El tango y sus orquestas: un panorama

XII

Por Miguel García

 

Di Sarli, denominado el Señor del Tango, tuvo también sus seguidores e imitadores. En 1957 tuvo un desacuerdo con sus músicos y éstos decidieron formar una orquesta aparte. Entonces, el director se rearmó con nuevos instrumentistas para continuar con sus exitosas presentaciones. Por su parte, los desvinculados fundaron la orquesta Los Señores del Tango, en referencia directa a su antiguo director, pues su sonido era exactamente el mismo que ejecutaban con él, salvo por el piano, que encomendaron al joven cordobés Jorge Arduh. Años antes, a inicios de la década de los 50, Ricardo Pedevilla se presentó con una orquesta cuyo estilo buscaba asemejarse al disarliano, de buen gusto, aunque sin originalidad.

Miguel Caló sobrevivía como una de las figuras mayores. El inicio de la década lo encontró con una orquesta de la cual habían surgido montones de talentosos integrantes que se fueron desvinculando para formar parte del inventario orquestal de aquella época de oro: Raúl Kaplún, Domingo Federico, Maderna, Francini, Pontier. Para entonces, dejó de contar con los cantores de antaño (se tienen registros de Ricardo Blanco, Juan Carlos Fabri y Carlos Barbé, Chola Luna y Alfredo Dalton, con un brillante regreso efímero de Alberto Podestá en el 54). En los números instrumentales muestra una actitud de sencillez armónica, a diferencia de lo que había hecho a inicios de los 40, con versiones complejas e interesantes de títulos como «Sans Souci», «A Martín Fierro» o «Elegante Papirusa». El piano a cargo de Miguel Nijensohn, de estilo parecido al de Maderna, hizo posible que luego de tantos reajustes la orquesta conservara algo de su fisonomía inicial. [71] Miguel Caló tuvo ese instinto y esa exigencia para elegir a sus músicos, con la capacidad de interpretar el instrumento, de dirigir y arreglar. Por ello, todos los mencionados ocupan sitios prioritarios en la memoria del tango.

Estos músicos que se dieron a conocer con Miguel Caló se convirtieron en exitosos directores desde la década de los 40. Osmar Maderna se presentó con una orquesta en la cual era él mismo el elemento atractivo, con su capacidad pianística, lamentablemente truncado por su muerte temprana en 1951. Raúl Kaplún, luego de su paso por Caló y posteriormente por Demare, tuvo a su cargo una orquesta de sonido avanzado que dejó algunas grabaciones. Domingo Federico mantuvo un conjunto enérgico, inconfundible en su marcación rítmica; [72] en el 57 se mudó a Rosario y continuó una labor artística que años después tocaría incluso lo académico, pues se dedicó a dar conferencias sobre sociología del tango y una cátedra de bandoneón. La orquesta codirigida por Enrique Mario Francini y Armando Pontier pisaba fuerte en el panorama tanguístico, siempre con esa modalidad que se cuenta entre las más avanzadas de su momento. [73]

Aníbal Troilo, activo y con una aceptación avasalladora, siguió actuando con su orquesta, apoyado en los excelentes instrumentistas y sus arregladores. Su actitud vanguardista convivía con el respeto a la tradición, por eso los comentaristas de la época lo colocan en el punto exacto de equilibrio entre ambas tendencias, lo cual a su parecer abona a la enorme aceptación que los espectadores le brindaban. Incluía tangos añejos y longevos, como «El entrerriano» de Mendizábal, «El Marne» de Arolas, «Inspiración» de Paulos, «El Pollo Ricardo» de Fernández, «Pablo» de Martínez, «Retirao» de Posadas, al tiempo que interpretaba sus propias composiciones («Responso», «Che bandoneón», «Contratiempo» en coautoría con Piazzolla, etc.) y difundía con fervor la obra reciente de sus contemporáneos: «Danzarín», «Payadora» y «Melancólico» de Plaza, muchos de Piazzolla («Triunfal», «Prepárense», «Lo que vendrá», «Tanguango», etc.), «De muy adentro» de Dames y Artola, «Taquito militar» de Mores, «A Orlando Goñi» de Gobbi, «La bordona» de Balcarce. [74] A su vez, conformó un cuarteto con el guitarrista Roberto Grela que dejó interesantes registros discográficos.

