Axel Ulises Vite Navarrete. Licenciado en Pedagogía por la UNAM, actualmente soy co-fundador del proyecto EncontrArte, donde brindamos sesiones de pintura a personas que desean iniciarse en el uso del acrílico o simplemente recrear sus obras favoritas. Además de trabajar en el ámbito de las artes plásticas. He publicado poesía y cuento tanto en medios digitales como impresos desde el año 2014.
Algunas vocales jamás se apagan
I
Sembré las morusas de tu amor
en el jardín, quiero decir,
esas tres macetas alineadas con escepticismo
bajo la ventana, donde algún gato
encontraría viejos amaneceres y un poema de Borges.
Sembré los restos de tu amor
sin saber cómo germinarían…
tal vez serían ojos,
tal vez adoptarían la forma de tus senos,
tal vez llegarían al mundo imitando tus manos,
sí, con trémulas caricias buscando el calor de mi cuerpo
a todas horas.
O quizá se lanzarían al fondo de la habitación
con forma de besos…
besos con la gravedad de una estrella en convulsión,
con clima tropical,
con anémonas y directrices incansables.
Quizá se elevarían como promesas irrenunciables
o contagiarían al mundo
con esa suavidad inesperada de tu cabello:
uno podría restregarse contra la televisión y oler tu perfume,
sentir el amor entre los martillos y los platos rotos,
alcanzar el éxtasis de la vida
sosteniendo una fotografía.
II
Al octavo día los primeros brotes anunciaron tu recuerdo
con himnos de victoria y un tronar de muros
que se han cansado de ser piedra y no semilla.
Abandoné la misericordia de mi soledad
para encontrarte recostada sobre la luz,
con tu cabello suelto diseminando sus ondas;
doblegaste la inmensidad del suspiro,
más libre que un átomo en ascensión.
Y cuando te contuve entre mis manos
te sentí liviana:
forjada en azules,
con pétalos musicales reemplazando tus órganos,
con inteligencia y dulzura.
Esta forma temporal se disolvió en el aire:
tu respiración andando entre las hojas
y mis manos buscando tu calor
como un niño que persigue burbujas en mitad de la calle.
III
Intenté reunir las flores
desprendidas de tus ojos;
cosí el aroma de tus labios a la textura y la forma
antes de conjurar fórmulas secretas
para mantener tu cuerpo
anclado al día y al espacio,
humillando a todos los dioses de la humanidad.
Unté el bálsamo de los nardos
sobre tu vientre
y desde tu átomos bebí néctar de nebulosa
para nutrir mis estepas.
Infatigable, simétrica, exacta como las gotas de rocío,
desprendida pero completa,
descubrí que jamás se apagaron mis manos
porque siempre cargué tu conjuro.
No hubo soledad o frío;
y la noche, a veces silenciosa,
era apenas un disfraz para los estorninos;
aquí estabas, escondida entre las formas cotidianas.
IV
Diáfano y estridentista sueño,
bálsamo para la resaca del amor,
sustento para los pichones y las cornejas:
eras corriente marina y duna al anochecer,
siempre fresca e interminable.
Te amé con la ternura de un beso en la mejilla
y con la locura de todos los insectos.
Te amé al descubrir la simetría de tus pasos entre las sábanas.
Te amé a las cinco de la tarde,
cuando la luz rompió tus contornos
dejando la habitación a solas,
y también cuando el alma de las luciérnagas
resonó en el firmamento.
Bendita tú que puedes recuperar el albor de tus horizontes
sin cargar con culpa o remordimiento;
bendita tú que todavía puedes ser trino y amanecer.
Jamás encontrarán tu nombre para someterlo
a la mansedumbre del amor cotidiano:
incluso en la distancia,
acarreas tu amor salvaje.
V
No habían transcurrido las edades ni los desvaríos:
encontré tus besos sin rastro de olvido.
Aún eras joven
y tenías el ritmo exacto para recordar a los mamíferos
su constitución primigenia.
Aún eras vocal
y podía cantar tu nombre
con las primeras horas del día.
Mágica e inagotable,
siempre la bruja cósmica.