¿Existen los aliades? No, existen los opositores al machismo

Por Fausto Bonilla

Debemos comprender una verdad: no somos nosotros los protagonistas de esta lucha. Como varones, somos víctimas de una ceguera provocada por el orgullo. Nos creemos los libertadores, los héroes del mundo. Asumimos ser los hijos de los conspiradores y revolucionarios, y consideramos que seremos nosotros quienes liberaremos del yugo de sus opresores a los indígenas, a las mujeres y a los esclavos del capital. No, compañeros, nos estamos engañando; serán los y las indígenas quienes levanten su voz en defensa de conservar viva su cultura, será el mismo esclavo del capital quien ponga fin a su condición y serán las mujeres quienes tomen las riendas de la revolución que en ellas ha surgido. Porque también debemos comprenderlo: ésta es una revolución. Como tantas que hay en el mundo, sea la revolución de la gente negra ante un sistema de leyes que favorece a la gente blanca, o sea la revolución de un grupo político que busca incesantemente la plena separación del Estado y la iglesia, o la que aquí refiero, la revolución de las mujeres ante un Estado y una cultura defendida y torpemente dominada por el hombre.

Es necesario comprender que asumir nuestro rol secundario en estas luchas que no nos pertenecen no deslegitima el esfuerzo de hombres y mujeres que en su posición privilegiada se han integrado a los frentes de batalla dentro de estas revoluciones. No considerarse el protagonista de una lucha no niega las virtudes de apoyarla; en una revolución, cualquier voluntad que sume a la causa será bienvenida. Tampoco debemos adjudicarnos el papel de antagonistas de la lucha ajena, sólo ser conscientes de nuestro rol secundario, de lo lejana que es nuestra perspectiva y nuestra realidad de aquella perteneciente a quienes son las y los personajes principales de éstas.

¿Entonces… qué hacer? ¿Cómo apoyar y defender un movimiento desde mi lugar de individuo privilegiado dentro de la revolución? Simple, siendo un pleno y profundo opositor de los opresores, no un aliado del oprimido, porque sería ese un acto egoísta, una muestra de cuán sedientos estamos de protagonismo. Muestra de un egoísmo tan dañino que incluso nos invita a querer dominar el terreno de la subversión, a ser los libertadores de aquellas que nosotros mismos oprimimos.

Así surge el gran cuestionamiento… ¿cómo ser opositor de un sistema que he perpetuado, del que he sido beneficiario, y el cual representa mi realidad cotidiana? Es un trabajo asequible, constante y exhaustivo, , pero asequible. Nuestra principal tarea como hombres, ante la liberación tanto sexual, como intelectual y social de las mujeres, consiste en dudar, en dudar del sistema y de cada una de nuestras acciones como individuos. Debemos detenernos a reflexionarlo todo: nuestras creencias, nuestro lenguaje, nuestros prejuicios y, claro, nuestros actos. Porque a veces nos cuesta ver e identificarle, pero el machismo prevalece en todos nosotros. Y nos cuesta asimilarlo, compañeros, pregunten ustedes en un aula o en una reunión familiar, quién en ese lugar ha incurrido en actos de machismo, y no habrá una sola ocasión en que honestamente alguien levante la mano y afirme <<Yo, yo he cometido actos machistas, compartido chistes y juicios machistas>> Eso no va a ocurrir y ese es el primer y más notable problema. Al varón se le ha educado de tal manera que sea incapaz de identificar lo malo en él y en su estilo de vida. Nos vuelven incompetentes para dimensionar la terrible repercusión de los micromachismos de los que hacemos uso diariamente, y se nos dota de una moral vana, en función de deslindarnos de los hechos violentos no ejecutados directamente por nosotros. Queriendo dejar en el olvido los feminicidios y los abusos de los que no hemos sido perpetradores y de los cuales, sin embargo, como personas, como seres sociales e interconectados, hemos sido cómplices pasivos.

Es una necesidad destruir y volver a construir todo lo que somos y creemos que debemos ser como hombres. Debemos crear una nueva imagen de lo que somos, esta vez sustentados por otras bases y conductas diametralmente opuestas al actual concepto del hombre viril y violento. Es momento de llorar cuando nos plazca, de bailar sin juzgarnos, de comprender que la orientación sexual no determina nuestro grado de valentía o calidad moral, de abrazar a la gente que queramos sin temor, de acariciarnos y de usar palabras suaves, es hora de olvidarnos de que el más exitoso en esta vida es quien más ofensas conoce, y de, por su puesto, admirar y conocer a las mujeres desde una perspectiva equitativa y libre, identificando y encumbrando nuestras diferencias biológicas.

Son éstas nuestras tareas diarias como hombres inmersos en un sistema esencialmente machista, compañeros: hacer pedazos los paradigmas cuyo objetivo es desmoralizar las virtudes de las mujeres, erradicar el lenguaje violento y opresivo, y sobre todo, cuestionar el tránsito de la violencia sistemática fomentada por el Estado y su sistema de creencias, y cómo este tránsito conduce nuestra vida tanto pública como privada.

Es simple: no debemos autoproclamarnos aliades en esta lucha, que es de, por y para las mujeres. Seamos, mejor, críticos y opositores firmes del machismo. Trabajemos desde nuestro lugar de personajes secundarios. Luchemos diariamente contra nosotros mismos, y así, poco a poco, nos convertiremos no en compañeros de lucha, sino en colaboradores de la persecución de este sueño que es para ellas un mundo donde las mujeres y los hombres vivan en equidad.

 

 

 

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3 Comentarios

  1. Muy interesante, Yo sí creo que todos tenemos un papel en la lucha. La lucha de las mujeres en sociedad. Sí, las protagonistas somos nosotras. Y en definitiva, los hombres deben de tener un papel activo, pero no en el sentido de ir a las marchas o ser los protagonistas de la discusión, por qué como bien dices, no han vivido lo que nosotras. No importa que nosotras cambiemos si no logramos que ustedes nos reconozcan como iguales.

  2. Interesante. Me gustaría que no solo se refirieran los comañeros, sino a todo lector.
    No solo es el Estado quien reproduce y perpetua patrones.
    Excelente que, como dice el artículo, dudemos, cuestionemos y mejoremos nuestro actuar cotidiano.

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