La política como oportunidad

Por Francisco Tomás González Cabañas

Como sociedad, estamos respondiendo o, mejor dicho, refutando a Max Weber. El canonizado autor, en “La política como vocación” o profesión —se prefiere esta última acepción de la traducción del alemán original—, nos legó la definición clásica de “las formas de poder basada, en primer lugar, en las dotes extraordinarias del jefe que producen en los seguidores dedicación y fe absolutas, dando vida a la autoridad carismática; en segundo lugar, sobre la autoridad del eterno ayer, o bien, sobre la autoridad tradicional, como la de los patriarcas y la de los antiguos reyes; por último, la dominación ejercida a partir de la confianza en las reglas y en los procedimientos legales, a la que corresponde la autoridad racional–legal, característica del Estado de derecho moderno” (Herrera, M. “Más sobre Weber y la política como profesión”).

En la sección final de este texto, piedra basal de la sociología y la ciencia política, el autor refrenda aquella sugerencia para el político de balancear la ética de la convicción con la ética de la responsabilidad. Hasta aquí lo conocido o lo que puede conocerse, lectura mediante. En el ejercicio del pensamiento, de la reflexión y de la dinámica de la política en su tensión entre lo teórico y lo práctico, develamos que de un tiempo a esta parte, refutamos cotidianamente a Max Weber. 

Las dos formas de Estado delineadas por el autor devinieron en la actual composición de lugar en que estas figuraciones colapsaron o resultan fallidas. De tales organizaciones políticas, sobrevivimos en un presente continuo que sólo halla una definición precisa en los términos de Paco Vidarte con lo de “horda”. Los índices de pobreza, de marginalidad, de deshumanización, producto de calamidades como adicciones y abandono de valores en la noción de lo humano, nos arrojaron a los archipiélagos de excepción en los que habitamos, y para los que aún mantenemos sólo en las formas la semántica de lo democrático, en donde supuestamente se respetarán, o respetan, los derechos humanos más básicos. 

La horda impone condicionamientos que son precisamente condiciones de posibilidad. Una zoociedad vinculada a tal precepto de lo animal, que privilegia la instintividad, requiere una política integrada por políticos, que tengan como único fin, como única meta, el aprovechar la oportunidad. 

Esta perspectiva individual ante el mundo, expresa y manifiestamente venal, es ni más ni menos que una reacción natural y “darwiniana” de cómo responden los cuerpos en la trama sin razón que propone la horda. 

Los políticos lo son o se transforman en tales a únicos efectos de aprovechar la oportunidad en su sentido etimológico. Es decir, tener delante el puerto o llegar a él luego de una larga travesía en el mar. En síntesis, un anhelo o deseo de supervivencia que es a lo único que nos invita a que arribemos como perspectiva, individual y colectiva, al inhabitable habitar de la horda. 

La política como oportunidad presenta tres estereotipos o modalidades. El oportunista sincero, que sin esconder que tensa su accionar desde tal posición, tampoco la expone abiertamente. El oportunista hipócrita, que a sabiendas de que el único destino es la supervivencia personal, trasviste sus formulaciones, senderos y caminos, inventando nociones de lo colectivo, para usar a los que se embarquen en tales ideas para llevar agua a su molino. Finalmente el oportunista “serendípico”, que encuentra el camino sin proponérselo y en tal despojo, puede hacerse acompañar por otros sin que estos le representen la noción de peligro o que le dispongan a automatizar en considerarlos como enemigos en contra de sus propios intereses. 

Sin buscarlo, observamos que refutamos a Séneca también, con aquello de “cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables”. Tal vez nuestro destino, tenga que ver con esta noción en construcción de prescindir de tal forma de concebir el azar.

Hace tiempo que navegamos a la deriva, y tal vez la crisis entendida como oportunidad nos haga asimilar que el tiempo presente no les pertenece a los políticos de profesión o de vocación, sino a los de oportunidad. 

Si los integrantes de la horda esto lo podemos tener más en claro, tal vez signifique, en un momento dado, que nos demos la oportunidad para volver a ser tribu, a conformar mayorías que determinen nociones de prioridad, de ciudadanía y de todo lo que nos posibilite reencontrarnos con nuestros aspectos más humanos, menos dependiente de lo azaroso y de lo instintivo en que hemos transformado nuestra noción de lo común y posibilidad in-cierta del Estado o de lo colectivo. 

 

 

 

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