Algunas disquisiciones sobre Eguchi en “La casa de las bellas durmientes” de Yasunari Kawabata

Por Alfredo Fredericksen Neira[1]

En el panorama que podemos dibujar dentro de la denominada “literatura contemporánea” (s. XX-XXI), es posible enmarcar la obra “La casa de las bellas durmientes” de Yasunari Kawata. Para M. Berman, en la modernidad: “[t]odos los hombres y mujeres del mundo comparten hoy una forma de experiencia vital —experiencia del espacio y el tiempo, del ser y de los otros, de las posibilidades y los peligros de la vida— a la que llamaré modernidad” (Berman; 2008: 67) Y “[s]er modernos es ser parte de un universo en el que, como dijo Marx: “todo lo sólido se desvanece en el aire”” (Berman; 2008:67). De hecho, el remolino de la vida moderna se alimenta de muchas fuentes:

  1. Los grandes descubrimientos de las ciencias físicas, que cambian nuestras imágenes del universo y nuestro lugar en él.
  2. La industrialización de la producción, que transforma el conocimiento científico en tecnología y acelera el ritmo de la vida.
  3. Inmensos trastornos demográficos, que fomentan la migració
  4. Sistemas de comunicación masi
  5. Estados nacionales cada vez más poderosos, que se estructuran y operan burocráticamente y se esfuerzan constantemente por extender sus dominios
  6. Movimientos sociales masivos de la gente y los pueblos
  7. Un mercado mundial capitalista siempre en desarrollo y drásticamente variable (Berman; 2008: 68).

Así, “[e]sta atmósfera —de agitación y turbulencia, mareo y ebriedad, expansión de nuevas experiencias, destrucción de los límites morales y ataduras personales— es la atmósfera en que nace la sensibilidad moderna” (Zygmunt Bauman; 2003:70). Conviene, pues, analizar la modernidad y el sujeto. Al ‘poner el mundo en movimiento’, la Modernidad puso al descubierto la fragilidad y la inestabilidad de las cosas y abrió de golpe la posibilidad (y la necesidad) de reformarlas” (Zygmut Bauman; 2003:163) Lo que estaba fijo o era permanente se muestra como inestable o abierto al cambio. Ya no hay elementos dados. Y el rasgo de la vida moderna: necesitar convertirse en lo que uno es. De hecho, la modernidad reemplaza la determinación de la posición social por una autodeterminación compulsiva y obligatoria. Tal y como afirmase Bauman: “[s]ea como fuere, la naturaleza humana, antaño considerada como un legado permanente y no revocable de la creación divina única, fue arrojada al crisol junto con el resto de esa creación. Ya no se la vio más, ni podía ser así, como algo ‘dado’. Antes bien, se convirtió en una tarea, y en una tarea que todo hombre y mujer no tenía otra opción que hacer frente y llevar a cabo lo mejor que pudiera. La ‘predestinación’ fue reemplazada por el ‘proyecto de vida’, el destino, por la vocación; y la ‘naturaleza humana’ con la que uno nacía, por la ‘identidad’, que uno tiene que cortar y ajustar” (Bauman; 2003: 163-4). De acuerdo al diagnóstico de Bauman, podemos preguntarnos cómo el problema de la identidad ha cambiado de forma y contenido desde el inicio de la época moderna. Si antes éramos peregrinos que se preguntaban cómo llegamos allá, ahora somos vagabundos que se preguntan dónde podría leerla o debería ir.

