Andrómeda en la secundaria

Por Laura Magnolia Hernández[1]

La gargantilla de cuero negro rodeaba su cuello para unirse justo sobre las clavículas en un aro metálico del cual se desprendían gruesas cadenas plateadas que rodeaban su cuerpo por debajo de los senos, atravesando su cintura, partiendo su figura y volviéndola a unir, haciendo resaltar esas formas que quiso ocultar cuando recién las descubrió sin haberlas solicitado en un arranque de eso llamado pubertad, cuando prefería ahogarse de calor en los días de mayo bajo un suéter escolar de manufactura china.

Aún estaba en esa etapa en la que hubiera preferido ser aplastada por otros mil suéteres chinos antes que ser expuesta ante su clase, y al final, eso fue exactamente lo que ocurrió.

Al iniciar el año sus padres la habían presionado para unirse al taller de declamación, estaban convencidos de que le ayudaría con esa timidez que no les parecía correcta. Al final accedió por tratarse de una actividad casi privada en la que el resto de los asistentes no tendrían el valor moral de juzgarla o hacerla sentir mal.

Aquel año también se había unido a la clase María Gorgona e inmediatamente surgió un vínculo que se estrechó mientras sus espíritus se reconocían. Gorgona fue tachada, sin demora, como una-mala-influencia por sus padres, aunque en realidad Gorgona nunca se atrevería a imponer ninguna opinión sobre la de su amiga. Entre ellas existía un entendimiento natural, juntas podían ser y también dejar de ser para empezar a existir, quitándose el miedo y hasta el suéter chino.

Al llegar las fiestas patrias, el taller de declamación decidió sacrificar a una virgen, así lo anunció Andrómeda a Gorgona, y con gran pesar explicó que todo ocurrió demasiado rápido y no había tenido oportunidad de rechazar su postulación a declamar frente a toda la escuela.

Al contárselo a sus padres rogando le ayudaran a salir del conflicto, la respuesta fue contundente, tendría que hacerlo como un compromiso ineludible, por el honor, por la patria, y por otras tantas razones entre las que no figuraba la opinión de Andrómeda.

Faltaban tan solo unos días para la presentación cuando Perseo se acercó a ella, se trataba del único del taller que no parecía pertenecer ahí, quizás también había sido obligado a integrarse, pero su personalidad de héroe y experto en todo le hacía librar cualquier prueba con una facilidad inexplicable. Ese día, con una amabilidad casi condescendiente, se ofreció a tomar el lugar de Andrómeda en el sacrificio y salvarla así del terrible destino, todo a cambio de un beso.

Andrómeda, contrariada, pensó de nuevo en el honor, no tenía tiempo de consultarlo con su amiga ni con nadie más, debía cumplir su parte en ese instante y detrás de los cachivaches del salón al terminar la clase. Accedió por miedo, y con aún más miedo se dejó conducir al rincón, en donde por primera vez sintió un beso, fue algo más parecido a un molusco deslizándose con morbo y ansiedad dentro de su boca que a la manifestación de amor con forma de fuegos artificiales que se suponía debían aparecer.

Se alejó a toda velocidad al empezar a sentir las manos de Perseo buscando su cuerpo y sus formas, corrió sintiéndose cubierta de un barro pegajoso que hubiera querido arrancarse con todo y piel.

Pensó que el episodio había valido la pena hasta que, frente a todos, Perseo se acercó al micrófono escolar solo para presentarla como Andro-meada y mientras todos reían, ella se acercó perpleja para declamar, lo cual, desde luego, le salió terrible.

Después de aquella afrenta sólo Gorgona la hacía sentir mejor, pensó que el mundo se acabaría, pero cuando no lo hizo y, más aún, cuando a todos dejó de importarles para buscar el siguiente sacrificio, Andrómeda empezó a preguntarse quién era realmente, pues siendo una joven virgen y conociendo tan poco de la vida, sentía que sentía demasiado y que la inmensidad la rebasaba.

Al alejarse de la adolescencia, la inmensidad le dio un poco de espacio y aunque aún a veces la intensidad era parte de su sangre, fue encontrando su propia salvación y un espacio para respirar; contradictoriamente, lo hacía mucho mejor cuando estaba enfundada en sus cadenas, pues se volvieron parte de su identidad.

 

 

[1] Laura Magonilia Hernández (1983, Ciudad de México). Me considero una lectora y escritora amateur y una apasionada por las historias; orgullosa integrante de la primera generación de la Escuela Comunitaria Feminista de Creación Literaria, cuya guía me ha ayudado a escribir, pensar y vivir desde el feminismo. En lo cotidiano, soy editora y creadora de contenido digital, feliz integrante de una familia matrilineal y sobreviviente de la gran Ciudad de México. 

 

 

 

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