Eduardo Gallardo Castillo (Querétaro, 24.01.1992) estudió la Licenciatura en Estudios Literarios en la Universidad Autónoma de Querétaro. Actualmente funge como editor en la casa editorial REVARENA y corrector independiente. De igual manera, continúa cultivando su quehacer literario a través de la escritura de poesía y ensayo.
Tres ejercicio para el silencio
1
sucede a veces que me amanece
una profunda tristeza
como quien ve llover
después de haber lavado la ropa
como corto lunecer de octubre
y una calle vaciada por la noche
y una esquina sin santuarios
sucede a veces que me amanece
una profunda tristeza que no puedo enunciar
he perdido las fuerzas para decir cómo me siento he perdido las ganas siquiera de decir cómo me siento a veces me doy cuenta que nadie sabe nada de mí porque
soy largo silencio
un momento
una habitación a oscuras
anoche sentí en mi sangre
los cuerpos de mi pasado
una tarde
un árbol no plantado
comprendí anoche que mi destino estaba ya escrito en el cielo o bajo un costal de tiempo o en un libro que nunca leeré que mi palabra emana silencios y un aspecto errado de todos los que fui y puedo ser
que mi pasado viene ahora a cobrar las cuentas y a decirme que nunca dejé de ser yo anoche de pronto comprendí que mi destino fue sellado sobre una cruz y el canto de un gallo
sucede a veces que quiero desaparecer
y olvidar quién soy
porque acaso
así
pueda despertar un día
sin esta profunda tristeza de Occidente.
2
mis dedos fallan en escribir un nombre
sopla el viento
dicen que el viento trae cambios y que el canto de las hojas tiene en sí mismo un misterio; que las penas pasan y las heridas sanan en su debido tiempo
dime, ¿cuándo fue que nací?
anda una mosca por la carne quieta y mi sueño no termina de cuajar bebe una mosca de mi llaga abierta como pez en el río dime, ¿cuándo fue que morí?
mis dedos fallan en escribir mi nombre
sopla el viento en mi carne quemada
dicen que el humo da señales de cambios y que el canto de mi mano es mortal sendero; que las penas cantando pasan y los corazones rebosan en verano
dime, ¿por qué me olvidaste una noche de invierno?
anda una mosca por la lengua quieta y una estrella brilla en mi cielo ennegrecido querida, una mosca nos bebió la sangre
y no nos dimos cuenta sino hasta que fue demasiado tarde y ahora, ¿qué nos queda? tal vez, una sonrisa más nos amanezca
3
Gracias quiero dar al divino
laberinto de los afectos y de las causas
por la diversa amistad que abunda en un fin de semana,
por la cebada y el trigo
que no dejan de estar presentes en la mesa,
por las tardes de sol frente a la iglesia de la Cruz
y las caminatas nocturnas que devoran el tiempo,
por la sonrisa que, como la rosa, brota sin razón aparente,
por una tarde en Tequisquiapan
que prolonga mi vida sin quererlo,
por el canto de un Sangrecristo que nace en Occidente,
por la herida de un hombre en la Cruz,
por los adioses nunca dados una mañana de enero,
por los adioses ya olvidados una mañana de diciembre,
por las nubes y su ausencia en el cielo de Querétaro,
por las cervezas compartidas con un amor que llegó de pronto,
por el brillo de una estrella que me iluminó de inmensidad
y en cuyas manos dejé un poema que no quiero escribir,
por la tímida sonrisa de una mujer que me quiebra el tiempo
y una mano que aún no encuentro,
por las horas que se nos van platicando de nuestras vidas
y las que se nos van caminando sin rumbo fijo
y las que se nos van sentados en el frío
y las que se nos van en el silencio,
por las tardes en que no estuvimos,
por las noches en que no sabíamos quiénes éramos,
por las mañanas que se me perdieron en la Cruz,
por la mosca que anda en la carne quieta,
por un libro que perdí en quién sabe dónde,
por los libros que compartimos en secreto,
por el preciso instante de un amanecer en que fui soñado,
por las charlas con los amigos en una casa de la Obrera,
por el destino que inevitablemente nos encontró
en un jardín cuyo nombre he olvidado,
por los dobles sentidos y las risas que provocan,
por las ausencias que liberan el cuerpo,
por una banca de metal en que nos despedimos,
por el baile de una mujer cuyo rostro ignoro,
por el baile de una niña que no sabe lo que tiene,
por el canto de una mano que aún recuerdo en la mía,
por un nombre que mi palabra repite sin cansarse,
por mi nombre que he olvidado,
por mi nacimiento que he perdido,
por los hijos que no tuvimos,
por los trabajos y los días en que fuimos distintos,
por el español en que soñamos,
por el fresco anochecer en un jardín de Querétaro
y la felicidad y las risas,
por la belleza que prodigas sin saberlo
porque, como la rosa, ignoras que tu sonrisa prolonga la eternidad,
por el quinto canto de Altazor,
por un poema de Borges que nombraste de pronto,
por el Otro poema de los dones que me permite el reencuentro,
por un libro de escatología que sin saberlo me atrapó,
por los libros que no se prestan y los que he perdido por prestar,
por la palabra clara y un nombre que invoca el canto de Artemisa,
por la sinceridad de la noche y un perfume en el viento,
por la cruz que lleva una mujer bajo su cuello,
por la felicidad que provoca un regalo inesperado,
por la tímida sonrisa, nuevamente, pero esta vez devolviéndome la vida,
por la ausencia que nos pesa,
por las palabras que cruzamos sin querer en una boda,
por las palabras que nos cambian la vida,
por las palabras que nos destruyen una temporada,
por las palabras que nos ayudan a salir de casa,
por las palabras que nos dan la mano sin pedir nada a cambio,
por ti, que llegaste justo a tiempo o demasiado tarde,
pero llegaste y ahora no puedo sino escribir tu nombre,
por mí, que me dejé vivir justo a tiempo o demasiado tiempo,
pero aquí sigo y ahora no puedo sino escribir tu nombre,
por los amigos que siguen siempre a un lado del camino,
por tu nombre, misteriosa forma del tiempo.