Darío González | Poemas

Darío González Rodríguez (Uruapan, Michoacán, 1999). Estudia Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Ha participado en encuentros de poesía en CDMX, Guanajuato, Querétaro y Michoacán. Ha publicado en varias revistas digitales como Irradiación, Los Demonios y Los Días, Otros diálogos, entre otras. Actualmente radica en Ciudad de México.

 

 

 

Lamentación de los fusiles

“¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?”
Lorca

Cárdeno he venido a los funestos paredones, mi escudo y mi estocada,

mi jilguero limpio y mi gorjeo carcelar

al índice callando, a qué azote mi voz pueda decirle flores

o exigir mi carne la verdad de los que oyentes

tendidos escucharán esta vez una respuesta siempre dada y nunca oída,

qué ardiendo miraremos poco rumbo hacia la frase o juramento de perpetuidad en estas cortes,

honesta o clara, crédula y punzantemente,

cuál ángel su pluma de ángel medirá el pulso de nuestra vírgula

en fingido engaño que nos junta.

 

Yo que soy de sombras e ignorante, 

yo, tañedor sin coronas ni nobleza,

mi labor ha sido de flecheros, de alumbrar los sagrarios 

y mi sangre, a lo largo de los campos,

¿Ha de cargar el dardo ajeno, paladín de causas muertas? 

¿He de sangrar sin mérito injusticias con ojeras?

¿Quién responde a qué trono altísimo? 

¿Quién responde a qué trono tantísimo?

¿O quién responderá al auxilio de sus cuernos?

 

Estas te digo a ti, amigo, 

palabras, hermana, palabras:

Fingido es lo mirado, engaños entre líneas, fingidor, 

a los que arriban podios sin mérito jactan pífanos imberbes.

¿Quién leerá, cuando el mundo caiga en telas negras, estos recuerdos? 

Porque en la montaña nuestros señores, coronados de tréboles, 

se miran a los ojos y lloran un mundo que se acaba,

porque arriba un águila de grandes tiempos 

leva el ala con la reina en sus espaldas

y nuestra estirpe, la cantora, cede a brazos de un dragón… 

¿Aquí no habrá más sol? ¿Aquí nosotros sólo nos oiremos? 

¿Qué se harán, entonces las señoras de Zacapu?

¿A dónde lloraremos nuestros muros conquistados? 

 

Esto te diré, hermano, los dioses se van 

¿Quién nos guarda?

 

 

 

Cielo

A guillo

Una piedra ha llovido, luz descenso y una mano que se ofrece a decir, 

he visto en tanto arenal una columna levantada, 

un puro recuerdo a la escalera de tanto pasado,

de tanto que este sitio alienta todavía de velas nutrientes

porque tu mano es la luz, tu mano extendida

¿Hacia mí? ¿mi mano? 

Y la ceguera de mis cuatro alas, el abrazo de encontrarse,

el claro canto de unas mariposas tú has sido,

tú has sido conquistador de sombras, 

tú que has sido llama entre las ruinas y resueno de campanas.

 

Oh, brillante de castillos en la sombra, 

oh, volar entre las nubes y ocultarse entre los troncos,

vuelves esplendor a tanta tierra perdidiza, 

ves en cada luz un alma que se rompe y se libera.

¿Ante qué temor habría de hundir más mis rodillas, 

si a cada miedo has encendido inmensos corazones rojos?

 

Luz, porque eres, como yo, niño luciente, 

niño para el sol y a las criaturas, 

criatura que se exalta y sabe, niño que se ríe, sienta y tiende a dormir. 

Tu camino siempre es claro, tu camino siempre es claro

y a una sombra que me apaga con la lluvia 

es para siempre en tu brillante ala brillante vuelo en paz, 

aunque la lluvia, aunque la sombra, aunque el olvido.

 

Puedo levantar torres caídas, puedo sonar campanas contigo,

un castillo que se regocija y un castillo que se alegra, que se escucha,

que a su olvido se renuncia como a ti mis miedos de olvidar. 

Una piedra ha llovido, luz descenso para el bien, 

por recorrer qué tanto mundo que se anuncia,

¿Qué tanta tierra para esta compañía de luz que somos nosotros?

