La interpretación política que tuvo el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) sobre la crisis y disolución de la URSS (1989-1991)

Por David Escobar Espinosa

david.esc.esp7gmail.com

“Su desplome [el de la Unión Soviética]
sorprendió a todo el mundo. Fue un golpe muy grande,
ante todo para los comunistas.
Fue un factor de crisis de sus partidos.
Luís Corvalán

En este artículo exponemos, para el público en general, la postura que guardó el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) durante la crisis y posterior caída del llamado bloque soviético. Para lograr comprender más a profundidad esta actitud es necesario realizar algunos apuntes durante su historia, sobre todo en la década de los ochenta del siglo pasado en la política nacional, su actuación como partido trotskista, la distancia que guarda respecto al estalinismo y al “socialismo real”. El PRT, al ser sección mexicana de la IV Internacional ―mejor dicho el Secretariado Unificado de la IV Internacional― no actuó meramente como un partido nacional independiente, gran parte de la actitud que adoptaron frente a estos acontecimientos históricos fueron resolutivos de su Comité Ejecutivo Internacional. Nos daremos cuenta que el partido trotskista más grande y representativo de México no realizó un llamado por la defensa de la Unión Soviética en sus momentos más críticos, estos es, cuando estaba a punto de colapsar por completo, a diferencia de otras organizaciones trotskistas de México.

Introducción

La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y el colapso de la URSS a finales de 1991, representan un hito en la historia de la humanidad, en la historia de las ideologías emancipadoras y del comunismo en general. El tablero de ajedrez de la política mundial volvía a reconfigurarse. En este contexto, se observa cómo es sacudida la izquierda además de la desaparición de muchos partidos comunistas ―esto incluye estalinistas, trotskistas, maoístas― y socialistas en el mundo, pero, también, a aquellos partidos que sobrevivieron, de los cuales unos viraron al centro o a la derecha, se perdieron en la socialdemocracia, o simplemente se volvieron en un partido electorero. Para esto, baste un ejemplo, el del Partido Comunista Mexicano (PCM). En 1976, gracias a la LOPPE, por fin recibía su registro como partido, pero para 1981 lo cedía al naciente Partido Socialista Unificado de México (PSUM), al que se le unían otras fuerzas de izquierda, esto representaba su primera disolución en otro partido; para 1988 se refundían ahora en el Partido Mexicano Socialista (PMS). Ante la aparición del popularísimo Cuauhtémoc Cárdenas, se rindieron ante él ofreciéndole su propio registro, de aquí nacerá el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que se escindirá en 2011 y aparecerá entonces MORENA de López Obrador. Resultaría difícil saber hasta dónde podemos rastrear la fragmentación del PCM, pero lo innegable es que la izquierda mexicana más grande en la actualidad (que no se reivindica revolucionaria, ya no digamos socialista) encuentra en el PCM su antecesor más lejano. (El siglo de la hoz y el martillo, 2019). El caso del PCM no fue atípico; una minoría importante del PRT también se unía al proyecto que desembocaría en el PRD. Pero tengamos en cuenta que la situación de estos partidos fue diferente en cada país y dependiendo de su propio contexto nacional; lo que nos interesa en este artículo son los pronunciamientos del partido trotskista más grande de México, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), sobre la crisis y disolución de la URSS, además de las conclusiones que obtuvieron de estos sucesos históricos, que fueron expresados a través de sus dos órganos de difusión, prensa y revista teórica (Bandera Socialista y La Batalla, respectivamente). Para que, finalmente, podamos conocer cuál fue la actitud y posicionamiento del PRT durante la crisis soviética.

Luís Corvalán, el viejo dirigente comunista del Partido Comunista de Chile, fue de los primeros en esbozar una posible respuesta a aquellos factores que ocasionaron la desaparición de la URSS y de las “democracias populares” en Europa del Este. Si bien encuentra en la glasnost y la perestroika los culpables inmediatos, su análisis de búsqueda va más allá, rastreándolo hasta los crímenes de Stalin, incluso antes, en la Rusia zarista que era despótica y autocrática; pasando por toda la historia de tragedias y luchas de la Unión Soviética. Podremos o no concordar con sus conclusiones, no obstante, considero que tiene el mérito de darle respuesta al porqué de la disolución de la URSS en una fecha tan temprana como 1993.[1] La exigencia debería ser menor para el PRT, sin embargo, ¿pudieron los trotskistas mexicanos del PRT desarrollar semejante análisis mientras se desarrollaban estos acontecimientos históricos? Con este artículo buscamos acercarnos a una posible respuesta.

