuraba fichado como “el pibe Carlitos”. Tenía un pasaporte falso en el que constaba que había nacido 3 años atrás en Tacuarembó, Uruguay, el 11 de diciembre de 1887 (en realidad era del ‘90), para eludir así el servicio militar en Francia, de donde procedía. Charles Romualdo, hijo natural de doña Berthe Gardés, que emigró a la Argentina a los 27 años —cuan­do Carlitos tenía dos—, para escapar a la presión de una familia catoli­cona y estricta ( Charles, el abuelo de doña Berta era un militar) que cargaba como un estigma su maternidad de soltera. Su amor secreto se llamaba Romualdo Paúl Lasserre, un hombre casado y con dos niños. En la dirección del registro nacional de migraciones se registró como viuda, y obtuvo el sustento de su hijito y el suyo trabajando de planchadora en la casita de la calle Uruguay, en el barrio del Abasto, que hace poco eludió de milagro una intentona de derribo por parte de …. de los de siempre.

En “Silencio” (1933), firmado por Gardel & Pettorossi & Le Pera, vemos a una viejecita de canas muy blancas quedarse muy sola con cinco medallas, que por cinco héroes la premió la patria. Hay que oírlo —a pesar de ese espantoso coro de matronas cantando el arrorró que alguien se le ocurrió incluir—, para ver el tono que Gardel le pone a “premió la patria”; es un tango antibelicista cuando la peste de la segunda gran guerra y la guerra civil española aún estaban en fase germinal y persistía la idiota falacia según la cual “los campos de batalla” eran el sitio idóneo para toparse con la gloria.

 Quizás pequemos de yankófobos (saludable rasgo de nuestra idiosincrasia) lamentando que dos grandes escritores, tangueros por naturaleza, hayan tenido la desgracia de nacer en Estados Unidos, nos referimos a Edgar Allan Poe y Henry Charles Bukowski. El tango favorito de Poe indudablemente es “Sus Ojos se Cerraron” pues afirmaba que el tono conveniente para la poesía es la melancolía y siendo la muerte el más melancólico de los asuntos, si se trata de la muerte de una mujer hermosa, el poema ya camina sólo. Y si la voz cantante es la de Gardel, ¿quién osaría pedir más? La muerte que besa a la mujer amada es otro motivo tradicional de las tangueras letras: “La Novia Ausente”, “La Casita está Triste”, “Llora, Hermano” y “Ofrenda Maleva”, en que la interpretación de Gardel acompañado sólo por una guitarra acú­stica suena mejor que una orquesta sinfónica.

El héroe de Baltimore vio morir de tuberculosis al gran amor de su vida, su prima, Virginia Clem, que contaba pocos más que 20 abriles. Este fue un hecho crucial en su vida y a partir de entonces y ya para siempre, llevó Poe el hexagrama de la desdicha sobre su frente. A­demás del célebre poema “El Cuervo” y del menos conocido Annabel Lee, escribió una serie de relatos sobre el mismo eje, “El retrato oval” y otros cuatro titulados con un nombre de mujer: “Morella”, “Berenice”, “Ligeia” y el autobiográfi­co “Eleonora”.

Transcribimos aquí parte de “Sus Ojos se Cerraron”:

…y ahora que la evoco

hundido en mi quebranto

las lágrimas trenzadas

se niegan a brotar

y no tengo el consuelo

de poder llorar

 

Las lágrimas que no se derraman son las que queman el alma. Asimismo, los personajes de Poe, aunque transidos de amargura, no son proclives al llanto, generalmente se hallan hundidos en una especie de culpa. Poe se inspiró para escribir algunos de esos relatos, inevitablemente y luchando contra una idea que lo llenaba de horror y congoja, cuando Virginia agonizaba. Luego metía a sus personajes en el centro del lujo (“No carecía yo de eso que el mundo llama riqueza”, así confiesa su miseria en “Ligeia”), consiguiendo de esta manera que el dolor resulte absoluta­mente puro, cristalino y refinado, ya que si les hubiese hecho padecer vicisitudes los aullidos del espíritu podrían confundirse con los del propio estómago, y la pena debilitarse ante la contundencia de unos macarrones.

El tango continúa así:

¿Por qué tus alas tan cruel quemó la vida?,

¿por qué esta mueca siniestra de la suerte?

