Rosalba López López | Poemas

Rosalba López López (1996) es originaria de la comunidad de San Pablo Tlalchichilpa, municipio de San Felipe del Progreso, Estado de México. Licenciada en Historia del Arte por la UNAM ENES Morelia. Sus raíces son mazahuas y están profundamente arraigadas al campo. Escribe sobre sus ancestras, la infancia y la vida cotidiana, como un ejercicio de memoria y autoconocimiento. Sus poemas están dispersos en medios electrónicos como Suplemento Literario Chirimbolo, Revista Poetómanos, Revista Raíces, Nu Jñiñi Jñatjo, Granuja Revista, Fémina Fanzine, Las que amamos femzine, Agua subterránea: mujeres de periferia; y de forma impresa en la Antología del Quinto Encuentro de Poetas del Cupatitzio (Uruapan, 2019), Sembramos palabras Mujeres poetas en Michoacán (Morelia, 2020), Los brotes de la palabra (Santa Ana California, 2021) y Segunda Antología Poética Eráxamani (Chilchota, 2022). Actualmente explora su camino como realizadora audiovisual.

 

 

 

Hiel

Callados y descalzos

cenamos sobre vidrios rotos

esquivas nuestras miradas   

evitan romper el silencio. 

 

Sacudo las migajas de pan dulce 

con que una legión de hormigas 

ha empezado a construir su imperio,

migajas que una mosca relame 

en la negrura de sus delgadas patas.

 

Mientras duermes la casa se expande,

la escalera se hace más larga,

las sillas más altas, 

las habitaciones se inundan 

y nadas involuntariamente, 

la sala trata de ahogarte.

 

Cuando sueñas un árbol crece

se prolongan sus ramas

bailan, se agitan, se enredan 

y se besan con sus hojas.

 

La pausa en la lluvia 

lo silencia todo

si tu mirada entristece 

nos quedamos a oscuras.

 

 

 

Cutzamala

Desde mi casa pequeña

en la cima de la montaña

veo la ciudad incendiada de luces

ojos abiertos de mil gatos nocturnos.

 

Legiones de hormigas andantes

en el subterráneo

chocan y se agitan con prisa

en su juego de serpientes y escaleras.

 

La lluvia nos lava

aquí somos cuerpos de agua

el río artificial de la urbe

nos absorbe,

nos deslava,

nos trasiega,

su caudal fluye lejos de nosotros

nos vuelve sedimento,

terreno agrietado de sed.

 

 

 

Sin hogar

Le entregué un juego de llaves de mi casa,

entonces no medí

ni me di cuenta

que cedía la clave de mis calles y andares.

“Ayudar al prójimo”

“dar cobijo a quien lo necesita”

“ser una buena amiga”

me llevaron a perder mi hogar

a huir del espacio que antes fue abrigo,

escapar del abrazo que antes fue cariño.

Compartir se convirtió en ceder

y prestar en reemplazar:

el suéter que tejió mi madre,

los aretes obsequio del novio,

el vestido para habitar esta ciudad calurosa,

la blusa que adquirí con mi primer sueldo.

Me fui volviendo pequeña, sutil, volátil, fantasma,

y aun así dejé de caber en la cama, en la mesa,

en el armario, en la habitación.

Dejó de estar allí mi aroma, mi vibra, mi sombra, mi voz,

dejé de cantar, dejé de ser, me perdí.

Con el corazón anquilosado

me refugié bajo el techo de otros

vuelta una okupa

aprendí a llorar sin hacer ruido.

Al final de la tormenta sahumé lavanda y empaqué,

sin un atisbo de nostalgia

migré al corazón de la ciudad.

Permanecí algún tiempo abrazada al silencio

como único medio de supervivencia

el temblor abandonó de a poco mi cuerpo

con cada vez que pude nombrar mi dolor.

Un día de sol y lluvia

sembré un jardín en mi interior

hoy mi alma florece

con raíces más fuertes.

 

 

 

Tierra

Soy tierra fértil

cálida, sedienta y agrietada

refugio de mi propia semilla

casa de flores silvestres.

 

Soy tierra llana

montaña

pozo con agua

rocío de mañana.

 

Soy tierra yerma

deshabitada

aroma a bosque

colibrí

luna llena.

 

 

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