Como rasgos de la modernidad literaria, podemos destacar el interés por el presente; negación de la trascendencia estética y del ideal de permanencia. Relativismo temporal (antitradicionalismo, ninguna tradición es en sí más importante que otra). A partir del Romanticismo, se produce una ruptura con la autoridad estética tradicional, se deja de creer en un ideal de belleza trascendente e inalterable. Tal y como afirmase Canilescu: “[f]ue durante el siglo XVIII cuando el ideal de belleza comenzó a sufrir un proceso a través del cual perdió sus aspectos de trascendencia y finalmente se convirtió en una categoría puramente histórica. Los románticos estaban ya pensando en términos de una belleza relativa e históricamente inmanente y pensaban que, para construir juicios de gusto válidos, uno debía de derivar sus criterios de la experiencia histórica —no de un utópico, universal y atemporal concepto de belleza—.” (Calinescu; 2002: 45). Así, habrá consecuencias de la concepción histórica de la belleza y del gusto. En la obligación de este autor de “[s]er un hombre de su tiempo, intentar responder a sus problemas se convirtió en algo más que una estética –” (Canilescu; 2002: 47). De hecho, “[l]iberado de las represiones de la tradición, el escritor debe esforzarse en proporcionar a sus contemporáneos un placer que no parecen estar preparados para disfrutar y que quizá incluso no merezcan” (Canilescu; 2002: 50).

Así, el propósito de esta breve reflexión es realizar algunas disquisiciones sobre el libro La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, en el que  no se deja en claro si Eguchi ha arruinado o no su vida sentimental, sin embargo, con cada mujer distinta  con la que pasa una noche durante su visita, muestra experiencias frustradas en su vida y que de alguna manera tuvieron una significación trascedente en ciertos aspectos específicos, los cuales son relatados a través de las reminiscencias olfativas que inducen al personaje a recordar. Tal y como afirmase Orlando Betancor:

Desde un principio Eguchi desea profanar las reglas de la casa, ir más allá de la mera contemplación de la belleza, pero comprueba con asombro que efectivamente la joven que yace a su lado conserva intacta su virginidad. No se resigna en ser un simple observador, quiere que las bellas durmientes reaccionen a sus estímulos y descubrir detalles concretos de sus vidas. Estas mujeres sin nombre, sin identidad y sin pasado resultan para el protagonista un desconcertante enigma por desvelar. Intenta insistentemente comunicarse con ellas, despertarlas de su letargo narcótico, vulnerar su indefensión, pero todo es inútil, pues el sueño es una barrera infranqueable como una muralla de silencio. Por su parte, a ellas no se les está permitido conocer ningún detalle de la identidad de sus desconocidos clientes. Con cada nuevo encuentro, la fascinación de Eguchi aumenta y se acrecienta su necesidad de contemplar la inquietante belleza de las jóvenes. Desea rejuvenecer durante un instante junto a estas hermosas doncellas, que descansan bajo un sueño hipnótico, mientras experimenta el profundo temor a la llegada de la muerte.

En la anatomía de cada doncella encuentra las imágenes de otras mujeres a las que un día amó, que ahora duermen en el olvido y vuelven a su memoria. Los recuerdos reviven en su mente a través de un olor como la esencia de unas flores, el aroma de la leche materna y la voluptuosa fragancia de una piel que le retrotrae inmediatamente al pasado. Un gesto se convierte en el detonante de un recuerdo nítido de una pasión de antaño. Los cuerpos bellos y firmes de las jóvenes narcotizadas despiertan en Eguchi una multitud de sensaciones, unas veces tiernas y otras claramente perversas. Se deleita contemplando los movimientos de las doncellas en el sueño, la posición de sus brazos, el color de sus labios, las delicadas formas de sus dedos, la curvatura de una cadera y el brillo de sus cabellos. Estas imágenes encienden sus recuerdos de nostalgia y liberan sus ocultas fantasías (véase, Orlando Betancor, “El sueño eterno en La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata”, nº 39 Espéculo (UCM)”).

