Por Amaury Cobos
En estos impredecibles tiempos de encierro, me he dado a la tarea de hacer un análisis somero de las perspectivas que nos deparan para el futuro (lejano o cercano, depende el punto de vista) algunas películas de ciencia ficción. El catálogo es amplio, pero no tanto como los ensayos de filosofía, sociología o economía; qué decir de los de temas científicos que abordan de lleno la situación del virus que nos tiene a algunos de nosotros sumergidos en Netflix, tratando de sobrellevar el tiempo que pasamos en casa o buscando el hilo negro de todo esto. En ese tenor, leí un par de ensayos o artículos que, de la misma forma que éste, dentro de su informalidad y muy particular opinión, intentan dilucidar ideas que iluminen un poco el oscuro panorama, al parecer todavía tan lejano, pero que según algunos (entre los cuales me incluyo) nos ha alcanzado.
Porque sí, uno de los temas recurrentes o características especificas de muchas películas futuristas es que la humanidad, tal como la conocemos en este preciso momento, ha colapsado. Y, bueno, desafortunadamente la totalidad de ensayos leídos, tanto formales como de opinión, no logran pasar de ser informes o repasos de datos que (no hace falta ser un experto) sabemos a dónde nos llevan; no por nada estamos encerrados. Desde teorías complotistas del nuevo orden del mundo hasta las políticas económicas del Banco Mundial, pasando por supuesto por la inteligencia artificial (IA) y el Coronavirus, son un coctel que se antoja para esta cuarentena, pero luego qué. Si hay algo que he aprendido estos días de encierro, viendo la trilogía completa de Matrix, es precisamente que todo esto forma parte de la Matrix, es decir, que las teorías complotistas e inclusive toda la información fidedigna, dígase análisis científicos, de filosofía o economía, no son más que otra cara del control total que sufrimos por parte del sistema.
Ahora bien, muchos de nosotros diremos que no hay nada nuevo bajo el sol, nada que no se sepa ya, lo cual es cierto. Sin embargo, hay una distancia abismal entre lo que sucede alrededor de los fenómenos de información (y desinformación, por supuesto) y la real toma de conciencia de los alcances, consecuencias o simples transformaciones que sufrirá lo que ahora se comienza a plantear como el regreso a la “normalidad” después de la epidemia. Es decir, qué película se nos antoja se hará realidad ante nuestros ojos.
Debo confesar que el género de ciencia ficción nunca fue de mi predilección hasta ahora; tal vez por ser más distópico que utópico, más realista que fantástico. Nada que agradecerle a esta cuarentena con Netflix. No me gustó Robocop, por ejemplo, aunque como algunos expertos en el tema dicen, reconozco que filmes como Blade Runner son espléndidos y profundos retratos de la especie humana. Hay películas como Her que parecen estar sucediendo en un futuro casi presente, lo que da cuenta que efectivamente la IA ya está entre nosotros. Tema fundamental también dentro del género, que va de la mano con la cibernética, sin embargo, para efectos de esta reflexión todavía sigue siendo secundaria porque, a fin de cuentas, cuánto tiempo creemos realmente que nos falta para ver nacer a Terminator.
Aquello que realmente nos atañe en este momento y parece dejar de ser ficción, es el fin de esta era. Algunos por ahí creen que será el fin del capitalismo, pero no en la dirección que Marx pronosticaba (o anhelaba). Es más, pensando en el mismo Marx, me atrevo a decir que de lo que se trata es de una especie de mutación, tal como sucede, muy a propósito, con los virus. Una evolución de la teoría económica, de las llamadas relaciones de producción, como lo diría el propio Marx, pero en términos de darwinismo social. Es decir, que solamente el más fuerte o mejor adaptado al nuevo paradigma económico podrá formar parte de él, de su ineluctable engranaje, o al menos sobrevivir bajo el tremendo peso de sus directrices.
Aquí es donde entra la Matrix a nuestra reflexión, ya que hablamos de ciencia ficción. Y no porque sea la virtual realidad que veremos en el futuro próximo ―para eso, como habíamos dicho, tenemos que ver primero a Terminator o, al menos, a Robocop ―, sino porque es una suerte de prueba; como yo lo veo, un vestigio arqueológico (traído del futuro) de que el sistema ejerce un absoluto control sobre nuestras vidas. Parafraseando al matemático excéntrico de Jurassic Park: Dios creó al Hombre, el Hombre mata a Dios. El Hombre crea a la Maquina… Sabemos que la IA está basada en los diversos modelos desarrollados sobre la mente humana, esto es, neurología, cognición, lingüística, neurolingüística, entre otras tantas. Así que, siguiendo con la paráfrasis anterior, Dios crea al Hombre a su imagen y semejanza, ergo, el Hombre crea a la Maquina bajo este mismo precepto. Esto lo podemos apreciar en todas las películas de ciencia ficción que hemos mencionado.
En el mismo orden de ideas, tal y como se proyecta en algunas teorías evolucionistas de IA, la Maquina, Terminator o la misma Matrix no pueden ser otra cosa sino el siguiente paso de la evolución humana, que también construirá su propia civilización, pero siendo una sucesión de la especie humana no podrá desarrollarse sino a partir de ella o, peor aún, a costa de ella. ¿Cómo? Creando el método de control perfecto que garantice la perpetua servidumbre del ser humano para el eficaz funcionamiento del sistema: La Matrix. A mi modo de ver las cosas, en este mismo tenor de ciencia ficción, sería una especie de ciber-capitalismo que, no se me hace descabellado, bien podría describirse con los términos propios del materialismo histórico. Finalmente todo se reduce a relaciones de producción y capital.