 

En las obras de Poe queda la impresión de que la Fortuna no es más que una gorgona de siniestras muecas; visualizamos a Virginia en una cabaña miserable, sin fuego suficiente, mu­riéndose de frío y de muerte, y Poe, desesperado agarrándole las manos, besá­ndole la frente, hablándole en susurros y proponiéndole cosas para “mañana”, cuando por fin se hubiera esfumado la enfermedad:

quise abrigarla y más pudo la muerte,

¡cómo me duele y se ahonda mi herida!

yo sé que ahora vendrán caras extrañas…

 

Las mismas que Poe, hijo adoptivo, viera durante toda su vida, pero sobre todo a partir de aquel momento, en que esas caras extrañas vienen:

con su limosna de alivio a mi tormento

todo es mentira, mentira este lamento…

 

Otra vez la culpa, quizás por haber transformado la tragedia en letras:

¡Hoy está sólo mi co­razón!

No registra la historia de la literatura un corazón más jodidamente solo que el del pobre señor Edgar Allan Poe. Lo que sigue parece no ya la pérdida de su amada, sino su vida entera:

como perros de presa

las penas traicioneras

celando mi cariño

galopaban detrás

y escondida en las aguas

de su mirada buena

la muerte agazapada

marcaba su compás

en vano yo alentaba

febril una esperanza

clavó en mi carne viva

sus garras el dolor

y mientras en la calle

en loca algarabía

el carnaval del mundo

gozaba y se reía

burlándose el destino

me robó su amor.

El carnaval fue utilizado por Poe para conferir un marco grotesco a sus relatos, aquí crea una atmó­sfera de frenéti­ca desesperanza, un hombre destrozado por la muerte de su enamorada, en medio de la turba vociferante que ríe, se emborracha, canta, grita, se divierte, y las caras ex­trañas que se le acercan, ya no son siquiera caras, son una masa de máscaras, antifaces y caretas, que conforman el rostro único del destino, un destino enemigo natural del hombre, cruel pero además burlón y sádico. Tal y como nos lo presenta Poe en la may­oría de sus relatos y tal como aparece en la mayoría de los tangos.

Además, es Le Pera quien introduce en el tango la metáfora espectral; fantasmas y aparecidos suelen rondar por sus composiciones, (en donde por un afán de “internacionalización”, no se filtra ni un lunfardismo). Los apellidos de ambos poetas son muy parecidos, Le Pera-Lee Poer (que se transforma en Poe al emigrar la familia de éste desde Inglaterra a Norteamérica.) ¿Fue Poe quien desde algún lugar del aire les sopló este tango al dúo compositor?

Muerte, Melancolía, Miseria, las tres Musas del tango.

Pero no todo es tragedia, sufrimiento, ni dolor, el tango que nació alegre y se volvió tristón, se nutre también de una fuerza vital arrolladora: La Risa, mucho más fuerte que “El Amor” del que tanto se habla. Existen infinidad de tangos netamente humorísticos: “Justo el 31”, donde vuelve a destellar la sátira discépoleana: esta vez es el hombre quien abandona a la mujer a la que ya ha descrito como “un mono loco, que encontré en un árbol”, sospecha que ésta pretende abandonarlo y debe anticiparse para evitar el escarnio de ser amurado por ese indómito bagayo:

 me contó un vecino

 que la rubia loca

 cuando vio la pieza sin un alfiler

 se morfó la soga

 de colgar la ropa

 que fue en el apuro

 lo que me olvidé.

 

 Otros: “Te fuiste.. ja ..ja”, “Enfundá la mandolina”, “Victoria”, “Haragán”, “Seguí mi consejo”, “Todavía hay otarios”, “Garufa”, “Estampilla”, “Largue esa mujica”, “Ivette”, “Chorra”, “Cachadora”, “En la tranquera (A Mar del Plata yo me quiero ir)”, “Tenemos que abrirnos”; por citar unos cuantos, pero el humor también se desliza subliminalmente y se enrosca en las patas del drama cual una culebra loca, logrando fuertes golpes de efecto. En “Aquel Tapado de Armiño” (1928) el desgraciado infeliz narra las peripecias y privaciones que soportó para poder comprarle a la bataclana ese tapado con el que se había encapricha­do, y termina por reírse de sí mismo al notar que el tapado ha sido más duradero que su amor puesto que aún no ha terminado de pagarlo, y ella hace rato que se fue, muy elegante y sin frío. Encuentro que esta estrofa es genial:

¿Te acordás? En el momento

culminante del cariño,

me encontraba yo sin vento,

vos amabas el armiño.

