15 Letras de tango escritas por mujeres

3. A una ola

María Grever (León, Guanajuato, 1885 – Nueva York, 1951)

Por Miguel García

Algo que resalta en toda la obra de María Grever (María Joaquina de la Portilla y Torres) es una brillante originalidad que, en su momento, no fue comprendida de manera cabal y pasaba por rareza, a medio camino entre lo popular y lo académico. Sus conocimientos musicales daban a sus composiciones el complemento mejor para sus versos, capacitada de sobra para musicalizar todas las emociones.

Era una artista atrevida. Esto es lo que le otorgaba a María Grever esa originalidad. Imaginemos la mirada de la sociedad a finales de la década de los 20 hacia una mujer que escribía de amores pasionales, entregas eróticas, amores secretos llenos de ternura y arrebato, figuras femeninas que no esperan a que llegue su amante: ellas van por él; que no son pasivas sino activas, soñadoras que se permiten derribar barreras impuestas por la época; ellas mismas toman la iniciativa. No sólo dice cosas lindas de amor; sus canciones son auténticos manifiestos que denuncian inconformidad y exponen toda una realidad velada.

María Grever propone en su obra un amor en el que no caben las apariencias ni la mentira, aunque la verdad resulte dolorosa; un amor que no sea juzgado por ser honesto, que no sea denostado por decir lo que siente; un amor intenso, que llegue hasta la locura. Inclusive, con toda suavidad llega a plantearle al amado la visión filosófica de Heráclito, aquel que decía que un hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río, en combinación con el Carpe diem, aprovechar el día, pues el tiempo no se repite: «no me preguntes nada, / que nada he de explicarte, / que el beso que negaste / ya no lo puedes dar».

 

*     *     *

 

En una noche de luna

nos encontramos tú y yo,

con el mar como testigo

de nuestra inmensa pasión

y en el rumor de una ola

depositamos los dos

nuestro secreto de amores

que en el mar se sepultó.

Ola,

que con tu blanca espuma

sin precaución ninguna

bañaste sus pies.

Ola,

que su cuerpo tocaste

y sus labios besaste:

vuelve otra vez.

Ven

a morir a esta playa

antes de que me vaya

para nunca volver.

Ola,

a la luz de la luna,

entre tu blanca espuma

la quiero ver.

 

En cuanto a lo musical, «A una ola» pertenece a ese género flexible que predominó en México durante los años 20, un entrecruzamiento entre la habanera, la danza y el tango. En cuanto a lo literario, cabe destacar la fineza de las imágenes y la sencillez retórica, que parece simple, pero no lo es (simpleza y sencillez no son lo mismo). Si bien utiliza atisbos de narración y de drama, el tono lírico es el que predomina.

Como en tantos tangos, mexicanos y argentinos, nos encontramos con el recurso del apóstrofe, hablarle a un interlocutor aunque esté ausente. Quien habla se dirige al ser amado en segunda persona, bajo una pintura llena de romanticismo: la noche, la Luna, el mar y un par de enamorados entregados a su pasión al margen de convenciones sociales o morales; de pronto, aparece el cómplice, el elemento que guardará el secreto de su unión (que no necesita ser aprobada por nadie), una ola.

En la segunda parte, el destinatario de las palabras cambia y ya no se dirige al amado, sino a la ola: «Ola, / que con tu blanca espuma, / sin precaución ninguna, / bañaste sus pies». Queda clara esa actitud de no pensar tanto, de atreverse; quien baila tango sabe que si se piensa demasiado, la danza no fluye; hay que ser como la ola, que toca los pies sin precaución ninguna; más sensación que pensamiento. La presencia de la ola, que primero toca los pies, luego toca todo el cuerpo y luego besa los labios, es una analogía de la intensidad de la pasión de ambos: «Ola, / que su cuerpo tocaste / y sus labios besaste: / vuelve otra vez».

¿Qué hace significativa esta ola en el recuerdo? Haber tocado el cuerpo de la persona amada. La memoria es poderosa en las imágenes y el deseo es irreprimible. Aunque el encuentro amoroso está en el pasado, hay un deseo de volver a ver a esa persona. No se concibe el momento sin la presencia de la ola: «Ven / a morir a esta playa, / antes de que me vaya / para nunca volver». En esa ola, como elemento simbólico, está depositado el catalizador del deseo, el encuentro y el ser amado.

En la tradición de la canción popular mexicana, cuando ya no hay al alcance medios para cumplir el deseo, no queda más qué hacer y, a modo de vaciadero de angustias, la alternativa es trasladar la responsabilidad y la culpa a los elementos de la naturaleza. En su momento, Gonzalo Curiel culpó a la vereda tropical por la ausencia de la amada y culminó con una súplica: «¿Por qué se fue? / Tú la dejaste ir, / vereda tropical. / Hazla volver a mí, / quiero besar su boca / otra vez junto al mar». Por su parte, María Grever lo hace en este tango con la petición a la ola: «Ola, / a la luz de la Luna, / entre tu blanca espuma, / la quiero ver».

Otra canción de María Grever bien podemos considerarla complementaria de este tango; se titula «Volveré»:

 

Volveré como vuelven / esas inquietas olas / coronadas de espuma / tus playas a bañar. / Volveré como vuelven / las blancas mariposas / al cáliz de las rosas / su néctar a libar. / Volveré por la noche, / cuando estés tú dormido / acallando un suspiro, / tus labios a besar. / Y para que no sepas / que estuve allí contigo, / como otra inquieta ola / me perderé en el mar.

 

En esta canción, el poeta Gabriel Zaid ve a María Grever como la transformadora de la tradición romántica del amor imposible: «la voz cantante no es la del trovador enamorado de la dama inasequible . . ., sino la trovadora que recorre el mundo cantando sus canciones y no puede quedarse». Podemos considerar «Volveré» como el consuelo que nos deja en «A una ola» ante la imposibilidad de repetir aquella noche apasionada.

«A una ola» se encuentra en ese género tan dúctil que es la danza mexicana (o canción mexicana), que en su momento fue entendida y asimilada dentro del espectro del tango en México. El ritmo es el mismo que el de la habanera, así como los primeros tangos que surgieron durante el último tercio del siglo XIX e inicios del XX en el Río de la Plata. Al ser la habanera el patrón rítmico que originó la gran mayoría de los géneros de canción latinoamericanos, no es extraño que títulos marcados con el género tango sean interpretados a manera de danza mexicana, bolero, danzón y hasta rumba o salsa.

Nuestro tango ha sido interpretado por gran número de artistas en diversos ritmos. La versión que proponemos es la de Alina de Silva a dueto con el tenor Rubens de Loréna, grabada a mediados de los años 30.

 

 

 

 

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