Sociología de la marginación: un marco teórico para aproximarse a su formación concreta

(…) para que pueda ser
he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia.
Fragmento, Piedra de sol. Octavio Paz (1960)

Por Julián Hernández[1]

Introducción

La discriminación[2] en México tiene múltiples nombres y rostros; desventuradamente, sigue siendo un malestar asociado no sólo a la pobreza, sino también a complejos procesos de exclusión. Las cifras, desde su pedestal elocuente, aclaran el panorama: las mujeres perciben salarios inferiores al de los hombres en magnitudes que van desde 8.4%, si observamos Quintana Roo, hasta 23%; si es el caso de Guerrero[3]; 70.4% de la población indígena carece de acceso a servicios básicos de vivienda y 41.3% a la alimentación; una quinta parte de la población mexicana considera que los extranjeros debilitan “nuestras costumbres y tradiciones”; cuatro de cada diez personas no estarían dispuestas a que en su casa viviera un homosexual o una lesbiana[4]. Diversos sectores sociales marginan movidos por prejuicios contra grupos vulnerables, ya sea por cuestiones de pertenencia étnica, color de piel, talla, modo de vestir, género, preferencia sexual, condiciones de discapacidad o edad. En el México que recorre el letárgico siglo XXI aún es común utilizar la palabra ‘indio’ para denostar a personas de piel morena o para implicar que algún sujeto posee un grado menor de valor existencial. Lo último, particularmente, es síntoma de una segregación histórica a la que han sometido a las comunidades indígenas que explica, en parte, su rezago educativo. La cristalización de este comportamiento social obliga a pensar en la necesidad de construir una nueva cultura que se asuma como descolonizante y emancipativa en aras de la integración, heterogeneidad y transigencia ante la diferencia. Desde esa lógica, el fin último de este ensayo, bajo las limitantes naturales que el espacio impone, es puntualizar algunas cuestiones teóricas para encontrar las causantes y consecuencias de la marginación, tratando de posibilitar ciertas soluciones que abonen a su absoluta erradicación.

La lógica multifactorial de la segregación

Las variables que generan el comportamiento discriminatorio poseen una fuente multifactorial, es decir, no mantienen un sólo origen. Cualquier diagnóstico basado en la linealidad que provee un único camino se encontraría con bastantes problemas materiales al contrastarse con la realidad objetiva. Siendo así, nos gustaría analizar brevemente los efectos del estigma y el prejuicio dentro de los canales cognitivos para encontrar ahí uno de los orígenes determinantes de la exclusión, anclando nuestro análisis a los estudios del Dr. Jesús Rodríguez Zepeda sobre el tema[5].

Los estigmas y prejuicios pueden visualizarse como opiniones y percepciones de una población cimentada en la desigualdad, que suelen atribuirse injustificadamente a grupos sociales específicos[6]. Ello tiene como corolario el desprecio y la exclusión sistemáticas hacia dicho colectivo, que se ven cristalizadas en la progresiva disminución o, incluso, eliminación de sus derechos fundamentales. La reproducción de ambas actividades mentales se puede encontrar estrechamente ligada a factores socioculturales que lo permiten. En palabras de Berger y Luckmann, los prejuicios y estigmas se engendran, fundamentalmente, por medio de una ‘socialización primaria’, que es aquella que los sujetos atraviesan en la niñez, donde internalizan valores y percepciones del mundo a través del entorno que les rodea (la familia, principalmente), para luego objetivarlos y externalizarlos en la cotidianidad de su vida[7]; es decir, en este proceso complejo se formula la consciencia del infante gracias a la abstracción de actitudes y roles de otros, que le producen una relación particular con el mundo. El impúber no posee la capacidad de influir en su proceso socializatorio pues casi se identifica automáticamente con la realidad que se le ha dado. Así, el primer mundo del individuo es construido como parte de la internalización experimentada durante la infancia. El traspaso de prejuicios y estigmas devine, en un primer momento, en virtud del entorno donde se desarrolla la crianza.

No obstante lo anterior, la posibilidad de deslindarse de ciertos patrones mentales adquiridos en los años de niñez es posible, y depende estrechamente de la llamada ‘socialización secundaria’, que es aquella que se experimenta al internalizar otros submundos durante el tiempo en que se desarrolla la vida. Generalmente, estas realidades contrastantes devienen de heterogéneos sistemas constituidos, como el educativo —la adquisición de nuevo conocimiento—, o también por medio de la división del trabajo –distribución institucionalizada de tareas productivas[8].

Como resultado de los procesos sociales de autoidentificación, objetivación de la identidad y consecuente exclusión, se genera una diferenciación social:

De esta manera, es concebible una forma de desigualdad, con efectos precisos sobre los derechos y calidad de vida de las personas, cuyo origen no sea la distribución económica o la inexistencia de un sistema universalista de derechos individuales. Esta forma de desigualdad es la discriminación[9].