Quisiera proponer, entonces, el siguiente “Análisis narrativo” tal y como propusiese Andrea Matamoros; por ello, me gustaría apuntar que las lecturas deben ser siempre: interpretativas, enmarcadas y orientadas, así como lo muestran los siguientes esquemas extraídos de su tesis de “Magister en Comunidad Educativa”, realizada en la Universidad de Chile:

 

 

Así, para efectuar un “Análisis narrativo”, desde mi perspectiva, debemos considerar “criterios”, a saber, respecto del autor: experiencias personales, experiencias referidas, temas estudiados, historias reales (obsesiones, lenguajes, grandes temas, principios de construcción), filosofía, ideología, otras literaturas (prensa). En ese sentido, debemos considerar que un cuento o una narración es una construcción de lenguaje que tiene significación, que habla de otra realidad. Es algo distinto a una biografía, aunque puede ser autobiográfica. Todos los escritores realizan su ejercicio literario desde su propia y particular sensibilidad: define su estilo. El texto literario es, pues, una estructura de lenguaje, una opción entre muchas que hace el escritor. El lenguaje literario (y todo lenguaje) no es inocente: siempre comunica algo, habla de algo. Para significar, el lenguaje tiene dos funciones: denotativa (las palabras tienen su valor y su significado en la realidad) y la connotación (un campo semántico y valórico al cual se adscriben y en el cual se instalan, a partir de su inserción en una estructura). El lector reconstruye el texto, hace una lectura posible entre muchas (aunque no infinitas lecturas). Así, deberíamos considerar el siguiente esquema:

          

De hecho, deberíamos considerar cuál es la historia que se cuenta (el acontecer), los personajes (que son seres imaginarios que pueblan el mundo de la narración, que deben ser consistentes con una cierta definición de carácter, personalidad, espacio y función dentro de la narración, lo que implica definir: motivaciones, la relación de importancia con el acontecer (principal, secundario, incidental); la relación con el desarrollo del acontecer (plano, en relieve, prototípico, etc.); así como la relación con el sentido (metafórico, contextual) y el  espacio, que es el contexto general en que viven y actúan los personajes de la historia y que implica definir: escenario (lugar donde ocurren; niveles), marco (tiempo histórico, geografía social, política, histórica, etc.) y entorno cultural, religioso, filosófico en que se instala el acontecer y los personajes. Además, debemos considerar cómo se cuenta la historia (problemas de composición), donde se debe determinar la posición del hablante implícito y el narrador ficticio que implica definir el nivel de representación, el grado de conocimiento y la distancia entre el hablante y el narrador. También, debemos considerar la caracterización de los personajes (directa e indirecta), la elaboración del tiempo, que implica definir la relación entre historia y disposición; y los modos narrativos, que implica el estilo del discurso, las modalidades de construcción y presentación.

Dicho todo lo anterior, podemos realizar algunas reflexiones en torno a Eguchi y al cuestionamiento inicial de si es un hombre que ha arruinado su vida sentimental. Aunque esto implicaría cierta relatividad, porque dentro de los hechos objetivos que conocemos del libro, sabemos que él mismo ha constituido un núcleo familiar y ha echado raíces, es decir, ha dejado una extensión de su linaje: tres hijas que se han casado. Además, sabemos que existe una esposa con quien las ha concebido y que para ello debió existir no solo una fuerte atracción que vaya más allá de lo físico, sino un vínculo y una reciprocidad especial que nos lleva a evaluar el amor no como un medio, sino como un fin en sí mismo. Tal y como se afirmase en el propio texto: “[e]l hombre que le habló a Eguchi de la casa era tan viejo que ya había dejado de ser hombre. Parecía pensar que Eguchi había alcanzado el mismo grado de senilidad. La mujer de la casa, probablemente porque estaba acostumbrada a hacer tratos sólo con hombres tan ancianos, no había mirado a Eguchi con piedad ni indiscreción. Puesto que era capaz de sentir goce, aún no era un huésped digno de confianza; pero podía llegar a serlo, debido a sus sentimientos en aquel momento, al lugar y a su compañera.” (Kabawata; 1984: 22). Esto es decisivo, como se explica más adelante, si pensamos en la razón de la visita de Eguchi como una especie de expiación, pero más profundamente, como pena a sí mismo.

