Punto de partida o destino

Ilustración de Yelena bryksenkova 

Por Priscila Alonso[1]

 

I

Quisiera abrazarte tanto para llenarme de ti

Para que tenga algo que pueda recordar cuando te marches

No quiero ser fatalista, pero siempre le va mejor al que se va

Los que nos quedamos estamos siempre viviendo de recuerdos

Cambiando los muebles

para hacer todo menos pesado

Pintando la casa

para borrar el rastro

Ya hace tres años que todo acabó

y aún quedan cosas tuyas, nuestras, en el cuarto de servicio

Siempre digo que hoy las dono, las tiro o las regalo

Pero por más que amanece, ese día no llega

 

II

Cuando pienso en la muerte, me viene a la mente la primera línea de El extranjero de Camus. También recuerdo los rezos en las casas de las amigas de mi abuela, algunas veces parecen más lamentos, sollozos…

Los cantos no alegran, duelen, limpian. La tierra no huele, las cenizas no vuelan, las cajas se quedan vacías como las almas y los corazones y no hay papel ni frascos suficientes para colocar el agua salada que recorre nuestros poros.

El ‹‹ hasta luego ››, los arrepentimientos y los nardos ya no existen. La incapacidad de abrazar, ver y tocar ahoga más que en el principio; hay que recurrir a los recuerdos, a los álbumes de fotos, a las llamadas; la lejanía vino a complicarlo todo: las partidas pesan más que el áspero aire.

Pensar que es una pesadilla y que, al abrir los ojos, estaremos charlando o simplemente quietos, en un silencio cómodo que contesta todo, que conoce todas las respuestas. Pero no, por más que lo intento, por más que aprieto los párpados, las cosas siguen igual.

Entonces, creo un mundo paralelo, mágico, y opto por imaginarte caminado por otros rumbos, libre, feliz, lleno de vida.

No sé si eso aplaque mi dolor, nos dé consuelo, me (nos) ayude a continuar, sea parte del duelo.

Son casi las 5:00 am y aún no me queda claro si morir es renacer o secarse; no sé si reírme de la muerte o rogarle a gritos que te regrese, decirle que perteneces aquí y que eres indispensable para tantos, para mí.

‹‹ Resurrección ›› ‹‹ Reencarnación ››

Son palabras tan perfectamente distintas, tanto como la vida y la muerte. A veces cerca, a veces lejos, pero siempre rondando; al final o al principio, se convierte en el punto de partida o en el destino de todo pasajero.

 

III

No anhelar nada

Ese es mi deseo

Dejarme guiar por el destino

Suena conformista

Pensar que estamos hechos

de metas y sueños cumplidos

Que desgastan

Que arrancan y separan

Prefiero vivir ligera

Sin expectativas

Sentir el viento y fluir

 

                Anhelo, anhelas, anhelamos

 

Siempre en presente

Pero qué difícil es conseguir lo que uno desea

Morir entregándolo todo

Perderse en el intento

Pero no en la meta

Quedarse sin fuerza, sin nada

Sufrir el proceso

Pero presumir el resultado

Preocuparse por el qué dirán

Y dejar de escucharse a una misma

Esconder las cicatrices

Sonreír sin ganas

 

Prefiero las lágrimas verdaderas

El esfuerzo compartido

                         El goce comunal…

que estar sola y quedarme quieta

esperando que llegue algo mágico y

cumpla lo que tanto sueño

 

Sueño despierta, duermo soñando,

pero no distingo cuál es cuál

Mejor sigo

                tus pasos y las huellas

las que dejaste sobre la arena

    Arena pedregosa

    que hiere, que marca

Marca la que tengo en el pecho

porque no cumplimos con ese anhelo

que tanto nos ahogó

            y puso a cada uno en su           s i t i o

 

 

[1] Priscila Alonso. Me encantan las letras y la lingüística. Estudié idiomas. Creo en la escritura como una manera de desfogarse, por eso puede cruzar las barreras de la academia y alejarse de los cánones. Pienso que las palabras cobran vida propia y sólo hay que dejar que se acomoden.

 

 

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