La fuente de dicha forma específica de desigualdad se encuentra inmersa en el espacio de las representaciones colectivas del orden social. Bajo este marco argumentativo, los prejuicios sociales negativos y los estigmas son componentes sustanciales y diferenciados para comprender el fenómeno de la marginación emitida a grupos concretos, y engranan dentro de un marco de relaciones sociales asentadas en el dominio y la subordinación entre colectivos. Por esto es que la discriminación puede definirse como

“(…) una conducta, culturalmente fundada, y sistemática y socialmente extendida, de desprecio contra una persona o grupo de personas sobre la base de un prejuicio negativo o un estigma relacionado con una desventaja inmerecida, y que tiene por efecto (intencional o no) dañar sus derechos y libertades fundamentales”[10].

Al constituirse como una conducta estructurada, la discriminación toma formas específicas de intolerancia que actúan según un contexto histórico influido por los procesos globales, pero también marcado por las dinámicas locales. Hablamos del racismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el antisemitismo, entre otras formas conexas de subalternidad que permiten establecer un dominio formal y simbólico en sectores poblacionales marginalizados.

Derivaciones basilares de la marginación

La segregación tiene una expresión estructural que se ve consumada a través de múltiples secuelas dentro de las formaciones sociales, mismas que deben ser comprendidas, necesariamente, para lograr figurar un desarrollo colectivo sano. Entre las que se pueden señalar están, primordialmente, seis: 1) entorpece el desarrollo económico; 2) desiguala a las poblaciones; 3) impide el acceso al sistema educativo; 4) privilegia la aproximación a la justicia; 5) limita la seguridad pública; y 6) desfavorece la cohesión social. Muchas explicaciones se han develado al respecto, entre las que destacan aquellas de índole cultural, sociológico, político y económico –en ésta última recae, por cierto, que origen sea destino.

En la esfera de lo individual, o dicho de otra forma, con respecto al desarrollo personal, algunos estudios han señalado que pertenecer a una minoría puede ser un componente riesgoso para desarrollar ciertas patologías mentales como la ansiedad y la depresión[11]. Y no siendo suficiente, esos mismos sujetos tienen mayores dificultades para obtener puestos de trabajo bien remunerados, por lo que también se limita la calidad de vida y la movilidad social.

Desde el campo cultural, ya abordado tenuemente algunas líneas atrás, se encuentra el peligro de trasladar prácticas discriminatorias, a manera de migración, a generaciones subsecuentes. El traspaso de percepciones sobre el mundo, valores e ideas tiene una raigambre familiar que, en sociedades como la mexicana donde el vínculo consanguíneo es el núcleo definitivo, puede resultar negativo para el desarrollo de los individuos si se reproducen usanzas emanadas del estigma y el prejuicio. Tal es el caso del machismo, que configura roles inapelables de género que dinamitan un status quo procreado para favorecer al hombre.

Por último, a través de la estructura producida por las relaciones políticas, la segregación tiene la capacidad de legitimar discursos de poder. Esto es así pues la idea fundamental en la que se cimienta la exclusión es que una cosa es mejor que otra, ya que se normaliza cierta visión del mundo que se ve amenazada por lo diferente. Su aterrador peligro subyace en que, en busca de demostrar la superioridad señalada, cualquier recurso es válido: guerras, transgresiones e imposiciones violentas de voluntad para gestar y asumir formas de control. La pretensión universalista lógico/racional occidental como única formadora de saberes, la defensa de los derechos humanos, el impulso de la democracia mínima como respaldo legitimador del choque entre civilizaciones y la representación de la ideología de mercado como una ley científica que debería guiar el desarrollo económico de las naciones, son tesis que han sido vendidas exitosamente como resoluciones absolutas a los problemas que fluyen en el seno de nuestras sociedades[12].

A manera de conclusión

Como se ha tratado de argumentar hasta ahora, los escenarios figurados a través de la marginación tienen un terreno amplio y complejo, y algunos deberían ser de temer. Resulta imperante tratar de conducir el destino de las sociedades hacia contextos de bienestar universal que eliminen el peligro que trae consigo la exclusión.

