La región más transparente y más viva que nunca

Por Franco García

 Aquí nos tocó.
Qué le vamos a hacer.
En la región más transparente del aire.

 

 A diez años de su fallcimiento, sucedido el día 15 de mayo de 2012, y a sesenta y cuatro de su primera obra, La región más transparente, Carlos Fuentes nos hace revivir esa melancolía del mexicano, de la institucionalización de la Revolución mexicana por parte del Partido Revolucionario Institucional (PRI), del caos y el orden, la nueva democracia, un Estado benefactor pero también opresor. Pareciera que la historia se repite, no deja de ser cíclica. Actualmente los mexicanos, como sus personajes, padecen de ese caos interno con lo que se vive hoy día: violencia, feminicidios, homicidios, nacionalismo, liberalismo, espectáculos, populismo, instituciones corruptas, políticos bandidos, etc. Los más poderosos del país argumentan que es parte de la transición, como algo natural, una externalidad, que habrá muchos “revoltosos” o “traidores a la patria” que se dedican a impedir el desarrollo de una nación llena de colores y tradiciones, de mágica nacionalidad. Lo que importa es recuperar de nueva cuenta el crecimiento y desarrollo económicos que alguna vez fueron nuestros, arrebatárselos a los asiáticos al costo que sea. No sabemos cuándo llegará, pero lo hará, afirman los políticos en turno. Porque hemos pasado del “Ya merito” al “¡Sí se puede!”

En fin, ahora vayamos a la obra. La tesis central de la novela es la identidad mexicana. En cada capítulo puede apreciarse ese lamento del pasado, presente e incertidumbre del futuro. ¿Qué vendrá?, ¿cuál será el precio de la modernidad?, ¿de verdad lograremos nuestro mexican dream al estilo gringo o europeo? Los personajes se someten voluntaria o involuntariamente a la premodernidad —entendida ésta como industrialización—, donde dicho proceso resulta ser lento y complejo, le atrae a la nueva clase social, les maravilla la civilización: los autos, los edificios, los restaurantes, las mansiones, los zapatos lustrosos, los trajes sastres, las corbatas. Empero, para Ixca Cienfuegos, personaje principal, existe esa relación de amor-odio, se busca a sí mismo en cada diálogo que sostiene con el resto de los personajes, al igual que en las calles, colonias y delegaciones del Distrito Federal. La capital no sólo es caótica, también es majestuosa, enorme, rodeada de una vasta vegetación y volcanes. Es entonces que la ciudad ocupa un papel importante dentro de la novela. Es bella y seductora, nadie se resiste ante sus encantos. “Las dos imágenes, dinámicas en los ojos de Cienfuegos, se disolvían la una en la otra, cada una espejo sin fondo de la anterior o de la nueva. Sólo el escudo mínimo de luz permanecía igual”.

Si Juan Rulfo se había encargado del campo mexicano, Carlos Fuentes debía centrarse en la urbe, describirla tal y como era, hacerla su propio espacio literario. Sin olvidar que jamás deja de tener presente escribir la gran novela, como el resto de sus entrañables coetáneos: García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar. Es la fijación por lo magnánimo literario, las influencias literarias norteamericanas, la época de las vanguardias, del compromiso social. México se encuentra en la década de los cincuenta y es el inicio de la Industrialización de Sustitución de Importaciones (ISI), lo que pronto se conocerá como “el milagro mexicano”. No obstante, aún persiste esa herida a causa de la sombra de la Revolución, de la barbarie periférica. El proceso de modernización no sólo incluyó a las nuevas clases sociales —principalmente empresarios y banqueros—, sino que también excluyó a las que ya antes mantenían el poder político y económico. Es decir, a los terratenientes y pequeños artesanos y comerciantes. Ahora ambos poderes servirán para la reconstrucción del tejido social, para domesticar a los bárbaros a través de la nueva burocracia, de las nuevas instituciones. Los incentivos de la modernidad resultaron eficaces sólo para las élites empresariales y financieras y un arma de doble filo para el resto de la sociedad. Por ejemplo, a las masas campesinas las absorbieron las fábricas y los servicios públicos (transporte, intendencia, vigilancia, trabajo doméstico, etc.). Transitaron de campesinos a obreros, haciéndolos, a su vez, presos de la melancolía.

En la novela existe una mezcla entre el lenguaje culto —francés e inglés— y popular, el gusto por las fiestas patrias y los viajes a los principales centros turísticos, como Acapulco o Cuernavaca, donde el nuevo ciudadano se refresca con una nueva esperanza: The tropical paradise. Ésta es la nueva burguesía, según Ixca Cienfuegos, la que representa que todo está en orden, la que degusta de la ficción institucional creada por el partido único. Rompe el silencio, critica a bocajarro todo lo que parece nauseabundo y mediocre, oficial. “Un espíritu burocrático recorre el país”. Es el ascenso de la burocracia priista, el símbolo de la paz y bienestar social, la que legitima su poder como parte de la cultura mexicana, el México moderno. Esta pugna entre viejo y nuevo, campo y ciudad, se evidencia a lo largo de los capítulos. Al autor le atrae, desde luego, la política, prevalece en la novela, siempre al margen de lo que acontecía a su alrededor, como un intelectual comprometido. En el último apartado hace un breve reclamo al país, donde critica al proletariado mexicano porque todo el tiempo se ajusta la soga al cuello, porque disfruta de su sufrimiento sin resolver los problemas socioeconómicos con bases teóricas sólidas. También lo hará con la nueva burguesía mexicana, que adopta estilos de vida que no le son propios, que simplemente son ridículos y falsos. Son los mexicanos de nación y simulación. Si bien es cierto que se introducen modelos económicos, políticos, sociales y culturales al país, siempre cuesta adaptarlos en estructuras fragmentadas como la nuestra, heredadas desde la Conquista. Y el resultado, venga pues, ya lo conocemos. “La Revolución se identificó con la fuerza intelectual que México arrancó de sí mismo, de la misma manera que se identificó con el movimiento obrero. Pero cuando la Revolución dejó de ser Revolución, el movimiento intelectual y el obrero se encontraron con que eran movimientos oficiales. ¡Ay del que venga a remover estas aguas! Nacionalismo, valores falsos, simulación […] No bastan las lecciones reiteradas del pasado. Siempre se da el paso de más”.

Sin duda alguna, es una obra cosmopolita, vigente. Quien tenga la oportunidad de leerla (y rendirle un pequeño homenaje al autor) por primera vez descubrirá que hay un cúmulo de voces preocupadas, escépticas, satisfechas, viscerales. Donde figuran el intelectual, el político, el revolucionario, el traidor, el malinchista, el nacionalista, el poeta, el obrero, el comerciante, la servidumbre, el banquero, el extranjero, la prostituta… Todos opinando, aceptando, amenazando, imponiendo. Todos en un solo espacio: en la región más transparente del aire.

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