Oscuridad y frío

Por Araceli Mariscal

 

La vida a veces puede ser extremo de todo, nunca es la nada, dicen algunos que ni aún cuando se muere. Siempre creí que la oscuridad, además de ser donde no hay luz, era la nada. Ahora entiendo que también es Todo. El todo es la oscuridad porque no sabes dónde empieza y dónde termina, es más, no se tiene ni siquiera la certeza de que haya un punto medio.

El punto medio significaría que es medible, sin embargo, ¿Quién puede medir la oscuridad? ¿Quién podría definirla siquiera? Quizá las definiciones cabrían en la oscuridad misma y tal vez ni así abarcaría su extensión. ¿Cómo defines el amor? ¿Cómo defines lo que sientes por mí? ¿El amor sería entonces un sentimiento medible? Leí apenas de una amiga que en sus redes escribió que para ella, respecto al amor, éste era la ausencia del Ego… Tengo que admitir que no estuve de acuerdo con este planteamiento, dudé de él, me cuestioné y dije que sería mejor decir que: el amor es domesticar al Ego.

Domesticar porque es una parte primitiva del ser, si no lo tuviéramos quizá se iría parte de la esencia, además, ¿Quién es tan bueno que pueda prescindir de ese Ego? El Ego, como sabemos, es el Yo. ¿Quién podría despojarse de sí mismo para amar a otro ser y qué lo motivaría a hacerlo? ¿Acaso las motivaciones no vendrían del mismo Ego? Considero que el Ego termina cuando se acaba la vida misma, se nace y se muere con él. Es el latir constante, casi imperceptible y permanente, antes de la personalidad y la construcción del ser en sí.

Domesticar también porque si no se educa, aniquila; si a una bestia no se le enseña cómo debe comportarse es salvaje, sin embargo, si se le enseña cómo debe ser o, de ser necesario, se le enjaula, puede permanecer en el mismo sitio que nosotros pero sin dañarnos totalmente, porque aún con la jaula podría emitir sonidos lastimeros al oído cuando se sienta amenazado, cuando busque libertad para su impetuoso deseo frustrado de arrasar con todo…

…Nunca he tenido miedo a la oscuridad, ni siquiera de niña,  nadie me enseñó a tenerle miedo; en ocasiones contemplarla a solas y en silencio me generaba cierta calma, era como una necesidad para mí tomar esos tiempos. A mi familia le parecía extraño que alguien de esa edad: 5-6 años, no lo sé, estuviera tan tranquila y sin temor alguno sola en un cuarto oscuro, creo que al cabo de minutos me dormía… de adolescente comencé a disfrutar verla interrumpida por el intenso brillo de la luna, de las estrellas incontables que regadas en la inmensidad del cielo formaban un paisaje que ni la mejor cámara podría captar. Era impresionante para mí observar cómo llenaban el camino oscuro en las zonas con bosque y la manera en que esos rayos de luz caían con gracia sobre las copas de los imponentes árboles y el pasto escarchado naturalmente a causa de la baja temperatura.

Apagas la lámpara un momento y comienza el festín visual. El disfrute de sentir el viento helado acariciar sin piedad el rostro descubierto, como una bofetada certera y a la vez sutil con la que el clima de la región te hace saber en dónde estás (creo que es su bienvenida), lo rico que se siente tener la nariz fría, sentirme viva a pesar de las manos levemente entumecidas, carentes, por voluntad propia, de guantes que las abriguen y el escalofrío efímero que cesa al caminar o al degustar un café dulcesito y bien caliente.
Pasados los años he continuado siendo fan #1 de buscar y encontrar esos espacios y tiempos sin las voces ajenas, el murmurar de la gente en las calles, la agudeza del ladrido desfasado que parece interminable de la mascota de la vecina, los ruidos de la calle que aturden y las estrafalarias luces de toda la tecnología que nos rodea conjuntado al ruido característico de cada objeto que también genera. La intermitente luz artificial de cada bombillo en el andador, la prolongada presencia de luces con dimensiones y potencias distintas que recorren con sus diversas velocidades la carretera, pero eso sí, cada una tiene su objetivo, el destino al cual llegar…

En esos momentos puedo reflexionar todo o si quiero no pensar en nada, recurrentemente hay algunos fragmentos del pasado; con más frecuencia hay letras que me imagino inundan mi cerebro formando frases que simulan elocuencia seguidas de líneas incoherentes y a veces graciosas, todas ellas viajan juntas y chocan, crean unas más grandes o rompen todo hasta que las escribo y simplemente me dedico a descansar los sentidos y esperar a que el sueño como ola del mar me arrastre a la luz de la mañana.

Últimamente me ha gustado admirar la oscuridad combinada con el silencio mientras quien creo que amo duerme al lado mío, y aunque generalmente me choca el calor, esto no es impedimento alguno para no negarme a presenciar su respirar, que con el silencio armoniza creando sin darse cuenta una melodía precisa cuyo autor ni siquiera puede notar, y cuyo público (Yo, lógicamente) agradece con el pensamiento poder apreciar el espectáculo privado, gratuito, improvisado pero perfecto que es. En mi mente lo visualizo como si se tratase de las partituras, silencios y notas que guían a una orquesta entera, me convierto, entonces, en público atento, callado y gustoso de aceptar el rol de espectador, asistiendo plácidamente, por minutos que parecen horas,  un momento antes de que  me vuelvo a dormir abandonando ese teatro, sin salir de la habitación, entregándome al fin al arrullo de la noche y cediendo completamente al pesar de los párpados que parecen cansarse de ese entorpecido subir y bajar de las pestañas que dan ahora la sensación de ser densas y nada livianas, hechas de plomo. La respiración se torna lenta…

Somos ahora, al dormir, el teatro, la función y el auditorio entero… En este momento, sin público que contemple y juzgue, simplemente dos artistas disfrutando compartir escenario antes de cerrar el telón que me devuelve a mi sitio predilecto, la densa oscuridad y sus secretos.

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