Literatura infantil y juvenil: la urgencia de nuevas representaciones

Imagen de Rébecca Dautremer, Alicia en el país de las maravillas

Por Angélica Mancilla  

En la actualidad, la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) ha ido ganando espacio en nuestras sociedades. Cada vez hay más librerías con áreas para niñas-os y adolescentes, ferias y concursos que nos invitan a navegar por estos mares.

Las primeras preocupaciones por una literatura dirigida al público infantil surgieron en el siglo XVIII, “las llamadas lecciones de cosas, los consejos morales vertidos a través de fábulas y narraciones constituyen los principios de este tipo de publicaciones de alcance social”.[1]  En la tradición europea, Perrault (autor de Caperucita roja, Cenicienta y La bella durmiente) y Le prince Beaumont (autor de cuentos como El príncipe fatal y el príncipe fortuna y La bella y la bestia) inauguraron el llamado género de cuentos de hadas con un discurso moralizador. Para el siglo XIX, el sentido didáctico moralizador prevaleció en algunos escritores (los hermanos Grimm y Hans Cristian Andersen), no obstante, con autores como Lewis Caroll se inició el tránsito a lo lúdico y hubo una preocupación mayor por lo estético.[2] En la actualidad, el mundo de la LIJ es mucho más amplio, si bien aún hay obras moralizantes, parece ser que son más las lúdicas, y muchas otras que experimentan y apuestan a las nuevas realidades.

Sin embargo, durante mucho tiempo —quizá todavía entre los más “puristas”— la LIJ cargó con el estigma de “ser excesivamente didáctica y moralizante, no pensada para divertir al lector, sino con una finalidad que en la mayoría de las ocasiones le restaba mucha naturalidad y simpatía”,[3] lo que provocó que la crítica literaria minimizara su valor, pues los debates se centraron en que los autores-as, al escribir pensando en su público, no escribían literatura, sino pedagogía.

Aunque no abordaré ese debate, no cabe duda que los mensajes en la LIJ casi siempre provienen de una persona adulta a un menor y, por lo regular, los niños-as no son quienes eligen sus lecturas, sino los padres y maestros. En ese sentido, la LIJ no es ajena a los discursos de poder y los mandatos de género, y, como instrumento ideológico, contribuye a la perpetuación y naturalización de sociedades desiguales.

Durante los últimos veinte años se ha desarrollado una serie de análisis y estudios, a la luz de la crítica feminista, en torno al sexismo en los cuentos infantiles y en los libros de texto, principalmente en Europa y, un poco más reciente, en América Latina.

El movimiento feminista ha sido uno de los principales preocupados por reflexionar sobre la categoría de género —no solo en la LIJ—, ha puesto en duda su supuesta universalidad y “ha demostrado que discursos presentados como generales e inmanentes […] son en realidad discursos sexuados en lo masculino”. Su interés ha sido evidenciar “las estructuras simbólicas que han contribuido a crear una concepción del género femenino conducente a la perpetuación de la inferioridad de las mujeres”,[4] sin embargo, no ha sido fácil, pues hay una total falta de legitimación y reconocimiento a los estudios abordados desde la perspectiva feminista.

A pesar del contexto y de nadar a contracorriente, muchas colectivas y organizaciones feministas siguen impulsando una LIJ no sexista, para que las niñas puedan reconocerse en personajes arrojados y valientes, capaces de construir nuevos imaginarios sobre las mujeres. El proyecto antiprincesas es un ejemplo de ello.

En ese sentido, los libros para el público infantil pueden ser un arma contra el patriarcado, pues, a pesar de que actualmente contamos con un gobierno que supuestamente tiene la paridad de género como un principio de la actuación del Estado mexicano, la violencia contra las mujeres se ha recrudecido. Este año ha sido el más violento para las mujeres, cada día suceden 9 feminicidios.

Con esto quiero decir que necesitamos más espacios en los que podamos reflexionar sobre la condición de las mujeres, romper con el pensamiento “crítico” tradicional y dar paso a nuevas posibilidades, a legitimar otras realidades. En este contexto, con México a la cabeza en embarazo infantil, las niñas necesitan tener más opciones. Es nuestro deber exigir y contribuir al cambio desde las diferentes trincheras, pues, como bien se pregunta Vilma Penagos: “si no ha cambia la realidad, ¿cómo puede cambiar la ficción?, y si no cambia la ficción, ¿podrá cambiar la realidad?”.

Los datos sobre la condición de las mujeres son aterradores. Y si bien, definitivamente, la literatura no es suficiente para cambiar la realidad de las mujeres y niñas, como lo dije antes, al ser un instrumento ideológico de nuestras sociedades, necesitamos evidenciar lo que nos hace daño y, a su vez, construir nuevas representaciones. Aunque, no puedo dejar de decir que la reflexión sobre el papel de la literatura me ha llevado a otras preocupaciones, como es el caso del binomio: pobreza-acceso, pues, en un país donde casi la mitad de su población es pobre, la literatura es lo de menos.

 

[1] Cervera Borras, Juan (2006), Aproximación a la literatura infantil, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, s.p.

[2] Cerillo, Pedro C. y Yubero, Santiago (coord.) (2003), La formación de mediadores para la promoción de la lectura, España: Univesidad de Castilla-La Mancha/Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y la Literatura, p. 19.

[3] Penagos Concha, Vilma (2004), “Sexismo en la literatura infantil y juvenil: una exclusión para ser cuestionada”, en Accorsi, Simone (comp.), Género y literatura en debate, Colombia, Escuela de Estudios Literarios/Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad Universidad del Valle, pp. 143.

[4] Serrata, Marta y Carabí, Ángeles (eds.) (2000), Feminismo y crítica literaria, Barcelona, Ícara, p. 7.

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