 

Justamente esa corriente de fraternidad que se establece a través del humor es la que nos acerca a uno de sus genios: a Carlitos Bukowski no cuesta mucho imaginárselo peinado a la gomina y tomando una caña en algún bodegón de Buenos Aires. Tango y Bukowski tienen múltiples puntos de íntimo contacto. La insistencia en la palabra “clase”, o el tono socarrón con que se refieren las propias desgracias. Y cómo no, la marginalidad, los cuchillos, las peleas y las putas regadas con vino barato. Amén del turf que era su gran pasión, igual que la de Gardel y sus concurdáneos. El hipódromo apa­rece con la misma profusión en los tangos que en las narraciones de Bukowski. “Preparate pal domingo” es uno de los tangos “burreros” que parece escrito por el viejo Buko, y recuerda a un episodio de “Factotum”; Henry Chinaski y su amigo mexicano se escapan de la fábrica para ir a las carreras, y recogen apuestas de los demás operarios, que se embolsan en el acto, aquí vemos cómo dos amigos se van a jugar hasta las palomitas de los calzoncillos al arcangélico potrillo “Patas Blancas”, hijo de “Necesidad”, porque uno de ellos tiene un dato precioso y precisísimo (la posta), que le presenta al otro, con una fe tan impecable, un futuro mejor, ( “no te violentés al vamos porque es larga la tirada/ y al mirar dos patas blancas cruzando el disco final…”) que el oyente comienza a angustiarse y desear de todo corazón que les asista la suerte. En “Palermo”, el personaje lleva su monomanía al punto de confesar “más me tira una carrera que una bonita mujer”; y en el archiconocido “Por una cabeza”, que sus desgracias en el amor y en el juego corren a la par, como si de una sola se tratase. En “Tirate un lance” hay un hombre realmente preocupado por su amigo que trabaja duro “de gusto y por cuatro cobres” y le endosa un conmovedor sermón acerca de un mundo “frito como un tocino” y en el que los yanquis reparten bombas, para pasar luego a la amonestación directa: ¡Tirate un lance!/ ¿qué hacés en casa?/ mirando fútbol ¡televisión!/ Luego ataca con más fuerza a fin de hacerlo recapacitar: no ves, che, Policarpo/ que hoy el que pierde/ es el que yuga y bronca para vivir/jugate en un final de bandera verde/ ¡¿Si no te salva un pingo quién va a venir?! Seriamente le recomienda que se lo juegue todo a “La Gringa”, una yegua que como correrá dopada no puede perder, y para bordear su convincente exposición hasta echa mano de la poesía: tirate un lance/la suerte es loca / como la boca de una mujer.

Pasemos ahora a aquellos gotanes destinados a apostrofar al prójimo. El truco consiste en elevar al elegido exaltando sus virtudes, sin que se filtre un dejo de ironía, hasta que llegue el momento de precipitarlo desde la altura adecuada. Entonces el cantor se erige en juez incontestable y le propina a su víctima tal paliza dialéctica, que lo deja envidiando la suerte de una cucaracha­ pan­za arriba moviendo las patitas que le queden. “Echaste Buena”, “As De Cartón”, “Dandy”, “Malaentraña”, “Carnaval”, “Pituca”, son de los más emblemáticos.