 

Estalinismo vs trotskismo: dos concepciones distintas de la URSS y el socialismo

Tras la muerte de Lenin en 1924, la lucha por la sucesión se enconó en dos grandes facciones: la del bloque Stalin-Zinoviev-Kamenef y el de Trotsky; aunque cada cual con su programa, ambos se decían continuadores de Lenin. Tras algunos años de pugna dentro del partido entre las dos facciones y las fracturas de ésta, Stalin salía como el gran hombre victorioso, imponiéndose a su gran rival Trotsky y sus otrora aliados en la lucha por el poder, Zinoviev, Kamenef y Bujarin. El primero sería exiliado de la URSS, los otros tres ejecutados durante los infames “Procesos de Moscú”. De ahí en adelante, Stalin era el encargado de designar la política a seguir no sólo en la Unión Soviética, sino también las estrategias de lucha del comunismo mundial a través de la Internacional Comunista, a la que paulatinamente ganaba para su dominio[2]. Mientras tanto, Trotsky, en sus diferentes exilios, agrupaba a los elementos de oposición para hacerle frente a su rival, a quien consideraba un usurpador y un agente latente de la restauración capitalista en la URSS. Si bien habían existido divergencias ideológicas, prácticas y teóricas, entre estos dos, ahora era una lucha abierta por la implementación de tales o cuales políticas, parafraseando a Deutscher, parecía como si el destino de la historia se redujera al resultado del conflicto entre dos hombres.

No es aquí el momento para rastrear el origen y evolución de los conceptos “estalinismo” y “trotskismo”, más bien, se trata de exponer sus plataformas político-ideológicas que aplicaron, o buscaron aplicar, a la situación concreta de la URSS y también del mundo.

Al respecto, Ernest Mandel realiza una definición de lo que es el estalinismo, interesante por demás, pues baste recordar que el PRT abreva directamente de la IV Internacional de Mandel ―sobre esto ahondaremos más adelante―.

El estalinismo no es ni una “deformación del estado socialista” ni la suma de las “instituciones y prácticas totalitarias” para “construir el socialismo con medios bárbaros”. El estalinismo es el conjunto de las orientaciones políticas, de las estructuras de poder, de los métodos de gobierno y de planificación, que expresan el monopolio del poder de la burocracia soviética y la salvaguarda de sus privilegios en el seno de una sociedad de transición entre el capitalismo y el socialismo (Mandel, 1978 pág. 80)

Así pues, el primer gran problema, que se discutía incluso ya desde los tiempos de Lenin, era hasta dónde debería llegar la revolución y el carácter de ésta; una vez asegurado el triunfo revolucionario, Lenin y Trotsky se convirtieron en los artífices de volver a la Revolución rusa socialista, esto contra las posiciones centristas del partido (Stalin incluido) que la miraban meramente como una revolución democrático-burguesa. En este punto, se consolida y adquiere una forma más definida y materialista la obra quizá más representativa de León Trotsky, “La Revolución permanente”, en la cual explica por qué durante el proceso revolucionario las masas deben pasar de las conquistas de la democracia burguesa a la lucha por el socialismo, tal como lo habían demostrado las dos revoluciones rusas (1905 y 1917). (Trotsky, 2000-2002). Ésta es la primera gran brecha que se convertirá en la manzana de la discordia entre los trotskistas y los estalinistas, discusión que se prolongará durante todo el siglo XX. Sin embargo, a la Revolución Permanente los estalinistas antepondrán los Frentes Populares, las revoluciones democráticas nacionalistas con los sectores progresistas, el antiimperialismo, etc. Previo a la Segunda Guerra Mundial, la Comintern subordinaba las luchas revolucionarias de distintos países a sus propios intereses, así sucedió con China durante la segunda mitad de la década de los 20, y con España durante su revolución y guerra civil a fines de los 30. Se observa, entonces, cómo la URSS inicia un proceso de retracción hacia sus propias fronteras, son los decisivos días de la proclamación de la doctrina del “socialismo en un solo país”; ideado por Bujarin y adoptado como política oficial por Stalin. Esta doctrina se sostenía en el presupuesto de la grandeza geográfica soviética y su inmensa riqueza en recursos naturales, por lo que era posible construir la sociedad socialista entre un cerco capitalista, esto es, dentro de las fronteras de la URSS. Así pues, los decepcionantes resultados de las revoluciones de la década de los 20 en Europa fueron un factor determinante que contribuyó al aislamiento intencional de la Unión Soviética por parte de sus dirigentes.

