La importancia de la filosofía en la vida diaria

 Por Pamela Castro Amaya

Recientemente me mudé a un nuevo fraccionamiento, y para familiarizarme me uní a grupos de Facebook y WhatsApp. En parte, cumplen con su función informativa, pero muchas veces se vuelven nido de comentarios, exposición de motivos y relatos sin sentido que despiertan en mí el deseo de irme a vivir a una cabaña austera en medio de la nada.

Hace unos días, enviaron al grupo de WhatsApp una vacante de trabajo de limpieza en una tienda de ropa. Cinco mil pesos mensuales por una jornada de ocho horas, cinco días a la semana; esclavitud moderna pintada como un favor para los necesitados. Uno de los vecinos demostró su inconformidad ante ese miserable sueldo para un trabajo que requiere demasiado esfuerzo físico. “Por favor, que le comenten al dueño de la tienda que ese sueldo es una basura; quien vaya a estar de pie por ocho horas barriendo pasillos y lavando baños merece un mejor sueldo”, dijo. Otro de los vecinos le contestó que era mejor eso a nada; que quien lo necesitara, lo tomaría. Y, efectivamente, quien lo necesite lo tomará; mas eso no significa que será suficiente para solventar sus necesidades básicas. Ese sueldo, en 2022, no alcanza para cubrir el mínimo vital, un derecho humano reconocido en la Constitución Federal; no es suficiente para proveer de vivienda, ropa, alimentos sanos y entretenimiento a una sola persona, y por supuesto mucho menos a una familia de dos o más. Pero, claro, desde la perspectiva de algunos es mejor tener para un kilo de tortillas que para ninguno. Me resultó fastidioso leer los mensajes de varias personas apoyando esa miseria de sueldo y que, además, traten como tonto al vecino que se atrevió a protestar en contra de su precariedad.

Decidí pasar por alto la situación y permanecí por unas semanas más en el grupo. En ese momento, tras realizar un análisis de qué me convenía más, llegué a la conclusión de que podría seguir soportando a los vecinos sin falta de criterio siempre y cuando me mantuvieran informada de los acontecimientos que se suscitan dentro del fraccionamiento. Vaya, estaba dispuesta a soportar a los vecinos a cambio de estar al tanto del chisme. O al menos eso creí. Desafortunadamente cometí un error al realizar el análisis: no tomé en cuenta que carezco de paciencia.

No fui capaz (y qué bueno) de tolerarle ni una más a los vecinos. Mandaron al grupo el link hacia una noticia sospechosamente falsa que hablaba de una enfermedad más fuerte que la Covid-19. Venía acompañada de una imagen pixelada, un dominio de procedencia dudosa y con encabezado tendencioso. Ni siquiera la abrí por miedo a que sea virus. “Cuidemos a nuestros hijos”, “¿Será que cierren las escuelas de nuevo?”, “Otra vez al encierro”, comentaron algunos; “no crean noticias falsas, cuestionen todo lo que leen”, comentó el vecino subversivo. La gente pasó de ser buenos samaritanos, de profesar amor y unión para poder salir adelante como sociedad, a linchar virtualmente al único que se atrevió a decirles que piensa diferente, que no vive en una caja de cartón. Todavía así, él no se enojó con ellos, sino que trató de explicarles que de acuerdo a lo que aprendió en la Universidad, es importante tener criterio propio. “Dime a qué Universidad fuiste para que no mande ahí a mis hijos”, le contestó uno que tenía como nombre de usuario Teacher. Leí la conversación mientras almorzaba, y para evitar que del coraje se me cerrara la garganta y se atorara un bocado, opté por salir del grupo. Detesto discutir con alguien que quiere que pienses como él sin darte argumentos de porqué debes hacerlo, sino que te lo exige porque cree que es socialmente aceptable su razonamiento; que te traten de raro, asocial o diferente porque eres incapaz de seguir al rebaño; que cuestionen constantemente por qué no sigues perpetuando las reglas sociales impuestas. Es una pérdida de tiempo relacionarte con alguien intolerante ante una mente que es capaz de cuestionarse todo y de actuar a su libre criterio.