Otros hay que no han sabido envejecer, y aunque la intención primaria era tocar la fibra sentimental, esos conspicuos dramones se han pasado a la vereda de enfrente y su audición o simple referencia suele ir acompañada de comentarios burlones y carcajadas largas, “Fea”, un buen ejemplo, la pobre feucha tenía que andar escondiéndo­se para llegar al único lugar donde nadie la va a mirar dos veces: el trabajo. Obsérvese qué mala leche: “Procurando que el mundo no la vea/ ahí va la pobre fea/ camino del taller/. El resto es fácilmente imaginable, harta de la fealdad del mundo, la feuchita que tenía un corazón de oro 24, tendrá que suicidarse. Pero sin dudas la palma se la lleva “La Cieguita”( casi un clásico, de autores catalanes), donde la tragedia se retuerce hasta perder todo viso de verosimilitud y mueve a risa. Detengámonos unos instantes que tamaña acumulación de disparates así lo reclama. Érase de una pobre cieguita que no podía jugar y un caballero sensible que casualmente pasa por la plaza se apiada de la situación: “ay cieguita! / dije yo con gran pesar/ ven conmigo pobrecita!/le di un beso y la cieguita /tuvo ya con quien jugar.” El tierno encuentro se repite de tarde en tarde: y así fue que diariamente / al llegar con su viejita/ me buscaba la cieguita/ con tantísimo interés/. Aquí nos abstendremos de cualquier comentario chocarrero. Pero por entonces la ceguera era una enfermedad mortal y un día acude a la plaza sólo la madre de la cieguita; quien en lugar de ir a buscar a un médico, le comunica al amable desconocido que: “la cieguita está a punto de EXPIRAR”

Ella también llama a su hija “La Cieguita”, puesto que, ya que no puede ver, ¿para qué gastarse el cerebro poniéndole un nombre propio, verdad?

 “Fui corriendo hasta su cuna”( que por cierto ya debía quedarle algo chica), justo a tiempo porque “la cieguita ya moría/ y al morirse me decía/ con quién vas ahora a jugar?” El hombre quedó desolado: “¡Ay cieguita! / yo no te podré olvidar/ pues me acuerdo de mi hijita/ que también era cieguita/ y no podía jugar!”

¡Buéh! Surge ahora la pregunta, ¿Qué puede hacer Gardel para convertir a semejante esperpento sin ojos en algo estéticamente digno? Pues, magia señores. Pero en ”Sacate la caretita”, ver­sión cutre del clásico “Siga el corso”, en el que reaparece la misteriosa dama enmascarada y “La hija de japonesita”, un delirio cursi sobre una japonesita que se hace el hara kiri, los autores de ta­maños esperpentos sí que consiguen hacer desafinar a Gardel. Y hablando de verrugas negras, sería injusto omitir “La Gloria del Águila” (de autores españoles) que narra el récord del hidro­avión “Plus Ultra” desde España hacia Buenos Aires. Pero la verdadera proeza es la ensalada de una letra que, metiendo la pata en cada uno de los posibles lugares comunes (rey del aire, tendió sus alas, sol que baña al mundo con sus rayos, raudo vuelo, el águila vuela, dos países dándose un abrazo con el alma, los valientes cubriéndose de gloria; etc), entremezcla a “Colón con su gran carabela”, con los cuatro aviadores hispanos, con el tango, la inmortalidad del héroe, los exiliados, el concepto “España Madre Patria”, y con la hermandad universal que luego pregonaron los hippies en la década del 60. Todo ello marcando un tiempo de tres minutos y un segundo. Al partir, el avión provoca una frenética ola de euforia y expectación mundial: “el orbe entero/ se ha estremecido/ y el entusiasmo/ en todas partes se desata”: en las islas Fiji y en Nepal, en Sri Lanka y en Ámsterdam, todos siguen el aconteci­miento de cerca, conteniendo el aliento. Luego del tedioso relato de todas las escalas, por donde pasa el avión sembrando la felicidad, en Río de Janeiro y Montevideo ya “suenan campanas pregonando la victoria”(¿?) Y ahora veamos el estribillo: ¿qué opinaría usted si un buen día al salir a la calle encuentra a todos ( por causa del Plus Ultra, claro) cantando y bailando como sumidos en un trance místico ?: “los españo­les van/ con razón cantando/ al ver el galardón/ de su na­ción/ y can­tarán/ con todas las naciones/ entrelazando los corazones/ y en tal clamor/ surge un tango argentino/ que dice a España/ ¡Madre Patria de mi amor!/ … Repugnante.

Alejándonos ya del humor entramos en terreno peligroso: el amor traicionado. En la primera parte, el amante despechado expone la locura con que amaba a esa mujer, y la horrible desesperanza en que lo ha dejado sumido el injusto abandono de que lo han hecho objeto, y luego se invoca a la justicia divina, al tiempo justiciero, que aliados con la mala vida convertirán de pronto a la bella “fuggente” en una especie de ogresa pintarrajeada a quien el viento le ha arrebatado la peluca. “Esta Noche Me Emborracho” certifica lo que decimos; después de una descripción de lo más gráfica, incluida esta genial definición de la celulitis bailando chic to chic con la desfachatez:

parecía un gallo desplumao

mostrando al compadrear

el cuero picoteado.

La remata así: “fiera venganza la del tiempo/ que te hace ver deshecho/ lo que uno amó.” Anunciando que se agarrará una curda infernal para no pensar en que la causa de su ruina moral y física es la momia esa que acaba de cruzarse, y a la que, hoy por hoy, no tocaría ni con un palo, porque de otra manera la única salida posible sería la de abrir la puerta del suicidio. En “Tango judío”, por su parte, se reseña un gag excelente: la letra dice en un momento “y pensar que hace diez años fue mi locura”, los músicos de una orquesta solían cantarle a un compañero de origen hebreo y de nombre Milo “y pensar que hace diez años fue Milo cura.” Pero aún peor es el encuentro que un azar lógico le tiende a ese hombre que va por la noche “caminando como un curda” (seguramente en curda) “entre harapos lamentables/una pobre limosnera/ sollozando su desgracia/ a mi lado se acercó/ y al tirarle unas monedas/ a la vieja pordiosera/ vi que el rostro avergonzado/ con las manos se tapó/ “En este grupo, vaticinándole que a más tardar mañana, se convertirá en un “descolado mueble viejo” contamos al famoso “Mano a mano”. En “Tortazos”, el compadrito indignado le espeta a la fulana: y aura hasta tenés marido/ las cosas que hay que aguantar! luego la llama por su apellido de casada igual que si lanzara un escupitajo, y reafirma su caballerosidad ase­gurándole que si no le da una paliza ipso facto es por no pegarle en la calle. En “Tomo y obligo” el último tango que cantó Gardel, se maravilla el compadrito de su autocontrol: “y le juro todavía/ no consigo convencerme/ como pude contenerme, / ¡si ahí nomás no la maté!”, porque como veníamos diciendo muchos de los agraviados prefieren saltarse la espera y deleitarse con una venganza inmediata y caliente, eligiendo unas buenas puñaladas, tangibles y concretas, en lugar de unas cuantas sutilezas verbales y una maldición arrojada con todo el peso del alma. En estos tangos la traición suele venir por donde menos se la espera: de parte del mejor de los amigos.

Los criollos cuyas testas reciben el influjo de La Cruz del Sur, profesan el culto de la amistad, una noche de borrachera, alguna aventura extraña con un desconocido, bastan para sellar alianzas indisolubles. Parecen tener una profunda raigambre aquellas palabras de Jesús que consigna el apóstol Juan en su evangelio “No hay amor más grande que el dar vida por los amigos”, pues aquí quien no se declare, al menos de palabra, dispuesto a dar la vida por un amigo es una rara rara avis. Al respecto señala Borges que el argentino, a diferencia de otros pueblos, no siente la más mínima identificación con el Estado, puesto que sólo concibe relaciones de tipo personal, (y por eso “para él robar dineros públicos no es un delito”), y que contempla con indignación esas películas salidas de Hollywood (entre ellas el clásico de Raoul Walsh “Al Rojo Vivo”, interpretada por el sinergético James Cagney) donde generalmente un periodista o un policía de paisano ansioso por trepar, se hace amigo del delincuente para una vez ganada su confianza, hacerlo desembocar en la cárcel. Y este “campeón”, que ha traicionado al compañero, aparece ante los ojos nuestros tan carismático como una cucharada de mocos.