Cansados de dedicar todos sus esfuerzos a las revoluciones de Europa Occidental y ver cómo eran aplastadas, los bolcheviques consideraron que ya era su hora, el momento de comenzar a crear el socialismo en su propio país (Deutscher, 1953). Éste es el segundo punto de ruptura entre los estalinistas y trotskistas; los primeros se comprometieron, de forma directa o indirecta, en ser defensores del proyecto socialista soviético, el primer estado obrero del mundo, no importaba si para la supervivencia de aquel era necesario abortar o ahogar otra revolución en cualquier otra parte.

Un tercer punto de debate entre estas dos corrientes es acerca de la naturaleza de Estado de la URSS, discusión que se vuelva más urgente a partir de las décadas de 1950-60, cuando los maoístas entraron en conflicto con los soviéticos, y acusaron a estos de social-imperialistas. Pero la caracterización de los trotskistas iba en otro sentido. Así, Ernest Mandel definía el carácter socioeconómico y político de la URSS, consideraba que era un Estado de transición, con un modo de producción “híbrido”, es decir, ni socialista ni capitalista. Pero lo más importante de esta caracterización que hace Mandel es el concepto que toma prestado de Trotsky y que define a la URSS como un “Estado obrero degenerado burocráticamente” (Mandel, 1978 pág. 56) y que se convertirá en piedra angular del análisis de distintas corrientes trotskistas, análisis y definición que desde luego también adoptará el propio PRT, como lo veremos en otro apartado. Siguiendo esta línea, no obstante, no consideran a esta burocracia en el poder como una clase, pues no posee medios de producción; esto me parece importante introducirlo, pues en apartados siguientes veremos cómo el PRT no puede dejar de lado esta categoría (burocracia, burocratización) para todos sus análisis políticos que concluyen en culpar al estalinismo por todos los males y crisis en Europa del Este y la URSS. De igual manera, el señalamiento antagónico entre ambas ideologías es utilizado aquí para señalar las diferencias ideológicas y de concepciones en cuanto al socialismo en la URSS; así, mientras para el estalinismo mexicano lo que había colapsado a finales de 1991 era el socialismo real (por lo tanto, sí creían que el socialismo existió en la URSS), para los trotskistas mexicanos lo que cayó fue un modelo burocrático estalinista, un régimen de transición entre el capitalismo y el socialismo, un tipo de economía híbrida, una sociedad poscapitalista, lo que sea, pero menos el socialismo, ya que éste nunca había existido en la Unión Soviética.

 