Este podría ser el punto neurálgico de nuestra reflexión. Si bien Marx y sus correligionarios describieron a detalle el complejo engranaje de las relaciones de producción, hasta sus consecuentes aberraciones, que continúa siendo la máxima teoría sobre el sistema económico que nos rige hoy en día, uno de sus puntos flacos que nunca pudo resistir la menor crítica es, sin duda, su posible evolución (o revolución) al socialismo. Recordemos que únicamente nos estamos refiriendo a la teoría. Ahora bien, de regreso a la ficción, llama la atención que la revolución tampoco haya resultado útil para destruir la Matrix. Neo sigue todas las señas, desentraña cada uno de los aforismos que le presenta la pitonisa, además es un súper dotado, poco más que un Che Guevara cibernético. Como lo exige el género, es un súper héroe, desarrolla poderes más allá de la Matrix, algo digno de analizarse, aunque tal vez en una mejor oportunidad. Sin embargo, todo esto no es más que otra faceta de la Matrix. El más complejo, depurado, método de control. Entonces, ¿qué hacer si la revolución no funciona? Peor aún, es parte del sistema, lo reafirma, lo consolida.
Estamos en un punto de la actual crisis (y no hablo de ciencia ficción) en el cual no sólo debemos aceptar el exterminio (natural o programado) que implican las miles de muertes por coronavirus, también es nuestra obligación soportar el control ejercido (más allá de las causas reales) por la ciencia, las instituciones, inclusive, por la moral propia a cada uno de nosotros. El panorama ha quedado patente al punto de ser aterrador: O muero o vivo preso. Sin mencionar el caos que se genera alrededor de esto, que a fin de cuentas es más de lo mismo. Control y muerte en otra de sus facetas. La guerra: represión, hambre. La realidad, como en las más disparatadas películas de ciencia ficción, nos somete a los peores escenarios. Estamos dentro de la distopía misma. El desenlace parece menos que desalentador. Además, no olvidemos que la revolución no sirve de nada. Es el perpetuo retorno del tirano, si bien nos va, con una nueva máscara.
Finalmente Neo no destruye la Matrix. No está ni cerca de hacerlo. Lo que consigue con su lucha es una paz momentánea, no ser exterminados. Además, eso le cuesta la vida. ¿Por qué? le pregunta el agente Smith. La respuesta es porque él así lo decidió. Libre Albedrío. Al parecer lo único que la máquina no tiene. No se trata de decisiones basadas en datos o ecuaciones. Hablamos de voluntad y más particularmente de conciencia. En la película Her, por ejemplo, el sistema operativo habla de tener «deseo». Establece un vínculo con su usuario que va más allá de la aparente operatividad, pero no puede tomar la decisión «consiente» de permanecer con él porque va en contra de su sofisticado desarrollo cognitivo. Claro que podríamos hablar de esto en términos de programación, pero ya nos hemos extendido demasiado.
La conclusión parece obvia como lo es el problema. Pero ¿realmente la ciencia, las instituciones y nuestra moral personal nos están dando los datos suficientes para tomar la decisión de quedarnos en casa? Además, no somos máquinas que sencillamente evalúan esos datos. Es nuestro deber como especie, como seres humanos, tener conciencia de la situación que estamos viviendo para tomar la mejor decisión a nuestro alcance. Al parecer el propio Neo, siendo una variable en el sistema, es quien propicia la creación de otra variable de su mismo tipo para balancear su propia ecuación. Posiblemente un matemático o un ingeniero en sistemas podrían ayudarnos a profundizar en esta idea. O tal vez no es más que ciencia ficción. Lo que intento decir es que solamente la plena toma de conciencia nos dará la posibilidad de encontrar o, inclusive, crear esa variable dentro del sistema que nos permita balancear la ecuación a nuestro favor.
A propósito de estas reflexiones, un amigo me comentó que, a su parecer, algunos negocios o servicios alternativos, autosustentables o autogestivos, como los huertos urbanos, estaban resistiendo mejor el embate de esta crisis que otras empresas aparentemente consolidadas. ¡Basta de ciencia ficción! Hay varias formas de hacerlo y muchas personas que ya lo están haciendo desde hace tiempo. Han creado sus propias comunidades, se organizan entre sí, tienen su propia moneda, su propia economía, por supuesto su propia educación. También hay muchas películas al respecto. No comprendo cómo, en la llamada era digital, la comunicación entre nosotros es tan limitada. Hace falta voluntad, pero sobre todo conciencia para salir de esta reclusión a la que nos tienen sometidos (no sólo ahora) porque sí hay manera de balancear la ecuación y, al menos, ganar una tregua con el sistema. Además, debemos recordar que en todas las películas de ciencia ficción, justo antes del final, es cuando viene lo peor.
Gracias por tan interesante reflexión. La inclusion del materialismo histórico profundiza el análisis, aunque por lo mismo vale advertir que dicha corriente de pensamiento no se reduce sólo a relaciones de producción y capital -en sentido exclusivamente económico-. De «Matrix» he visto fragmentos. Con la invitación de este texto me animaré a ver la trilogía completa. Asimismo, veré «Her». Saludos, Amaury Cobos.