Yuleisy Cruz Lezcano (Cuba, 1973). Llegó a Italia a la edad de 18 años, estudió en la Universidad de Bolonia y consiguió el título en “Ciencias enfermerísticas y obstetricia”. Consiguió, además, un segundo título en “Ciencias biológicas”. Trabaja en la salud pública. En su tiempo libre ama dedicarse a la escritura de poemas y relatos, así como a la pintura y a la escultura. Numerosos son los premios literarios donde ha obtenido reconocimientos importantes y las antologías tanto nacionales como internacionales en las que son presentes sus poesías. Ha representado su país natal Cuba por dos años consecutivos en el Festival Internacional de la Poesía de Tozeur en Tunisia. Ha publicado 16 libros de poesías en Italia, dos de los cuales son ediciones bilingües español/ italiano, y un libro de narrativa. Entre sus obras se destacan los libros Demamah: il signore del deserto – Demamah: el señor del desierto (2019), Inventario delle cose perdute (2018), Tristano e Isotta. La storia si ripete (2018).
Mercado humano
Dolor, no ves cuánto
el trueno de dolor encoge la sangre?
Sangre entintada de tierra y cielo,
de madres humanas diluidas
en lágrimas.
Sangre de exhaustos senos
para hijos que no saben
como alimentarse.
Multitud que huye
dejándose atrás la boca que pide
y el hambre que cede.
Multitud sin dignidad, esclavizada,
vendida en la subasta de Livia.
Mercado de hombres
vendidos por una suma inferior
al precio pagado para escapar
de la saliva ahogada,
doblando la propia lengua
para tragarse el dolor de la existencia.
Por el sueño de libertad, densidad,
gritos lanzados al aire
como piedras por un volcán.
Es la negritud, esclavitud
sin moral, que haya el paso en el fango
de todas las bajezas del espíritu
de materiales escandalosos
escondidos
en una vieja miseria que se pudre
bajo el sol.
Viejo silencio, tornasol
del hombre que acepta
la aterradora inanidad
de la propia razón de ser.
Se consuma el pacto inhumano
de hombres mujeres y niños
aglomerados, apilados
uno encima de otros,
animales abusados, maltratados
de bestias cubiertas de un viejo silencio,
reventado de postillas tibias.
Las heridas supurantes
llevan también la firma de Europa.
Europa que mira los campos de detención
como un libertador congelado
en su liberación de piedra
bloqueada con el peso de la piedra.
Esta Europa con sus reversos de lepra,
su indiferencia que olvida
el sollozo amordazado,
al borde de una explosión sangrienta
que vomita lentamente
las fatigas de hombres, mujeres y niños
en las grandes manos del viento.
Se fingen, se fingen sentimientos
para esconder las pestilencias exacerbadas
de corrupciones,
con hipocresías lubricadas de concusiones
en las perversiones de hombres hienas,
que consuma la misma muerte.
Laboratorio de Wuhan
Dicen que en el laboratorio de Wuhan
se cultivan extrañisimos microbios,
venenos biológicos,
alexitarias desconocidas,
virus de epidemias muy antiguas,
de pestes florecidas,
fermentaciones de especies putrefactivas,
bulbos teratológicos de tinieblas siniestras,
con ejecuciones bien en vista.
Dicen que en el laboratorio de Wuhan
germinan virus de maldad imprevista,
de bajezas y miseria presente.
Dicen que la senda gibosa
que hinca la mente
es un agujero negro que arrastra
avideces, histerismos, perversiones,
estropeos arlequinados
de la naturaleza humana,
brutalmente penetrada
en un charco
de conciencias palurdas que anuncian
un nuevo modo de vivir el mundo.
Vida chata sin estatua de protesta,
sin pensamiento profundo,
vida de sueños abortados,
de verguenza reprimidas,
donde se añora el pasado.
Dicen que en el laboratorio de Wuhan
se mata el alba
y se reparten sombras
sobre todas las cosas,
contaminación, aire estancado
sin una brecha de claridad de pájaros.
La gente dice disparates,
hacen ruidos extraños,
escriben libros que no revelan
la apéndice repugnante,
hablan de todo sin saber nada,
la lengua es un arma afilada
que no habla
del camino colonial del capitalismo,
donde el hombre y el polvo
valen lo mismo que una playa
con sus montones de basura, pudriéndose
en la fúnebre arena que castiga,
como un relámpago que fulmina una espiga.
Tierra y paraíso
Consagrado parnaso,
te dejo la musa que llega,
la musa que sube la montaña
para observar la Grecia
desde el mismo centro dominante
la ciudad de Delphi.
Te dejo el culto del sacrificio escondido
en el corazón del dios Apolo oprimido
por el amor así mismo.
Te dejo el egoísmo
que acerca el Olimpo a la tierra.
Te dejo esta sed de guerra
que envuelve en neblina
de vahos oscuros
y caras marchitas.
Te dejo las flores
que del puesto gritan
por un rayo de aire que las reviva.
Te dejo los oráculos
que guían el loco paso
de la pobre prisa.
Te dejo una lágrima
en cambio de una sonrisa
que llegue para abrazarme
mientras yo pierdo todo.