El PRT y el contexto nacional

Remitámonos ahora al contexto nacional de los dos últimos años de la década de los 80, aquel que afecta directamente al partido, y son los que coinciden directamente con los de la crisis soviética. A este respecto, ha resultado difícil para mí saber si los acontecimientos de la URSS y Europa oriental en esta temporalidad alimentan directamente la crisis que se vive en el seno del PRT ―y de los partidos socialistas mexicanos en general―, o si esta fractura se debe a otros factores de diversa índole. En fin, hagamos, pues, un breve recorrido por la situación perretista a fines de la década de los 80. En 1988 el partido se había lanzado a la contienda electoral por la silla presidencial con la candidatura de Rosario Ibarra de Piedra, con un programa de clase y con un discurso revolucionario y anticapitalista. Dicho programa, con incorporación o supresión de tal o cual propuesta, venía siendo propugnado, desde 1985, como una respuesta diferente a las demás opciones de los partidos tradicionales, ante la crisis económica característica de los 80 (Plataforma Electoral del PRT, 1985). Sin embargo, se presentará un fenómeno inesperado: la aparición del cardenismo, que conllevará, junto con otros factores, a una terrible crisis al interior del partido, una dolorosa escisión y a unos desastrosos resultados en las elecciones presidenciales. Aquí, personalmente, sostengo que los golpes que doblegaron al PRT venían de dos frentes: las esperanzas que despertó el cardenismo en las masas mexicanas y los acontecimientos cruciales en la Europa del Este.

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Imagen 1. Edgard Sánchez, de la entonces Liga Comunista Internacionalista (LCI), apoyando en un mitin la candidatura independiente de Valentín Campa del PCM. En la foto también se observa a Arnoldo Martínez Verdugo y al propio Valentín Campa. (1970) (Archivo fotográfico del PRT).

Las campañas electorales previas a las elecciones de 1988 fueron sumamente particulares, la izquierda se divide en dos grandes corrientes: la que se conoció como la izquierda reformista, que se aglutina en torno al Partido Mexicano Socialista (PMS); y la conocida como la izquierda revolucionaria, abanderada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Pero, quizá, ninguna de estas dos preveía la aparición y el meteórico ascenso de Cuauhtémoc Cárdenas con su Corriente Democrática, que provocaría que las masas se volcaran a su favor y que, por otra parte, ambos partidos se desbandaran en torno al nuevo movimiento, más lo haría el PMS, que se pierde por completo dentro del cardenismo, mientras una minoría importante del PRT también lo hace. Aun así, el PRT continúa su campaña de manera independiente y logra obtener un porcentaje que apenas le permite mantener el registro como partido. De este modo, el cardenismo y la crisis mundial del socialismo quizá fueron los factores que propiciaron la crisis perretista. Es justamente en el año de 1991 cuando el PRT pierde su registro como partido.

 

 

 

 

El PRT y la IV Internacional

Casi desde su reconocimiento como asociación política en 1976, el partido es reconocido como la sección mexicana de la IV Internacional; mejor dicho, del Secretariado Unificado de la IV Internacional (SU), con Ernest Mandel entre sus principales dirigentes, por eso no es de extrañar que otros trotskistas mexicanos que no simpatizaban con el PRT los llamasen “mandelistas” como forma despectiva. En la revista teórica del partido La Batalla, en primera página, figura el propio Ernest Mandel como colaborador y era común que apareciese, por lo menos, un artículo suyo en cada número.

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Imagen 2.- De izquierda a derecha Vladimir Serge (hijo de Víctor Serge), Ernest Mandel, Cuauhtémoc Cárdenas y Edgar Sánchez. Evento realizado en el Museo Casa León Trotsky, D.F. 1991. (Archivo fotográfico del PRT).

Lo importante aquí es que gran parte del análisis que se daba de los acontecimientos en la URSS y Europa Oriental venía dictado desde el Comité Ejecutivo Internacional (CEI) del SU, dichas resoluciones eran publicadas en La Batalla; de manera tosca, se podría decir que los análisis publicados en la revista eran realizados por los miembros ejecutivos de la Cuarta, mientras que los análisis publicados en el periódico Bandera Socialista eran producto de miembros y colaboradores del PRT. A este respecto, se pueden señalar ―según mi apreciación― las principales resoluciones adoptadas por el CEI, y que el PRT tuvo que seguir y difundir a través de sus medios de propaganda, sobre los hechos cruciales que se estaban viviendo en el bloque soviético. Por lo que se debe comprender que el partido, teórica e ideológicamente, no era del todo independiente, se veía obligado a seguir la política dictada por la IV Internacional, si bien adecuaba esta política a la situación mexicana y muchas veces bajo su propio prisma de un partido nacional, en lo general tenía que implementar lo que le venía de arriba. En este periodo temporal que es el que nos ocupa, 1989-1991, no fue la excepción dentro de la dinámica partido-IV Internacional, el PRT tuvo que publicar las resoluciones a las que llegó el CEI y adoptar ese punto de vista. Pasemos entonces a estos análisis y resoluciones tanto nacionales (del PRT) como internacionales (IV Internacional) sobre la crisis y caída del bloque soviético, obtenidos de los dos órganos de prensa del partido en esta época.