Desde el ámbito institucional deviene una clara verdad: Estados de derecho más sólidos tienen recursos más fuertes para garantizar que la ley cumpla lo que ordena en materia de discriminación. En el caso de México, si se piensa desde la argumentación tejida por los órganos públicos, las alternativas al problema se presentan en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 bajo tres ejes: 1) Incluir en la agenda pública a aquellos grupos vulnerables que hasta ahora no habían sido tomados en cuenta dentro de la cartera de programas sociales diseñados por la estructura estatal. Esto a través de un estudio de campo que, se piensa, logrará identificar los problemas específicos que el colectivo segregado experimenta y que permitirá construir un padrón de beneficiarios. Se trata de una actividad que es llevada a cabo, principalmente, por los llamados ‘Servidores de la Nación’; 2) evaluación de los programas incubados por las administraciones pasadas que tienen por objeto prevenir y eliminar la discriminación, en busca de mejorarlos o desaparecerlos si su funcionamiento es nulo. En ambos casos, su justificación es tratar de alcanzar un eficiente ejercicio del gasto público y cumplir con los objetivos que marca la Ley Suprema en materia de Derechos Humanos; y 3) implementar foros de discusión y sesiones de información y concientización en plazas, escuelas, reuniones barriales y otros escenarios, en aras de desaparecer, progresivamente, estereotipos, prejuicios y estigmas mal fundamentados en las nuevas y viejas generaciones. Tarea que, esencialmente, el CONAPRED dirige y que refleja la defensa de la democracia participativa que en el discurso público ha funcionado para atraer a las masas.

No obstante lo anterior, aún si se aceptaran todas las premisas que componen a los tres ejes de acción, sigue siendo, en suma, insuficiente. Se nos habla de los males de discriminar por razones de orientación sexual, raza, etnia, género, etc., y las instituciones públicas, los medios de comunicación y el orden jurídico —en el primer artículo constitucional— lo respaldan; empero, en el centro de prédicas relativistas, los razonamientos móviles que dirigen el combate a la exclusión han caído, decididamente, en una gangrenada estrategia que presenta el dilema desde un engranaje incompleto y conservador. Nos han permutado la lucha por un códice de pautas políticamente correctas que tienen un acercamiento transparente a la perspectiva liberal reformadora, más que un embate emancipatorio, transformador y subversivo, que sembraría su desarrollo en la real mejora de las condiciones materiales de vida de aquellos que históricamente han habitado en la lógica necropolítica que los volvió sujetos orgánicos invisibles. La reyerta que ha de delimitar nuestras historias locales es necesario esgrimirla desde una silueta de instrucción descolonizada, autárquica; movimientos que se planteen destruir, no mitigar. Y en eso estamos.

 

 

 

  1. Politólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Iztapalapa. Estudiante de Economía en la Facultad de Economía de la UNAM. Facilitador comunitario interesado en la formación sociopolítica de los Estados modernos, la descolonización y la colonialidad del poder, la economía social y solidaria y los procesos de educación popular.
  2. A lo largo del texto se usan las expresiones “discriminación”, “marginación”, “exclusión” y “segregación” como sinónimos dada su relación semántica de identidad de significados.
  3. Índice de Competitividad Estatal 2016, “Un puente entre dos Méxicos”, Instituto Mexicano para la Competitividad, México, 2016, p. 115. Disponible en: http://imco.org.mx/indices/#!/un-puente-entre-dos-mexicos/introduccion
  4. Cifras extraídas de la página oficial del CONAPRED. Disponibles en: https://www.conapred.org.mx/index.php?contenido=pagina&id=562&id_opcion=703&op=703
  5. Para ahondar en el pensamiento de Zepeda, se recomienda atender Iguales y diferentes: la discriminación y los retos de la democracia incluyente, Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, México, 2011.
  6. Székely, Miguel, “Prejuicio y estigma en el imaginario colectivo de la discriminación en México”, en Mario Luis Fuentes y Miguel Székely (comp.), Un nuevo rostro en el espejo: percepciones sobre la discriminación en México, México, Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A. C., 2010, pp. 77-78.
  7. Berger, P. y Luckmann, T., La construcción social de la realidad, Argentina, Amorrortu, 2003, pp. 162-170.
  8. Ibídem, pp. 172-180.
  9. Székely, op. cit., pp. 79-80.
  10. Zepeda, Rodríguez , «La discriminación en el nuevo debate de la justicia social», en Memoria del IX Simposio Internacional de la Asociación Iberoamericana de Filosofía Política, Disco Compacto, Brasil, Universidad de do Vale do Rio dos Sinos (UNISINOS), 2005.
  11. Particularmente, recomendamos la lectura del trabajo realizado por el Prof. Juan Bautista Herrero Olaizola et al., Desorden social, integración social y bienestar subjetivo en inmigrantes latinoamericanos en España. Anales de psicología, 28(2), pp. 505-514. Disponible en: https://doi.org/10.6018/analesps.28.2.148721
  12. Un análisis profundo de los temas mencionados se puede encontrar en: Wallerstein, Immanuel, Universalismo europeo: El discurso del poder, México, Siglo XXI Editores, 2007.

 

 

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