La influencia de Troilo se deja ver en casi todos los bandoneonistas nuevos, que lo tomaron como caudillo artístico por sus virtudes tanto dentro como fuera del escenario, a la vez que como modelo para agregarle cosas propias. Alberto Mancione, con un repertorio ecléctico que incluía también interesantes muestras de su propia autoría, [75] dejó manifiesto su signo troileano incluso con la integración de Francisco Fiorentino, cantor que a finales de los 30 e inicios de los 40 fuera la voz oficial de Troilo y prototipo del cantor expresivo y matizador dentro del esquema de la orquesta típica. Otro que mostró una línea troileana fue José Basso, que de 1943 a 1947 fuera su pianista, para después retirarse y formar su propia agrupación, en la que resalta su piano director y sus solistas destacados, con un repertorio que, asimismo, incluía tangos de siempre, composiciones propias («Brazo de oro», «Amor y tango», «Rosicler», «De 10, 7», etc.) y nuevas («Para lucirse», «Prepárense», «Triunfal» y «Nonino» de Piazzolla, «Yunquitango» de Stamponi). [76] Cuando Basso dejó a Troilo, su lugar fue ocupado por Carlos Figari, quien para entonces ya llevaba una intensa experiencia como pianista de José García y sus Zorros Grises, de Francisco Canaro (supliendo a Mariano Mores), y de Francisco Fiorentino con la dirección del joven Astor Piazzolla; luego de su paso por el conjunto de Troilo, trabajó como acompañante de Edmundo Rivero y, durante el último tercio de la década, se encargó de dirigir una orquesta que, como la gran mayoría de las que surgían y se mantenían en ese entonces, tenía un sonido potente y bien diseñado. [77]

Osvaldo Pugliese continuó su exitosa y popular labor de actualización de tangos viejos («9 de Julio», «Emancipación», «La guitarrita», «Gallo ciego», «Unión Cívica»), al tiempo que registraba la obra de sus músicos («Entrador» y «Pata ancha» de Mario Demarco, «Nochero soy» de Herrero, «Para dos» y «A mis compañeros» de Ruggiero, «Si sos brujo» y «La bordona» de Balcarce, etc.), su obra propia («Don Atilio», «No juegues a la guerra», «La yumba», «Corazoneando», «Cardo y malvón»)  y otros que resaltaban en calidad («El relámpago» de Sassone, «Julie» de Alessio y Lazzari, «Gente amiga» de Ismael Spitalnik). [78] Resalta la participación de cada uno de sus instrumentistas en la elaboración de los arreglos, que no sólo no perdieron identidad en el estilo Pugliese, sino que lo reafirmaron y ampliaron en una expresión de carácter netamente popular, pero con repercusiones musicales en el tango a nivel mundial.

Jorge Caldara, bandoneonista y compositor de títulos exitosos como «Patético», «Pastoral» y «Pasional», se retiró de Pugliese y formó una potente orquesta que conservó la fuerza y la diversidad armónica y rítmica. En su repertorio destacan las versiones de tangos decareanos («Boedo», «Tierra querida»), un arreglo en tango de la canción mexicana «Échame a mí la culpa», versiones instrumentales de tangos vocales («No está» y «Cascabelito»), sus propias piezas que homenajean a dos de las máximas figuras del tango de la historia: «Con T de Troilo» y «Puglieseando», y la producción de autores contemporáneos, con los que presenta su concepto y su propuesta estética: «De corte milonguero» de Forte, Gómez y Rilla (con el que hace patente de su intención bailable) y «El gurí» de Julio Ahumada. [79]

Mario Demarco, por su parte, emprendió la aventura de la dirección orquestal después de haber sido bandoneonista de Alfredo Gobbi y antes de serlo de Pugliese. Esto es muy importante en la historia instrumental del tango, pues cuando llegó a la orquesta del segundo, (con un breve paso por la última orquesta de Julio De Caro) para cubrir el puesto que dejaba vacante Caldara, ya llevaba una experiencia multifacética que desde el arreglo enriqueció y revolucionó el sonido Pugliese junto con sus demás compañeros. En los años 60 volvió a la dirección orquestal para acompañar a Edmundo Rivero y expresar su propuesta instrumental. Pero aquella primera orquesta de los 50 ya mostraba una idea que lo colocaba en las filas evolucionistas del género, estilísticamente entre Gobbi y Pugliese, sin copiarlos, incorporando lo mejor de ambos. [80]

 

 

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