 

Bandera Socialista y La Batalla

Bandera Socialista es el periódico oficial del PRT, su primer número apareció el 7 de octubre de 1976, es decir, a escasos diez días del nacimiento del partido. Su revista teórica, La Batalla, es de posterior aparición (1982-1991). Se tenía estipulado que la revista fuese bimestral, pero, curiosamente, desde 1987 a 1989 se publicó semestralmente, y en 1991 solo tuvo un único y último número, el de septiembre (Vivanco, 1997 pág. 222).

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Imagen 3. Portada del periódico del PRT Bandera Socialista. 14 de octubre de 1991. Crédito propio.

Asimismo, es notorio cómo el partido empieza a prestar mayor atención a la URSS en la década de los 80 ―a partir de 1985, para ser más preciso― ya que se podría situar en esta fecha el proceso irreversible de descomposición del país de los soviets. Nos daremos cuenta, también, de cómo los acontecimientos llegan a rebasar el análisis y la apreciación tanto del PRT como de la IV Internacional, lo cual es, hasta cierto punto, entendible, pues quizá nadie podía prever lo que sucedería o estaba a punto de suceder. Inconsistencias, reformulaciones y desorientaciones son rasgos comunes en el análisis perretista de lo que sucedía en el lejano lado oriental de Europa. Por este tipo de situaciones, aunque aquí sean presentadas de forma cronológica, la adopción de sus posiciones no es lineal o de una evolución rectilínea, los acontecimientos los confunden al grado de pronunciarse de manera poco clara y, en muchos casos, no logran comprender su alcance

Así, en el número de julio-agosto de 1989, La Batalla publicaba la resolución de la IV Internacional en cuanto a los acontecimientos que se estaban viviendo en el mundo soviético; no está nada claro qué es lo que proponen como solución al problema, lo que sí es que no está en el “burocratismo” ni en una restauración capitalista “… nosotros proponemos la vía al socialismo aun no retomada en la URSS, la que combina la democracia política y económica: la de la electrificación, más el poder de los soviets.” (Las reformas en la URSS, 1988 pág. 49) Esta vaguedad en su discurso quizá es síntoma de la desorientación del momento de esta izquierda; los trotskistas llamaban por una solución que no se apoyaba en la burocracia del Kremlin (estalinismo), pero tampoco en la restauración capitalista, su fórmula buscaba evadir ambas, y a esta tercera solución la llamaron “democracia política y económica”, aunque no queda del todo claro qué quisieron decir con esto. Empero, tres años después, en 1991, quizá demasiado tarde, se daban cuenta que la solución tampoco estaba en una verdadera apertura democrática y política para los trabajadores, como lo sostenían otros grupos de izquierda y como lo había sostenido la propia IV Internacional años antes (Comité Ejecutivo Internacional, 1991). Quizá la enorme distancia que separaba a los dirigentes perretistas de los acontecimientos hacía que los vieran borrosos; por ejemplo, Manuel Aguilar Mora, uno de los dirigentes más altos en la jerarquía del partido, en una fecha tan lejana como el 1 de noviembre de 1989, señalaba que los movimientos populares de descontento en las llamadas “democracias populares” (Polonia, Hungría, Checoslovaquia) y en la propia URSS tenían por objeto derribar a los líderes “burocráticos estalinistas”. Además, interpreta estos movimientos, anhelantes de democracia, como precursores de un movimiento democrático sin precedentes, avizoran un futuro democrático idealista, el cumplimiento al fin de los sueños de la revolución francesa. Con esto, Aguilar Mora daba a entender que la rebelión del pueblo no era contra el socialismo, sino contra el estalinismo, el lastre que la Unión Soviética jamás había logrado quitarse. Desde aquí, no proponen una salida, pues, por un lado, se muestran optimistas porque estas naciones han empezado a echar a sus líderes estalinistas del poder, por el otro, se pronuncian en contra de las recetas capitalistas del FMI. En el siguiente número (27 de noviembre de 1989) reportan tibiamente la caída del Muro de Berlín y, de igual manera, se entusiasman por las revueltas populares en Alemania del Este en las cuales observan también un futuro prometedor. Sin embargo, para la siguiente aparición del Bandera Socialista (17 de enero de 1991), en un artículo titulado Socialismo y democracia, parecen darse cuenta por fin del impacto histórico que supuso la caída del Muro de Berlín y el ulterior desarrollo de los acontecimientos, por ejemplo, la fractura o caída del régimen de partido único en toda Europa del Este, precedido ya por los intentos de independencia y revueltas nacionalistas, en Armenia y Azerbaiyán.

