El vacío de la pregunta

Por Indira Isel Torres Crux

Cuando escribo necesito descargar mi furia, esta palabra ha estado acompañándome desde hace unos veinte años, mi energía es fuerte, la considero entregada. Para escribir pongo café en mi termo, tomo varias, muchas tazas al día, y pongo música, de preferencia clásica, no he podido escribir con música y letra, me gana, me pone ansiosa, hace poco escribía para una novela y ponía canciones mexicanas, rancheras y de los ochenta como Rocío Banquells y Amanda Miguel, pues para motivar a la ansiedad a mi personaje. Hay amigas que se maquillan para escribir, algunas se ponen zapatos verdes, otras usan pants, otras oran, otras prenden incienso, otras se masturban. Hacer ritual me da flojera, porque yo veo más la escritura como periodismo, es sí o sí. Debería hacerle ciertos guiños a ese endiosamiento, pero si lo considero tan sagrado, siento que yo no puedo entrar en él, para mí la escritura es puro ejercicio, es ir a correr, es caminar y observar y cocinarlo. Últimamente he estado leyendo los gestos y las palabras con más atención de las personas, gestos que he aprendido a leer como me lo han enseñado las escritoras chicanas, si yo leo una violencia, ellas leen quince. Hacerme consciente de esto también me ha llevado a los viajes a otros países y otras ciudades. Hace poco me mandaron un audio diciéndome cuándo iba a publicar, porque me estaba tardando. Si no lo haces te empiezan a considerar alguien desechable, alguien que no es lo que dice ser. Y eso significa estar en medios, revistas, editoriales, lo que sea, así sean chafas, pero estar, y yo me he cansado ya de esta obsesión (porque quizá nunca la tuve), pero hubo un tiempo que buscaba participar en un sinfín de publicaciones, el caso es que esta inseguridad de la escritura me la provocó un hombre, un bato que me dijo “no sabes escribir”, y luego, otra mujer escritora también consagrada me dijo “nel, escribes súper bien, eres nata”. Usted que me lee y yo misma, pues me propuse una alarma, y hasta le puse esa voz de Alexa. Sabe, usted no ande creyendo nada de nadie, usted escriba, y chínguele, escriba conforme sus emociones, escriba porque hay que sanar, porque hay que reír y seguir observando, y quede bien con usted misma, y aunque haya este tipo de textos cursis e ingenuos, prefiero vivir en mi universo, en el que construyo y en donde yo me esfuerzo a mi manera, a mi color y a mi propia energía. Estoy hasta la madre de querer entrar donde no quepo, donde no usan mi lenguaje, estoy muy cansada de haber sido su cuerpo de violencia porque les represento una terrible angustia. Y no hay peor que una mujer haciendo, y haciendo a su ritmo, a su propia misericordia. Por eso, no ande ahí de traumada, creyendo que no cabe. Qué tiene que no quepa, qué bueno que no entre. Usted siga adelante, no pida sonrisas ni aplausos, busque su red o su propio club de toby, qué tiene, el chiste es seguir, sin dejar esa pasión que a una le taladran las historias, los personajes, los cuentos, los poemas, las novelas o las obras de teatro. Hoy escribo después de dejar a mis hijos en la escuela, en una comunidad que se llama Cofradía de Suchitlán, en Comala, donde estoy apartada en mi ciudad de gente idiota, gente que ha querido detenerme, y no, pues fíjese que no ha podido, ni podrá. Hoy leo a Chantal Maillard, que dice “escribir para curar en la carne abierta en el dolor de todo, en esa muerte que mana en mí y es la de todos[…] escribir como aquel que se fuga de un hospital y arrastra tras de sí las sondas, el goteo, la máscara de oxígeno y corre. Escribo para que el agua envenenada pueda beberse.”

 

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