Dientes Kintsugi

Por Brenda Raya

En los días de la infancia todos queremos volar en sueños. Esa noche lo logré, en la plenitud de la adultez y nada cerca de como lo hacen los superhéroes. El aterrizaje fue un golpe seco sobre la lámina de un auto, de esos que en la ciudad permanecen eternamente estacionados.

Me abandonó la conciencia, mis ojos se cerraron un momento y la bicicleta no supo más que hacer de bruces, sin frenos, sin aviso.  Sobre el pavimento y confundida, tuve la sensación de haber sentido el vuelo, misma que desapareció cuando los que amenazaban con volar verdaderamente eran mis dientes.

Conocí otra dimensión de la fragilidad, aquella que se esconde en lo que parece sólido y vigoroso ¿De qué otra manera me habría enterado de la utilidad de la maxilar? ¿Cómo entender la composición de esa parte tan específica del cráneo?

El rostro como totalidad impide pensar que se compone por partes, cada una con vocación propia, que a su vez sustenta la función de otra. La maxilar, por ejemplo, es considerada una pieza robusta, aunque absolutamente quebrantable, y es así por las funciones que realiza, contiene las cavidades más particulares de la cara, las fosas nasales y bucales, está llena de conductos que contienen nervios y vasos.  Esto lo supe por el intenso dolor que dejó la fisura del accidente, en oleadas se presentaban las palpitaciones. Pude sentir la circulación de la sangre en sus habituales canales, antes inadvertidos.

Otra de sus grandes funciones es alojar las raíces de los dientes y fue aquí donde la mía hizo gala de los milenios de evolución humana. Se rompió ella, pero no faltó a su deber de sostener mis singulares frontales.

Los dientes, incluso los más feos y dispares, son atesorados por quien los posee, nadie quiere perder los dientes. Por ello la mitología popular ha creado un amigable ratón que recoge los dientes caídos, para hacer más transitable este evento en la niñez. A los dientes se les dota de cualidades, tener un colmillo afilado hace referencia a las magnas habilidades de manipulación. Enseñar los dientes significa estar dispuesto a defenderse. Buen diente tiene el que ha desarrollado gustos extraordinarios por la comida. Las muelas son del juicio, porque salen en la edad adulta cuando supuestamente lo hemos alcanzado.

Dice Chavalier, en su extenso diccionario de los símbolos, que perder los dientes es ser desposeído de fuerza agresiva, de juventud, de defensa: es un símbolo de frustración, de castración de quiebre. Es en simples palabras la pérdida de la energía vital. Tradicionalmente los dientes nacen dos veces en la vida, lo deseable es que su segundo nacimiento nos acompañe hasta el final de ella. Algunas veces hay una tercera oportunidad. son los dientes golpeados, fracturados, tambaleantes que se aferran a la memoria de su origen.

Los japoneses llaman kintsugi a la técnica de reparar con oro las vasijas rotas, integran las heridas al presente. Es un arte minucioso, pero sobre todo paciente, hay que esperar entre cada fase para obtener la pulcritud del armado, dar vida al dolor y la imperfección.

Los dientes que resisten nos regalan un nuevo tiempo. Nos enseñan lo valioso de tomarse unos minutos para diseccionar con serenidad una manzana. Nos dejan sentir antes que nadie los cambios de temperatura. Nos detienen la ira que lastima las mandíbulas. Permiten el pretexto de minúsculos besos sobre el cuerpo amado. En este nuevo tiempo, lo roto vive con nosotros y aprende lentamente a sonreír de nuevo.

 

 

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