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Imagen 4. Portada de la revista teórica del PRT La Batalla. Edición de agosto-septiembre de 1990. Crédito propio.

Para el número abril-mayo de La Batalla, se daban los últimos gritos de auxilio, y con ellos, sus últimos intentos de explicarse por qué pasaba lo que pasaba. Una especie de epilogo a la historia de la Unión Soviética y el bloque del Este. Se tiene que comenzar por echar una mirada retrospectiva a toda la historia soviética, y así se hace; Sergio Rodríguez Lazcano presenta algunos aspectos de la economía, la política y la sociedad soviéticas, curiosa e intencionalmente, siempre presenta aquellos que fueron factor de crisis, para después atribuírselos a la burocracia dominante, por un lado, y a las potencias imperialistas, por el otro. El punto de partida de su análisis es el nacimiento de las democracias populares en Europa del Este, a saber, estos regímenes “comunistas” que no son marxistas, pues no han nacido mediante una revolución proletaria que se ha apropiado de los medios de producción, sino que tienen una aparición sui géneris. Son el resultado de una concesión de las potencias occidentales a la victoria militar de la URSS, ésta pretendió extender el socialismo hasta la mitad del territorio alemán hacia el oeste e impuso a sus gobernantes, además de obligarlos a tomar el camino del socialismo, y evidentemente no funcionó. Agrega, además, que en estos procesos de “derrumbamiento de las burocracias estalinistas”, la derecha pretende aprovecharse de la situación, por lo que es menester arrancarle la posibilidad de que explique lo sucedido según su visión. Pero el acierto aquí de los perretistas, en este artículo en específico, es su clarividencia histórica, pues lo que a mediados de 1990 ellos sostenían como factores de crisis en la URSS, continúa sosteniéndose en la actualidad en el movimiento trotskista y, en menor medida, en la academia.

 

Conclusiones

En este trabajo se revisaron pocos números tanto de Bandera Socialista como de La Batalla en el periodo que nos ocupaba, esto debido, en su mayoría, a que se suele redundar mucho en su análisis, y en ocasiones son poco claros. El gran eje analítico en el que se fundamenta el PRT para definir a las sociedades soviéticas, o mejor dicho sus dirigencias, es el estalinismo, o la burocracia estalinista, el término ha sido tan utilizado tantas veces y por tanto tiempo, que sería prudente saber qué entendía por “estalinismo” tanto el PRT como su IV Internacional en esta época, más allá de la definición de Mandel citada anteriormente.

Admito que algo que me ha desconcertado, y que era una tesis que yo sostenía, es que en esos momentos de aguda crisis en el bloque soviético, donde muchos presentían ya su caída inminente, el PRT no llama nunca, al menos en los números revisados, por la defensa de la Unión Soviética; si bien continuaban reivindicando las herencias de la Revolución de octubre como las nacionalizaciones, planificación económica y la industrialización, ya no hacen un llamado por la defensa del actual estado soviético, esto es contra el intento de golpe de Yeneyev, la supresión del PCUS, la hegemonía que poco a poco ganaba para sí el separatista Yeltsin, y la introducción paulatina del capitalismo. Por el contrario, y como lo hemos visto anteriormente, los dirigentes perretistas veían con optimismo los alzamientos populares, como una autentica regeneración democrática de los trabajadores. La historia demostró cuán errados estaban, pues esos movimientos llevaron a la tumba a la URSS, no a su renacimiento como con tanto ahínco creyeron y anhelaron los trotskistas mexicanos del PRT.