No cabe duda de que las razones que mueven al personaje a la acción pueden ser distintas. Pero, acotemos esta acción como la concretización de ir a la casa de las bellas durmientes. Eguchi, al ingresar a la casa de las bellas durmientes a sus 77 años, se entrega al placer de compartir la cama con mujeres jóvenes que duermen desnudas, bajo reglas claras: no colocar el dedo en la boca a las mujeres ni realizar cosas de mal gusto. Ante dicho panorama, considero que la razón que más se ajusta es la expiación, ya que —para acercar a Kawabata un poco a Dostoievski—, a primera vista, sin duda se trata de una pena de sí mismo, de la soledad. Una soledad que se marca por el antagonismo que existe entre belleza y fealdad. La fealdad como correlato de vejez y la belleza como la juventud personificada en las bellas durmientes que son vírgenes, por lo tanto, representarían a la pureza. Son conceptos más amplios que reglas particulares impuestas en la casa de las bellas durmientes, cómo la fealdad y la belleza son las que marcan la distancia estética, el espacio físico que existe entre Eguchi y las bellas durmientes. Esto se puede apreciar claramente cuando Eguchi se disponía a violar las reglas de la casa, pero se dio cuenta que la muchacha con la que se encontraba era virgen: lo sorprendió.

Así, se expresa la pena de sí mismo, porque el personaje comienza a reflexionar respecto a otros ancianos que, degradados, ya han dejado de ser hombres, y busca reivindicar a aquellos que han acudido con tristeza a ese lugar, porque sabe que puede hacerlo, sabe que es diferente, que no ha dejado de ser hombre. Es muy esclarecedor a propósito de esto último cuando señala que: “[c]ualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana. En la oscuridad del mundo, están enterradas todas las variedades de transgresión. Pero Eguchi era un poco diferente a los demás ancianos que frecuentaban la casa. El viejo Kiga, al indicarle la casa, se había equivocado considerándole igual que ellos. Eguchi no había dejado de ser hombre.” (Kabawata; 1984: 115). Es interesante cuando Eguchi se cuestiona respecto a la felicidad y el grado de culpabilidad que puede acarrear ello: “[p]ara un viejo en los umbrales de la muerte no podía haber un momento de mayor olvido que cuando estaba envuelto en la piel de una muchacha joven. Pero, ¿pagarían sin un sentimiento de culpabilidad por la muchacha que les era sacrificada, o acaso la misma culpa secreta contribuía a aumentar el placer? Como si olvidándose de sí mismo, hubiera olvidado que la muchacha era un sacrificio (…)” (Kabawata; 1984: 71).  Esto demuestra la conciencia y la propia valoración moral que realiza Eguchi de sus actos al asistir a la casa de las bellas durmientes, en el sentido en que si bien con cada encuentro se generan recuerdos importantes y trascedentes, recuerdos que no siempre son felices, éstos son esporádicos al igual que la noche y la “relación” que sostiene con cada doncella que a cada visita es diferente. Y que, según el propio Eguchi, no son relaciones humanas, y es que la doncella duerme y no tiene conocimiento de qué sucede allí.          

