Cuando tenía dolor de panza

Por Jesica Gonzáles

Recuerdo cuando nos mudamos de lo de mi abuela, el camión de mudanzas sobre la calle, las cajas apiladas sobre la vereda, yo con mis hermanitas agarradas de los fierros que parecían laberintos dentro del camión, mientras el conductor prendía el motor saludamos con nuestras pequeñas manos a esa casa que por mucho tiempo había sido nuestro hogar. Nos dirigimos a la nueva casa, con paredes blancas, habitaciones pequeñas, con una grifería que no paraba de gotear.  Yo tenía 5 años, comencé el jardín y luego fui a la primaria que estaba a una cuadra de casa.

No me gustaba ir a la escuela porque siempre nos decían cosas muy feas a mí y a mis hermanitas, que éramos pobres, que se nos notaba en la cara y hasta en el pelo.

Una vez llegué medio dormida al cole, mis compañeros empezaron a burlarse de mí porque tenía pedazos de colchón pegados en el cabello, “cabeza de colchón” me decían, o se burlaban por el olor a humo de las brasas con las que por las noches mamá cocinaba en el patio porque no teníamos gas. Otras veces íbamos sin desayunar y terminamos en la dirección con dolor de panza. En tercer grado tuve a una maestra llamada Andrea, era muy buena, cuando tenía dolor de panza ella me preparaba un desayuno para que tomara antes de entrar a clases. Una tarde, cuando estaba en el cole, ella me llamó y fuimos hasta el roperito comunitario que tenían allí. Me dieron ropa nueva, cambiaron mis zapatillas rotas por unos hermosos zapatos negros. Cuando volvía a casa, sentía que mis pies volaban de contentos. Mamá también se puso feliz, y me sirvió en la mesa el mejor mate cocido con pan que había probado. Capás no haya sido el mejor, o sí, o tal vez la emoción de volar con zapatos nuevos me hacía ver que todo era grandioso.

 Lo que más odié de la escuela fue que cada vez que la seño salía del aula, mis compañeros se levantaban, se ponían frente a mí y agarrando un banco simulaban violar a mi mamá “A si le vamos a hacer a tu vieja”, chillaban.

La casa nueva estaba frente a un enorme campo, lleno de árboles, una tarde salimos a recorrer esos caminos de laberintos, marcados por el andar seguido de los humanos. Mamá iba adelante y todas nosotras hacíamos filita por detrás, en un momento ella comenzó a cantar en voz alta “Voy por un caminito….”   mientras daba pequeños saltos al caminar. Una carcajada salió de nosotras y luego también empezamos a saltar.

Vi volar a mi madre como un ave en un cielo infinito de color celeste fuerte, era una más de nosotras, volviendo a ser niña otra vez.

Entre el dos mil y dos mil seis, en casa ya éramos 10 hermanos, mi papá hacía algunas changas de albañil y mamá nos cuidaba. Así que empezamos a buscar otras formas de conseguir para comer, juntábamos cartón, vidrio, cobre aluminio y los vendíamos, pero aun así no alcanzaba. Entonces salimos a pedir por las calles, por las casas, por los negocios.

 

A mis 8 años recuerdo que teníamos un carrito de supermercado en casa y junto con Belén y Juan, mis hermanitos, nos íbamos a pedir. Recorríamos todos los días la misma ruta, los mismos negocios, las mismas casas, recién al anochecer volvíamos.

“Con Belén y Juan

A las 12 del medio día

Emprendimos viaje

No será como el de ayer

Ni mucho menos como el de antes de ayer

Éste será único.

Pusimos en marcha nuestro carrito de supermercado (nave espacial)

Juan de un lado y yo del otro

Belén, la más chica, sentada adentro.

La parte que más me gusta

Es cuando estamos en la sima del puente

Preparándonos para bajar

En ese momento nos miramos

Sonreímos y a la cuenta de tres

Nos largamos.

El pelo se nos vuela

Los mocos se nos c

                                a

                                  e   

                                    n

Y gritamos como locos,

Como cuando la mamá nos pregunta

Quién quiere la última milanesa.

Pedimos pan, criollos, o lo que nos quiera dar

Lo que más nos gusta

Son las empanadas de doña Paula.

Paseamos por los mismos lugares,

Y no nos salteamos ninguno.

Casi al anochecer entramos despacio a casa,

Haciéndonos callar unos a otros

Para sorprender a mamá, y a nuestros hermanos

Con todo lo que nos han dado.

A veces dormimos con la panza vacía, pero hoy nos vamos a dormir llenos.

A descansar, porque mañana empieza otra aventura en nuestra nave espacial.

 

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Una moneda, una monedita por favor

Que de mi panza harán que se vaya el dolor.

Un pedacito de pan, para mi hermanito Juan

Así al dormir por la noche, sueña que es el dueño de un restorán

Sentado sobre la mesa mientras comparte con su familia los más sabrosos platos que puedan cocinar.

Señor, señora Tiene algo que me dé,

 Hace frío afuera, toque mis manos,

 sienta que heladas están,

 mi nariz está roja y mis dientes tiemblan.

Necesito un abrigo que arrope mis sueños,

que proteja mis deseos y que no se congelen

como la indiferencia de quienes nos observan.

Anhelo la calidez de mi hogar,

el abrazo de mamá,

y el mate cocido con pan.

                                  el mate cocido con pan

                                                   mate cocido con pan

                                                               cocido con pan

                                                                              con pan

 

 

 

 

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