Una piedra ha llovido, una piedra sin miedo a apagarse, 

una piedra que somos nosotros.

 

 

 

Los dos ángeles

“Todo ángel es terrible»
Rainer M. Rilke 

 

Dime su nombre, Lot, dime su nombre

que he estado oscuro, lástimo y herido. 

He visto tus cortinas, tus paredes, las he visto. 

Hay pureza y luz.

Dime, Lot, hijo de Harán, ¿Cuántas veces te has hundido en la tristeza? 

Dime ¿Cuántas con tu palma han sido las veces que el altísimo volvió su rostro?

 

Ahora llega a ti un milagro, ahora llega a ti, cobarde, grato bien

Y, empobrecida, allá Gomorra aúlla el soplo de la ausencia a su hermana ciudad.

 

Diles, diles, diles

que mi alma en abandono ruega una caricia,

que tiendan su mano, que laven mi rostro, Lot. 

Diles que me vean hacia abajo,

porque ruego a tus portales, sobrino de Abraham.

¿A qué recelo escondes tal pureza?

¿Sólo a ti quieres guardar tales tesoros?

Ingrato, hostil a tus fiadores, la plaga te persiga porque están.

¿Qué pregón anuncian entre ruinas?

Muéstrame su limpia piel, su manto claro.

Diles que se acerquen, que me miren. 

 

Oh, vellón clarificado,

muestra acá tu abdomen escondido entre los peplos,

tu espalda ante la tela remarcada,

muéstrame tu hombría tiernamente

que mis ojos están secos, ay, mis ojos…

se han hundido en la miseria de estas calles. 

 

Yo: tributo encarnecido a tus altares, úsame, Lot,

sumiso entrégome, extranjero, a tus visitas.

 

Quiero sed. Quiero néctar anhelante a mi cáliz vacío,

llenarme el labio con su suave aroma, 

que deseo, Lot, tengo deseo y una espada hirviente me atraviesa.

Muéstrame sus muslos, su esplendor ensortijado, limpio.

 

Dime, Lot, ¿Cuántos? ¿Quiénes? Dime, Lot, que lloro soledades en la arena. 

Te demando, hijo de Harán, extraño a nuestros usos, 

quita el velo de ese rostro, muéstrame su pectoral.

Yo, sodomita, te lo pido, te lo imploro. Muéstrame su carne y su color

¿Es suave el tacto al campo como en mi entraña ardura?

¿Es su rostro como en mi la marca que atosiga el duelo? 

 

Entenebrecido he estado bajo los pilares de la bella Sodoma,

oscura mi pasión es corta tanto como en flor marchita 

un largo invierno que se ensancha. 

Lloro mi fortuna en estos templos sacros, porque he perdido luz, 

porque no han visto ya mis ojos un varón, 

ya no han visto mis ojos ni siente mi alma, 

lúgubres desvelos, largas ya tardes sin luz.

Heme aquí, sobrino de Abraham, heme aquí,

mordido en la locura cuál serpiente se escondiera entre las peñas del desierto,

Heme aquí rogando al cielo

por sentir acariciada mi alma ante tus huéspedes.

Heme aquí, Lot, ignorado, negro, roto y usado, 

loco por la luz de tu aposento

¿Quién lo mora? ¿Quiénes rondan tu hogar a oscura hora?

 

Lot, Lot, mi alma está excitada y gime, 

mi alma está llorante y desespera, 

mi pecho inflamado, mis uñas lo hieren.

Mira mis brazos mutilados por el duelo y la miseria, 

mira mis heridas que se esparcen por la tierra como nubes al sol.

Mírame extático por tan virginio y varonil oblicuo.

Lloro, Lot, y desespero. Lloro y desespero.

Gritando anhela en sus abismos mi alma abandonada

me sea el fruto grácil de esos peplos, sacie mi sed.

Me he perdido, Lot, en estas calles, 

me he hundido en la bella Sodoma sin más valor que mis anhelos.

Hombre soy y débiles mis pasos me han traído hasta tus puertas, 

déjame, extranjero, entrar a tus hogueras,

deja, Lot, que arda mi alma por última vez.

 

 

 

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