Retomando el hilo, esta doble traición: amor-amistad, multiplica por mil el dolor y la rabia, dejando el saldo de una pérdida de fe absoluta en la raza humana y la cotización de la vida en un entorno de cero. “Noche de Reyes” y “A la luz del candil” son de una truculencia rayana en el humor negro. En el primero vemos que el regalo que caerá sobre los zapatitos del niño son el cadáver de su madre y del mejor amigo de su padre, que de atrás de las rejas aún le reprocha a la occisa: “por ella me hice bueno, honrado y buen marido/ y en hombre de trabajo mi vida convertí”. En el segundo, vamos detrás de un gaucho que ha ido diligentemente a entregarse a la ley, portando una maleta, pide permiso y perdón por su aspecto y con gran cortesía le cuenta toda su historia al comisario, me gusta cuando le dice: “y allí comisario / si usté no se asombra/ “porque cuando sí se va a asombrar será cuando abra la valija que contiene nada menos que las trenzas de la mujer y el corazón del amigo. En “Dicen que Dicen”, el traidor ya se ha evaporado al ver la cara de nuestro héroe que llega con el corazón “ardiendo de odio” y dejando el facón a un lado se decanta por lo artesanal. Le cuenta a la adúltera todo el drama en tercera persona, como si fuera un cuento, pero al llegar al presente, harto ya de tanta literatura, se le cruzan los cables y con sus dos manos reúne el trágico desenlace de ambas historias: y cuando quiso / justo el destino / que la encontrara / como ahora a vos / trenzó sus manos / en el cogote/ de aquella perra/ ¡como hago yo!/ Finaliza diciéndole a la vecina curiosa y espantada que él…bueno, que él sólo quería contar un cuento.

Existe otro subgrupo temático más bien desgraciado, cuyo buque insignia es “Tomo y obligo”, en la que el varón desairado pagará unas copas que al convidado le resultarán carísimas porque deberá oírle al generoso anfitrión una deeeeensa denostación del género femenino seguida por su tragedia personal entre arrebatos de una lacrimosidad ribeteada de indecencia. En “La última copa” el sujeto se presenta como el rey de copas diciéndole al mozo que llene hasta el borde las copas de champán y promete una noche de farra y alegría para ahogar alguna penita. Pero enseguidita nomás comienza a darles la lata a unos amigos que borrachos como él le propinan alguna palmadita en el lomo y se le mean de risa (minimizando el dolor, porque para eso están los amigos) cuando éste declama su despropósito “es la última farra de mi vida/ de mi vida… muchachos que se va…”( “¡Pero dejate de joder!”, parece que le dijeran. ) y luego provocando nuevos estallidos de risa “yo la quise, muchachos, y la quiero”, “yo me emborracho por ella, y ella quien sabe qué hará”, y aquí tampoco faltarán voces que se lo sugieran. Como ve que siguen sin tomarlo en serio, sube la apuesta e insinúa que habrá de suicidarse, encomendándoles una misión “y si la ven amigos díganle/ que ha sido por su amor/que mi vida ya se fue”. En vano, todo lo más que logrará el muchacho es un cuidadoso suicidio fallido, tan pésimamente actuado que apenas si llamará la atención y una resaca que le atacará la cabeza como si tuviera negras culebras en lugar de cabellos y que le dolerá más que sus rosadas penas. En “Ríe Payaso”, adivinando que el payaso oculta un dolor, el comedido lo atrae ávido: “ven payaso yo te invito/ compañero de tristezas/ ven acércate a mi mesa/ si te quieres embriagar/ que si tú tienes tus penas/ yo también tengo las mías/ “le promete que lo pasarán de maravillas pero entre tanto le tira un poco de la lengua hasta que consigue hacerlo llorar, entonces le dice: no llores payaso buen amigo, y desliza esta perla de la prepotencia argentina “…. ¡A ver, pronto! ¡Che mozo! ¡Tráiganos más champán!”, para arremeter con el minucioso racconto de sus cuitas. En “La Copa del Olvido”, el llorón invade desde el vamos todo el ambiente “Mozo, traiga otra copa /y sírvase de algo el que quiera tomar”. Más modesto es el convite que hace el pelmazo de “Nubes de humo” por apenas un puchito hay que bancarle la sanata: fume compadre/ fume y charlemos. Contrapunto de todos estos sería “El día que me quieras”, una bonita canción de amor, (algo cursi como suelen serlo estas canciones), un leve toque de varita mágica sobre una tecla del piano le da un comienzo que ya salpica la lluvia de estrellas que caerá a continuación.

 De un bizarro inclasificable resulta “La cabeza del italiano”, la protagonista es una mujer que está enamorada de un tierno estudiante de medicina “aquí junto a mi amor/ que yo venero/ me río del dolor/ del mundo entero/” Y el muchacho para probarle su amor le hace obsequios como éste:

 Y acordate esa vez que me trajiste

 envuelto en un papel y muy ufano

 la cabeza frappé del italiano

 que un tiro se pegó en el almacén.

