La Máquina de Turing

Por Victoria Cáceres[1]

Era una tarde tranquila, como todas. Josefina leía sentada en su sillón floreado, en su sala de estar con muebles estilo inglés, en su casa con jardín, en los suburbios. 

Cada tanto levantaba la vista y miraba a través del ventanal que daba al patio posterior. Por encima de los canteros de flores se levantaba una construcción a medio terminar. A Josefina se le ocurrió que empezaba a parecerse a un mausoleo. 

Antes de retomar su lectura, sonó el teléfono. Estiró la mano para alcanzarlo, sobre la mesita ratona cubierta de adornos simétricamente dispuestos. Era su vecina Jimena. Había tenido un día agitado y acordaron tomar el té juntas.

Josefina bostezó, recorrió la sala inspeccionando que todo estuviera en orden, y fue a la cocina a preparar café y tostadas. Justo cuando recuperaba su puesto en el sofá llegó Jimena. 

Morena y vivaz, parloteaba tras Josefina mientras llevaba la bandeja a la sala. Se instalaron en el mismo sofá y durante casi una hora intercambiaron chismes. En el ocasional silencio que se produjo al tomar el café, pudo oírse claramente el ruido de alguien cavando en el jardín. Jimena se aproximó al ventanal y escrutó la construcción.

— Hace mucho que tu marido está trabajando en eso, ¿no?

— Meses — asintió Josefina.

— ¿Qué está construyendo, exactamente?

— Dice que un cuarto oscuro.

— Ah, cierto que le gusta sacar fotos… Pero ¿qué es lo complicado?

Josefina se encogió de hombros y dio un fuerte suspiro de hartazgo. Jimena cambió de tema.

Todavía era de día cuando por fin se fue. 

En vez de lavar las tazas, Josefina se dirigió al jardín.

— ¡Walter! – llamó mientras se acercaba al rectángulo de ladrillos, ya techado, pero con un agujero en vez de puerta. 

Nadie contestó. Finalmente se decidió a entrar y, bajo la lamparita improvisada, lo vio dormido en un rincón. Paseó por el espacio húmedo, los brazos cruzados sobre el pecho. 

Salió y se detuvo a mirar desde afuera. Sí, casi un mausoleo. Sólo que los mausoleos no tienen agujeros. Vio entonces la mezcla todavía mojada y los utensilios. Había visto a Walter hacer eso mil veces. Era sencillo. Una capa de cemento, otra de ladrillos. 

Cuando estaba por terminar se sintió repentinamente cansada y, dejando todo como estaba, se fue a dar una ducha. 

 

 

 

 

 

[1] Victoria Cáceres (Buenos Aires, 1968) es Licenciada en Letras de Universidad de Buenos Aires, y escribe ficción y ensayo. Su obra ha sido traducida al inglés, coreano, malayalam, uzbeco, italiano, ruso y chino. Sus obras publicadas incluyen: “El baño turco” (cuentos, 1997); “La fuga de Pollock” (novela, 2014), “El corazón cansado” (novela, 2017); “La Retina Infiel” (2018) (novela finalista del VIII Concurso de Novela Contacto Latino), Ohio, USA; y “Doméstico Banal” (novela, 2019). En 2022 publicó su primer ensayo, “Los papeles de Juan Carlos Mauri”. Cáceres vive en Buenos Aires, Argentina.

Websitio: https://caceresvictoria.wixsite.com/victoriacacereswrite

Instagram: @victoria_cacereswriter

 

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