2. Pero yo sé
Azucena Maizani (Buenos Aires, 1902 – Buenos Aires 1970)
Por Miguel García
Azucena Josefa Maizani, conocida como La Ñata Gaucha, es la inventora del canto femenino del tango, junto con Rosita Quiroga, y una de las principales cancionistas que llevaron el tango vocal a alturas insospechadas, junto a una constelación conformada por Libertad Lamarque, la misma Quiroga, Tita Merello, Mercedes Simone y Ada Falcón.
En un ambiente dominado por la presencia masculina, la vemos en imágenes de la época vestida con trajes malevos y atuendos de gaucho, interpretando las primeras milongas de Homero Manzi y Sebastián Piana en la primera película sonora que se filmó en Argentina, Tango de 1933. Esta actitud supone un salto en la manera de entender la interpretación tanguera. Se vestía de hombre, pero mantenía el maquillaje, el talle ceñido, los labios pintados, pues su interés no era la emulación de lo masculino ni la anulación de lo femenino, sino la síntesis de ambos. Así logró convertirse en portavoz de los lamentos que narraban las letras de aquel entonces, todas masculinas, sin necesidad de cambiarles el género a las palabras.
Surgida del barrio, trabajó en su juventud como costurera. La calidad de su voz fue descubierta por el pianista y compositor Enrique Delfino, quien la llevó como intérprete al teatro luego de años de hacer coros en diversas puestas en escena, duetos con José Bohr y prestar servicios de milonguera en los bailes del cabaret Tabarís. Convirtió en hábito estrenar tangos en aquellas obras, entre ellos: «Organito de la tarde» de Cátulo Castillo y letra de su padre José González Castillo, o «Esta noche me emborracho» y «Soy un arlequín» de Discépolo. Imaginemos el impacto de una voz femenina llena de expresión melancólica y emotiva cantando «Dime si no es pa’ suicidarse / que por ese cachivache / sea lo que soy. / Fiera venganza la del tiempo, / que lo hace ver deshecho / lo que uno amó».
Su vida fue abundante en pasiones, sólo así un artista logra calar hondo en la sensibilidad del público. El amor tocó a su puerta en innumerables ocasiones, e incluso le tocó vivir el suicidio de un cantor al que decidió dejar. José Gobello lo expone de esta manera: «se suicidó después de perseguirla, con el revólver en el cinto, cuando la estrella, que ganaba mucho dinero, se cansó de encerrar canarios en la jaula del bolsillo de su amante».
Como autora, destacamos su obra teatral Cuando aman las mujeres, y buena cantidad de tangos como «Aguas tristes», «Decí que sí», «Volvé, negro», «La canción de Buenos Aires» [2], en colaboración con Orestes Cúfaro y letra en colaboración con Manuel Romero, que, por cierto, es la pieza inicial en la mencionada película Tango; en esa escena de apertura, nuestra autora aparece interpretando su creación con un fondo de imágenes de la ciudad de Buenos Aires. Otro de sus tangos, titulado «Pero yo sé» [3], cuya música y letra fueron confeccionadas por ella, fue y sigue siendo gran suceso, tal vez el de mayor éxito salido de su ingenio.
* * *
Llegando la noche, recién te levantas
y sales ufano a buscar un beguén.
Lucís con orgullo tu estampa elegante
sentado muy muelle en tu regia baqué.
Paseás por Corrientes, paseás por Florida,
te das una vida mejor que un pachá.
De regios programas tenés a montones,
con clase y dinero de todo tendrás.
Pero yo sé que metido
vivís penando un querer,
que querés hallar olvido
cambiando tanta mujer.
Yo sé que en las madrugadas,
cuando las farras dejás,
sentís tu pecho oprimido
por un recuerdo querido
y te ponés a llorar.
Con tanta aventura, con toda tu andanza,
llevaste tu vida tan sólo al placer.
Con todo el dinero que siempre has tenido
todos tus caprichos lograste vencer.
Pensar que ese brillo que fácil ostentas
no sabe la gente que es puro disfraz.
Tu orgullo de necio muy bien los engaña,
no quieres que nadie lo sepa jamás.
La primera parte presenta a un personaje que lleva una vida hedonista de goces y lujos. Duerme de día y vive de noche, es enamorado y nada le falta, lo tiene todo, es feliz. Todo parece funcionar de maravilla para un hombre que tiene clase y dinero, no necesita preocuparse por nada.
La segunda parte da un vuelco total. El narrador tiene información que no está al alcance de todos, sabe que el personaje está sufriendo por un amor. El manejo del recurso de la sorpresa sobresale en este tango de una manera poco usual en el género. El contraste logra un efecto sorpresivo al convencernos de que la vida de aquel hombre es perfecta, pero luego revela el motivo por el cual permanece en ese estado de farra permanente: «Pero yo sé que metido / vivís penando un querer, / que querés hallar olvido / cambiando tanta mujer».
La situación del dolor escondido detrás de una máscara de alegría ha sido utilizada en muchas otras canciones: «Patotero sentimental» de Manuel Romero («Escondés tras de tu risa / muchas ganas de llorar»), «Soy un arlequín» de Discépolo («Soy un arlequín, / un arlequín que salta y baila / para ocultar / su corazón lleno de pena») o «Payaso» de Fernando Z. Maldonado («En cofre de vulgar hipocresía, / ante la gente oculto mi derrota, / payaso con careta de alegría / pero por dentro tengo el alma rota»). Azucena Maizani se suma a esta tradición de manera magistral, hace un contraste inesperado que realmente cobra efecto en el escucha.
En la última parte, deja claro que esa conducta de engaño no es efectiva con quien nos narra la historia, y le increpa de frente que si bien su fingimiento logra convencer a los demás de que todo está bien, ella (o él, puesto que no hay marca de género en la voz poética de este tango) lo sabe todo. Se trata de un guiño de confidencia, pero también de astucia.
«Pero yo sé» ha sido ampliamente registrado, tanto en versiones instrumentales como cantadas. Entre estas últimas destacan la de Francisco Canaro con estribillo de Charlo, Osvaldo Fresedo en los años 20 con estribillo de Ernesto Famá y luego en los años 50 con Héctor Pacheco, Ángel D’Agostino con Ángel Vargas, Aníbal Troilo con Raúl Berón, Graciano Gómez con Nina Miranda, y las varias que dejó la misma Azucena Maizani con guitarras, luego acompañada por Enrique Delfino al piano y Antonio Rodio al violín. Esta vez, compartimos la interpretación profundamente expresiva de Virginia Luque.