Y, claro, conmovida por semejante gesto no puede menos que entregarle el alma entera “y mi alma infantil/ que es toda tuya/ alegra tu bulín/ estudiantil.”

Volviendo y volviendo a Gardel, decimos que no sólo tenía una voz encantada (cosa que puede comprobar cualquiera al escuchar esas grabaciones de hace más de 70 años, cuando aún no se había inventado el micrófono, metiendo la cabeza en una especie de bocina metálica, grabándose todo de un tirón y que salga como salga.), po­seía una intui­ción genial, muchas veces te engancha con un tango más que por el timbre de voz, por el CÓMO dice una frase cualquiera como “nunca podré olvidarte”, o por las fabulosas histrionizaciones que desarrolla en algunas letras, “Anoche a las dos” —indicado para coleccionistas— es casi una mise en scène, escuchamos varias voces (entre ellas la de Gardel) murmurando “la policía, la policía”, y sin mediar dificultad, Gardel interpreta alternativamente al policía autoritario que quiere saber lo que pasó, a la mujer que ha recibido un balazo en el brazo y encubre al agresor y a este último que todavía clama venganza. En “Padrino Pelado” nos ofrece a un desopilante camarero italiano que impide la entrada a un compadrito en un casorio hablando en cocoliche: “ah va kumpadrito/ ¡Fora de aquí!/ Vieni per kumer la masita y tokarrr la muchacha/ ma’, ¿se ha kreído que ‘sto es una milonga? ¡Porcachón!. Y en “Lloró como una Mujer”, de los pocos tangos, junto con “Qué va cha ché!”, en que las mujeres dan la réplica a esos modelos de virtud, asume magistral­men­te el rol femenino.

 No sabía leer ni escribir música, pero ni falta que le hacía a la hora de componer porque fue un ángel creado de la misma esencia que la música, música que escapa por cada uno de sus poros. Que cada día canta mejor ya es un hecho comprobado científicamente. Dicen los díceres que cierta vez Discépolo y Cadícamo pretendieron apretarlo batiéndole que si no fuera por sus versos, ¿qué cazzo cantaría él?, y Carlitos los fulminó de esta guisa:- “¡Muchachos, traiganmé la guía telefónica que yo se las canto!” De acuerdo a esa mágica versatilidad, podríamos atravesar las 48 páginas de los “Fernández” en una ascendente exaltación estética. Así como la ópera sería en música el equivalente a la novela, el tango es el relato, el cuento breve desarrollado en un espacio que no suele superar los 3 minutos. Vimos más arriba que el encuentro con la mujer que se ha amado, lejos allá en el tiempo, y a la que resulta casi imposible reconocer entre los despojos del derrumbe, es un argumento del cual se ha extraído mucho jugo; con tal bagaje, al escuchar esta cruel descripción del femenil atuendo que se da en “Sólo se quiere una vez”, cualquiera se llamaría a engaño, incluso Floreal Ruiz, Roberto Rufino y otros cantantes de alto rango, creyendo hallarse ante otro de estos particulares “mostriciattoli” tangueros de infame decadencia:

  al verte los zapatos

 tan aburridos

 y aquel precioso traje

 que fue marrón

 las flores del sombrero, envejecidas

 y el zorro avergonzado de su color…,

cualquiera menos Gardel. Veamos: la lluvia reúne a ambos protagonistas, en el hall de un cine, ella lo saluda casualmente y él declara no conocerla. “Entonces vi con sorpresa, tu envejecido perfil” dicen todos los otros cantantes. Aquí está el punto, el error. La palabra envejecido, amén de malsonante por reiterada, le cambia el sentido a toda la composición. Gardel, que ha interpretado la esencia original de la letra, aunándose con ella, dice por contrapartida, incomparable. Luego de la descripción reseñada, prosiguen los versos con “no quise creer que fueras la misma de antes, la chica de la tienda “La Parisienne” (o bien, la chica de la tienda, la parisién, la francesita acriollada.) Mi novia más querida cuando estudiante, que incrédula decía los versos de Rubén ( Darío) Juventud divino tesoro (blablablab). Y concluyendo el drama: resuelto corrí a tu lado, dándome cuenta de todo. ¿De qué se dio cuenta? De lo “stronzo” que ha sido, de lo mal que se ha portado. Quería besar tus manos, reconquistar tu querer. ¿El querer de una gallina turuleta, de un espantajo vicioso y manoseado como un billete de escaso valor?