Ahora bien, después de 1991, la izquierda, no solo mexicana sino mundial, tenía que comenzar a aprender a vivir si el contrapeso que a su favor representaba la Unión Soviética, y con un mega embate del neoliberalismo y la proclamación del fin de la historia, esta izquierda desorientada y en la lona se situaba necesariamente en el punto de partida ¿Qué había fallado?, y ¿qué había que hacer ahora? La respuesta, a casi treinta años de la disolución de la URSS, continúa discutiéndose[3]. En particular, un golpeado PRT se replanteaba también todo su proyecto, pues consideraron que era hora de ampliar sus fronteras más allá del trotskismo, de esta manera simpatizaron y apoyaron a los zapatistas cuando su campaña presidencial conocida como La sexta; impulsaron Convergencia Socialista en 1997, un intento de reagrupamiento de todas las fuerzas de izquierda en México. Su lucha continuaba en el periodo post-soviético, pero su discurso revolucionario que tanto había caracterizado sus anteriores campañas presidenciales se había moderado considerablemente. A partir de entonces, el PRT se convierte en un partido reformista ―no en el sentido peyorativo que se tiene dentro del marxismo― ya que ahora tiene que maniobrar dentro del sistema parlamentario burgués y tratar de arrancarle mínimas concesiones, absorbido enteramente al y por el Estado burgués.

En este artículo no se pretendió sentenciar si los perretistas ―esto incluye su IV Internacional― tuvieron razón o no en sus análisis sobre la situación soviética, ni si sus predicciones se cumplieron o no, solo exponer cómo afrontó el desplome, aunque negado por ellos mismo, de su máximo paradigma.

 

Bibliografía

Comité Ejecutivo Internacional. 1991. Los retos de la situacion actual. Bandera Socialista. 11 de noviembre de 1991, 419.

Deutscher, Isaac. 1953. Rusia después de Stalin . s.l. : Marxist Internet Archive, 1953.

V., Jorge Alcocer. 2019. El siglo de la hoz y el martillo. Proceso, Noviembre de 2019, s.l, p. 2247.

Comité Ejecutivo Internacional. 1988. Las reformas en la URSS. París : s.n., 20 de diciembre de 1988, La Batalla

Mandel, Ernest. 1978. Crítica del eurocomunismo. Barcelona : Fontamara, 1978. ISBN: 84-7367- 060-4.

—. 1978. La naturaleza de la URSS. Barcelona, España : Fontamara, 1978. ISBN: 84-7367-067-1. Plataforma Electoral del PRT. PRT. 1985. 11, México D.F. : s.n., junio-julio de 1985, La Batalla .

Trotsky, León. 2000-2002. La Revolución Permanente. s.l. : Proyecto Espartaco, 2000-2002. Escrito originalmente en 1929.

Vivanco, Pilar del Rocío. 1997. La formación política de la vanguardia obrera revolucionaria.El caso del PRT. D.F., México : UNAM, 1997. Tesis.

Vladimir Serge (hijo de Víctor Serge), Ernest Mandel, Cuauhtémoc Cárdenas y Edgar Sánchez. Evento realizado en el Museo Casa León Trotsky, D.F. 1991. (Archivo fotográfico del PRT).

  1. Véase su obra “El derrumbe del poder soviético”, Los Andes, Chile, 1993, ISBN: 956-7014-36-1
  2. Véase: E.H.Carr, La Revolución rusa: de Lenin a Stalin, Cap. 8 “El ascenso de Stalin”, Alianza, Madrid, 1981.
  3. Véase: Roberto Regalado, “La izquierda latinoamericana: a 20 años del derrumbe de la Unión Soviética”, ocean sur, México, 2012, ISBN: 978-1-921700-65-1

 

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