Diego Vidal Santurión. (1981. Uruguay, Montevideo). Cursó estudios de Historia y Literatura en el I.P.A. Actualmente integra el grupo Escritores Creativos de Uruguay y la Comisión para las artes del Club Del Trompa Negra. Ha publicado poesía y narrativa en revistas digitales y antologías físicas de Latinoamérica y España. Sus cuentos, micro relatos y poemas han obtenido menciones en Uruguay, Argentina, México y España.
Los primeros bares
En el baño del bar de aquella esquina
donde nos encontramos tantas veces
dejé el rumor del mar en caracolas
y el silbido de un tango de Pugliese.
Dejé tu voz quebrada en madrugada
cantándole al vaivén de los malvones
el fondo de la casa de la playa
el trajinar de un carro, los gorriones.
En medio de la mugre compartida
a media a luz el baño es un instante
un tiempo surrealista y denostado
el encuentro fugaz de los amantes.
En la esquina del bar de aquellos años
dejé cierto pudor disimulado
el respeto brutal que te tenía
los pasos que no van a ningún lado.
Tal vez algún borracho los encuentre
y se pruebe tu voz embelesada
tal vez deambulen en la ventolera
y terminen perdiéndose en la nada.
De profesión Empleado.
Agonizo.
Pero tengo el techo y la comida asegurados.
Como en la cárcel.
O como en los reiterados hospicios
en los que me hice pasar por loco,
y de los que apenas en una ocasión
pude escapar.
Agonizo.
Pero tengo el techo y la comida asegurados.
Como en el sanatorio.
O como nunca me ocurrió
en pretéritas pensiones de tierra y queroseno,
de las que siempre se empecinaron
con echarme a patadas,
a los gritos,
y alguna que otra vez, también, a los tiros.
¿Dónde quedó mi anhelo de París?
¿En la nada polvorienta de mi antigua biblioteca?
¿Dónde diablos quedó mi biblioteca?
Mi copa de vino mirando el hogar,
mis cigarrillos Camel… por dios, qué terraja.
Quedó en la nada.
Pero tengo el techo y la comida asegurados.
Como en aquella urna, tibia e iluminada,
en la que dicen que fui
poco menos que un pollo.
O como en la casa de los viejos,
cuando ni siquiera imaginaba
llegar a sostener
tanta agonía.
Contra el piso
Pesa el frío de la mañana.
El día es lo que vemos
desde la ventana del micro
mientras llueve.
No importa si es recta
o es curva,
no importa la velocidad.
Ver pasar los días
desde la ventana del micro
me revuelve el estómago.
Como en una resaca eterna.
Como vivir bajo el agua.
Hombre pez.
Pez torpe.
Pez mono.
Ya no tomo alcohol.
Al menos, no como antes.
Tiemblo al pensarlo.
Igual todo me da asco.
Y el asco se incrusta en la garganta.
Como un tumor frotándose las manos
a mi paso.
Un tumor que mira y espera, risueño,
su momento de brillar.
Y el calor lo empeora todo.
El calor artificial
transforma mi cabeza en una válvula.
Válvula ojos de escape.
Me explotan los ojos.
Por eso siempre están irritados.
Reviento.
No, no reviento.
Entrelazo las manos y aprieto,
hago fuerza, oprimo los dientes,
pero no reviento.
Tal vez,
algún día,
aprenda a volar.