No, claro que no. Mientras él ha terminado sus estudios y quizás sea hoy un incipiente profesional, seguramente un médico, que en el imaginario tangábile equivaldría a un príncipe; a la cenicienta muchacha no le ha ido nada bien, quizás la tienda cerró y se ha pasado estos años entre trabajos temporales mal pagos, pero no por ello se ha largado a putanear como sus primas, y no ha perdido ni una brizna de su encanto; su perfil, su bello rostro, no se ha ajado al ritmo que sus pilchas, se eleva sobre ellas como la luna en su séptimo día y aun puede cotejarse al de Palas Atenea. Lo raído de sus ropas y ese pobre zorro sin color, sin pelo y evidentemente, ya sin mañas, desplomado sobre sus hombros como un pasado de privaciones y vicisitudes; en vano, aunque con buenos argumentos, lucharán por afearla, porque la clase, la distinción, que emana de su ser entero reduce a polvo la opacidad ridícula de sus atavíos, ella será por siempre la chica que se emociona leyendo poesía, un ideal de belleza y santidad (“besar tus manos” divinas, bienhechoras, benditas, otorgadoras del perdón.) Una chica para casarse.

¿Y por qué ha perdido su querer?, puesto que desea reconquistarlo, pues porque el putañero resultó ser él y no ella: “mi novia más querida” especial, pero una entre tantas. Ella, harta de sus continuas infidelidades lo ha abandonado; y al saberla sensible deducimos que elaborar la decepción amorosa ha sido un trabajo arduo, durante años ha llevado el corazón en el pecho como un péndulo muerto, pero ahora que las heridas se han extinguido, puede permitirse el lujo de saludarlo casualmente al cruzarlo por la calle sin que se le muevan las flores de plástico del sombrero… lo rechaza gentilmente, con una sonrisa triste le dice “sólo se quiere una vez”, con lo cual le está diciendo en simultáneo: te amé con toda el alma y me rompiste el corazón, nuestra relación me costó un mar de llanto; se puede pegar una taza que se ha roto, pero jamás volverá a ser la misma, ni loca volvería contigo, que tengas suerte en tu vida, y se aleja, ahora que la lluvia ha amainado un poco, elegante y altiva en su pobreza, dejando al tipo como a una polilla atravesada por un alfiler.

Gardel no falla, acierta siempre.

 El maestro Barreiro marca a 1935, el año de la muerte de Gardel, como el final de la inspiración poética, alegando que en el mismo accidente también muere el gran Alfredo Le Pera de quien poco y nada se sabe. Pero todavía quedan estos tres mosqueteros: Enrique Cadícamo, Celedonio Flores y “Discepolín”; además de Escaris Méndez; Cátulo Castillo; García Jiménez; Enrique Delfino; Homero Manzi; etc, y aún se reservaba el tango otra baraja: la irrupción en el surrealismo de la mano de Horacio Ferrer,  junto a Astor Piazzola, el omega del tango. Otra es para mí la razón de la supuesta merma: los poetas tangueros encuentran que es tarea vana y dolorosa escribir con la certeza de que no llegarán hasta Gardel, para ser sublimados por su voz inabarcable, que dejaría lisos todos los baches de la inspira­ción, donde acechan las cacofonías, la métrica no cuadra y una a una las 9 Musas se van ausentando.

Con un virulento sentimiento de asco me entero por el libro “Barcelona, Tercera Patria del Tango”, de Patricia Gabancho y Xavier Febrés; que las autoridades argentinas, mojigatas sin término, iguales a lo largo de toda la historia en la largueza de los dedos y la cortedad del genio, obstaculizan y finalmente consiguen prohibir la construcción de una estatua de homenaje a Carlos Gardel en Barcelona, aduciendo que el monumento en cuestión sería mucho más grande que el busto del general San Martín, situado en esta ciudad.

Seguro que ni el propio San Martín, que murió exiliado en Francia a causa de estos mismos patriotas, estaría de acuerdo con esto, en fin, así nos va.

 

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