Regadera

Por Zaira Moreno[1]

La única manera de parar el tiempo es con la muerte. Observo las caras de hastío y cansancio de los pasajeros, los hombros caídos y manos manchadas de pintura blanca. El tráfico eterno y coches que zigzaguean entre carriles. Pienso en detener el tiempo para llegar puntual a mi trabajo. Recuerdo las historias de mi abuela materna cuando me decía que, si uno muere, para el tiempo. A pesar de aún tener una presencia corpórea, lo demás desaparece. Poner pausa como en el control remoto. Tachar una tarea recién hecha, dar vuelta al siguiente mes en el calendario o la graduación de la escuela primaria. Los árboles siguen, el tren que se inunda con cada tormenta, sigue. La señora del puesto de tacos de canasta, sigue; mientras que tú ya no estás más. Detienes el tiempo que transcurría en tu interior. 

 

Veinte minutos después de mi hora oficial de entrada, avanzo hacia la computadora con la pantalla parpadeante. Sacudo mi silla en una especie de ritual de bienvenida, pongo mi vaso de agua del lado izquierdo del escritorio y la taza rosa llena de café, en el derecho. Sigo pensando en parar el tiempo, evitar que el timbre de la puerta en forma de una peludita muera, que su enfermedad deje de avanzar y no tengan que llevarla al veterinario cada tanto para drenar el líquido excesivo en su estómago. Pienso en las flores aplastadas en senderos del bosque, en huellitas huyendo del sonido atronador de motos en su hogar. También pienso en mis calcetines disparejos y en la ratita encontrada hace días llena de gusanos. Me pregunto si ellos también quisieron parar su tiempo. 

 

 

 

[1] Zaira Moreno (1997. Jalisco, México) Algunos de mis escritos han aparecido en Revista Signos, Revista Estrépito, Especulativas, Revista Lunáticas, Poesía de morras, entre otros.

 

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