Botas negras

Por Lizette Sánchez 

El frío que entra por la grieta en el techo me despertó. El sonido de los perros ladrando y el gallo de mi papá muy puntual avisaban que el día comenzaba. ¡Clara! ¡Hay que ir por la leche!

Mamá Toña, mi abuelita, había llegado con los hongos recolectados, el té de monte y quelites salidos de la siembra del maíz. 

-¡Clara! ¡Niña! Salió el sol. Anda, ve por la leche para preparar el atole.

Salí de la cama de un salto, busqué mis botas negras, no me gustan, son pesadas y me quedan grandes. 

-Toma, niña, llena el bote. No olvides darle agua a la vaca.

Cerré mis ojos con la primera luz al abrir la puerta, hacía frío. No podía ir rápido, las botas me pesaban al caminar, quisiera quitármelas, pero mamá Toña me las dio. Dijo, Clara, estas botas son para ti, niña, las compré en el mercadito de las chácharas. Ella sonrió mucho, corrí a ponérmelas, pero tuve que fingir una sonrisa, son grandes y se me salen al caminar, no puedo ir rápido, ni correr, levanto mucho mis rodillas. A mamá Toña eso no le importa, y siempre que me escucha quejarme de ellas grita “a tu edad ordeñaba a la vaca y mi papá me dio unas botas igual a las tuyas”. Cuenta que le gustaban mucho porque no ensuciaba sus pies con la tierra. A mí me gusta sentir la tierra y el pasto en mis pies, en las mañanas se siente frío y fresco, muevo mis dedos, me da cosquillas, empiezo a correr y a jugar con mis hermanitos, y entonces mamá Toña da un grito ¡Clara! ¡Pero qué haces, niña! Anda, ve a ponerte zapatos, vas a pescar catarro. Mis hermanitos ríen y siguen jugando, siempre entro molesta a la casa para hacer “cosas de las niñas grandes”. Mamá Toña me dice Clara, eres la hermana mayor, debes hacer el atole y antes que el sol esté en lo más alto, te llevaré al molino del pueblo, así traeremos el maíz y haremos las tortillas. No eres un cabrito en el monte, ya tienes 11 años, el jugueteo déjaselo a los chamacos, ya casi eres una mujer. No entendía muy bien lo que me decía, ni lo que era “ser una mujer”. Yo nomás ordeño a la vaca, cuido del Pepe y del Genaro e intento caminar con esas pesadas botas negras.

Aprieta (1), suelta (2)

Aprieta (1), suelta (2)

La leche salía como bailando, caía haciendo ruido mientras repetía “agua a la vaca, agua a la vaca”. Lo más difícil era intentar caminar con el bote lleno, trataba de ir rápido cuando escuchaba ¡Clara! ¡Niña! ¡La leche!. Entraba a mi casa muy molesta “¡botas feas!, ¡botas feas!”. ¿Qué es lo que dices niña?, mamá Toña me preguntó. Yo no quería decirle que las botas no me gustaban, ella era buena, nos cuida siempre desde que mamá murió. Se fue allá, se fue pal monte, me dijo, enfermó de frío, su cuerpo no aguantó. Yo estaba triste, lloraba mucho, abrazaba al Pepe, era un bebé. ¡Dale leche al niño!, gritaba mi papá. No sabía qué hacer. Una mañana, mientras mi papá araba la tierra para el maíz, abrió la puerta con un grito. ¡El gallo está cantando! ¡Anda, Clara! ¡Anda, niña! Salí corriendo con los pies descalzos; mamá Toña había llegado con atole y cocoles del mercado, había llegado para no marcharse.

Anda, niña. Anda, Clara. Come y toma leche, debemos ir al mercado, hoy hay  pa carne, y haremos la sopa de tortilla. Tu padre y los chamacos deben de comer llegada la tarde, trabajar la tierra es pesado. Recuerda esto, niña “la mujer es pa la casa y el hombre no debe esperar”.

El comal está muy caliente y me duelen las manos de tanto amasar la masa. Mamá Toña no se ve cansada, se pone seria pero también se ríe cuando la tortilla se infla en el comal “serás una mujer buena pa’ la cocina”. Hacer la tortilla, ordeñar la vaca, son cosas de mujer, y me salen bien, menos caminar con esas horribles botas.

Desde hacía tiempo que un dolor en mis pies me molestaba, tuve que decirle a mamá Toña que tenía que ir al baño. Salí corriendo para que no pensara que me ganaba la flojera. En mi pie tenía una bolita con agua adentro, yo no sabía qué era, pero si me tocaba, ahí mero sentía el dolor.

Pa’ la noche me dolía mucho más. Estaba levantando los vasos de leche de mis hermanitos, pero el dolor hizo que me sentara, me quité la chancla y empecé a llorar.

¡Pero por qué andas ahí sentada, Clara! No le respondí, me dolía mucho.

¿Qué tienes, niña?, ¿por qué tanta lloradera? Mi pie, mamá Toña, tengo una bolita con agua. Me duele, mamá Toña, me duele. Ay niña, te salió la ampolla. Espérate acá. Mamá Toña regresó con una aguja pa’ los hilos, pinchó la bolita y el agua salió mojando mi pie. Mira nomás que sí estaba grande, te pondré la babita de mi sábila y estarás mejor. ¿Por qué sigues con la lágrima, niña? Anda, ven aquí que estarás bien.

Mamá Toña me abrazó a su cuerpo duro y grande, me dio caricias en mi cabeza moviendo sus dedos entre mi pelo. 

-No me gustan las botas, mamá Toña, perdóneme. Usted me las compró, pero me quedan grandes y me lastiman. 

-Mi niña, no te apures por las botas, que no te obligo a ponértelas, si a ti te gusta la tierra, enmúgrate pues, tendrás que traer la leche así entonces.

El dolor que sentía en mi pie era poquito ya. Abracé a mi mamá Toña con fuerza, me envolvió en su rebozo rosa que usaba pa taparse del frío. No me habían abrazado así desde que mi mamá murió.

¿Me cantas? Mamá me dijo que cuando era chiquilla le cantabas una canción, ya no pudo cantarla para mí ¿me la cantas, mamá Toña? Sentí que su estómago se movió como cuando te ríes, siguió acariciando mi cabeza y escuché.

Una Indita muy chula

tenía su anafre en la banqueta

Su comal negro y limpio, freía tamales

en la manteca

y gorditas de masa, piloncillo y canela

Al salir de mi casa, compraba un quinto

Para la escuela…

Un día las botas negras me quedaron, pero mis lágrimas caían sin permiso sobre el bulto de la tierra fresca, traía las flores amarillas con forma de girasol que crecen en el campo, de rodillas con los pies descalzos, cantaba la canción que mamá Toña cantó para mí esa noche

Estas cosas, hermosas

Porque yo así las vi

Ya no están en mi tierra

Ya no están más aquí…

 

 

 

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