Finalmente, tendría que decir aquello que pudo darse en un principio, parece derrumbarse desde el momento mismo en que Eguchi materializa su visita a la casa de las bellas durmientes, y esto parece resolverse del modo en que él mismo lo plantea, puesto que es un hombre que no había dejado de ser hombre y, eventualmente, su condición es diferente a la mayoría de los otros ancianos que acudían. Por lo que es aquí donde surge la noción de erotismo que se plantea determinante en cada encuentro con una mujer distinta a cada vista: la promiscuidad. Sin embargo, ¿es posible que existiera promiscuidad propiamente si la mujer está durmiendo y, eventualmente, las reglas no son violadas por Eguchi? Tanto el propio Eguchi como la dueña del lugar se plantean estas interrogantes, pero no llegan concretamente a una respuesta. Las reglas son claras y no pueden ser violadas, si no tal lugar se transformaría en un burdel ordinario. Pues bien, Eguchi respetó las reglas, se mantenía inactivo, ¿es aquello una especie de virtud?, es decir, ¿tal inacción lo mantiene como un hombre que no ha arruinado su vida sentimental? Cuando se perfilan relaciones con diferentes mujeres, parece ser que no desembocan adecuadamente en los mejores términos. Y, así, Eguchi acumula y acumula parejas; de hecho, es curioso que alguien que tuviese una vida plena recurra a un lugar así, puesto que, para no sentir la amargura de la vejez, la fealdad que ella conlleva, debiese apoyarse en su pareja y no en lugares de la naturaleza de la casa de las bellas durmientes. Y, llama la atención, que sea la última mujer, la mujer morena (con quien evocó el recuerdo de su madre), quien hubiese muerto (no por culpa de Eguchi), marcando, sin duda, una especie de tragedia que arruina hasta este tipo de vida sentimental que el propio Eguchi lleva a sus 77 años. Y es que tal como afirma Ángeles Ortiz Gómez: “[e]n Kawabata las bellas durmientes están dormidas, ausentes. [Y] [e]l cuerpo es signo, como en la caligrafía china es tinta, pincelada, corporeidad y adquiere su plenitud por el vacío que encierra, que es la ausencia de las muchachas dormidas” (Ángeles Ortiz Gómez: 251).

 

 

 

Bibliografía.

Ángeles Ortiz Gómez. La polisemia del cuerpo en La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata. Universidad Complutense de Madrid, disponible en internet: “10573-Texto del artículo-10654-1-10-20110601.PDF” [última visita: 05-01-22].

Berman, Marshall (2008). Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo XXI.

BaumanZygmunt (2003)Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica.

Canilescu, Matei (2002). Modernismo.Vanguardia.Decadencia.Kitsch.Postmodernismo. Santiago, Chile: editorial Tecnos.

Kawabata, Y. (1984). La casa de las bellas durmientes. Barcelona: Ediciones Orbis. [ Links ]

Matamoros, A.  (2009). Los significados que otorgan a su experiencia con la literatura, docentes y estudiantes de Enseñanza Media en el Contexto del proceso de Enseñanza y del Proceso de aprendizaje. Santiago: Chile, disponible en intranet: “Los significados que otorgan a su experiencia con la literatura, docentes y estudiantes de Enseñanza Media en el Contexto del proceso de Enseñanza y del Proceso de aprendizaje (uchile.cl)” [última visita: 25-12-21].

Orlando Betancor: El sueño eterno en La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata- nº 39 Espéculo (UCM), disponible en internet: “Orlando Betancor: El sueño eterno en La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata- nº 39 Espéculo (UCM)” [última visita: 04-01-22]

 

Videos VISTOS

«La casa de las bellas durmientes», de Yasunari Kawabata – YouTube

«La casa de las bellas durmientes» de Yasunari Kawabata | #LeyendoJapón – YouTube

“La casa de las bellas durmientes” de Yasunari Kawabata para Daido Moriyama. Por Menene Gras – YouTube

🖊📓 LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES (Yasunari Kawabata) | Reseña – YouTube

La casa de las bellas durmientes – Yusunari Kawabata – YouTube

LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES – YouTube

Fragmentos, La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata – YouTube

[1] Investigador Independiente chileno. Diplomado en Teoría de las Artes Visuales (Pontificia Universidad Católica-2021), Diplomado en Cultura y Civilización Medieval (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2020), Diplomado en Literatura en Lengua Inglesa (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2019), Diplomado en Poesía Universal (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2018), Diplomado en Historia del Arte (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2017), Diplomado en Estudios de la Religión (PUC-2016), Diplomado en Arte y Estética Árabe-Islámica: clásica y contemporánea por la Universidad de Chile (CEA-2015), Diplomado en Teologías Políticas y Sociedad por la Universidad de Chile (CEA-2014), Diplomado en Psicología Jungiana (PUC-2014) y Diplomado en Cultura Árabe e Islámica por la Universidad de Chile (CEA-2014). Mail de contacto: alfredericksen@gmail.com.

 

Publicado en Literatura y etiquetado , .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *