«Pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado»

LA RESIGNIFICACIÓN DEL MUNDO SOCIAL EN EL SANTUARIO DEL DIVINO NIÑO JESÚS DEL 20 DE JULIO

Por Brenda María Diaz Vargas[1]

 

RESUMEN

El estudio buscó comprender hasta qué punto algunos procesos constitutivos de la Modernidad, tales como la secularización, han resignificado las prácticas religiosas asociadas a la imagen del Divino Niño Jesús, ocurridas en la iglesia del Divino Niño del 20 de Julio, al sur de la ciudad de Bogotá. La metodología trabajada en esta investigación estuvo inscrita en el enfoque cualitativo con la dinamización del diseño de la Etnografía, permitiendo describir, analizar e interpretar la postura de algunos de los asistentes a la Iglesia del 20 de Julio, frente al problema de un posible desencanto de las prácticas religiosas. Después de todo el análisis de la información lograda in situ, resultaron cuatro hallazgos importantes, a saber: la imagen del Divino Niño evidencia una postergación de la Modernidad, si se entiende como proceso unificador de progreso social a través del empoderamiento racional, siendo esta imagen clave de inclusión social, al tiempo que símbolo de nación; finalmente se confirma que todo esto está condensado en un referente que sostiene regímenes conductuales místico-populares.

INTRODUCCIÓN

La devoción al Divino Niño Jesús se viene cultivando desde hace unos 300 años y se practica en todos los continentes. Entre las representaciones icónicas más acreditadas tenemos el Niño Jesús de Praga (Checoslovaquia), el Santo Niño de Atocha (México), el Divino Niño de Arenzano (Italia) y el Niño Jesús de Bogotá (Colombia); este último se instauró en un barrio popular hace unos 85 años atrás y, junto con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, son las representaciones más acreditadas para respaldar la fe de muchos colombianos, convirtiéndose, con el paso de los años, en una piedad que se ha ampliado a varios países de América Latina. Su importancia es tal, que se celebran, en promedio, 21 misas un domingo, entre las 5:00 am y las 7:00 pm; dentro de la parroquia se celebran 15 y en la plazuela principal 6, repartidas a lo largo del día. La más masiva e importante es la misa de las 12 de la tarde, donde varios de los sacerdotes la ofician en la plaza:

[…] Hay misas cada hora, desde las cinco de la mañana hasta las siete de la noche. Pero quince oficios religiosos no han resultado suficientes y, por eso, hacia el mediodía, es común que se celebren misas simultáneas en el templo y en la plaza principal del barrio, a pocos metros de distancia. Al menos cuarenta y cinco mil personas llegan cada domingo hasta este barrio para pedir y para agradecer (Quiroz, 2017, p. 23). 

Así pues, la subsistencia de este fervor religioso en torno a la figura infantil de Dios, conservada en un barrio popular, pero con masiva asistencia de muchos fieles de toda condición social y económica, hace que no pase desapercibida para los ojos de los humanistas y estudiosos de las ciencias sociales; mucho menos, para los investigadores inscritos en el campo de Comunicación-educación, pues es sabido que las instituciones religiosas actúan como un potente crisol de pedagogía socio-urbana y, muchas veces, actúa ora prolongando un estatu quo, ora generando discursividades de resistencia y reconstrucción de identidad local o nacional.

 

MARCO TEÓRICO

La Modernidad es un fenómeno esencialmente europeo que inicia en el siglo XV con la Reforma protestante, y luego se enriquece con eventos sociopolíticos y económicos tales como la Revolución Francesa, la Ilustración y la Revolución Industrial. Estos acontecimientos son fundamentales para entender el origen de los hombres racionales y la separación de la Iglesia en los diferentes estamentos de la vida. En este sentido, la Ilustración permitió el surgimiento de la secularización como la decadencia de las prácticas y creencias religiosas en las sociedades modernas. Sin embargo, América Latina no vivió los mismos procesos que Europa, ya que mientras se desarrollaba la Modernidad allá, aquí se estaba viviendo el proceso de colonización, lo que implicó que la civilización moderna tuviera dominio sobre los pueblos originarios, iniciando esto con apoyo de las prácticas religiosas, la imposición de deidades foráneas y la implantación a la fuerza de un credo que era, en principio, ajeno del todo a los nativos de la Nueva España.

En efecto, La conquista de América se caracterizó por la exaltación del orgullo español por cumplir la misión divina de afrontar el mundo de las tinieblas e incorporar al reino de Dios (o reino de la luz) ‘los nuevos terrenos’. Este argumento, de “recompensa”, se unió a otro, de corte político, a saber: debido a la retirada progresiva de la Iglesia española al protestantismo europeo, el descubrimiento de América se interpretó como una “compensación”; por lo que, desde el comienzo, estuvo trazada por el imaginario de la Virgen, pues es Colón quien arriba al continente en el navío bautizado “La Santa María”. Esa España enroscada por el discurso de los teólogos del convento dominico de San Esteban de Salamanca, generalizó un esquema mental para afrontar el encuentro de América: la religión de los conquistadores, única y absoluta, debía infundirse. Los misioneros, “portadores de la luz”, lograrían la conversión por medio de la palabra, el fuego y la espada. La espada y la cruz formaron así un binomio indisoluble, pues, en nombre de la fe, la espada sometería a los hombres. Tal método fue guiado por esa misión de “conquista espiritual de los indios”, cuyo celo misionero se concentró en “arrancarlos del diablo” (Sanabria, 2004).

Es así como la colonización fue posible gracias a catecismos ilustrados, además de servirse del teatro para hacer comprender a los indios los misterios de la religión católica; mientras que los atrios eran la morada de imágenes de la pasión de Cristo, sirviendo, a su vez, de escenario para las celebraciones dramatizadas de la Virgen María, cuya figura más usada fue la de la Virgen purísima o Inmaculada Concepción de María. Es el caso de la aldea de Bogotá, donde el primer obispo, Don Juan de Quevedo, la usó para conquistar el alma de los indígenas. Para tal efecto, utilizó altares de madera recubiertos con láminas de oro y, en los techos de los claustros, sendas imágenes de santos y ángeles, así como hermosos cuadros de esta Virgen, expuestos a la veneración de los indios (Friede, 1989). 

Todo esto sucedió así en la época colonial bogotana, controlada por una lógica religiosa y ávida de iglesias en su casco histórico. Mientras que, a nivel nacional, la iglesia conservó su predominio hasta el siglo XIX, por la dilación con que llegan algunas ideas europeas; si bien suponemos que la Modernidad generó cambios profundos en las sociedades occidentales que, posteriormente, se expandieron en todo el mundo y, en este sentido, la vida moderna se consolida con la Ilustración y con la Secularización por ser un proceso histórico donde el hombre se convierte en el centro de todo cuanto puede ser, para el caso de Colombia, las prácticas religiosas sufren algunos cambios a partir del siglo XX, por la secularización que marcó una renovación eclesial gracias al reconocimiento de otras prácticas religiosas asentado en la Constitución de 1991. 

En efecto, a finales del siglo XX, se desestimó políticamente la pérdida de símbolos, doctrinas y modelos de comportamientos religiosos, lo que implicó darle más valor a los símbolos mundanos que antes eran censurados por la Iglesia. Sin embargo, cabe aclarar que aunque la secularización se haya dado desde este orbe, hoy en día, la Devoción al Divino Niño sigue aglutinando devotos de todas las clases sociales y de diversos grados de formación, que buscan espacio propicio para alimentar su fe, sus creencias, así como encontrar respuestas a los distintos problemas que aquejan la vida diaria. Es por ello que en los siguientes apartados se hará un análisis teórico para comprender si la imagen del Divino Niño ha sido resignificada o no en la época actual, caracterizada por la eclosión de religiones y libertad de cultos y creencias. 

MARCO METODOLÓGICO

Como se sabe, esta investigación buscó comprender algunos procesos constitutivos de la Modernidad, tal como la secularización y sus posibles resignificaciones a propósito de las prácticas religiosas asociadas a la imagen del Divino Niño, que tienen lugar en la iglesia del Divino Niño del 20 de Julio, al sur de la ciudad de Bogotá.

La secularización, en épocas pretéritas, fue condenada en todas sus posibles acepciones; no obstante, el magisterio de la Iglesia Católica se ha tomado el trabajo de seguir funcionando a pesar de algunas evidencias de secularización, las cuales ya se presentan, con un inicio jurídico, en la Edad Media, manifestado en el proceso de “reducir” algunos elementos considerados sagrados al plano pagano o civil. Siglos después, la sociedad ha visto como imprescindible la sana división entre lo que es considerado sagrado para un colectivo de personas (por ejemplo, los cristianos) y lo que no lo es para otros grupos religiosos. Es así que la secularización, que pudo tener un inicio transgresor, termina siendo un devenir que se ha venido aceptando lentamente. Para el caso de la República de Colombia, gracias a su nueva Constitución Política de 1991, se permite el abandono a la vinculación con la Iglesia Católica desde su carácter identitario para convertirse en un Estado Laico.

No obstante, América Latina y Colombia no vivieron de igual manera esta tensión porque, mientras en Europa se abrían puertas a la Ilustración como proceso final de la Modernidad, en los países latinos se luchaba por la liberación de las colonias europeas, lo que generó una profunda desigualdad de pensamiento.

Ahora, en el ámbito propiamente religioso, hay posturas diversas, incluso opuestas, acerca de los conceptos aquí relacionados: secularización y prácticas religiosas. Uno de los puntos de vista que se puede considerar más adecuado es la oportunidad que la autonomía de la Modernidad ofrece a la sociedad secular sin restricción religiosa. Es decir, las personas o los colectivos tienen la oportunidad de llevar a cabo un ejercicio propio e independiente de elección del sentido vital de sus vidas, del direccionamiento existencial-religioso para la profundización de su vida en lo sagrado, sin un condicionamiento ni una presión, elementos que sí son propios de la premodernidad.  

Bajo tales premisas, esta investigación se trazó las metas de avanzar en una descripción, un análisis y una interpretación de lo que comentaron y explicaron algunos de los asistentes a la Iglesia del 20 de Julio frente al problema de posibles cambios o resignificaciones debido a posibles influencias de la secularización en/desde las prácticas religiosas (y, como veremos más adelante, subordinados a tres grupos diferentes de asistentes), y cuyo centro de culto es la imagen del Divino Niño. Por lo tanto, pensamos que la mejor manera de abordar esta problemática fue con la apropiación del camino trazado por el diseño etnográfico que, con el uso de instrumentos como el diario de campo, las entrevistas y algunas muestras fotográficas, durante varios domingos, día donde suele haber más confluencia de asistentes ya que se celebra la eucaristía, nos arrojó un material de análisis o corpus importante para poder indagar sobre nuestro derrotero investigativo.

HALLAZGOS

DESCUBRIMIENTOS MÁS NOTABLES 

Ahora bien, si nos preguntamos, entonces, cuáles son las resignificaciones posibles de estas prácticas en las actuales condiciones de la vida moderna en la ciudad de Bogotá,  aunque se ha insistido ya en que estas prácticas reflejan condiciones tradicionales en buen número de asistentes, y con tantos casos de actividades que otrora se han venido gestando en el orbe de los cristianos, tales como el de pedir indulgencias, milagros y orar por intenciones, bajo el costo de un trueque evidente, entonces, debemos sostener que lo que sí podemos exponer como efectos de re-significación son los siguientes aspectos:

1. Elemento visible de postergación de la Modernidad (tardomodernidad)

Como se sabe gracias a los estudios multidisciplinares, Colombia mantuvo una lógica social y unas ciudades coloniales hasta bien entrado el siglo XIX, y la época republicana no mejoró el asunto, pues hasta el mismo Libertador Simón Bolívar prohibió la entrada de doctrinas filosófico-sociales seculares y estructuras civiles que permitieran que la sociedad se sacudiera de las dependencias trascendentes o metafísicas para la consolidación de un cuerpo civil que superara ese aislamiento y esa actitud pacata y miedosa frente al mundo exterior (Jaramillo, 1998). 

Más aún, tal como lo deja ver el historiador Jaime Jaramillo Uribe (1982), el siglo XIX enraizó más esa falta de organización que llevó a apuntalar en la personalidad colectiva un ethos de irregularidad y la indisciplina industrial, pero, también, una educación no secular, lo cual perpetúa el matrimonio de la cultura colombiana con el espíritu español que eleva la concepción metafísica entre el pueblo y, claramente, la creencia en la caridad del otro y la salvación ultraterrena centrados en diversos principios de deidad, base de la cosmovisión española de la vida social y en la que no sólo los hidalgos, sino los criollos y luego los burgueses mantuvieron la tradición hispánica que iba en contravía de todo posible triunfo de la racionalidad, la felicidad y la autonomía; o lo que es igual, a evitar todo rasgo de Modernidad, según la versión de Tracy o de Bentham, y más bien cambiadas por la doctrina alemana de Heinecke, que entroniza toda acción para la trascendencia dentro de un marco de providencialismo o, lo que es igual, un Estado que condena la modernidad y superpone el esquema colonial que es el hacendario, donde hay un patrón-padre y un súbdito-hijo, que obedece ciegamente la autoridad (Jaramillo, 1998).  

Y, aunque la hegemonía conservadora, con su Constitución de 1886, había dejado un matrimonio sólido entre Estado e Iglesia, la Revolución en Marcha de la República liberal afecta este lazo de manera parcial, pero se relega tal escisión Iglesia-Estado para calmar al partido Conservador; de suerte que, durante el siglo XX, primó la lógica hispano-católica. Es por esto que la valoración de los profesores Medófilo Medina y Óscar Murillo es significativa en la medida en que 

[…] Por haber sido la religión católica la confesión protegida de manera especial por el Estado y por el hecho de que por largo tiempo a Colombia no afluyó una migración extranjera significativa que hubiera traído otras influencias en materia de fe, la hegemonía cultural-religiosa del catolicismo ha sido incontrastable. Por otro lado, se trata de una religiosidad de obvia raíz hispánica, inclinada a la práctica del culto ostentoso y ritualista que no orienta hacia la interiorización de una ética aceptada que lleve a la gente a obrar correctamente (2013, p. 101).

 Esto siguió prolongando la existencia nacional de un mundo social centrado en formas soterradas de esclavismo, de exclusión bajo la lógica del burgués y el proletario, la imposibilidad de valores equivalentes. Es por eso que la imagen del Divino Niño, ya re-semantizada y adaptada a un colectivo, el de los excluidos, se populariza muy bien en un mundo que sostiene como única salida ante la injusticia y la segregación a los pobres el fanatismo ritual, la milagrería y la superstición, todo esto, claro está, controlado por la tolerancia y, por tanto, libertad religiosa que, aunque se promulgue en la constitución, se vive como única salida para atenuar la dura vida enemiga. Estos son los matices históricos de nuestra modernización sin modernidad, de nuestra modernidad postergada, de nuestra secularización pirata.

Estas características tan coloniales y tan pre/modernas, tardo/modernas o para/modernas, empatan muy bien con una época social/nacional aún infantil porque prima una ingenuidad todavía conservada en el pueblo, más si la comparamos con la Modernidad como concepto que respalda la autonomía y la toma de riendas de la vida individual y colectiva. Todo esto permite, pues, calificar las masas de doblemente infantiles: por un lado, infantiles en cuando no son maduras a propósito de los ideales de la modernidad; e infantiles porque, hijos de una nación aún infantil comparada con las europeas, piden intervenciones ultraterrenas a la representación de un niño, lo cual es digno de explicar de alguna forma, por ejemplo, afirmando que es a través del hijo querido como se llega a la madre intercesora, para que, por medio de ella, se cumpla el milagrito. Es así que creemos que detrás del Divino Niño y su éxito en el orbe hispano-católico colombiano, está la Virgen María. 

2. Imagen que apuesta por una semiosis que se detiene en la inclusión social 

Ahora, si se analiza la imagen, constatamos rápidamente que ésta tiene dos orbes claramente analizables, a saber: lo icónico y el mensaje lingüístico. La imagen revela un niño, de rostro feliz, con vestimenta simple y unicromática, de color rosa (que, como se sabe por semiosis connota las rosas, el rosario y, por tanto, la divinidad femenina, la bella intercesora), un cinturón azul cielo, los brazos abiertos y los pies descalzos. A esto se suma el hecho de las ausencias de imágenes, es decir, ausencia de un acompañante-tutor y ausencia de una cruz.    