Lo que aquí defiendo no es relativo a si estoy de acuerdo o no ante los argumentos del vecino; para mí es importante su capacidad de cuestionarse y responderse: ¿eso que estoy conociendo es verdadero?, y no simplemente aceptarlo porque le dijeron que así tiene que hacerlo. Eso no lo hace diferente, lo hace humano. Kant pensó que los humanos somos mejores que el resto de los animales, esto porque nosotros poseemos dignidad, que se traduce en un poder de raciocinio. Él sostuvo que somos capaces de razonar sobre nuestra conducta y decidir con libertad a cerca lo que queremos hacer, con base en nuestra propia concepción de lo que es mejor[1]. Básicamente el vecino estaba actuando como lo que es: humano; y ¿los demás? Pues…

Cuando se me pasó el coraje por el mal momento leyendo mensajes hirientes emitidos por personas que no conozco hacia otra persona que no conozco, pensé: de ese grupo donde habían más de cien, sólo uno es capaz de cuestionar su entorno. Básicamente, uno de cien pone en práctica las nociones básicas de la filosofía que enseñan en la preparatoria. La filosofía es el intento metódico y perseverante de introducir la razón en el mundo; eso hace que su posición sea precaria y cuestionada. La filosofía es incómoda, obstinada y, además, carece de utilidad inmediata; es, pues, una verdadera fuente de contrariedades (Horkheimer, 1940). Es decir, es tener la respuesta por un momento y luego perderla; encontrar una nueva y volver a perderla. Honestamente, ¿a quién le gusta esta incertidumbre? Sólo unos cuantos masoquistas la soportamos.

 

***

 

Mis redes sociales se dividen en dos: páginas que publican memes, y páginas oficiales del gobierno y judiciales. Cuando paso el feed de mi Facebook me topo con algún video de gatos en situaciones graciosas o mensajes oficiales del Gobierno Federal. Recientemente vi uno de este segundo tipo; hablaba sobre la decisión del Presidente para reducir de manera urgente y temporal tarifas arancelarias de productos de canasta básica: arroz, atún, leche, huevo, jitomate, etc. Recordé que le expliqué sobre esa facultad del Presidente a los alumnos de Fiscal I, que son cuarenta y uno, y consideré que era pertinente mostrárselos a manera de ejemplo gráfico.

En clase proyecté el mensaje, hice que lo leyeran y les pregunté si recordaban cuál era el fundamento Constitucional que prevé esa facultad; me contestaron en seguida, pensando que se trataba de una situación en la que podrían ganar puntos extra. Espero que no se hayan desilusionado, porque era un ejemplo sin valor académico; más que nada tenía valor social. Les expliqué que ellos estaban en una situación privilegiada: tienen los conocimientos adecuados para cuestionar todas y cada una de las decisiones que toma el Presidente; éste, por más que así lo desee, no puede (o no debe) tomar decisiones de esta magnitud económica y social sin que exista algún fundamento legal que así lo prevea, y que ese fundamento legal tiene su razón de ser. Los invité a que cuando escuchen o vean alguna noticia de este tipo se pregunten: ¿Es legal lo que está haciendo? ¿Hay algún fundamento legal que le otorgue ese poder? ¿Atenta contra la dignidad de alguien? ¿Cuál es el resultado de esa decisión?

Así, pensando en la importancia de la filosofía en la vida bajo el fundamento de introducir la razón, espero que después de ese breve mensaje ya no sean uno de cien los que se cuestionan, sino que cuando menos sean cuarenta y uno de cien; por mi parte, me daría por bien servida.

 

[1] James Rachels. (2006). Introducción a la filosofía moral. México: Fondo de Cultura Económica.

 

 

 

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