Nótese que allí reposa una sintaxis visual que permite leer que esa imagen admite consuelo a los más sufrientes, al tiempo que actúa como una reacción a la tradición excluyente de la sociedad colombiana. En efecto, tenemos que /rostro alegre/ y /ausencia de cruz/, connotan no dolor, ausencia de sufrimiento y, por tanto, felicidad, todo lo cual se opone a la imagen de Jesús adulto, esto es, /Jesús postrado en la cruz/ y /rostro herido/ que connota desconsuelo y muerte. Además, el hecho de que esté con un traje simple y descalzo recuerda que es un niño humilde, con lo cual se puede establecer con mayor facilidad un proceso de identificación, si se piensa en los participantes primigenios de su ritual, a saber: gente popular de un barrio obrero en la creciente ciudad de Bogotá, a nivel de barrios populares, en la primera mitad del siglo XX. 

No obstante, el mejor indicio del ícono aquí revisitado es que al mezclar /brazos abiertos/ y /rostro alegre/, se lee claramente la inclusión (social), lo cual se refuerza con el mote lingüístico que lo suele acompañar: /El amigo que nunca falla/ + /niño tradicional/ + /rostro alegre/. Sumando esto, tenemos que hay un alguien con el que se cuenta para las acciones buenas.

Todas estas líneas de sentido se refuerzan en lo pragmático con un panorama que completa la performance social así establecida, a saber:  las ventanillas para recibir mercado donado y limosnas, rodeados de puestos ambulantes que ofrecen a bajo precio la imagen del Niño (en afiches, llaveros, estampas, almanaques, porcelanas, postales, cuadros, novenas, imanes y altares), pero también artículos de primera y segunda necesidad. 

CONCLUSIONES

Hasta aquí, recordamos que esta investigación tuvo como finalidad comprender de qué manera el posible proceso de secularización, como parte de las condiciones de la vida moderna, ha podido afectar y resignificar, y en qué medida, las prácticas religiosas asociadas a la imagen del Divino Niño Jesús acontecidas en la iglesia el Divino Niño del 20 de Julio, en el sur de la ciudad de Bogotá. 

Pues bien, se recopilaron varios registros etnográficos y, a través de sus indicios, afirmamos, por lo menos de manera parcial, que frente a dicho cuestionamiento, se pueden proponer resignificaciones relevantes a partir de una secularización marcada con las ventajas en términos de libertad de credo religioso gracias a la nueva carta constitucional y en relación concreta con la imagen del Divino Niño Jesús porque se pudo evidenciar que los procesos que involucran la Modernidad en Latinoamérica y, concretamente en Colombia, son fracturados o, por lo menos, postergados, para usar la feliz terminología del filósofo colombiano Rubén Jaramillo Vélez (1998), haciendo que las dependencias en la dirección de la vida de varios feligreses aún sean sujetas a un destino puesto en poderes y decisiones sobrehumanas; lo que, por otro lado, hace que las instituciones religiosas funden instituciones educativas y participen e impacten en la política, tal como se vio de manera frontal con el Plebiscito de 2016, sólo para poner un ejemplo reciente. 

Efectivamente, al analizar los diarios de campo y las nueve entrevistas escogidas a vendedores, sacerdotes y feligreses, se logró corroborar que las posturas investigadas, como la de Rivas (2010) y Taylor (2006), no son confirmadas de manera absoluta, pues mencionan la secularización como premisa para la decadencia de las prácticas religiosas. Frente a estos teóricos, se pudo vislumbrar que la imagen del Divino Niño Jesús sostiene el significado ritual y social que se comenzó a instaurar desde su divulgación en el año 1935 debido a las piruetas del Padre Juan del Rizzo; de suerte que sigue representando la humildad de las clases menos favorecidas, y sigue siendo el pretexto para que el gobierno de las vidas sea delegado a una entidad supraterrenal que no son los mismos participantes. Aún más, los devotos han ido aumentando al pasar los años, pues la imagen-símbolo o simimago del Divino Niño Jesús ya se instala como parte de la identidad social y nacional de los colombianos e, incluso, de un buen puñado de extranjeros, quienes toman la simimago como un referente de fe y ritualización.

En este sentido, la secularización se desarrolló en Europa, empero, en el caso de Colombia, las estructuras políticas, sociales y económicas han tenido una contrariedad con la Modernidad, porque mantiene la misma estructura que dejaron los colonizadores, es por eso que todo lo relacionado con la imagen del Divino Niño se desarrolla de manera alterna a los principios autonomos, propios de una Modernidad filosófica, muy a pesar de los cambios sustanciales inscritos en la Constitución de 1991, donde se aplica la Libertad de cultos, y que —como analizamos en el apartado anterior— obedece a una sedimentación de rasgos de la cultura hispánica que la vida republicana ingenuamente quiso extirpar pero que evolucionó hasta nuestros días.

Por otro lado, dentro del conjunto de las resignificaciones posibles, constatamos cómo la imagen refuerza su calidad de signo y se hace símbolo de nación que se amarra con las ideas imaginarias (pues, finalmente, es una imagen) y a las imaginerías de inclusión y de poder hacia un futuro incierto.  En efecto, se puede decir que el Divino Niño es símbolo de nación pues es masivo para los devotos, vendedores y feligreses, ya que esta imagen se puede encontrar en todas partes como en los buses, en programas televisivos como Los puros criollos, transmitido hasta el 2018 por Señal Colombia, además de la diversidad de publicidad como la de Idartes y el aviso de Revista Cromos, entre otros; indicando que el Niño es importante para el país por el significado que tiene para quienes creen en adorar una imagen infantil del Salvador y que se refuerza en la novena navideña, tan tradicional en Colombia aún. 

Lo interesante de esto —y esta fue otra forma de dar respuesta a nuestra pregunta de investigación— fue que la peregrinación, que propiamente es una per-urbanización, actúa como una nueva forma, muy sutil, de carnavalización, ya que allí se instaura efímeramente un otro orden social donde todos son iguales. Así pues, la religión, en suma, permite la cohesión social de los diferentes, y ya hermanos, se siente un mundo más aliviado, emocionalmente más ameno: religare. Esto es significativo, sin duda, en una nación que, desde la Colonia, ha cultivado la exclusión, la segregación social y la clasificación diferencial de los cuerpos como mecanismo de devenir sociocultural.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Habermas, J. (2008). El discurso filosófico de la modernidad (Vol. 3035). Madrid: Katz editores.

Hernández Sampieri, R., Fernández Collado, C., & Baptista Lucio, P. (1996). Metodología de la Investigación. XXVI Mc. Graw Hill.

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Jaramillo Vélez, R. (1998). Colombia: la modernidad postergada. Bogotá: Argumentos.

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Proyecto Curricular Maestría en Comunicación-Educación. (2017). Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Taylor, M. C. (2011). Después de Dios. La religión y las redes de la ciencia, el arte, las finanzas y la política. Madrid: Siruela.

Viviescas, F. (1991). Colombia: El Despertar de la Modernidad. Bogotá: Foro Nacional por Colombia.

  1. Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad la Gran Colombia y Magister en Comunicación -Educación de la Universidad Distrital, amplia trayectoria en el campo educativo.

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Un comentario

  1. Quiero agradecer a este medio por la publicación de tan fantástico artículo que propone, entre otros elementos, una conversación muy interesante: Tardomodernidad y ritualismo religioso. Gracias, especiales a la Magíster Brenda Díaz por su trabajo dedicado. Quiero resaltar dos ideas: primero, el colofón del artículo es una resignificación cristiana de la premisa aquella de todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre… un trasfondo de equidad y de fraternidad humana que tanto bien nos podría hacer. Segundo, la oportunidad que tiene la Iglesia Católica, en espacios como el santuario del Divino Niño Jesús, para dar testimonio de esperanza, para generar un relato de solidaridad y de vivencia plenamente humana, como los valores practicados por Jesús de Nazaret, humilde judío de hace 2000 años. De nuevo, gracias.

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